sábado, 29 de septiembre de 2018

Isla Martín García: recorrido a mi manera!

By Sole

Con mi sombra proyectada hacia adelante como única compañía, tomo un sendero paralelo a la costa lleno de nostálgicos cañones: ayer relucientes piezas de artillería grises en actitud ofensiva asomando hacia el río, hoy resabios militares invadidos por el óxido ocultos en actitud defensiva detrás de un parapeto de espesa vegetación.


El esquemático mapa que traje impreso me guía a un largo túnel formado por árboles entre cuyas ramas se cuelan unos rayos de sol. Me entretengo buscando entre la maraña de ramas, hojas, raíces, yuyos y cactus del sotobosque algún signo de la fauna. Miro y escucho, pero no veo ni oigo nada: la quiescencia y el silencio de la siesta se apoderaron del lugar.



El camino muere abruptamente en la pista del aeródromo. No hay barrera ni cartel que impida atravesarla rumbo a la zona intangible, una lengüeta de tierra sin sendas cubierta por vegetación espinosa y pantanos en los que habitan mosquitos y ofidios venenosos como las yararás. Como si fuese a cruzar la calle miro hacia ambos lados, pero el sentido común le gana a la curiosidad y en lugar de precipitarme hacia lo inhóspito regreso sobre mis pasos hasta un desvío que conduce al interior de la isla.



Avanzo y retrocedo un par de veces buscando la base de la alta chimenea que sobresale como un periscopio entre la espesura: el crematorio. Finalmente, una de las sendas solitarias me lleva hacia un tinglado que cubre un gran horno de ladrillo como de pizzería, conectado por un caño al tubo longilíneo que antaño exhalaba humo.



Me acerco con cierta aprensión mientras compruebo que los panales de avispas que cuelgan del techo están deshabitados. Pispeo a través de una de las cuatro aberturas del incinerador, las fauces de ese monstruo que se alimentaba de cuerpos digiriéndolos a cenizas. Al rodearlo, descubro que del otro lado los orificios sin puertas son ocho, dos grandes y seis pequeños; asocio esa pequeñez con el cuerpo de un niño.



Las mortíferas epidemias de cólera y fiebre amarilla de fines del siglo XIX motivaron la construcción del crematorio y la de un lazareto que ya no existe. Si recluían a los presidiarios en medio del Río de la Plata, ¿por qué no hacer lo mismo con los infectados? Los pacientes de Buenos Aires eran aislados en la isla hasta su recuperación, o hasta perder la guerra contra los microbios. Otros de los huéspedes del nosocomio eran los inmigrantes que habían estado en contacto con infectados durante el viaje en barco desde Europa, quienes debían superar la cuarentena sin infecciones; los que pasaban la prueba seguían viaje hacia la tierra prometida.

Rubén Darío detalla en sus “Cartas del lazareto”, publicadas en “La Nación” en 1895,una lúgubre escena: “Las autopsias se hacen en un pequeño espacio que queda frente al horno de cremación, a pleno aire…. Concluida la tarea del médico, colóquese el muerto en dos tablas unidas por sus extremos. Entretanto, la alta chimenea de ladrillo está humeando. El horno aguarda. Acércome á mirar, y una bocanada ardientísima me hace retroceder. El cuerpo es colocado y empujado con una larga pala de hierro, sobre la superficie lista del lecho interior. Por una parte, á la entrada, hay una abertura por dónde se notan las llamas; mucha llama y mucho humo, negro y rojo; un verdadero purgatorio científico. Ciérrase la puerta y empieza la cremación”.

Como si estuviese en un tren fantasma, vuelvo al solitario túnel arbóreo hacia el cementerio. Tras un breve recorrido por el mundo de los vivos, en el que cruzo un par de personas en una confitería ubicada donde estaba el lazareto, un cartel invadido por el óxido anuncia la inminente llegada a destino.



Lo primero que se ve son dos filas de sepulturas que semejan cajas rectangulares blanquecinas de zapatos coronadas por cruces torcidas. El porqué de su forma es un misterio: la teoría más suspicaz dice que fueron confeccionadas por una secta anticristiana, mientras que la más realista es que era el único molde que había para hacerlas.



Camino entre las tumbas evitando ponerles caras o historias a los nombres tallados en lápidas y cruces de hierro enterradas a la sombra de los árboles que delimitan el lugar. Saco algunas fotos y salgo, no me siento cómoda aquí sola.

Falta una hora para que parta la lancha y apuro la marcha. Tomo el sendero hacia el antiguo puerto donde me sorprende una pared viviente de cañas de bambú que superan los 2 metros. Enseguida aparece un bosque de altos y fragantes eucaliptus con el mismo aroma que salía del humeante menjunje que preparaban las abuelas cada invierno para “abrir los bronquios”.




De repente noto un movimiento, algo se arrastra por el suelo. Al agacharme veo que es un gusano de 8 cm de largo, gordo y lleno de pelos rojos y blancos: ¡Es una oruga de mariposa bandera argentina! En Martín García crece el coronillo, un árbol del que se alimentan estos insectos con alas albicelestes.



El paso por el viejo puerto con su barrio chino es rápido. Su nombre nada tiene que ver con los orientales y los bambúes, sino que hace referencia a los mestizos o “chinos” que vivieron aquí. Dejado a la merced de la naturaleza, con higuerones que echan raíces por todos lados, solo quedan en pie los esqueletos de las viviendas: 200 metros de paredes despojadas de puertas, ventanas y alma.



Al rato desemboco en el pueblo que está despertando de la siesta. Un par de muchachos salen de la despensa con sudantes botellas de cerveza bien frías; un grupo de amigos se anima a unos mates calientes con bizcochos a la sombra de los árboles en la plaza y varios turistas se despiden de la isla cargando bolsas con pan dulce de la panadería Rocío, que viene horneándolos desde 1913.

Me quedo con ganas de seguir recorriendo los senderos y de ver los lagartos overos que suelen asolearse cerca de la costa, pero que hoy no se atrevieron a enfrentar los 35°C de la tarde. Con la promesa de regresar para continuar descubriendo los rincones menos visitados de la isla subo al catamarán, que al haber estado todo el día al sol y no tener aire acondicionado es un horno. El alivio llega cuando arrancamos y la corriente de aire comienza a entrar por las ventanillas. Las suaves oscilaciones de la embarcación me acunan y duermo mi postergada siesta.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Isla Martín García: recorrido modo tour

By Sole

Sábado 9 de diciembre 2017

El reloj todavía no marcó las 8 AM y el termómetro ya llega a los 25°C. El catamarán de la excursión deja atrás el embarcadero de la Estación Fluvial de Tigre y toma el río Luján buscando su desembocadura en el río de la Plata rumbo a la isla Martín García.

Minutos antes de embarcar en Tigre

Pasamos junto a islas con pastos reverdecidos donde sobresalen casas que parecen arañas con patas largas: durante las crecidas, el agua no hace diferencia entre las humildes casitas de madera con botes en composé y las modernas casas de material con grandes ventanales y lanchas en sus muelles cual autos de alta gama.



Al tiempo que nos deslizamos apaciblemente sobre el agua, la guía de la excursión comenta que “Martín García es una isla de 1,80 km2 en el río de la Plata. Su basamento rocoso evidencia un origen diferente al de las vecinas islas sedimentarias que están en constante expansión como las que estamos viendo”. Al comprobar que había captado la atención del grupo compuesto principalmente por mujeres cincuentonas, continúa: “Al norte de Martín García está la isla uruguaya Timoteo Domínguez, que comenzó a formarse en los´60 por el depósito de sedimentos fluviales, y en 1980 terminó unida al islote argentino. Esta es la única frontera seca entre los dos países”. 

Mientas navegamos vemos en las márgenes del río una monótona sucesión de pajonales y selva. Las aguas color café con leche reflejan los rayos del sol y los pájaros crean un coro polifónico camuflado entre el follaje de los arbustos.

Luego de dos horas de navegación desembarcamos en una escollera de hormigón pasando debajo de un arco coronado por un cartel blanco que dice en letras azules “ISLA MARTIN GARCIA. PROVINCIA DE BUENOS AIRES. ARGENTINA”. La aclaración del letrero viene al caso ya que la soberanía siempre fue conflictiva: en la época colonial fue disputada por españoles, portugueses, franceses e ingleses, y en el siglo pasado reclamada por los vecinos uruguayos. Sobre un escritorio, Argentina y Uruguay firmaron en 1973 el Tratado del Río de la Plata, dejando en claro los límites fluviales; sin bien Martín García está en aguas uruguayas, permaneció como territorio argentino con la condición de que fuese desmilitarizada y transformada en reserva natural.

Bienvenidos a Martín García

El sol ya está próximo al cenit. Mientras buscamos la sombra de un árbol, se nos acerca una mujer de cincuenta y tantos años, tez trigueña, melena oscura que roza los hombros, y una amplia sonrisa: es María, la guía a cargo de la visita guiada.

Comenzamos la procesión turística en la plaza Guillermo Brown pasando junto al busto del almirante irlandés y una coqueta pérgola blanca. La atravesamos sin detenernos rumbo a lo que queda del antiguo penal donde parece que hubiese explotado una bomba que sólo dejó parte de las paredes exteriores color rosa con ventanas enrejadas. Más de cerca, veo que los anchos muros de ladrillo no son tan rosados y parecen la paleta de un pintor con manchones rosas, blancos, amarillos y negros: años de historia y humedad están plasmados en los paredones. En el interior no queda nada, todo es tierra, restos de ladrillos, yuyos y árboles; la naturaleza recuperó su lugar.

Lo que queda de la cárcel

Desde 1765 la cárcel funcionó como prisión naval militar para desertores. Luego, albergó a los delincuentes más peligrosos de Buenos Aires y Montevideo; las turbulentas aguas del río eran una barrera más para evitar que escaparan”, comenta María. “Los prisioneros trabajaban en las canteras extrayendo piedras para edificar en la isla y adoquinar calles del actual casco histórico de Buenos Aires”, agrega antes de que el grupo de mujeres se disperse entre las ruinas para sacar fotos.

Unos metros más adelante un edificio con un insólito diseño atrapa mi mirada: el teatro Urquiza. Su forma recuerda dos platos planos antiguos de porcelana blancos con un reborde de hojas amarillas vistos de frente; cada circunferencia está interrumpida por una puerta de madera verde. Entre ambos hay una columna en la que resalta una lira roja y un mascarón del color del sol.

Teatro Urquiza

Este teatro, salón de fiestas y reuniones populares, que en algún momento también fue un cine, desentona con las sencillas construcciones vecinas y el entorno agreste. Hoy no hay artistas, público, ni función, sólo queda el fantasma de lo que fue. Cuesta imaginar a la concurrencia emperifollada con sus atuendos de gala entrando al edificio una noche estrellada de principios del siglo pasado, tiempos en los que ir al teatro era el mayor evento social de la isla.

Unos pasos más adelante nos detenemos frente a una pequeña casa de una planta rodeada por un jardín, igual a cualquier otra de la isla. Con orgullo, María dice: “Mi casa, acá es donde vivo”. Es el lugar que le asignaron para vivir mientras trabaje aquí, situación que comparte con los 160 habitantes permanentes.

La calle muere frente a la sede de la Comisión Administradora del Río de la Plata, una construcción colonial rosa parcialmente cubierta por una enredadera y rodeada por un coqueto jardín con flores y césped que albergó al expresidente Arturo Frondizi durante su confinamiento en 1962. No fue el único presidente recluido en este Alcatraz del Río de la Plata que supo ser Martín García: la lista incluye a Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear y Juan Domingo Perón.

Comisión Administradora del Río de la Plata

Si bien las arboledas con higuerones nos protegen del sol durante cada parada, el calor comienza a pesar; la marcha se va ralentizando y a los rezagados les cuesta cada vez más alcanzar al grupo.

Higuerones

Pasamos junto a una serie de casas anónimas donde el tiempo ha hecho estragos y nos detenemos frente al jardín de infantes Rubén Darío donde asiste un solo niño. A la vuelta están las escuelas primaria y secundaria de modalidad rural: “entre las dos no llegan a cuarenta estudiantes”, nos comenta María mientras saluda con la mano en alto a un hombre con ambo blanco y maletín. Es el médico que atiende en la isla saliendo del hospital, un edificio con paredes blancas manchadas y ventanas cerradas que se extiende a lo largo de una cuadra. Impresiona el tamaño de esta mole para tan pocos habitantes.

El hospital

Al girar nos encontramos con la escuela que resalta por su color mostaza. Una placa con un busto del General Perón recuerda que aquí estuvo el expresidente durante su breve detención en la isla.

La escuela

El calor del mediodía nos envuelve y aletarga, nos arrastramos como caracoles. Estoy fastidiada. Por más que quiera seguir prestando atención a la entusiasta guía, me evado y ya no me importan los presidentes, las batallas del almirante Brown ni quien vivió dónde. Solo quiero comer y salir a recorrer por mi cuenta el resto de la isla. Finalmente, María dice: “vamos a comer”, y mágicamente salimos de este letargo colectivo y enfilamos hacia el comedor.

Los mozos desfilan con tablas llenas de chorizo, morcilla y carne. Los comensales con la mejor ubicación en las mesas, que se extienden cual pasarelas a lo largo del salón, son los que se llevan las porciones más suculentas y jugosas de vacío. No faltan las conversaciones sobre cuántas calorías tiene un choripán, si las grasas del pollo son buenas o malas, y cuál es la mejor pastilla para bajar el colesterol. Me limito a escuchar sin opinar, y con ese silencio comienzo a apartarme del grupo. El postre marca el fin del almuerzo y el comienzo del paseo vespertino autoguiado: Martín García: recorrido a mi manera!



Comentario:
La empresa Cacciola Viajes realiza excursiones los martes, jueves, sábados y domingos que incluyen navegación, visita guiada y almuerzo. Si bien se puede contratar directamente con ellos, yo lo hice a través de RHM BUENOS AIRES que me incluían el traslado entre la Ciudad de Buenos Aires y Tigre ida y vuelta.


sábado, 8 de septiembre de 2018

Razones para visitar San Nicolás

By Sole

Sábado 25 de Noviembre 2017 

Habíamos evaluado en varias oportunidades hacer una escapada a San Nicolás pero por una razón u otra nunca la habíamos concretado. Esta vez, con la excusa de participar en “El cruce del Yaguarón” (una carrera de aguas abiertas), cargamos el auto y partimos hacia ahí.

San Nicolás de los Arroyos (como se llama oficialmente) está a 230 km de Buenos Aires, una distancia que para nuestro gusto está en el límite de las escapadas de un día y las de fin de semana. Tal como indicaba el mapa, el camino resultó bastante directo: tomamos Panamericana (nos desviamos por ramal Tigre), seguimos por la ruta 9 (la misma que va a Rosario) y salimos en el cartel “San Nicolás”.

Antes de las 10 de la mañana ya estábamos entrando a la ciudad. Con la check list en mano comenzamos el recorrido:


✔  Santuario de la Virgen Maria del Rosario de San Nicolás
Es la principal atracciónde la ciudad. Todos los años moviliza a miles de peregrinos, tanto el 25 de septiembre (el día de mayor afluencia en que se conmemora la aparición de la Virgen a Gladys Quiroga de Motta), como los 25 de cada mes. Siendo 25 de noviembre encontramos bastante gente y una larga fila para ingresar al camarín de la Virgen. Llama la atención la sencillez de la iglesia, sus columnas y techos apenas revocados, la falta de ornamentaciones, y la escasez de imágenes. Tenía lo esencial: la virgen y sus fieles; todo el resto son detalles superfluos, para ver arte están los museos…
👍 Tip:
En los alrededores de la iglesia hay baños públicos y puestos que venden “recuerdos” con la imagen de la virgen, recipientes para llevarse agua bendita (hay varias canillas para servirse libremente) y flores, principalmente rosas, para ofrendar.




✔ Costanera Alta- Parque Perón
Entre el santuario y el río se encuentra este parque con árboles que aseguran algo de sombra, miradores con una buena vista del río al estar en una zona sobreelevada respecto a la costa, bancos para sentarse y hasta un anfiteatro.


Casa del Acuerdo
En esa casa- museo se firmó en 1852 el Acuerdo de San Nicolás, el pacto que sentó las bases de la Constitución Argentina. Entre los firmantes se encontraba Justo José de Urquiza (que había derrocado a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, y era amigo Pedro Alurralde, el dueño de la casa) y los gobernadores de varias provincias.
Cuando nos aproximamos a la puerta nos invitaron a entrar. Acorde a las costumbres edilicias de la época en la que fue construida, alrededor de 1830, tenía un patio central y las habitaciones -la salas del museo- rodeándolo.
Comenzamos por el escenario de la firma del acuerdo donde se exponía el lapicero, la mesa y la lámpara que fueron testigos de ese momento. En el resto de los salones habilitados (algunos estaban en restauración) había armas, uniformes militares, un armonio, vajilla y alhajas de la época. Lo que más nos gustó fue el patio con sus gastadas baldosas rojas, un aljibe, un trío de cañones y plantas florecidas.
👌 Info:
De la Nación 139. Abierto sábados, domingos y feriados de 9 a 13 horas, con entrada libre y gratuita.



Plaza Mitre y alrededores 

  • Plaza Mitre

Nacida en 1748 como “Plaza Principal” en terrenos donados por Rafael de Aguiar, el fundador de San Nicolás, esta plaza es tan antigua como la ciudad. Su pérgola cubierta de plantas y sus árboles que brindan una reparadora sombra la hacen una parada ideal para los días soleados de calor.
👌 Info:
Entre las calles Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Belgrano, Guardia Nacional.



  • Casa Barco Irupé
Se trata de una curiosa construcción en forma de barco ideada por el poeta Oscar Felipe Cafiero. Su atractivo se limita a su originalidad; sacamos la foto y la tachamos de la lista. Con nuestra visión tan particular del arte, lo que más nos gustó fue su terraza con parrilla.
👌 Info:
José Ingenieros entre Sarmiento y G. Nacionales




  • Templo de la Masonería “Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones”
Se trata de un edificio de 1870 donde la logia realizaba actividades culturales. Aunque leímos que se puede llamar con anticipación y coordinar una visita, nos limitamos a mirarlo desde afuera. Siendo sábado en el horario de la siesta, como era de esperar, no había nadie en las inmediaciones.
👌 Info:
De la Nación 78




  • Casa Félix Bogado
Construida en 1820, es la casa más antigua de la ciudad. Cuenta la historia que fue la vivienda del coronel José Félix Bogado, un soldado del General José de San Martín en la batalla de San Lorenzo que llegó a ser el último jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en la campaña por la independencia.
👌 Info:
Francia 223
Abierta de martes a sábados de 9 a 15 y domingos y feriados de 10 a 13, con entrada libre y gratuita.



Parque Regional Forestal y Botánico "Rafael de Aguiar"
Este parque de unas 1400 hectáreas con lagunas y bañados va bordeando el río; tiene un camino vehicular que permite recorrerlo en auto o moto. Cerca de la entrada funciona un complejo de wakeboard o “esquí acuático sobre tabla”, que contrasta con el ambiente natural que reina en las lagunitas internas en las que se puede identificar una interesante variedad de plantas acuáticas y aves.
En la vera del río, hay una lengüeta de tierra con algo de vegetación y árboles aislados, (escasos en un día de sol pleno y mucha gente) muy codiciada por los pescadores y familias que van a pasar un día al aire libre con sus parrillas o a tomar mate. Para los que lo recorren en auto es fundamental dejar toda la ansiedad afuera y circular lentamente ya suele haber gente caminando, corriendo y andando en bici. A nuestro criterio uno de los lugares más lindos de la ciudad.
👌 Info:
San Nicolás de los Arroyos 2900



                                                                                                                                       

El motivo principal que nos llevó a San Nicolás: El Cruce del Yaguarón.

Se trata de la tradicional competencia de aguas abiertas de la ciudad que se realiza desde hace 16 años y que cada vez atrae más participantes.
Seba, un gran nadador (a diferencia mía), fue uno de los 505 inscriptos. Intrépidamente y apenas entrenando 2 veces por semana se anotó en los 8 km… Si lo comparamos con las carreras de running parece una distancia corta… pero si alguna vez nadaron varias piletas en forma ininterrumpida sabrán que es mucho.



El punto de encuentro para la acreditación era en la playita donde comienza el Parque Rafael de Aguiar. Tras entregar el deslinde de responsabilidad, cada participante recibió una remera, una pulsera con velcro -el chip- y su número de participante “tatuado” con marcador negro en ambos brazos.

El azar del destino quiso que ese día estuviese totalmente despejado y con mucho calor. Pasadas las 11:30 fue la charla técnica, y cerca de las 12 comenzaron a subir los nadadores en la gran balsa “transporta ganado” que los iba a llevar río arriba. Verlos subir, uno a uno, con los números en los brazos me generó una sensación angustiante al asociarlo con imágenes de documentales del holocausto.



Como acompañante, se me hizo larga la espera, sobre todo por el intenso calor y el sol del mediodía que eran agobiantes. La percepción del participante desde el agua fue bastante distinta “a mi se me pasó super rápido”.
Luego de deambular un rato, me senté a esperar en la pequeñísima sombra de un arbolito a la vera del río. Tenía asignada la tarea de sacarle fotos a Seba cuando pasara; el muy iluso pretendía que lo identificara con su gorra negra, la misma que tenían muchos otros participantes… Desde ya que no hubo foto.



Apenas pasada la hora de carrera mi nadador hizo su aparición sano y salvo. Había logrado su objetivo: su primera carrera de aguas abiertas en río y con un bien tiempo. Prueba superada!

Una vez que comió el sándwich de carne a la parrilla que tenía incluido con la inscripción y se secó un poco, emprendimos el regreso a Buenos Aires.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Sao Paulo: una mañana en la Avenida Paulista

By Seba

Nuevamente por motivos laborales tuve la oportunidad de visitar Sao Paulo. Ya había ido muchas veces, pero en la mayoría de las ocasiones sólo había estado algunas horas, yendo del hotel a la oficina sin muchas más escalas.
Un cambio de agenda y la imposibilidad de cambiar los tickets de avión me regalaron una mañana en esta gran y caótica orbe de 22 millones de habitantes.

Las primeras impresiones que uno tiene de Sao Paulo se relacionan con sus dimensiones y las grandes distancias. Pero al mismo tiempo, el intenso tránsito y las ondulaciones naturales del terreno la convierten en un laberinto en el cual es difícil moverse, a tal punto que muchos ejecutivos importantes se trasladan en helicóptero (lejos de ser mi caso).

La cuestión es que estaba en mi hotel en plena Avenida Paulista, y luego de haber desayunado un café intenso, gran variedad de frutas difíciles de encontrar en Argentina (papaya y mango mis preferidas), y unos pancitos de queso, tenía unas cuatro horas por delante antes de emprender el camino al aeropuerto de Guarulhos. Qué puedo hacer en esta ciudad gigante en cuatro horas???

Fácil: buscar atracciones cercanas. Así que me dirigí a dos lugares bastante emblemáticos que estaban a menos de 500 metros a pie, sobre la misma avenida: el MASP y el Parque Trianon.

El MASP (Museo de Arte de San Pablo) fue creado en la década de 1940, aunque su edificio actual, destacable por su arquitectura modernista, fue inaugurado a fines de los ‘60, convirtiéndose rápidamente en un ícono de la ciudad.


Museo de Arte de San Pablo

Si por fuera es un edificio atractivo, su interior no se queda atrás. La exhibición principal consta de una enorme sala en la que las obras cuelgan del techo, como suspendidas en el aire por todo el espacio, pero siempre mirando hacia la entrada, diferenciándose de los museos tradicionales en los que las galerías son largos pasillos con cuadros en las paredes. El efecto que se logra en el MASP es muy interesante, porque permite que las obras acaparen todo el protagonismo y la circulación sea más fluida y libre.




Yendo a los cuadros en sí, se puede disfrutar de una colección muy diversa, que incluye artistas como Picasso, Van Gogh, Modigliani, Renoir, Matisse entre los más renombrados. Pero también hay pinturas de la época renacentista y de pintores latinoamericanos más contemporáneos (como Siqueiros o Diego Rivera) mezclado con arte asiático o trabajos de artistas locales. Detrás de cada obra hay una breve descripción de la misma (en inglés y portugués) que ayuda a entender el contexto histórico del artista, sus influencias y lo que intentaba plasmar en su composición.




Luego de poco más de una hora en un museo me empiezo a aburrir y se me cansan las piernas… necesito moverme! Así que consideré que los 30 reales que había pagado de entrada ya estaban amortizados y salí a dar una caminata por la zona de la Avenida Paulista y el barrio residencial de Jardims.

Luego de un buen rato de subidas y bajadas, la temperatura había empezado a subir y empezaba a necesitar sombra y un lugar de tranquilidad. Para esas ocasiones, nada mejor que comprar un café y un sándwich (o más bolitas de queso!) en algún takeaway y dirigirse al Trianon.




El Trianon, oficialmente Parque Siqueira Campos, es un oasis verde un el medio de una jungla de hormigón. Son dos manzanas enteras de pura mata atlántica, el ecosistema de la región antes que se construyera esta mega metrópolis.

Al ingresar al parque desde la avenida Paulista y empezar a transitar sus senderos, la temperatura baja drásticamente a la sombra de enormes árboles. No soy un experto en botánica y me resulta difícil distinguir las especies, pero les aseguro que había enorme variedad: árboles grandes, árboles chicos, arbustos, palmeras, sotobosque… se podía oler la humedad y la frescura.




Es un gran refugio de oficinistas en horas del almuerzo, o de adultos mayores que van a caminar o hacer taichí o simplemente de cualquier persona que quiera sentarse a la sombra a leer un libro y aislarse del caos y la locura del distrito financiero más importante de América Latina.



Ya había pasado un buen rato y sólo me quedaba tiempo para regresar al hotel, agarrar la valija y salir al aeropuerto. En el camino, hice un parate en un supermercadito a comprar algún buen café, farofa para hacer feijoada y polvo para hacer los pancitos de queso. La última tentación fue pasar por un local gigante de Livraria Cultura, un lugar ideal para comprar libros con total tranquilidad.

Até a próxima reunião de trabalho Sao Paulo!