miércoles, 28 de enero de 2015

La Paz, más cerca del cielo

By Seba

Septiembre 2014


La capital de Bolivia es la que se encuentra a mayor altura sobre el nivel del mar: Se aterriza en el aeropuerto internacional de El Alto, ubicado a 4000 metros, para luego descender al valle donde está el centro urbano, a unos 3600 metros.

Panorama de La Paz
Es sabido que a esas alturas la atmósfera es diferente, el oxígeno escasea y los nativos del llano nos sentimos extraños. Existen numerosas historias de catástrofes futbolísticas justificadas con excusas acerca de la falta de aire, e incluso se analizó seriamente prohibir los partidos internacionales. De momento la selección de Bolivia sigue ejerciendo su localía en el estadio Siles de la Paz, donde a veces gana, y a veces pierde…

Reuniones laborales me llevaron a esta ciudad por tercera vez. Conservaba algunas imágenes de lugares interesantes, pero nunca había tenido tiempo de recorrerla con libertad, a la manera que me gusta. En esta ocasión me reservé un día completo para caminar por la zona con más historia y más actividad de La Paz.

En mi primera visita había sufrido mucho la altura, sintiendo dolores de cabeza, mareos y náuseas. Ya en la segunda forjé una alianza con el té de coca, que resultó ser infalible contra el “soroche”. Así que en esta ocasión no lo dudé, y confiando en el poder de las infusiones, me lancé a recorrer la ciudad luego de un desayuno “poderoso”.  A menos que tengan que someterse a un control antidoping, mi recomendación es tomarse un tecito antes de acostarse y otro con el desayuno!

Té de coca para el mal de altura
Siempre caminando relajado y a ritmo lento, empecé a subir desde mi hotel (ubicado en la zona de la plaza Isabel la Católica) hacia la zona de la plaza Murillo. En la caminata por la avenida 16 de Julio me empecé a cruzar con las imágenes que hacen de La Paz un lugar muy pintoresco: sus ómnibus de colores, sus personajes, sus comercios, todo en el marco de una prolijidad y desarrollo creciente, que contrasta bastante que lo que había percibido en mi primera visita, en 2006.

Colectivos de La Paz
La plaza Murillo es un centro de mucha actividad de gente local: las cholas empiezan a bajar desde El Alto, la gente se sienta en los bancos a tomar algo, los lustrabotas ganan sus billetes mientras las palomas van y vienen. Lo primero que llama la atención a la vista es el Palacio Quemado, la sede del poder ejecutivo, con su particular reloj cuyas agujas giran al revés, hacia la izquierda. Es una obra de estilo neoclásico, con un leve tono amarillo en su fachada. Al girar la cabeza, nos encontramos con el imponente edificio de la catedral, y en el horizonte, el rojizo de las calles de ladrillo en la ladera de la montaña.

Palacio Quemado desde Plaza Murillo
Al salir de la plaza e internarse en el resto de las estrechas calles no puedo dejar de sorprenderme con la informalidad del comercio, plasmada en un sinnúmero de puestos callejeros que vende absolutamente de todo, desde jugos naturales, galletitas, máquinas de afeitar o papel higiénico. En cada esquina se puede levantar la vista y encontrar la maraña de cables eléctricos, y no puedo evitar transportarme a Old Delhi y recordar el caos de sus calles. Comparado con eso, La Paz es más ordenado, o tal vez después de visitar India nuestra capacidad de asombro se redujo drásticamente!

Maraña de cables en el casco histórico
Sin dolores de cabeza, falta de aire o cualquier síntoma del mal de altura, sigo caminando en busca del mirador Killi Killi. Para llegar aquí hay que caminar unas ocho cuadras desde la plaza, siempre en subida! Llego bastante agitado, pero la recompensa lo justifica: una fantástica vista panorámica de todo el valle donde se asienta la ciudad, las laderas pobladas que se explican por el crecimiento poblacional, el estadio Hernando Siles, y algunos gigantes de la Cordillera de los Andes, como el macizo de illimani, que se eleva por encima de los 6400 metros sobre el nivel del mar, haciendo las veces de centinela de la ciudad.

Illimani desde mirador Killi Killi
Se acerca el mediodía y el sol empieza a hacerse notar, ya no quedan rastros del frio matutino. A esta altura la radiación solar es muy fuerte, y exponerse a eso puede ser muy nocivo para la piel (especialmente para los pelados sin sombrero) así que la gente empieza a buscar la sombra, o camina bajo un paraguas. El tránsito de la ciudad es frenético, pero las calles tienen personajes que van a su ritmo, en su propio universo…

La auténtica chola paceña
Luego de sacar las fotos de rigor en el mirador, rodeo nuevamente la plaza y recorro la zona comercial, para volver a la Avenida  16 de Julio y salir frente a la Iglesia de San Francisco, una de las atracciones de la ciudad. La construcción de estilo barroco andino data del siglo XVIII, y es realmente imponente, sobre todo por la torre del campanario que domina el exterior del edificio. El interior guarda una enorme solemnidad, y está coronado por un altar impresionante, que debe tener mucho oro… En esta ocasión no visité ni el museo ni los claustros  -ya lo había hecho en 2006 de manera fugaz- pero es algo que vale la pena hacer.

San Francisco
La calle que asciende por el lateral de la iglesia es Sagarnaga, y se ha vuelto bastante turística en los últimos años. Hay algunos hoteles y cafés con servicio de wifi, que se mezclan con los coloridos locales de artesanías, mayormente mantas, bufandas, gorros, bolsos, guantes con motivos andinos. Es difícil determinar lo qué es verdaderamente artesanal (bufandas de lana de alpaca) de lo industrial. La mayoría de los locales tienen los mismos productos y a precios muy similares, y aunque hay cierto margen para el regateo, el porcentaje de descuento que se puede obtener es módico comparado con los regateos indios, a lo sumo se logra un 20%. Terminé comprando unas bufandas, algunos gorritos y guantes de lana, similares a los que había comprado años atrás, aunque con precios un poco inflados.

Artesanías del altiplano
La segunda calle subiendo por Sagarnaga es Linares, y doblando a la derecha en esta se llega al curioso Mercado de las Brujas. En realidad se trata de varios locales a la calle en donde se venden infusiones, amuletos y pócimas mágicas, que aseguran el éxito en el amor o en los negocios. Lo más llamativo son los fetos de llama momificados que cuelgan hacia la calle en el frente de cada comercio. Al parecer, las creencias de la gente del Altiplano le otorgan poderes a este elemento, algunos lo entierran antes de comenzar a construir una casa, otros lo queman antes de emprender un viaje o un negocio. Seguí mi camino, rechazando las ofertas de un polvito que aumentaba la potencia sexual…

Fetos de llama momificados en Mercado de las Brujas

Viagra Boliviano
Después de un almuerzo ligero y de dar unas vueltas más por esta zona empecé a volver al hotel, metiéndome al azar en algunos comercios, observando a la gente en sus labores, husmeando en los puestos callejeros. Al alejarse del centro empiezan a encontrarse edificios más modernos, empresas, concesionarios de autos, restaurantes y pubs, centros comerciales, todos ellos reflejo de una país arraigado a fuertes tradiciones pero inmerso en un proceso de cambio y de modernización, de una mirada puesta en el futuro. La Bolivia de mañana pendula entre la “chola” que cambia dólares sentada en la vereda y los miles de chicos que salen del colegio con las netbooks bajo el brazo.

jueves, 22 de enero de 2015

Un día en Miramar

By Sole

13  de septiembre 2014

Como Seba cumplía años me tomé el fin de semana libre y el viernes a la tarde partimos hacia Mar del Plata. El día de su cumpleaños quería hacer algo especial: pasar el día al aire libre pescando y comiendo un asadito.

Teníamos pensado ir a un camping de la laguna de Sierra de los Padres, pero los planes se vieron truncados por el metro de agua que inundaba los alrededores de la misma. Rápidamente buscamos un plan B: Miramar!

El sábado a la mañana sin apuro agarramos el auto y tomamos la ruta 11 hacia el sur, pasando por una sucesión de balnearios, barrios y localidades que con sus bosques, acantilados, médanos y construcciones hicieron que el recorrido sea muy entretenido.

Luego de recorrer 60 km, aproximadamente una hora más tarde, estábamos en Miramar. Estimo que por la época del año y el horario, apenas eran las 10 de la mañana, la zona costera estaba desierta! Un grupo de edificios con vista al mar –los únicos de la ciudad-, fueron seguidos de casas bajas; a medida que nos fuimos acercando a la zona del centro aparecieron unos pocos negocios abiertos y algunos lugareños caminando por la calle.

Compramos carbón para el asado en la única verdulería que vimos abierta, y volvimos hacia la costa topándonos con el espigón de pescadores donde había varios hombres pescando. Quedé sorprendida al ver cómo iban picando uno a uno los pejerreyes atraídos por los camarones usados como carnada. Almuerzo asegurado para varios pescadores!


Muelle de Miramar

Siguiendo los carteles indicativos llegamos la Vivero Dunícola Municipal “Florentino Ameghino” de Miramar, el lugar que habíamos elegido para hacer el asadito. Este bosque artificial con una superficie de 500 hectáreas fue erigido con el objetivo de frenar el desplazamiento de arena de los médanos hacia el poblado.

Sospecho que también llegamos temprano al vivero: prácticamente no nos cruzamos con otros seres vivientes! Pasamos por una zona de fogones, junto a una proveeduría y un restaurante, donde ni siquiera había perros! Dimos un par de vueltas con el auto siguiendo el camino de ripio terminando aparcando en un área de fogones más alejada que nos pareció más tranquila. Aún era temprano para empezar a cocinar por lo que decidimos caminar un poco.

Iniciamos el paseo por la gruta de Lourdes. Nos encontramos con la imagen de la virgen rodeada por una inmensa cantidad de rosarios y placas con inscripciones. Respetuosamente hicimos silencio en el lugar y ascendimos el médano que estaba por detrás. Unos pasos y ya estábamos en el interior del bosque de pinos y eucaliptus! Encontramos un sendero que se abría entre las coníferas; sin dudarlo dos veces comenzamos a seguirlo. Fuimos ascendiendo, descendiendo y metiéndonos entre vegetación con distinto grado de espesura; realmente un recorrido muy ameno y entretenido. En un momento el camino nos llevó a una zona sobre elevada y árida desde la que se tenía una vista panorámica de los árboles de los alrededores y al fondo el mar!

Vivero de Miramar
Mientras Seba sacaba una foto panorámica, yo observaba el paisaje cuando algo llamó mi atención. “Qué es eso?” pregunté mientras veía a varios metros un animal con andar felino que atravesaba el sendero. “Lo ví por el visor de la cámara” me contestó Seba. Con mis escasos conocimientos sobre la fauna local sugerí “un gato montés?”. En este momento, luego de haber investigado un poco sobre los animales que habitan la zona estoy 99% segura de que vimos un gato montés. No sé Seba, pero por mi parte puedo decir que ese pequeño felino me puso en estado de alerta; de ahí en adelante la caminata no fue tan relajada como al principio. No volvimos a cruzarnos con ningún ejemplar, y por suerte tampoco con ninguno de los roedores cuya presencia predije luego de atravesar una zona de cañaverales.

De alguna manera extraña no nos perdimos y el camino nos condujo de regreso a la gruta. La hora había pasado y con eso también la tranquilidad de lugar; un grupo de mujeres hablaban a viva voz y se reían de tal manera que me recordó al cacareo de una gallina.

De regreso en la zona de fogones elegimos uno de los que estaban junto al auto, y preparamos el mate con bizcochitos. Ya especialista en la materia, Seba encendió el fuego usando además del carbón algunas ramitas y piñas que habíamos recolectado. Pronto sacó la parrilla del baúl y colocó la colita de cuadril.
Entre mate y mate pasó el tiempo y cuando nos quisimos dar cuenta nuestro almuerzo estuvo listo. Los sándwiches de carne con pancitos frescos estaban riquísimos! Un aplauso para el asador!!!

Se viene el almuerzo!!!
En lugar de dormir la siestita post almuerzo al sol decidimos hacer otra caminata por otros senderos. Mientras ascendíamos un pequeño médano no pudo faltar el atinado comentario “y yo pretendo ganarle a alguien de acá entrenando cuestas en Libertador” (haciendo referencia a las calles con pendiente que parten de la avenida Libertador en la zona de Retiro). No pasaron 5 minutos que nos cruzamos con un hombre que venía corriendo!!! Imposible acercarse al tiempo que puede hacer en una carrera de aventura alguien que entrena en estos lugares!!! Más allá de las características del suelo –no es lo mismo subir una pendiente de pavimento que una de arena en la que se van hundiendo los pies- es mucho más entretenido!!! Igual en mi caso perdería por el simple hecho de no entrenar y ni siquiera ir hasta Libertador!!! Jaja.

Esta vez no hubo felinos, sólo nos cruzamos con varios pajaritos, que en un par de oportunidades me sobresaltaron por el ruido que provocaban al salir volando de entre arbustos. Respiraba aliviada cuando veía que de entre las hojas salía un pájaro y no alguna alimaña.

De alguna manera terminamos en la playa donde en lugar de oirse el sonido del mar se escuchaba el rugido del motor de los cuatriciclos… Varias camionetas 4 x 4 estaban estacionadas en medio de la playa en una especie de estacionamiento imaginario. En las inmediaciones había algunas personas sentadas o caminando por la playa y un par de cuatriciclos dando vueltas.

Instintivamente, escapando de la gente, caminamos hacia el norte junto a un perro “playero” –no podría llamarlo “callejero”- que nos acompañó durante gran parte de nuestro camino de regreso hacia la zona de campings. Como buen perro sin dueño se quedó donde sabía que podía llegar a conseguir un trocito de carne: los fogones.

Seba con su perro "playero"

Ya sin la compañía de nuestro amigo canino volvimos al auto, y seguimos viaje; tomamos la ruta con destino a Mar del Sud.

Hasta hace muy poco tiempo ni siquiera sabía de su existencia. Una nota de TN invitaba a descubrir este lugar perdido en el olvido donde en algún momento había existido el esplendoroso Hotel Boulevard Atlántico. El potencial crecimiento y desarrollo del pueblo se truncó cuando en 1890 producto de unas tantas crisis económicas del país se frustró la llegada del ferrocarril, quedando prácticamente aislado del flujo de visitantes a diferencia  de otras ciudades balnearias vecinas como Miramar.

Volvimos a tomar la ruta 11 y recorrimos unos 17 km, apenas cruzándonos con grupos de ciclistas que aprovechaban la falta de autos para circular por ahí. Ingresamos al pueblo y giramos en la única calle pavimentada, con dirección hacia la playa. Sinceramente me decepcionó el lugar, esperaba encontrarme con algo más pintoresco por lo que había visto en la televisión. El gran atractivo del lugar, el viejo hotel, apenas asomaba de entre los paredones que lo rodeaban, y el sector de mampostería que se lograba ver desde afuera había sido reconstruido. Confirmamos que estaban remodelándolo cuando vimos un par de obreros en el techo trabajando bajo los rayos del sol.

Salvo por estos hombres parecía un pueblo fantasma. Despensas, inmobiliarias y las dos cafeterías ubicadas en la calle principal se encontraban cerradas. Antes de dar la media vuelta y volver a la civilización, estacionamos el auto y caminamos un poco por la playa disfrutando la soledad del lugar.

La soledad de Mar del Sud
En el regreso, hicimos una parada en el bosque energético que se encuentra entre este pueblo y Miramar (a unos 5 km).  Nos encontramos con un paisaje muy similar al del vivero que habíamos visitado a la mañana –de hecho también fue creado por el hombre para fijar las dunas móviles-. Los lugareños cuentan que mucha gente experimenta sensaciones y vivencias difíciles de explicar con palabras cuando recorren el lugar. Caminamos un rato por sus senderos pero la verdad es que no sentimos nada en particular; simplemente nos resultó un lindo paseo por el bosque y las dunas.


Bosque energético
Atravesamos Miramar, y antes de llegar a Mar del Planta ingresamos en la escollera sur coronada con la imagen del Cristo Redentor. Si bien visite infinidades de veces la ciudad nunca había visitado este lugar. Resulta interesante ver una pequeña playita llena de lobos marinos y los coloridos barcos amarrados en esa parte del puerto.

Puerto de Mar del Plata
Además hay varias pescaderías que ofrecen una amplia variedad de pescados, y un par de negocios con souveniers olvidables.

Souvenir, souvenir...


Cansados pero contentos con todo lo que habíamos hecho durante el día regresamos a la ciudad feliz!

martes, 13 de enero de 2015

Mercados del mundo

By Seba

Lugares de intercambio, lugares donde uno deja cosas pero se lleva otras. Los mercados son lugares con vida, con bullicio, con alegría y también carácter. Más allá de los íconos turísticos de las ciudades que visitamos, nos encanta mezclarnos entre la gente que vive allí, porque viendo cómo compran nos acercamos a entender cómo viven realmente.

Campo dei Fiori (Roma): saliendo de Piazza Navona hacia el Tíber, esta plaza congrega cada mediodía a vendedores de frutas y verduras frescas, pastas y flores (de ahí viene su nombre). Parada obligada para refrescarse con un jugo y recargar energías para seguir caminando por la Ciudad Eterna.


Pastas en Campo dei Fiori

Dolac Market (Zagreb, Croacia): a plena luz del día, cientos de puestos con las más coloridas frutas ofrecen sus productos en pleno centro de la ciudad. En el área cubierta, llaman la atención los puestos de carnes y embutidos, y los baldes donde se fermenta el repollo para hacer chucrut.

Flores en Dolac Market

Mercado Central de Budapest (Hungría): muy cerca del centro y de la ribera del Danubio, un imponente edificio antiguo luce remodelado y ofrece productos frescos y artesanías muy delicadas, cómo muñecas de tela o manteles. Los pimientos para paprika tienen un lugar destacadísimo.

Fachada del Mercado Central de Budapest

Todo tipo de pimientos en Budapest

Souvenirs callejeros de Salzburgo (Austria): en una ciudad con el encanto de los cuentos de hadas, las calles albergan puestos con muchas artesanías en madera y otros materiales, a precios bastante más caros de lo que uno espera en un puesto callejero.

Recuerdos de Salzburgo

Portobello Road Market (Londres): una cita imperdible cada sábado en el barrio de Notting Hill. Antigüedades, arte moderno y productos frescos con el marco de las coloridas casas del barrio que se hizo película.

Portobello Road Market

Mercado del Rastro (Madrid): iba cada domingo, a tu puesto del rastro a comprarte… Las estrofas de Sabina inundan la atmósfera de este mercado de baratijas, ropa y objetos vintage que se encuentra en la zona sur del centro de la capital de España. Ideal para la previa del vermouth.

Domingo en el Rastro

Mercado de la Boquería (Barcelona): a metros de las Ramblas, un paraíso de los amantes del pescado, los mariscos y el jamón ibérico.

Jamones en Mercado de la Boquería

Paharganj (New Delhi, India): el caótico barrio adyacente a la estación de trenes es una digna bienvenida a la India y sus comercios, un primer paso para especializarse en el arte del regateo. Muy recomendables locales de pashminas sobre Main Bazar rd.

El caótico Paharganj

Spice Market (Old Delhi, India): al final de la indescriptible Chandni Chowk hay varios locales típicos con las especias más variadas, infaltables en los aromáticos platos de la cocina hindú. Un paseo hasta aquí en cycle-rickshaw desde el Red Fort es toda una experiencia, esquivando una maraña de vehículos y vacas!

Spice Market de Old Delhi

Feria de Jaipur (India): Jaipur es llamada la ciudad de los bazares, en sus amplias y geométricas calles (una rareza en este lado del mundo) todos los rubros están presentes; a nosotros nos gustaron mucho los de vegetales.

Feria de Jaipur

Pesando vegetales en Jaipur

Mercados callejeros de Kathmandú: la capital de Nepal no tiene mercados formales, sino laberínticas calles donde la gente ofrece todo tipo de productos: especies, vestidos, cacharros de bronce, vegetales, flores y hasta carnes en dudoso estado de refrigeración. Una mención aparte merece la zona de Thamel, atestada de carteles que buscan atraer turistas.

Asan Tole, Kathmandu

Carnicería de Kathmandu

Estímulos visuales de Thamel

Chatuchak Market (Bangkok, Tailandia): un mercado de fin de semana famosísimo, aunque un poco coptado por el turismo, con menos encanto (y menos rarezas) de las que debe haber tenido. Es muy interesante la parte de comidas, con un montón de platos de todo tipo de animales, incluso insectos.

Comida extraña en Tailandia

Rarezas en Chatuchak

Mercado de las Brujas (La Paz, Bolivia): En el centro de una de las capitales más altas del mundo, escondidos entre negocios que venden ropa y artesanías del Altiplano, encontramos estos curiosos negocios, decorados con fetos de llama momificados, que venden diferentes pociones mágicas para tener éxito en el amor o los negocios (calle Linares y Sagarnaga).

Calle de las Brujas

Greenmarket Square Market (Ciudad del Cabo, Sudáfrica): el lugar por excelencia para comprar chucherias africanas, incluyendo animales de madera y las típicas pinturas coloridas.

Greenmarket, Cape Town

Grand Bazaar (Estambul, Turquía): este enorme predio techado que data del siglo XV es un lugar ineludible para cualquier visitante de Estambul. Ya dejó de ser el lugar donde los locales compran (lo siguen haciendo en el laberinto de calles que rodean el bazar), y está convertido en un atractivo para el turismo internacional, pero no deja de tener su encanto, con su particular decoración, sus locales de alfombras, lámparas y cerámicas, y el frenético trabajo de los delivery de té.

Grand Bazaar, Estambul

miércoles, 7 de enero de 2015

NYC – La gran manzana (podrida?)

By Seba

Septiembre 2008

La primera vez que uno llega a EEUU resulta chocante por varias razones, pero la primera por orden cronológico es el trato que se recibe en Migraciones: con cierta rudeza y muy poca amabilidad es posible recibir una andanada de preguntas difíciles de responder luego de un incómodo vuelo de 10 horas, incluso cuando no hay nada que ocultar.

El aeropuerto JFK es enorme, y tiene múltiples medios de transporte hacia Manhattan. Un poco por azar y otro por desconcierto y falta de experiencia en el exterior caí en la estación Jamaica Center, que es el epicentro de la comunidad jamaicana en NY. Y sin intenciones de sonar discriminatorio, es justo reconocer que viajar en subte rodeado de negros grandotes con rastas me dio un poco de miedo. Pero con el correr de los días me iba a acostumbrar a todas las razas y etnias que circulan por una de las ciudades más cosmopolitas del planeta.

Mi primera actividad en EEUU era asistir a un curso en White Plains, en las afueras de la ciudad. Así que tomé un tren en Grand Central Terminal y me pasé tres días en salas de reuniones, en medio de un hermoso bosque.

De regreso a Manhattan me alojé en un hostel realmente pobre, que si mal no recuerdo se llamaba Central Park, y queda a unos 50 metros del pulmón de la ciudad, a la altura de la calle 104 Oeste. Si bien quedaba lejos del centro, tenía una estación de metro en la esquina y podía desplazarme fácilmente. Las instalaciones eran  bastante deficientes e incómodas, y la limpieza dejaba mucho que desear.

La atracción más cercana que tenía era justamente el Central Park, que es un espacio verde gigante rodeado de altísimos edificios. Es el lugar ideal para abstraerse del ruido y la velocidad de la ciudad, perderse en sus caminos y disfrutar de distintos paisajes. Los lugares más recomendables son la zona de Belvedere, la parte de atrás del museo Met y Strawberry Fields, donde se encuentra un memorial de John Lennon, quien era asiduo transeúnte de la zona y fue asesinado a pocos metros de allí, en la vereda del edificio Dakota. A pesar de sus impresionantes dimensiones, lo que más me sorprendió fue el contraste entre la belleza y armonía del parque y todo lo que representa el resto de la ciudad, con su suciedad, su caos, sus muchedumbres.

Silueta del edificio Dakota desde el Central Park
Frente a una de las tantas entradas del rectangular parque está el Museo de Historia Natural (el de la película de Ben Stiller “Una noche en el museo”). Es un lugar que los chicos deben disfrutar muchísimo, con sus maquetas de distintos ecosistemas realizadas a tamaño natural, y las infaltables secciones de dinosaurios y astronautas.

Como todo buen turista primerizo en NYC, hice a pie el cruce del puente de Brooklyn. Es un paseo ideal para disfrutar de las panorámicas del Downtown de Manhattan y sus rascacielos y tener una primera vista de la estatua de la Libertad (Ojo con cruzarse por la bicisenda, hay peligro de ser atropellado por un ciclista!). La caminata siguió por Tribeca (Triangle below Canal St) y el Soho (South Houston), que se supone que son los barrios trendy. Por la tarde desemboqué en un mercado callejero de West Village, luego de un descanso en Washington Square, donde nace (o muere) la Quinta Avenida.  Después de dar unas cuantas vueltas en el metro, terminé en Times Square, donde estuve unos minutos hasta que la marea humana me invitó a retirarme.

Brooklyn Bridge

El día siguiente (Domingo) dediqué toda la mañana al Met (Metropolitan Museum of Art): es un museo que se destaca por su variedad, incluyendo reliquias robadas del Antiguo Egipto y obras de arte moderno de Dalí. Me pareció destacadísima la colección de Van Gogh, creo que es una sala imperdible. El museo es enorme y amerita dedicarle varias horas, porque tiene cosas para todos los gustos. Salí para almorzar algo rápidamente y seguí la caminata dentro del Central Park hacia el sur, pasando por el Zoo. Al ser un soleado domingo de un verano que estaba finalizando, el parque estaba lleno de familias haciendo pic nic, remontando barriletes, o paseando sus mascotas.

Al salir del parque entré en la zona comercial por excelencia, las carísimas tiendas de lujo de la Quinta Avenida. Más allá de eso, también hay muchas tiendas de departamentos como Macys en donde se pueden encontrar cosas de todas las marcas a precios mucho más accesibles. La recorrida era un poco aburrida hasta que ví algo que me cambió la vida: Niketown!!! Cuatro pisos de Nike!!! No dejé de llevarme una camiseta original del Celtic y otros chiches…

El lunes recorrí toda Lower Manhattan, Wall Street y la zona de Ground Zero, donde estaban las Torres Gemelas. Es muy impresionante pasar por ese lugar, imaginar la desesperación vivida… en una pequeña iglesia que sirvió de alojamiento a los bomberos y rescatistas hay un memorial muy espontáneo y realmente conmovedor. Ese mismo día tomé el ferry para ir a la estatua de la Libertad y al museo de la inmigración de Ellis Island. 

La estatua es la tarjeta postal de la ciudad, y es un lugar imperdible por lo icónico. La pequeña isla sobre la que está construida no tiene muchas cosas, y después de sacar las fotos de rigor no hay mucho por hacer. Ya en Ellis Island, el museo es un lugar excelente para conocer las luces y sombras del sueño americano, las ilusiones de los millones de inmigrantes que llegaron de Europa con la ilusión de encontrar calles de oro, y al llegar descubrieron que las calles no eran de oro, que ni siquiera estaban pavimentadas, y que ellos iban a ser la mano de obra que las iba a pavimentar…

La Libertad!
El día martes fue más activo en cuanto al shopping, todavía teníamos un tipo de cambio que nos daba un buen poder de compra en el exterior. Todavía no había llegado The North Face a la Argentina, y era difícil conseguir zapatillas Asics… Lo más destacado del día fue la visita al Empire State, el edificio que supo ser el más alto del mundo por la década del 30. Se sube por ascensor hasta el piso 80 y pico, y luego un poco más por escalera. La vista de Manhattan en un día despejado es excelente!

Manhattan desde el Empire State
Los días siguientes incluyeron caminatas relajadas por las avenidas Park y Broadway y visitas a otros edificios de la ciudad, como la Biblioteca (donde se refugian los protagonistas de El día después de mañana), el edificio de las  Naciones Unidas, el Madison Square Garden, la iglesia de Saint Patrick, Rockefeller Center o el Chrisler Building. También me dí una vuelta por el MOMA (museo de arte moderno) que puede resultar un tanto controvertido, y hacer que nos cuestionemos el concepto de arte: hay muchas cosas muy creativas, y muchas otras que asombra saber que valen millones. Creo que lo más destacado, desde mi propia óptica, son las obras de Picasso (Mademoiselles D’Avignon), algunas de Miró y otras de Andy Wharhol.

Entre una visita y la otra esquivaba los caros restaurantes y tenía que caer en Wendy’s o Mc Donalds, donde invariablemente era atendido por un representante de una minoría. Parece ser que los trabajos que nadie quiere son para negros o latinos…

En mi estadía en la gran manzana no pude dejar de estrenar mis zapatillas de correr con un entrenamiento liviano en el Central Park! Tampoco dejé de visitar grandes librerías, y comprar libros para empezar a planear el viaje a las islas británicas.

Una de las cosas que me llamó la atención, y que tal vez estaba motivada por las agradables temperaturas de un otoño que recién comenzaba, era la cantidad de gente que compraba comida o café y se sentaba a comer en los parques y plazas. A pesar de la innumerable cantidad de bancos públicos que había era bastante complicado encontrar uno libre para sentarse a descansar!

El viernes tenía pensado ir a Washington y quedarme dos días, y la lluvia no frustró mis planes. Tomé un omnibús que había reservado online, y cerca del mediodía estaba en la ciudad capital. Me asombré por lo moderno del servicio de subte (que contrastaba con la eficiente pero poco estética red de NYC) y por la tranquilidad y armonía de las calles, sobre todo en los barrios que están detrás del Capitolio.

El sábado fue el día de recorrida: comencé bien temprano por The Mall, yendo desde el Capitolio hasta el Memorial de Abraham Lincoln (donde Lisa habla con el fallecido presidente en un capítulo de Los Simpsons). En el medio, están el Obelisco, el Museo Smithsonian y  memoriales a los caídos en sendas Guerras Mundiales, siempre con alusiones al espíritu libertador del país (que como sabemos nunca invade países por motivos viles).

The Mall desde Lincoln Memorial
Después del mediodía crucé el Potomac para visitar el cementerio de Arlington (ya que estamos con citas de películas, es el del inicio y el final de Rescatando al Soldado Ryan). Ya por la tarde, volví al centro de la ciudad para dar una vuelta en la zona cercana a la Casa Blanca (Bush no estaba para tomar el té conmigo).

Sólo quedaba tiempo para armar la valija, volver a NYC y de ahí al aeropuerto. Me quedé con ganas de conocer más de la pintoresca Washington, aunque tuve una dosis más que suficiente de Nueva York, una ciudad con demasiados íconos imperdibles, pero también con demasiado ruido, demasiados coches, demasiado edificios, y demasiados locales de fast food con piso pringoso.