sábado, 28 de octubre de 2017

Seguimos caminando por Bay of Islands: Opua- Paihia Coastal Walkway

By Sole

Otra vez parados frente al cartel de Oromahoe road esta vez optamos por el camino costero a Paihia.

Sonaba lindo, pero el problema era que primero teníamos que llegar a la costa, más precisamente a Opua que era desde donde partía el coastal track… La soledad nos acompañó en los siguientes 4 km que fuimos caminando por la ruta de ripio abierta en medio de las colinas, delimitada por bosques a ambos lados; en todo el trayecto apenas pasaron 4 autos y 0 caminantes. Si bien el terreno era oscilante e irregular en algunos sectores, no tenía grandes desniveles. Casi al final del camino comenzaba el pavimento y las casas con sus prolijos jardines. Seguimos derecho hasta que desembocamos en una calle que bajaba hacia el muelle de Opua; los carteles indicaban que estábamos a 1,5 km del mismo.


Faltaba poco para llegar a Opua!!!
En algún punto intermedio de ese trayecto hacia el puerto hicimos una parada en un “área de descanso”; nos habían llamado la atención cuando lo habíamos visto en la ruta de Auckland a Paihia. Se trataba de pequeños parques que ofrecían estacionamiento para un par de autos, mesas de pic-nic y bancos para sentarse a descansar. Cada vez tengo más la impresión que el país está preparado para el disfrute de la naturaleza y los espacios abiertos…



Si no necesitas mesa te sientas con el banco con una linda vista!

Seguimos caminando pendiente abajo los metros que nos faltaban. Nos impresionó la cantidad y variedad de flores y plantas en los jardines de las casas, apuesto que es algo que toman bien en serio a lo que le dedican mucho tiempo y parte del presupuesto del hogar. Era raro ver alguna entrada con yuyos o con el pasto alto y descuidado. Entre tantas observaciones, y especulaciones como “podría movemos venir a trabajar de jardineros a NZ”, cuando nos quisimos dar cuanta ya estábamos en el muelle! Ahí mismo hicimos una parada en el General Store para comprar un helado y galletitas. Era el mediodía y teníamos hambre.


Llegando a Opua

A pocos metros de ahí encontramos el inicio del Opua- Paihia Coastal Walkway, un sendero de 6 km que conectaba ambas localidades. Mi primer Coastal Track!!! Los primeros metros discurrían por la playa por un entarimado sobre elevado que eliminaba el problema del nivel de la marea permitiendo la circulación cuando la misma estaba alta, para luego seguir por un camino consolidado entre plantas y arbustos que brindaban algo de protección del sol, viento y eventuales lluvias. No lo mencioné, pero en el cielo había algunas nubes bastante oscuras que anunciaban eventuales precipitaciones.



Comenzamos la caminata con marea baja

En un punto del recorrido que no puedo precisar nos encontramos con un cartel que indicaba la presencia de un mirador que estaba a 5 minutos de distancia. Siempre dispuestos a explorar un poco más allá, tomamos el desvío que escalera mediante (que pasaba por el costado de una casa) terminaba en un lookout con una vista tan limitada que hizo que no valiera la pena el esfuerzo de la subida. Justo cuando estábamos regresando al camino principal comenzó a garuar… por suerte la vegetación era bastante tupida y nos protegió las gotitas. Pronto la nube que nos cubría se desplazó unos metros y la garua cesó.


Desvío

Tramo final hacia el mirador

Vista desde el mirador

Disfrutamos mucho del recorrido que iba acercándose y alejándose en forma intermitente de la playa, pasando por sector de manglares (habiendo pasado por ese ecosistema el día previo en el sendero a las Haruru Falls entendimos de qué se trataba) justo antes de llegar a la ruta.


Entarimado sobre el manglar

A esa altura giramos, y avanzamos en forma paralela a la misma metiéndonos unos metros más adelante en un parque privado de camping para campervans. No estábamos seguros si debíamos ir por ahí o no, pero al encontrarnos con el cartel de “walkway” que indicaba el inicio del sendero luego de atravesarlo (e invadir la privacidad de los acampantes) confirmamos que no nos habíamos perdido.

Seguimos bordeando la costa, haciendo alguna que otra parada en los bancos que estaban distribuidos a lo largo del camino. Cuando estábamos a un par de kilómetros del destino volvimos a encontrarnos con la ruta que a ese nivel cruzaba una desembocadura al mar puente mediante; continuamos caminando por el sector peatonal del mismo, sin cruzarlo. A partir de ahí el track discurría entre la carretera y una playa hasta llegar a una bifurcación. Dependiendo el nivel de la marea se podía optar por seguir caminando por la playa propiamente dicha o ir bordeando la ruta. Por suerte, en ese momento la marea estaba baja y pudimos elegir la primera opción.

El cambiar de superficie, una combinación de arena con distintos grados de humedad y rocas, nos resultó divertido ya que al ir por la zona más húmeda (donde el esfuerzo era menor) teníamos que estar atentos a que no viniera alguna más ola grande que nos mojase los pies...  Los caracoles y los bivalvos que colgaban de algunas piedras también contribuyeron a la distracción. En un momento levantamos la vista y nos encontramos con un lugar familiar. Tras unas dos horas de caminata habíamos llegado.


Tramo final por la playa

Justito en ese momento se largó a llover violentamente. Como no teníamos paraguas, sólo atinamos a cruzar corriendo la calle y meternos en el primer negocio que encontramos: una licorería. Estuvimos unos dos minutos dando vueltas por el liquor place donde la variedad de bebidas era sorprendente. Seba se quedó con las ganas de llevarse alguna cervecita para después, todas venían en pack de seis y él apenas quería una. Cuando salimos ya no llovía; había sido un chaparrón aislado. Rápidamente caminamos las cuadras que nos separaban del hotel y agotados nos sentamos a merendar en el balcón siendo testigos de lo cambiante del tiempo que iba de sol a lluvia en cuestión de minutos. Nos dimos unas más que merecidas duchas y dedicamos el resto del día a leer y escribir.

Seba fue el encargado de preparar la cena: pasta Alfredo. No se imaginen que se calzó el delantal y gorro de cheff, y se puso a amasar y preparar una salsa gourmet… esas cosas las dejamos para casa. La tarea consistía en reconstituir el contenido de la caja de pasta con salsa deshidratada que habíamos comprado. Es todo un desafío sacar algo decente de ahí, sobre todo cuando uno comprueba que se requieren 250 ml de leche que no tiene… a falta de leche el agua abundaba! Habiendo decidido hacer ese reemplazo, el temerario hombre anunció “Lo voy a hacer a ojo”, lo que minutos después fue seguido de un “esto no espesa, parece que tiene mucho líquido”. De alguna manera que desconozco los fideos con salsa se cocinaron (no me atreví a entrar a la cocina), y comimos las “tres porciones” que contenía el paquete que ni siquiera llegaban a ser dos. Debo admitir que sobrevivimos a la técnica “a ojo” de Seba, y a pesar de que esta vez funcionó la próxima vez nos propusimos leer los ingredientes extras que requiere la preparación.

sábado, 21 de octubre de 2017

Seguimos recorriendo senderos en la tierra de los kiwis

By Sole

27 de Noviembre 2016

Nos despertamos a las 6:30 horas, 30 minutos antes de que sonara el despertador. Habiéndonos despertado una sola vez a la noche (4:30 am), se podría decir que ya estábamos adaptados al horario local.

Desayunamos casi lo mismo que el día previo, salvo que cambiamos la mandarina por un kiwi. Si hay algo típico de Nueva Zelanda, sin dudas es el kiwi!!! Ricos, muy parecidos a los que comemos habitualmente en otras partes del mundo; tal vez la única diferencia es que es más fácil encontrarlos con un grado de maduración adecuado en la góndola del super sin necesidad de esperar varios días a que sean comestibles como suele suceder en Buenos Aires.

A las 8:00 horas estábamos en la calle con las mochilas casi listas; solo nos faltaba pasar por el supermercado que estaba de paso a comprar agua para estar 100% listos. Hecha la compra, tomamos School Road, una calle que justamente pasaba por la escuela que al ser día domingo estaba cerrada. Caminamos algunas cuadras disfrutando de la tranquilidad de la mañana encontrando sin dificultad el inicio del sendero “Paihia School Road lookout”; el cartel informaba que el mismo tenía una longitud de 1,4 km. Nos sorprendió la advertencia de no tocar las tramperas, además de la prohibición de entrar con perros. Ambos formaban parte de un plan de protección de los kiwis…



Ni bien comenzamos a caminar notamos un abrupto cambio en la temperatura y humedad ambiente; habíamos entrado en una selva muy húmeda con muchos helechos que mi imaginación hubiese ubicado en la zona del Amazonas y no a dos metros de una calle pavimentada. Justo en las cercanías de la entrada nos cruzamos con una chica que estaba saliendo de una carpa armada al costado del camino, nos pareció muy raro, dudando si estaba permitido acampar ahí o no. A medida que fuimos avanzando y ascendiendo fue disminuyendo la humedad, y cambiando la vegetación transformándose en un bosque. El track estaba en excelentes condiciones, con sectores de entarimado y hasta tenía a los lados canaletas conectadas a caños de drenaje para evitar la acumulación de agua y deterioro del mismo. Muy cuidado y preparado para que cualquiera pudiera recorrerlo con el menor riesgo de accidentes.



A poco de llegar a destino el camino se bifurcaba en dos: uno iba hacia el lookout y el otro se continuaba con el Oromahoe track. Seguimos hacia el mirador, llegando cuando se cumplieron los 30 minutos de caminata. Justo en ese momento había un par de personas sacando fotos de la vista panorámica de la bahía con alguna de las islas. Lo fichamos como un lindo lugar para sentarse a tomar unos mates, pero como habíamos desayunado hacia muy poco tiempo y teníamos varios kilómetros por delante decidimos continuar.




Volvimos hacia la bifurcación y en lugar de regresa hacia la calle tomamos el sendero Oromahoe transverse. Nos pareció raro que el cartel informativo dijera que el track tenía 4 km, y el tiempo estimado fuera de 2 horas, y hasta pensamos “qué exagerados!!!”.



A poco de comenzar a caminar notamos la presencia de las “trampas para ratas y gatos” que estaban mencionadas en el cartel. Desde ya que me generaron mucha curiosidad motivando una búsqueda sobre el tema.



Los kiwis son animales de hábitos nocturnos, viven en parejas siendo en general el macho el que pasa más tiempo incubando el único huevo que suelen poner en cada puesta. Si bien en general hablamos de kiwi como si fuesen todos iguales, en realidad existen cinco especies con diferente grado de vulnerabilidad de acuerdo a una escala que utiliza el departamento de conservación del país (DOC), que va desde extinto, amenazado, en riesgo y sin amenaza. Las principal amenaza para los polluelos son los armiños o stoats (unos pequeños mamíferos carnívoros introducidos por el hombre que figuran en la lista de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo) y los gatos. Los kiwis adultos tampoco están a salvo, siendo los perros el mayor peligro; estos (independientemente de su raza y tamaño) son atraídos por un aroma distintivo que desprenden estas aves. Al no tener esternón (algo que caracteriza a los ratite, el grupo de aves a los que pertenecen), los kiwis pueden ser aplastados fácilmente aunque la intención de los cánidos no sea matarlos y sea simplemente jugar. Los hurones también figuran en la lista de asesinos…

El DOC lleva a cabo distintas actividades tendientes a la conservación de la especie que van desde la concientización de la población sobre el tema hasta el control de los predadores. Los carteles con las prohibiciones de ingreso de perros a los senderos, las tramperas para ratones (al eliminarlos limitan el alimento de los stoats), gatos y stoats, así como la recolección de huevos con su incubación y cría en cautiverio hasta que las aves pesan 1,2 Kg -momento en que son devueltos a la naturaleza- son algunas de las medidas implementadas que parecen estar dando sus frutos.

Pispeamos de lejos las tramperas; impresionaban limpias, con los sebos intactos (en algunos casos huevos) y sin restos de animales, lo que nos hizo suponer que debía haber alguien designado al mantenimiento de la mismas. Estas cajas de madera eran el único rastro de la mano del hombre en este sendero; si bien estaba bien delimitado, carecía de entarimados y drenajes a diferencia del anterior.

A paso firme fuimos caminando por ese camino boscoso que parecía ir por el filo de las colinas siguiendo sus irregularidades, lo que daba como resultado un indefinido tándem de ascensos y descensos… Luego de subir y bajar con gran esfuerzo varios desniveles con el solo objetivo de llegar a una calle que estaba varios kilómetros más adelante, la frustración comenzó a ser evidente. No pude evitar que se me viniera a la cabeza una "TED talk" sobre la motivación, los objetivo y el reconocimiento por el esfuerzo. Era el sendero de la desmotivación: gran trabajo y esfuerzo para subir, para después volver a bajar, así una y otra vez, discurriendo por un paisaje monótono y sin un atractivo paisaje como objetivo final. Cualquier similitud con mi trabajo (de ese entonces) es pura coincidencia…





A pesar de todo esto no nos íbamos a echar para atrás; estábamos en el baile, así que había que bailar. Eso sí, decidimos que la vuelta no iba a ser por el mismo lugar.

Una hora y cuarto después llegamos a… Oromahoe Road; una ruta de ripio en medio de las colinas sin ningún atractivo en particular. Durante toda la caminata no nos habíamos cruzamos con ningún otro ser humano; apenas algunos pájaros muy aislados que se escuchaban más de lo que se veían eran lo único que daban vida al lugar.

Junto al final o inicio del sendero –según desde donde uno lo mirara- había un cartel con distintas opciones a seguir.



Comenzamos yendo hacia el Opua Kauri Walk, cuyo inicio estaba a unos 800 metros de ahí caminando por la ruta. Por lo que habíamos leído el kauri es un árbol de la zona cuya madera era muy utilizada por los nativos para la construcción de casas y canoas; con la llegada de los europeos, que descubrieron la utilidad de su madera, los bosques se vieron diezmados; más allá de las sierras del hombre, en la actualidad su principal amenaza es el “kauri dieback”, una enfermedad producida por un hongo que mata a estos árboles. Como aún no se conoce la cura de esta infección todo el esfuerzo está puesto en su prevención con medidas como evitar su diseminación: se recomienda no salirse de los senderos, no pisar las raíces de los árboles y limpiar el calzado y equipo deportivo antes y después de visitar el área.



Ni bien pasamos el cartel indicativo del sendero nos encontramos con un gran entarimado que se iba internando en el bosque. A medida que fuimos avanzando notamos un progresivo aumento en la cantidad de ejemplares de kauri, algunos de gran tamaño reflejo de su edad que puede sobrepasar los 400 años. Al final del camino encontramos un banco de madera estratégicamente ubicado frente a un enorme kauri; el lugar ideal para tomar unos mates!!! Felices con el hallazgo nos sentamos a descansar y preparamos el tan deseado mate que acompañamos con una Belvitas de chocolate (ahora que noto la reiteración de estas galletitas en varias entradas noto lo rendidora que fue esa caja con paquetitos de 4 galletas en su interior) y unas lentejitas de M&M. Si ponemos este bosque como destino final del “camino de la desmotivación”, podría decir que valió la pena haberlo caminado.




Nos quedamos un rato ahí sentados disfrutando de los mates y la tranquilidad del lugar hasta que el agua se acabó. Con energías renovadas volvimos sobre nuestros pasos hasta el cartel de Oromahoe Road optando esta vez por el camino costero a Paihia.



sábado, 14 de octubre de 2017

Gastando zapatillas en Russell y en el Hururu Falls track!!!

By Sole

Con los tickets de regreso en mano desembarcamos en Russell...

Nos encontramos con un pequeño pueblo, muy pintoresco, con casas coloniales y una costanera para caminar o sentarse a la sombra de los árboles en uno de los tantos bancos. Divino! Parecía salido de una novela histórica.






Siendo las 13:00 había hambre… así que fuimos directamente a buscar un take away para comer algo sencillo y rápido! Estando en un pueblo costero que mejor idea que Fish & Chips? Siguiendo la costumbre de los ancestros británicos, cuando uno busca comidas típicas del país justamente se encuentra con este modesto pero riquísimo platillo. Con solo caminar dos cuadras encontramos lo que buscábamos.

Compramos una porción para compartir ($7,5) y nos fuimos a uno de los bancos de pícnic que estaba en un parquecito calle de por medio de la costa. Cuando abrimos el paquete que nos habían dado nos sorprendió que la comida viniera directamente en el papel, sin bandeja; solamente tuvimos que tener un poco más de cuidado del habitual para no hacer ningún desastre…

Todo estuvo bien hasta que apareció una gaviota a pocos metros. Luego apareció una segunda, terminando con una bandada de pájaros alrededor atraídos por el olor a pescado frito. Con miedo de quedarnos sin almuerzo y la imposibilidad de espantar tantos pájaros (por más que hicimos el intento se alejaban unos centímetros y luego regresaban), optamos por desplazarnos unos 100 metros hacia un banco de plaza del otro extremo del parque. Comimos un par de papas (la minúscula porción de pescado ya había desaparecido), y otra vez la situación volvió a repetirse. Mientras uno tomaba un bocado el otro espantaba las aves… Una pesadilla!!! Desde ese momento se ganaron nuestra antipatía.

Voy a hacer un comentario sobre uno de los temas que muchas veces preocupan a las mujeres… baños!!! Justo en el parque, a unos metros de donde estábamos, había baños públicos identificados con los clásicos carteles; primando el sentido común la mayoría eran de mujeres. Con desconfianza mandé a mi “conejillo de indias” a investigar uno de los que tenía un “hombrecito” en la puerta. Minutos después regresó con grandes noticias! Estaban limpios!!! Con esta información fui a inspeccionar los de mujeres quedando maravillada!!! Baño limpio, sin olor, con papel higiénico, jabón y secador eléctrico de manos en funcionamiento, en medio de una plaza, y sin nadie cobrando… algo que ni siquiera sucede en los países que se autodenominan del primer mundo. Sin dudas se ganaron el primer puesto en calidad y limpieza de baños públicos.

Cuando habíamos buscado que se podía hacer en el pueblo, habíamos visto que había dos caminatas muy sencillas de unos 500 metros. Estaba tácitamente entendido que íbamos a hacerlas. Desde donde estábamos fuimos caminando hacia la izquierda, hasta donde terminaba la calle, y tras una cantidad incierta de metros –algunos en subida- llegamos a Kororareka Scenic Reserve. Al inicio del camino notamos un cartel que indicaba la prohibición de ingresar con perros por ser área protegida de kiwis (por lo que leímos los perros son uno de los tantos predadores). A medida que fuimos avanzando nos adentramos en un bosque en el que la humedad ambiente era tal que hasta se sentía en la piel; un grato alivio al calor de fin de primavera intensificado por el esfuerzo de la subida y el pavimento en el que se reflejaba el sol del mediodía. En menos de 10 minutos volvimos a salir a la calle, reencontrándonos con la civilización. Unos metros más adelante nos topamos con la entrada al Nancy Fladgate track. Este minisendero de unos 500 metros discurría por un bosque regenerado –ya en un ambiente más seco que el anterior- terminando en la playa, más precisamente en Waihihi Bay. Ambas caminatas eran muy sencillas, sin desniveles, ideales para iniciar a los niños en el senderismo.


Kororareka Scenic Reserve



Nancy Fladgate track

En 15 minutos estábamos en una playita de escasa extensión delimitada por piedras. Apenas subimos a las rocas para ver que había al otro lado notando la presencia de otra playa de similares características; al estar baja la marea era posible hacer el recorrido costero… pero como esa no era nuestra intención dimos media vuelta y regresamos por donde habíamos ido. En el camino nos topamos con una pareja de pájaros que cruzaban el sendero, en medio de nuestra ignorancia evaluamos la posibilidad de que fuesen kiwis. “Cómo se ve un kiwi?” Nos preguntamos… “Sera como la fruta pero con plumitas…”, supusimos. Como pudimos les sacamos un par de fotos para después comparar con las de Internet, descubriendo con mucha decepción que apenas se trataba de un rascón weka (Gallirallus australis).




Con los minutos casi contados volvimos al muelle a tomar el ferry de las 15 horas. Al igual que los choferes de micro, los “capitanes” de los ferris eran multitasking… el mismo hombre chequeaba los tickets, desamarraba la embarcación y estaba a cargo de su navegación, como si se tratase de un colectivo.

Tras desembarcar en Paihia emprendimos la caminata a las Haruru Falls; uno de los hiking que teníamos previstos en la ciudad. Fuimos caminando por la costa hasta la desembocadura del río Waitangi. A diferencia del día previo esta vez cruzamos el puente, dejando atrás Paihia y entrando en Waitangi. Esta zona tiene gran importancia histórica ya que fue el lugar donde se firmó la declaración de la Independencia de Nueva Zelanda por parte de los jefes maoríes en 1835, y cinco años más tarde el tratado de Waitangi entre estos y el representante de la corona británica. Es interesante remarcar que había dos versiones del documento, una en maorí donde se aceptaba la permanencia de los británicos con la protección por parte de la corona, y una en inglés, en la que los originarios se sometían a la reina a cambio de la protección de la misma. A pesar de estas discrepancias, por no decir engaño por parte de los ingleses, se lo considera un documento fundacional del país. Justamente una de las atracciones de la localidad es el “Treaty Ground” que engloba el Museo de Waitangi, la Treaty House con una réplica del tratado, una típica casa maorí en madera tallada, y una de sus canoas de guerra más grandes. Como no nos generaba el interés suficiente, seguimos de largo y decidimos invertir el dinero de la entrada en otra cosa.

Caminamos unos 300 metros por la calle que corría entre el Treaty Ground y el Waitangi Golf Club; justamente junto a la entrada del campo de golf estaba el inicio del sendero a las Haruru Falls. Este era de 5 kilómetros, con un tiempo estimado de una hora y media cada trayecto (o sea, 1:30 horas para ir, y 1:30 horas para volver).



A pesar de estar cansados iniciamos el recorrido a un buen ritmo. En el primer tramo nos encontramos con un bosque con algunos árboles que parecían palmeras y helechos al mismo tiempo; no podíamos definir a que familia pertenecían. El ambiente, diferente a otros en los que hubiésemos estado, y la falta de desniveles hicieron que la caminata fuese muy agradable. Cruzamos el río Waitangi por un puente muy pro que se continuaba con un entarimado que recorría una zona de manglares.

Helecho o palmera???

Río Waitangi

Manglares

Hagamos un stop acá para ponerlos en tema… qué son los manglares? Entre la información de los carteles y alguna que otra cosa que leímos, les cuento que ahora sé que son bosques pantanosos con unas pocas especies que se caracterizan por tolerar condiciones extremas de salinidad y bajas tensiones de oxígeno en el agua y el suelo. Eran muy curiosas las raíces verticales ascendentes que sobresalían del agua como pequeños tronquitos; según el nivel de la marea suelen estar cubiertas en mayor o menor medida por el agua. Nos pareció super interesante, nunca habíamos visto nada igual.

Luego, el sendero comenzaba a correr paralelo al río –en algunos sectores era más visible que otros-, cambiando otra vez el paisaje, y aumentando notablemente la presencia de aves. Nos llamaron mucho la atención un par de árboles que estaban llenos de pájaros de gran tamaño, dispuestos en parejas junto a sus nidos. Consulta mediante a un biólogo que sabe muchísimo de animales, hoy sabemos que se trataba de ejemplares de cormorán de Macquarie (Leucocarbo purpurascens). Como podrán imaginar fuimos haciendo varias paradas atraídos por las curiosidades de la naturaleza con las que nos fuimos cruzando.



Luego de caminar durante una hora y diez minutos llegamos a una bifurcación optando por la opción que iba hacia las cataratas en lugar del estacionamiento… también se podía llegar a las cataratas con un mínimo esfuerzo dejando el auto ahí y caminando apenas unos metros. Un par de minutos después estábamos frente a las “cataratas”. Creo que mis expectativas eran demasiado altas haciendo que al llegar y estar frente a las “falls” me decepcionara un poco. Las cataratas en sí estaban bien, con una caída de agua interesante en forma de herradura con una extensión de unos 10 a 15 metros, y unos 5 de altura; salvo que uno visite las cataratas del Iguazú o Victoria no espera encontrarse con algo maravilloso. Lo que sí me resultó decepcionante fue el puente que había a muy pocos metros del agua, los reflectores y todas las construcciones de los alrededores que las ponían en contexto de la civilización. De hecho, de la costa de enfrente a la que estábamos había varias casas con parques con vista a la caída de agua. En este caso el recorrido valió 100 veces más la pena que el destino.



En esta que tomamos prestada de la web se ve el puente

Nos sentamos en unas piedras y comimos unas Belvitas de chocolate mirando las cataratas mientras tomábamos fuerzas para regresar… con energías que no sé de donde sacamos, en pocos minutos ya estábamos transitando el mismo sendero en sentido contrario. Esta vez al cansancio sumado al malestar de la espalda de Seba –su punto débil- hicieron que tardemos un ratito más que a la ida, y que literalmente nos arrastráramos los casi dos kilómetros que separaban el inicio del sendero del hotel. De camino paramos para sacar unas fotos de varios tótems maoríes que estaban en un parque, y comprar unas bebidas en una despensa.



Agotados, regresamos al motel donde nos regalamos un rato de descanso y una picadita pre cena con los infaltables maníes acompañados de una Ginger Beer Bundaberg. Por más que beer o cerveza en general haga referencia a la bebida alcohólica de cebada fermentadas, en este caso se trataba de una gaseosa sin alcohol hecha a base de raíces de jengibre y azúcar fermentado por levaduras. Por lo que me leímos es una bebida muy popular en Reino Unido y sus colonias creada en Yorkshire (Inglaterra) a mediados del siglo XVIII. Con los días fuimos descubriendo en los sucesivos supermercados otras marcas y versiones light.



Nos bañamos y concluimos el día con una clásica ensalada de vacaciones de tomate, zanahoria, pepino y atún (ingrediente fundamental cuando el alojamiento no tiene aceite). A las 10 de la noche ya estábamos en la cama…

sábado, 7 de octubre de 2017

Arrancando las vacaciones en Paihia: delfines, islas y senderos con corderitos

By Sole 

26 de Noviembre 2016

Estábamos tan cansados que habíamos olvidado desconectar el wifi del celular, despertándonos a las 3 de la mañana cuando comenzaron a caer mensajes de Whatsapp!!! Noooo!!! Tip: Si viajan al otro lado del mundo, no olviden apagar el celular, silenciarlo o dejarlo sin conexión de Internet durante la noche para evitar estos inconvenientes… Con algo de dificultad conseguimos seguir durmiendo hasta las 7.

Había amanecido sin lluvia, con el cielo parcialmente nublado y una temperatura que rondaba los 16°C. Considerando como había estado el día previo, respiramos aliviados. Mientras nos conectábamos con la realidad, preparamos el desayuno y nos sentamos en el balcón a tomar el té, con tostadas de pan negro con queso Philadelphia (no tenía el clásico y delicioso sabor de la versión norteamericana), mandarina y yogur. Desayuno completito!!!




A las 8:30 horas ya estábamos rumbo al puerto; la ciudad comenzaba a tomar vida a medida que los negocios iban abriendo. Todo tiene otro color y resulta más lindo cuando uno mira el mismo paisaje sin lluvia... este lugar no era la excepción. Por alguna razón, cuando nos acercamos a la costa, se nos vinieron a la cabeza recuerdos de la visita al pequeño pueblo pesquero de Hermanus en Sudáfrica.




Entre sacar fotos y recorrer algunos de los locales se hizo el horario de abordar el catamarán. Como apenas había una resolana y no hacía mucho frío, nos sentamos en los asientos externos de la embarcación. La mayor parte de los compañeros de excursión tenían aspecto de gringos. Además de los angloparlantes, identificamos una pareja de italianos y una familia que podría ser de India o algún país de esa zona. Como dato curioso, tanto el capitán y casi todo el resto de la tripulación eran mujeres; pulgares arriba para la apertura mental de esa parte del mundo!!!




Arrancamos el viaje cruzando a Russell, deteniéndonos unos 10 minutos después en su pequeño puerto para que subieran los pasajeros que faltaban. Con todos a bordo comenzó la excursión propiamente dicha, y lo digo en serio… a pocos de partir, antes de que la embarcación comenzara a acelerar, la capitana anunció la presencia de delfines en la zona. Dicho esto, a unos 60 metros notamos las aletas dorsales de un par de cetáceos que estaban zambulléndose en el agua. Segundos después vimos otra pareja, y cuando pensábamos que ya habíamos visto todo apareció una tercera!!! Nos pareció increíble la sincronización con que la nadaban, parecía que estaban haciendo una presentación olímpica de nado sincronizado!!! En esos momentos uno no sabe si sacar fotos, filmar u olvidarse de toda la tecnología y simplemente mirar dejando todo grabado en la retina… intentamos sacar algunas fotos, pero nos resultó bastante complicado porque por momentos cambiaban de dirección y en lugar de aparecer donde esperábamos nos sorprendían en otro sitio. En una de esas alternancias de dirección algunos se acercaron tanto al barco que pudimos verlos con lujo de detalles; una de las cosas que más nos sorprendió fue el tamaño, eran mucho más grande de lo que imaginábamos. Era la primera vez que los veíamos en su ambiente natural, y no en una pecera de un acuario. Fue una espectáculo fantástico que duró un par de minutos, y tan abruptamente como había comenzado finalizó.










Continuamos navegando a gran velocidad entre las islas hasta llegar a Motukokato Island (también conocida como Piercy Island o “Hole in the rock”) una formación rocosa sobre elevada con un curioso agujero en su interior que formaba un túnel. Vimos el “hole” de un lado, la bordeamos y lo vimos del otro. Parecía que alguien la había atacado con una gran perforadora haciendo un agujero casi perfecto.


Hole, de un lado

Hole, desde el otro lado

Terminamos frente a frente con el orificio; cuando vi que el catamarán comenzaba a avanzar lentamente en lugar de retroceder lo primero que pensé “This is insane” (luego de vivir un par de días en inglés la cabeza es una ensalada, y parte del pensamiento o las palabras del dialogo terminan siendo en ese idioma). No estábamos en medio de una maniobra para girar el barco, sino que efectivamente íbamos a pasar por ese agujero… y así fue. Avanzamos lentamente por esa cueva de piedra, atravesándola con gran precisión. Cuando vimos que la embarcación había salido intacta respiramos aliviados.




Justo frente a “the hole in the rock” vimos la península de Cape Brett con su simpático faro. Si bien parecía una isla, se trata de una península a la que se puede llegar caminando por un sendero de unos 16 km que va por el filo de las ondulaciones que la conforman. Sin haber investigado demasiado, desde el mar nos dio la impresión de que debía ser de una caminata bastante monótona con muchas subidas y bajadas.




Desde ahí navegamos unos minutos más hacia Urupukapuka Island, donde paramos en el muelle de Otehei Bay. Teníamos 40 minutos en la isla para hacer lo que quisiéramos; la recomendación era tomar alguno de los senderos cortos que partían desde ahí. No hace falta aclarar que ya teníamos guardado en el celular el mapa de la isla con todos sus senderos…




Desembarcamos rápidamente para aprovechar al máximo el limitado tiempo que teníamos; apenas nos iba a alcanzar para hacer el Otehei Bay Loop (tiempo estimado 20-60’). Este sendero discurría por una pradera verde, levemente ondulada, en la que pastaban ovejas con sus crías. Seba no pudo evitar hacer su habitual comentario “mmm, corderitos… que ricos y tiernitos”. La cantidad de heces en los alrededores, incluyendo el sendero, son una clara evidencia del alto consumo de fibra de estos animales; qué otra cosa tienen que hacer durante todo el día además de comer pasto??? Era prácticamente imposible caminar sin pisar los desechos biológicos. Fuimos caminando ligerito, pero sin dejar de prestar atención al paisaje que teníamos alrededor; justamente en la zona más alta había unas vistas muy bonitas de la isla con sus playitas rodeada del mar y las islas vecinas.


Corderitos pastando


Nuestro barco desde lo alto...

Volvimos contentos con haber tenido al menos la posibilidad de hacer esa pequeña caminata por Urupukapuka, aunque no voy a negar que nos quedamos con las ganas de recorrerla en su totalidad entrelazando los distintos senderos (tal como era nuestro plan inicial).

El tiempo voló y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos de nuevo en el catamarán. En el regreso no tuvimos la suerte de volver a ver delfines. Asumo que habiendo cumplido con el avistamiento prometido el esfuerzo por parte de la tripulación para buscar más animales debe haber sido muy escaso… También nos quedamos con ganas de un poco más…

Con la parada en Russell para devolver a los pasajeros que habían subido ahí la excursión estaba prácticamente terminada. Como estaba la posibilidad de bajar ahí y tomar un ferry más tarde para volver a Paihia, optamos por dar un paseo por ese pueblito de gran importancia histórica por haber sido el primer asentamiento, capital y puerto de esas tierras que con tiempo pasarían a llamarse Nueva Zelanda. Como lo he comentado previamente, Russell no estaba en nuestros planes (Seba estaba bastante negado a visitar el lugar) y justamente esa tarde la teníamos destinada para hacer kayak; el viento y el oleaje del mar que habíamos presenciado fuera de la bahía nos hicieron desestimar totalmente esa opción. Adaptándonos rápidamente a la situación, pedimos los tickets de cortesía para regresar en alguno de los ferris de la misma compañía que parten en forma horaria, y desembarcamos.