By Seba
Septiembre 2008
La primera vez que uno llega a EEUU resulta
chocante por varias razones, pero la primera por orden cronológico es el trato
que se recibe en Migraciones: con cierta rudeza y muy poca amabilidad es
posible recibir una andanada de preguntas difíciles de responder luego de un
incómodo vuelo de 10 horas, incluso cuando no hay nada que ocultar.
El aeropuerto JFK es enorme, y tiene
múltiples medios de transporte hacia Manhattan. Un poco por azar y otro por
desconcierto y falta de experiencia en el exterior caí en la estación Jamaica
Center, que es el epicentro de la comunidad jamaicana en NY. Y sin intenciones
de sonar discriminatorio, es justo reconocer que viajar en subte rodeado de
negros grandotes con rastas me dio un poco de miedo. Pero con el correr de los
días me iba a acostumbrar a todas las razas y etnias que circulan por una de
las ciudades más cosmopolitas del planeta.
Mi primera actividad en EEUU era asistir a
un curso en White Plains, en las afueras de la ciudad. Así que tomé un tren en
Grand Central Terminal y me pasé tres días en salas de reuniones, en medio de
un hermoso bosque.
De regreso a Manhattan me alojé en un
hostel realmente pobre, que si mal no recuerdo se llamaba Central Park, y queda
a unos 50 metros del pulmón de la ciudad, a la altura de la calle 104 Oeste. Si
bien quedaba lejos del centro, tenía una estación de metro en la esquina y
podía desplazarme fácilmente. Las instalaciones eran bastante deficientes e incómodas, y la
limpieza dejaba mucho que desear.
La atracción más cercana que tenía era justamente
el Central Park, que es un espacio verde gigante rodeado de altísimos
edificios. Es el lugar ideal para abstraerse del ruido y la velocidad de la
ciudad, perderse en sus caminos y disfrutar de distintos paisajes. Los lugares
más recomendables son la zona de Belvedere, la parte de atrás del museo Met y
Strawberry Fields, donde se encuentra un memorial de John Lennon, quien era
asiduo transeúnte de la zona y fue asesinado a pocos metros de allí, en la
vereda del edificio Dakota. A pesar de sus impresionantes dimensiones, lo que
más me sorprendió fue el contraste entre la belleza y armonía del parque y todo
lo que representa el resto de la ciudad, con su suciedad, su caos, sus
muchedumbres.
Silueta del edificio Dakota desde el Central Park |
Frente a una de las tantas entradas del
rectangular parque está el Museo de Historia Natural (el de la película de Ben
Stiller “Una noche en el museo”). Es un lugar que los chicos deben disfrutar
muchísimo, con sus maquetas de distintos ecosistemas realizadas a tamaño
natural, y las infaltables secciones de dinosaurios y astronautas.
Como todo buen turista primerizo en NYC,
hice a pie el cruce del puente de Brooklyn. Es un paseo ideal para disfrutar de
las panorámicas del Downtown de Manhattan y sus rascacielos y tener una primera
vista de la estatua de la Libertad (Ojo con cruzarse por la bicisenda, hay
peligro de ser atropellado por un ciclista!). La caminata siguió por Tribeca
(Triangle below Canal St) y el Soho (South Houston), que se supone que son los
barrios trendy. Por la tarde desemboqué en un mercado callejero de West
Village, luego de un descanso en Washington Square, donde nace (o muere) la
Quinta Avenida. Después de dar unas
cuantas vueltas en el metro, terminé en Times Square, donde estuve unos minutos
hasta que la marea humana me invitó a retirarme.
Brooklyn Bridge |
El día siguiente (Domingo) dediqué toda la
mañana al Met (Metropolitan Museum of Art): es un museo que se destaca por su
variedad, incluyendo reliquias robadas del Antiguo Egipto y obras de arte
moderno de Dalí. Me pareció destacadísima la colección de Van Gogh, creo que es
una sala imperdible. El museo es enorme y amerita dedicarle varias horas,
porque tiene cosas para todos los gustos. Salí para almorzar algo rápidamente y
seguí la caminata dentro del Central Park hacia el sur, pasando por el Zoo. Al
ser un soleado domingo de un verano que estaba finalizando, el parque estaba
lleno de familias haciendo pic nic, remontando barriletes, o paseando sus
mascotas.
Al salir del parque entré en la zona
comercial por excelencia, las carísimas tiendas de lujo de la Quinta Avenida. Más
allá de eso, también hay muchas tiendas de departamentos como Macys en donde se
pueden encontrar cosas de todas las marcas a precios mucho más accesibles. La
recorrida era un poco aburrida hasta que ví algo que me cambió la vida:
Niketown!!! Cuatro pisos de Nike!!! No dejé de llevarme una camiseta original
del Celtic y otros chiches…
El lunes recorrí toda Lower
Manhattan, Wall Street y la zona de Ground Zero, donde estaban las Torres
Gemelas. Es muy impresionante pasar por ese lugar, imaginar la desesperación
vivida… en una pequeña iglesia que sirvió de alojamiento a los bomberos y
rescatistas hay un memorial muy espontáneo y realmente conmovedor. Ese mismo
día tomé el ferry para ir a la estatua de la Libertad y al museo de la
inmigración de Ellis Island.
La estatua es la tarjeta postal de la ciudad, y es
un lugar imperdible por lo icónico. La pequeña isla sobre la que está
construida no tiene muchas cosas, y después de sacar las fotos de rigor no hay
mucho por hacer. Ya en Ellis Island, el museo es un lugar excelente para
conocer las luces y sombras del sueño americano, las ilusiones de los millones
de inmigrantes que llegaron de Europa con la ilusión de encontrar calles de
oro, y al llegar descubrieron que las calles no eran de oro, que ni siquiera
estaban pavimentadas, y que ellos iban a ser la mano de obra que las iba a
pavimentar…
La Libertad! |
El día martes fue más activo en cuanto al
shopping, todavía teníamos un tipo de cambio que nos daba un buen poder de
compra en el exterior. Todavía no había llegado The North Face a la Argentina,
y era difícil conseguir zapatillas Asics… Lo más destacado del día fue la
visita al Empire State, el edificio que supo ser el más alto del mundo por la
década del 30. Se sube por ascensor hasta el piso 80 y pico, y luego un poco
más por escalera. La vista de Manhattan en un día despejado es excelente!
Manhattan desde el Empire State |
Los días siguientes incluyeron caminatas
relajadas por las avenidas Park y Broadway y visitas a otros edificios de la
ciudad, como la Biblioteca (donde se refugian los protagonistas de El día después de mañana), el edificio
de las Naciones Unidas, el Madison Square
Garden, la iglesia de Saint Patrick, Rockefeller Center o el Chrisler Building.
También me dí una vuelta por el MOMA (museo de arte moderno) que puede resultar
un tanto controvertido, y hacer que nos cuestionemos el concepto de arte:
hay muchas cosas muy creativas, y muchas otras que asombra saber que
valen millones. Creo que lo más destacado, desde mi propia óptica, son las
obras de Picasso (Mademoiselles D’Avignon), algunas de Miró y otras de Andy
Wharhol.
Entre una visita y la otra esquivaba los caros restaurantes y tenía
que caer en Wendy’s o Mc Donalds, donde invariablemente era atendido por un
representante de una minoría. Parece ser que los trabajos que nadie quiere son
para negros o latinos…
En mi estadía en la gran manzana no pude dejar
de estrenar mis zapatillas de correr con un entrenamiento liviano en el Central
Park! Tampoco dejé de visitar grandes librerías, y comprar libros para empezar
a planear el viaje a las islas británicas.
Una de las cosas que me llamó la atención,
y que tal vez estaba motivada por las agradables temperaturas de un otoño que
recién comenzaba, era la cantidad de gente que compraba comida o café y se
sentaba a comer en los parques y plazas. A pesar de la innumerable cantidad
de bancos públicos que había era bastante complicado encontrar uno libre para
sentarse a descansar!
El viernes tenía pensado ir a Washington y
quedarme dos días, y la lluvia no frustró mis planes. Tomé un omnibús que había
reservado online, y cerca del mediodía estaba en la ciudad capital. Me asombré
por lo moderno del servicio de subte (que contrastaba con la eficiente pero
poco estética red de NYC) y por la tranquilidad y armonía de las calles, sobre
todo en los barrios que están detrás del Capitolio.
El sábado fue el día de recorrida: comencé
bien temprano por The Mall, yendo desde el Capitolio hasta el Memorial de
Abraham Lincoln (donde Lisa habla con el fallecido presidente en un capítulo de
Los Simpsons). En el medio, están el Obelisco, el Museo Smithsonian y memoriales a los caídos en sendas Guerras
Mundiales, siempre con alusiones al espíritu libertador del país (que como
sabemos nunca invade países por motivos viles).
The Mall desde Lincoln Memorial |
Después del mediodía crucé el Potomac para
visitar el cementerio de Arlington (ya que estamos con citas de películas, es
el del inicio y el final de Rescatando al Soldado Ryan). Ya por la tarde, volví
al centro de la ciudad para dar una vuelta en la zona cercana a la Casa Blanca
(Bush no estaba para tomar el té conmigo).
Sólo quedaba tiempo para armar la valija, volver
a NYC y de ahí al aeropuerto. Me quedé con ganas de conocer más de la
pintoresca Washington, aunque tuve una dosis más que suficiente de Nueva York,
una ciudad con demasiados íconos imperdibles, pero también con demasiado ruido,
demasiados coches, demasiado edificios, y demasiados locales de fast food con
piso pringoso.
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