martes, 14 de mayo de 2013

Praga - Castillo y Colina Petrín

By Sole

Mayo 2012

Una vez más el día amaneció nublado y fresco. Desayunamos en el hotel y nos aprontamos con nuestros abrigos a salir. Caminamos los 40 minutos que nos separaban de Malá Strana o barrio pequeño. Fuimos por un camino diferente al día anterior para no aburrirnos. Gran parte del trayecto lo hicimos bordeando el río Moldava con una hermosa vista de sus puentes y edificios circundantes.
Ya en Malá Strana, pasamos por la plaza de Malá Strana o Malostraské námesti y por la calle Nerudova, que recibe este nombre en honor al escritor Jan Neruda, quien vivió en una casa ubicada en la misma. Algo que desconocía hasta realizar este viaje, es que el autor chileno Pablo Neruda, tomó el apellido artístico de este escritor. Además de la casa de Neruda, identificamos la denominada “A los tres Violines”, que recuerda la profesión de los primeros habitantes de la zona que eran fabricantes de estos instrumentos.

 
Nerudova


Dejando atrás estas curiosidades, subimos por una calle con pendiente ascendente hacia la zona del castillo. Desde Hradcanské námesti, la plaza del castillo, pudimos observar:

-           Palacio Sternsberk, sede de la galería nacional, donde aparentemente había obras del Greco y Picasso,
-   Palacio Schwarzenberg, por el nombre casi pensé que era el palacio de Schwarzenegger! Pero no, simplemente era un palacio con un nombre parecido donde estaba el Museo de Historia Militar,
-          Palacio Arzobispal, que decía tener una colección de porcelanas en su interior.
No nos interesó visitar ninguno de estos museos, así que simplemente los miramos por fuera.

Enfilamos hacia el castillo propiamente dicho. Cuando hablamos de castillo en estas ciudades, nos estamos refiriendo a un conjunto de edificios, plazas, patios, y hasta iglesias.

Tras franquear la entrada de rejas custodiada por dos miembros de la guardia del castillo llegamos al primer patio o patio de honor. Si hay un primer patio, debe haber un segundo, que efectivamente era lo que seguía en el recorrido. El segundo patio, que no dice tampoco mucho, tenía un aljibe cubierto por una jaula de rejas ornamentadas y una fuente. Y luego llegó el tercer patio, que conducía al Palacio Real y a la Catedral de San Vito, a la cual entramos. Es también en este patio donde estaba la oficina de información y venta de tickets. Vendían una entrada combo que incluía: criptas de la Catedral, Palacio Real, Basílica de San Jorge, un par de torres y Golden Lane o callejuela del Oro. Esta última,  era lo más interesante de todo el combo, una calle empedrada rodeada por casas en miniatura del siglo XVI con fachadas de colores; en la casa número 22 residió Franz Kafka en 1916. Estábamos dispuestos a pagar por visitar esta calle, pero no una costosa entrada que incluía en montón de cosas que no nos interesaban. El otro lugar interesante para visitar después de tomar medio litro de agua, no estaba incluido en la entrada; para entrar al baño “real”, que no creo que tuviese nada de “real” había que poner entre 8 y 10 Kč más!
Así que finalmente visitamos sólo los sectores del castillo de acceso gratuito. La mayor parte de la gente también deambulaba por los patios y casi no había fila para comprar entradas.
Cuando estábamos por salir tuvimos la oportunidad de ver el cambio de guardia en la salida del castillo, sin siquiera haberlo planeado.
Creo que la parte más linda del complejo fue justamente la salida, ya que tenía una buena vista del río Moldava y de los edificios que estaban al otro lado del mismo.



Caminando unos metros más llegamos al Puente Mánesuv desde donde se veía muy bien el Puente de Carlos. Seguimos caminando varias cuadras, sin rumbo, hasta volver a las inmediaciones de la calle Nerudova, donde terminamos sentados en una escalinata, justo enfrente de la calle ascendente que conducía al castillo.
Nada mejor que sentarse un rato a descansar y comer algo. Ese día estábamos un poco más preparados que el anterior y habíamos llevado sándwiches. Así que sin mucho apuro almorzamos viendo la gente pasar.
La caminata prosiguió a la tarde, pasando por la Plaza de Loreto, con la iglesia homónima, que tenía muchas estatuas de ángeles en el atrio.
Seguimos ascendiendo por otras calles hasta llegar a lo alto de la colina de Petrín, un gran parque. La vista desde ahí es espectacular! Tenía varios senderos por los que se podía subir, bajar y atravesarlo. En lo alto del parque había un sector con bancos de plaza, muy apropiados para sentarse a ver la vista panorámica y disfrutar del espacio verde, luego de estar rodeados de tanto cemento. No quepa duda, que ahí nos sentamos un rato.



En este parque también había una torre de hierro, que una guía turística que leí decía que era similar a la torre Eiffel (creo que estaba fumado el que escribió tal cosa), que cumplía la función de mirador, y sospecho que por la altura que tenía, las vistas debían ser increíbles. No llegamos tan lejos; por lo que habíamos leído sólo abría los fines de semana.

Entre las cosas a visitar en este parque tenía anotado un monumento a las víctimas del comunismo que había visto en una foto de una amiga; no tenía idea en que parte del parque podía estar. Así que lo buscamos, sin demasiado esfuerzo, pero no lo encontramos. Emprendimos la caminata por el sendero que descendía, descubriendo el Muro del Hambre, que según cuenta la historia fue construido por los pobres de la ciudad por orden de Carlos IV. Si no queremos ver algo, mejor pongámoslo del otro lado del muro, cualquier similitud con el sketch de Micky Vainilla es pura coincidencia.
Decidimos volver bordeando el parque hacia la ciudad nueva. Y ahí, justo cuando estábamos por volver a la era moderna, apareció el monumento que habíamos buscando previamente: una escalinata de unos 10 escalones con una figura humana que se iba desdibujando a medida que la escalera ascendía.



Merendamos en un fast food, e hicimos una visita al supermercado, antes de volver al hotel. El supermercado, como en cualquier ciudad extranjera, una experiencia en sí mismo. Recorrimos cada una de sus góndolas viendo que cosas raras vendían. Hubiésemos querido estar un rato más ahí, pero nos apuramos porque antes de entrar habíamos visto que el cielo estaba bastante oscuro; se acercaba la lluvia. Compramos jamón, queso, salame, maní, pan, papas fritas con paprika, y una cerveza, que serían nuestra cena. Habíamos decidido no visitar ningún lugar “tipically czech” esa noche.

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