lunes, 23 de septiembre de 2013

Puerto Yeruá - Primera impresión

By Sole

Agosto 2013

Partimos un viernes a la tarde de Buenos Aires. El destino elegido para ese fin de semana largo era Puerto Yeruá, un pequeño pueblo en la provincia de Entre Ríos. Tomamos la RN 14 con el sol brillando, que poco a poco fue desapareciendo, recorriendo los últimos kilómetros iluminados sólo por la luna creciente y los focos de los autos.
Pocos metros después de pagar el peaje “Yeruá”, tomamos la salida hacia Puerto Yerúá que se encontraba a la derecha de la ruta. Ya casi estábamos! Tan sólo faltaban 17 de los 450 km que separan el pueblo de Buenos Aires. Lejos de lo que uno esperaría, el camino estaba pavimentado y en muy buen estado. Atravesamos la pequeña localidad de “Calabacilla” y unos minutos después llegamos!

Traspasamos el centro del pueblo sin detenernos, era tarde y queríamos llegar a la casa que habíamos alquilado. Creo que es un lugar para llegar de día, cuando todavía hay luz natural. Si bien las calles céntricas tienen nombres, a medida que uno se va acercando al río, es imposible encontrar un cartel orientativo de dónde uno está! Y encima el GPS desconoce la localidad! Nosotros no tuvimos inconvenientes porque viajábamos con el hermano de Seba y su pareja, que ya habían estado varias veces en el lugar. Me ha resultado imposible encontrar un mapa de Yeruá en internet, así que supongo que la mejor forma de localizar una calle o algún sitio en particular es preguntando a algún lugareño que se crucen en el camino!

Finalmente llegamos a “El Ceibo”, o sea, nuestra casa, de 2 ambientes, con jardín y parrilla. Tenía cocina con horno, heladera, microondas y vajilla para 4 personas. A unos metros de esto, una salamandra, una mesa con dos sillas y la cama marinera, y la puerta de ingreso al dormitorio, que contaba con una cama matrimonial. Salimos agraciados con la cucheta, así que dormimos cual gitanos con los colchones en el piso. Delante de la casa había un porche techado con algunas sillas, una hamaca paraguaya y una de mimbre. El jardín estaba cuidado, con el pasto cortado y algunas plantas.


"El Ceibo", de día.

Si tengo que asociar una sensación a la rústica casita elegiría "el frío"! Si bien nos tocó un fin de semana con muy buen tiempo y temperatura que rondaró los 20ºC, cada vez que entrábamos a este lugar nos congelábamos! Así que durante el día optábamos por estar en el porche, donde desayunábamos y almorzábamos, y a la noche intentábamos calefaccionar el ambiente con ayuda de la salamandra. Seba se hizo cargo de este asunto durante todas las noches, quemando cuanta cosa se le cruzara. La temperatura se mantenía más o menos agradable hasta la 1 o 2 de la mañana, convirtiéndose posteriormente el lugar, en una gran heladera. Y ni hablar del baño! Nunca pude controlar la temperatura de la ducha. Abría el agua caliente, y salía extremadamente caliente, la mezclaba con algo de fría, se estabilizaba 1 minuto con reloj en una temperatura agradable, y después se enfriaba, siendo imposible volver a calentarla. Cada baño fue un suplicio!

Desayuno en el solcito

A pesar del frío interior, nos las arreglamos para pasarla bien. Resultaba sumamente placentero estar sentados al sol, en el silencio que sólo era interrumpido por el canto de los pájaros.
El contacto con la naturaleza no se limitó a los pájaros. No bien llegamos a la casa, nos recibieron un par de perros amigables: gordito y flacucho. Como podrán imaginar, los nombres de estos callejeros producto de la mezcla de razas, se debían a su aspecto físico. Gordito era petiso, y bien compacto con gran habilidad para agarrar galletitas en el aire, en cambio flacucho, era más alto, muy flaco, con un aire de galgo. Nunca supimos si flacucho era tan flaco, porque sí, o por su gran habilidad de estar ausente cuando había comida o por consecuencia de alguna enfermedad. Varias veces lo tuvimos detrás de la puerta llorando. Hambre? Dolor? Falta de cariño?
También se paseaba por el lugar un gato negro que algunos llamamos Poe, en referencia al cuento “El gato negro” de Edgard Allan Poe y otros Salem, por el de la Bruja Sabrina.

Poe, flacucho y gordito.

Esa primera noche comimos unas pizzas, que amasé no bien llegamos, mientras Seba se entretenía encendiendo la salamandra. Después de comer cada uno marchó hacia su cama a descansar.

martes, 17 de septiembre de 2013

Escocia - Donde nace el viento (Parte 2)

By Seba y un minúsculo aporte de Sole

Se jugaba el clásico Celtic-Rangers en Glasgow…así que me fui para allá.

Era un sábado muy escocés, ventoso y con garúa finita. Caminando a tientas por las calles cercanas a la terminal de micros, encontré un local de merchandising oficial del Celtic que tenía ofertas increíbles, pero cuando pregunté por los tickets me dijeron que estaban agotados. El consuelo era caminar hasta el East-End, el barrio popular de los obreros de Glasgow, y meterme en un pub, así que reanudé la caminata.
Eran las 11 de la mañana de un feo sábado, faltaba una hora para el partido. Pero los pubs ya estaban llenos y la cerveza había empezado a correr un largo rato antes. Estos pubs no son cualquier pub: son auténticos santuarios futbolísticos, desbordantes de bufandas, recortes de diarios, fotos de futbolistas, camisetas antiguas y todo tipo de merchandising.
En el ambiente se respiraba ansiedad. Todos tenían su camiseta puesta, su pinta de cerveza en la mano y la mirada fija en la pantalla: era el enfrentamiento de la clase obrera contra la clase alta, de los católicos contra los protestantes, de los de origen irlandés contra los pro-británicos, en definitiva, era Celtic vs Rangers.
Finalmente, el duelo se inclinó hacia el lado de los azules por sobre los verdes, así que la decepción en el pub fue muy grande. Me fui, un poco menos cabizbajo que el resto, de vuelta al centro. Hubo una escala previa en Mc Donalds y en un café, para matar el frío y protegerme de la llovizna, y de ahí a tomar el micro. Al llegar a Stirling el cielo se había despejado y tenía un celeste muy profundo, quedaba luz suficiente para recorrer las murallas de la ciudad, pasear  en el Back Walk y aprovechar la ausencia de turistas para tener lindas fotos de la zona del castillo.

El domingo  10 de mayo de 2009 era el momento de internarme en las Highlands del norte de Escocia, así que partí rumbo a Inverness. Por arreglos previstos en las vías, tomamos un micro hasta Perth, donde hubo que hacer un trasbordo para seguir en tren. Luego de atravesar campos extensos a los pies de los picos aún nevados, llegamos cerca del mediodía.
Si Stirling me pareció pequeño, Inverness es minúsculo! Son unas pocas cuadras sobre ambas márgenes del río Ness, con una pequeña zona comercial con un Mc Donalds, un Subway, un Costa Café, algunos bancos, librerías, comercios de té en hebras, comercios de bufandas escocesas, un supermercado Tesco, algunos pubs y poco más.
Tiene un castillo muy bonito en una zona elevada cerca del río, y un paseo costero ideal para tranquilas caminatas, muy bien integrado al ambiente, con abundante flora y fauna (sobre todo patos). Las colinas siempre están presentes en el horizonte dándole un marco especial al lugar.

La tarde de mi llegada me alcanzó para recorrer el lugar, hacer unas compras, y planear los días siguientes. Se estaba llevando a cabo una carrera de aventura que culminaba con kayaks llegando al puente central, con una premiación en la explanada del castillo, ambientada con gaiteros y músicos que interpretaban canciones tradicionales.

Al día siguiente me sumé a una de las excursiones al Lago Ness. Si bien se pueden contratar varias excursiones, todas son operadas por la misma empresa y tienen una estructura similar, aunque con distintas opciones. Salimos de la ciudad bordeando el río Ness y el canal aliviador (Caledonian Canal). Luego nos embarcamos y empezamos a navegar el Lago -que no es muy ancho pero tiene muchísimo kilómetros de extensión- siempre rodeado de colinas y en sentido sudoeste, hasta la altura de las ruinas del Urquhart Castle. Allí desembarcamos y nos explicaron la historia del lugar, para luego ir a un  centro orientativo donde jugaban a develar el misterio del monstruo del Loch Ness, y contaban las anécdotas de los fallidos intentos de búsqueda. Si bien la ciencia dice que es imposible que semejante bestia prehistórica sobreviva en esas aguas, abundan las imágenes y souvenirs del simpático animalito.

Urqhart Castle y Loch Ness

El martes 12 me tomé un micro que bordeó todo el lago en dirección a la isla de Skye (que vendría a ser lo más inhóspito y salvaje de las Highlands), y bajé en Dornie, cerca del castillo Eilean Donan. El castillo, que fue reconstruido recientemente siguiendo la estructura original, está en un pequeño islote a escasos metros de la orilla, y se accede al mismo cruzando un puente. Luego de la visita guiada a todas las habitaciones y torres, seguí camino (a pie, 10 kilómetros por la banquina porque el siguiente micro pasaba en 4 horas) hasta la ciudad de Kyle of Lochlash, junto antes del puente que salta a la isla de Skye. Si bien vale la pena visitar el Eilean Donan Castle, la logística de los micros no es la ideal y a menos que se tenga previsto saltar a la isla y quedarse unos días, no hay mucho para ver en esta zona.

Eilean Donan Castle

Aunque nunca he estado por ahí voy a dejar un comentario (sólo para chicas), con el permiso de Seba, obviamente. En la película "Made of Honor" (en castellano, "La boda de mi novia") con Patrick Dempsey, cuando los protagonistas se encuentran en Escocia, se ven los exteriores del Castillo de Eilean Donan. 

Así que regresé en el segundo y último micro del día, con ganas de armar la valija y tomar el tren que me depositaría en Londres. Eso iba a ser el día siguiente, luego de una breve escala con cambio de estación en Glasgow. Me faltaba la última cena en Escocia, y el menú tenía que ser haggis. Es el plato tradicional escocés por excelencia, si uno lo prueba no parece feo, aunque sí bastante especiado. Pero cuando te dicen de qué está hecho uno se arrepiente de haberlo comido: vísceras de oveja picadas con cebollas y especias, cocidas dentro del estómago del animal. Sólo para valientes…

La Escocia de las Lowlands tiene una historia y un presente fascinante, con epicentro en la mágica Edimburgo. Hacia el norte se encuentra la Escocia de los escenarios naturales y de las tradiciones que perduran. La clave del éxito del viaje es encontrar el balance justo entre ambas.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Escocia - Donde nace el viento (Parte 1)

By Seba

Mayo 2009

Volar en RyanAir es toda una experiencia, teniendo en cuenta que es la reina de las aerolíneas low cost. El servicio es el mínimo indispensable (han considerado volar sin copilotos) y la decoración de los aviones es una mezcla de minimalismo y mal gusto. Al aterrizar el avión suena una trompeta, anunciando que el vuelo llegó en horario. Así que llegué a Edinburgo entre trompetazos, ya entrada la noche.
Ya con mi valija en mano, empecé a seguir los carteles hasta que sin darme cuenta llegué a la calle! WTF? Nadie me pidió pasaporte ni nada? No completé ningún papel? Volví sobre mis pasos, metiéndome de nuevo en el aeropuerto, y pregunté a una persona de seguridad, que me mandó para la calle otra vez. Al parecer, a nadie le importaba quién ingresaba al país…
Me tomé un micro con muchos lugares para poner valijas en dirección a la estación Waverley en el centro, y bajé cuando bajaron todos. Entre el cansancio por haber viajado todo el día, la oscuridad y el viento estaba medio desorientado… sabía que tenía que ir para el lado de Old Town, pero no sabía si tenía que ir a la izquierda o a la derecha: levantar la cabeza y ver el majestuoso Edinburgh Castle iluminado en las alturas me dio la pauta que tenía que ir para ese lado.
Mi hostel (High Street Hostel) estaba en la calle Blackfriars a metros de la Royal Mile, la histórica calle principal de la vieja Edimburgo, que une el Castillo con el Palacio de Holyrood House. Una vez que me registré me compré un fish&chips por ahí, y a descansar!

La mañana siguiente me encontró bien temprano, a las 8 am, camino al Castillo (previo paso por Starburks, donde me compré un mega capuccino y un muffin gigante). La Royal Mile estaba casi desierta y el día estaba extrañamente despejado, aunque fresco, así que se podían disfrutar las cosas increíbles que tiene Edimburgo, con siglos de historia a cada paso, en cada edificio, cada iglesia, cada calle, cada pasadizo.

Royal Mile

De repente me encontré casi sólo en la explanada de ingreso al castillo, frente a las puertas flanqueadas por sendas estatuas de William Wallace y Robert Bruce, que serían como el San Martín y el Belgrano de los escoceses (aunque Braveheart –Corazón Valiente- es por lejos mejor película que las recientes versiones sobre los héroes argentinos).

Ingreso al Edinburgh Castle

Dediqué la mañana del 6 de mayo a recorrer todo el predio del castillo, con construcciones de distintos siglos (capillas y aposentos reales hasta calabozos). El lugar de asentamiento del castillo estuvo ocupado desde casi siempre por fortificaciones, por su posición elevada que permite la vista al mar, o su posición estratégica en las Lowlands escocesas.  Hoy es un atractivo turístico mayúsculo, y es donde se guardan las joyas de la corona escocesa, y la Piedra del Destino. No voy a extenderme en el relato, pero les aseguro que conocer la historia de estos elementos es conocer la historia de innumerables disputas entre escoceses e ingleses, que datan de antes de la época de Wallace (fines del siglo XIII) hasta nuestros días, en los que el pueblo escocés sigue dando pasos en busca de una total autonomía (se viene el plebiscito en 2014… veremos…).

Interiores del Edinburgh Castle

Al mediodía me hice una escapada al Museo de Historia de Escocia, que tiene piezas de la Edad Antigua pertenecientes a los primeros picts y scots que habitaron estas tierras y mucho material alusivo a la Revolución Industrial.
La tarde de ese día la pasé en un free walking tour que fue muy recomendable. Tuve que hacer grandes esfuerzos para entender el fuerte acento escocés del guía, pero creo que no me perdí casi nada. Recorrimos calles y callejones de Old Town, la Royal Mile y los alrededores del Castillo. Visitamos el cementerio de Bobby Blackfriars, el café donde JK Rowling se inspiró para crear a Harry Potter y la zona del antiguo mercado Grassmarket. La ciudad está llena de historias y mitos, algunos muy divertidos y otros muy oscuros: En Edimburgo conviven la modernidad de la ciudad nueva con la historia de la vieja, y el espíritu de grandes escritores y pensadores como Walter Scott, Robert Louis Stevenson y Adam Smith, con los fantasmas de asesinos y asesinados, víctimas de las plagas y víctimas de la hoguera.
Las nubes, el viento y la llovizna se encargaron de recordarnos que estábamos en Escocia, pero cuando finalizamos el recorrido en Princess Street Gardens, abajo del Castillo ya en la ciudad nueva, el día nos regaló unos últimos rayos de sol para entibiarnos.

El 7 de mayo volví a levantarme temprano, y enfilé la Royal Mile pero en sentido inverso al que había tomado el día anterior. Al acercarse al Palacio de Holyrood, se observa el modernísimo edificio del Parlamento escocés, que marca un claro contraste con la arquitectura medieval de Old Town y georgiana de New Town. Ahí empieza el “trekking” al Arthur´s Seat, un promontorio de origen volcánico que mira a la ciudad. Desde la altura, si uno no se vuela, se tienen excelente vistas de todo Edimburgo, con el Castillo como imagen destacada.
El viento me hechó del lugar, así que me dí la vuelta por Calton Hill y por los comercios de la ciudad nueva, para terminar en Princess Street Gardens al mediodía, y sacarme la foto de rigor con la remera de Racing y el castillo de fondo.

Edinburgh desde Carlton Hill

La tarde se volvió más fría y ventosa aún, así que deambulé por Cowgate y otras calles aledañas a la Royal Mile. Cuando ya caía la noche me sumé a otro walking tour, que en esta ocasión era pago (8 libras creo…). Esta caminata recorría lugares oscuros e historias sórdidas, desde los callejones más desolados donde habían vivido hacinadas miles de personas afectadas por la plaga, hasta las tumbas profanadas del cementerio de Calton Hill (donde está el mausoleo del filósofo David Hume). Arrancamos cerca de las 20 horas con la luna llena, pero en menos de una hora se nubló todo, bajó la temperatura y empezó a llover –con granizo incluido–. Lo que empezó como un juego inocente terminó dando mucho miedo! A punto tal que hubo varios que abandonaron el tour por la mitad! La noche terminó en un pub, tomando la pinta de cerveza que estaba incluida en el tour, sin muertos ni apariciones de fantasmas.

El 8 de Mayo tocaba salir hacia Stirling. La terminal de micros de New Town era simple y prolija, no me costó encontrar el micro. Con puntualidad británica, unos segundos después de  las once estábamos saliendo, y poco después del mediodía llegamos a Stirling. Willy Wallace hostel estaba a unos 200 metros de la terminal de micros y la estación de trenes, en la calle principal de un tranquilo pueblo, que fue escenario de una de las batallas más importantes de la independencia escocesa.

Calles de Stirling

Para los que vieron Corazón Valiente, Stirling es la primera batalla de la película: con un ejército menos numeroso, los arriesgados escoceses liderados por William Wallace doblegaron a la caballería inglesa del rey Eduardo II. Los detalles de la batalla y la táctica utilizada en la realidad son muy distintas a las que muestra la película, al punto tal que la misma omite cualquier mención al famoso puente de Stirling, que fue clave en el desarrollo del combate. A unos metros del campo de batalla, cruzando el serpenteante río  Forth, se alza el Monumento Nacional William Wallace en honor al gran héroe escocés. Hacia ese lugar caminé por la tarde, luego de haber visitado el castillo de la ciudad (con muchas similitudes a Edinburgh Castle pero a menor escala).

Stirling Castle

El Monumento a Wallace está rodeado de un frondoso bosque, y consta de una gran torre con miradores, a la que se accede a través de una larga escalera en espiral con diferentes exposiciones y explicaciones acerca de la vida del homenajeado. Desde lo alto se observa el campo de batalla entre los meandros del río, con el castillo y la actual ciudad de fondo, y las montañas de las Trossachs hacia el este.

Wallace National Monument


La ciudad de Stirling es realmente pequeña pero con rincones pintorescos, puede recorrerse a pie en una tarde. Es recomendable el camino que rodea la muralla de la ciudad y llega al castillo (Back Walk), una agradable recorrida que atraviesa jardines, la iglesia de Holy Rude, muchas casas antiguas y el apacible cementerio aledaño al castillo.
Ya de noche en el hostel me enteré que al día siguiente se jugaba el clásico Celtic- Rangers en Glasgow... así que me fuí para allá.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Irlanda - Una semana en la isla esmeralda

By Seba

Abril 2009

Me sentí en Irlanda una vez que abordé el pequeño avión de Aer Lingus en Heathrow, Londres. Había estado luchando contra el sueño durante horas; sesenta minutos después, luego de atravesar el Mar Celta, estaba aterrizando en el moderno y pequeño aeropuerto de Dublín. Un micro de línea me dejó en O’Connel Street, en el centro de la ciudad, y de ahí arrastré un par de cuadras la valija, y crucé el río Liffey  para llegar a mi hostel, en Lord Edward Street, bien cerca de Temple Bar, Dublin Castle y Christ Church Cathedral.
Dublín me recibió con una sucesión de sol, lluvia, sol  y lluvia. La bienvenida era acorde al clima británico, pero no me impidió hacer una recorrida por el barrio, conocer Trinity College y disfrutar mi primera pinta de Guinness en su país de origen. Era el 27 de abril de 2009, mi primer día en Europa en toda mi vida, y me quedaban tres semanas de viaje por delante.

Temple Bar

El día siguiente a mi llegada tenía previsto caminar Dublín. Y vaya que lo hice. Arranqué bien temprano bordeando el Liffey hacia el oeste, pasando por el edificio de justicia Four Courts, uno de los edificios del National Museum en Collin Barracks, el Irish Museum of Modern Art en el viejo edificio del Kilmainham Hospital y Saint Patrick's Cathedral. El regreso al centro de la ciudad incluyó la visita al Guinness Storehouse, con una recorrida por la fábrica, el museo, y una infaltable pinta para rehidratarse.
Ya en el centro, hubo tiempo para caminar por el parque Saint Stephen’s Green, hacer visitas a más salas del National Museum y empezar a ver la zona comercial adyacente a O’Connel. Dublín es una ciudad muy compacta, ideal para recorrerla a pie. Sin embargo cuenta con un modernísimo sistema de tranvías, inaugurado hace unos años. El día se cerró en el barrio de Temple Bar, donde no sólo se encuentra el pub homónimo (que es muy lindo, con una decoración típica y música folk en vivo casi todos los días) sino que hay unos cuantos lugares muy tradicionales que vale la pena conocer.

James Joyce en St Stephen's Green

El 29 de abril tocó un tour por las Wicklow Mountains y Glendalough. Las Wicklow son un sistema serrano que no supera los 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, pero en los que se tiene acceso a la Irlanda rural sin tener que alejarse mucho de Dublín. Glendalough es el nombre de un antiguo monasterio cristiano que soportó el asedio de vikingos y normandos, pero perdió esplendor en época de la ocupación inglesa. Las ruinas de varios edificios religiosos se conservan intactas, al igual que la imponente “rounded tower” que servía para la defensa del lugar. Todo el complejo se encuentra entre las montañas, rodeada de bosques y lagos, lo que le confiere una atmósfera de mucha magia.

Glendalough

El jueves 30 de abril era el momento de dejar Dublín para internarse en el interior de la isla. Así que arrastré la valija unas diez cuadras hasta la estación de tren Heuston, allí recogí en una máquina lo tickets que había comprado online, y cerca del mediodía estaba en Kilkenny.

Kilkenny conserva su traza medieval. Es una ciudad realmente pequeña, en la cual su vida comercial se centra en High Street.  Al final de esta calle, donde ya cambia su nombre por el de Parliament Street, era donde quedaba mi hostel. La recorrida pedestre por la ciudad incluyó la visita a los jardines del Kilkenny Castle, la costa del río Nore, los vitrales de Black Abbey y la catedral St Chanice, con su cementerio repleto de cruces celtas y su rounded tower.

Killkeny Castle

En la visita  a esta catedral me pidieron un documento. Al darse cuenta que era argentino, me empezaron a contar la historia de un marino irlandés que había peleado por la independencia argentina, un tal William Brown. Cuando les dije que yo era de una ciudad que llevaba el nombre de ese marino no me creyeron, tuve que volver a mostrarles el documento! Así que ya saben, el almirante Brown era más irish que un duende…


Cruces Celtas en Killkeny

El 1 de mayo la ciudad estaba desierta. En mi afán de conocer Rock of Cashel tenía que hacer unas cuantas combinaciones de micros (siempre por Eireann Bus, la línea que monopoliza el transporte en omnibús, con el simpático Setter irlandés en su isologo). Así que después de pasar por Carrick, Clonmel y Cahir (tiene un castillo muy antiguo y bien mantenido, sobre un río), llegué al poblado de Cashel, en el condado de Tipperary.
Rock of Cashel está en la zona alta de una colina, y supo ser residencia de los reyes de Munster (uno de los cuatro antiguos reinos de Irlanda: Munster, Connacht, Leinster y Ulster, este último confundido con el actual territorio de Irlanda del Norte). La leyenda cuenta que el propio San Patricio anduvo por aquí… Alrededor del siglo XII se convierte en un lugar eclesiástico, y por eso es que la mayoría de las ruinas pertenecen al gran edificio de la Catedral. El lugar fue destruido por las tropas inglesas de Oliver Cromwell alrededor de 1600 (recordemos que la Inglaterra post Enrique VIII –el de la serie The Tudors- es protestante, y la Irlanda post San Patricio es católica, de aquí vienen buena parte de los enconos).

Rock of Cashel

El lugar es imponente y bien vale la visita, que se hace de manera guiada por muy pocos euros, con guías locales muy entusiastas.  El cementerio que rodea  las ruinas está lleno de cruces celtas con un valor artístico e histórico incalculable. Para los que no lo sabían, la cruz celta es la típica cruz cristiana con un círculo que simboliza el sol, que era la principal adoración de las tribus celtas que habitaban Irlanda antes del cristianismo. San Patricio buscó conjugar el credo católico con las creencias de los nativos, para que se volcaran a la nueva religión sin desestimar sus creencias originales.

El retorno fue lento, hasta tuve tiempo de ver en uno de los pueblos donde paraba el micro un entrenamiento de un equipo de fútbol gaélico, un deporte que es una mezcla de nuestro fútbol y el rugby. Ya era de noche en Kilkenny. Sólo quedaba tiempo para comer un Irish Stew (básicamente cordero y papa), y hacer una recorrida por los coloridos pubs del pueblo, siempre con cervezas de diferentes colores para probar.

El 2 de Mayo me despedí de Kilkenny para meterme en el oeste de la isla, recalando en Galway. El micro con el logo del perrito hizo una parada en Clonmel, donde tenía que esperar otro micro. Tenía que desayunar, y no tuve mejor idea que meterme en el desierto bar de la estación de trenes y pedir un ¨Irish breakfast¨… que no era más ni menos que una fritanga de huevos, morcilla, y jamón, más café con leche. Sólo comí lo blanco del huevo y unos panes, creo que el muchacho que era mozo y cocinero al mismo tiempo se sintió ofendido, tuve que decirle que simplemente estaba inapetente. Luego de una breve detención de rutina en Limerick, pasado el mediodía ya estaba de cara al Atlántico en Galway, la ciudad de origen de los anillos Cladagh.

Aproveché la tarde para recorrer la ciudad y sus bares, famosos porque tienen música tradicional en vivo a casi toda hora. Ese día se jugaba la semifinal de la copa de Europa de rugby entre Leinster y Munster, era como si jugaran Racing vs Boca la semifinal de la Libertadores…así que los pubs explotaban. Cuando terminó el partido la gente empezó a salir y quedó en las pantallas Real Madrid-Barcelona…fue el baile del 6-2, un partido que habría que mostrarle a los chicos en las escuelas para que sepan cómo se juega al fútbol.

Al día siguiente, me subí a la excursión a los acantilados de Moher. Los acantilados se elevan más de 200 metros sobre el mar, y tienen una caída impresionante. El paisaje es realmente maravilloso, y tiene bien ganada la fama de ser la principal atracción natural de Irlanda. El chofer-guía era un viejito simpático, pero con un acento muy particular que dificultaba la comprensión de lo que decía. El tour iba a la mañana por la zona de The Burren, un parque nacional muy particular, y regresaba por la costa de la bahía de Galway.

Cliffs of Moher

El 4 de mayo tocaba otra excursión, recorriendo toda la región de Connemara. Esta región es donde la cultura y la lengua gaélica están más protegidas, y visitarla es una forma de meterse en la Irlanda profunda. Los lagos, las colinas, las ovejas y los ponys son parte de un paisaje de gran carácter, áspero e indómito. Viejas abadías como la de Kylemore, aldeas como Cong  -que parece la comarca de los Hobbits- y un guía muy divertido y con un inglés mucho más claro marcaron el viaje. Ya me quedaban pocas horas en Irlanda…


Kylemore Abbey

El 5 de mayo sólo tuve tiempo de desayunar y tomar el tren de regreso a Dublín. Con la valija a cuestas hice una nueva recorrida por el centro, compré las últimas chucherías y tomé la última pinta de Guinness… todas las despedidas son melancólicas, pero irme de Irlanda, el país donde siempre tuve el sueño de ir, fue muy difícil. Le decía “hasta algún momento” a la Islas Esmeralda, pero le decía “hola” a Escocia, la decía “hola” a la misteriosa Edinburgo…