viernes, 14 de diciembre de 2018

Santorini: recorriendo Ancient Thira

 By Sole

20 de Febrero 2018

Al abrir la ventana comprobamos que la lluvia, que nos había despertado a la noche, se estaba tomando un descanso. El cielo estaba cubierto por una combinación de benévolas nubes blancas y aterradoras nubes grises que prometían más agua. A pesar del pronóstico de precipitaciones decidimos seguir adelante con el plan del día: ir hasta Perissa y subir hasta la antigua ciudad de Thira.

Con los minutos contados enfilamos hacia la estación de buses de Fira por donde encontramos algunos cafés y negocios abiertos, y una feria improvisada en un par de camionetas con los pescados y vegetales expuestos en sus cajas. Varias mujeres vestidas con polleras y sacos oscuros y pañuelos en la cabeza que dejaban entrever las canas, la viva imagen de las abuelas griegas de mi imaginario, mantenían ocupados a los puesteros que seleccionaban y pesaban los productos frescos.

Sacamos el pasaje hasta Perissa y nos acomodamos el bus mientras seguían subiendo orientales entremezclados con personas de ojos redondos. Con puntualidad inglesa el chofer tomó su lugar y partimos. Luego de atravesar la “zona céntrica”, que se limitaba a un par de cuadras, aparecieron las casas, la ferretería, la peluquería y la panadería: un barrio residencial. Este se esfumó paulatinamente dando lugar a caseríos separados por pequeñas parcelas sembradas y otras llenas de raíces y ramas secas de vides que esperaban ser aradas.




Poco a poco nos acercamos a Pyrgos, la ciudad más alta de la isla. Desde lejos parecía un pueblo medieval edificado en la cima de una colina, pero al llegar ahí notamos que las casas e iglesias eran muy parecidas a las de las villas costeras. Nos detuvimos apenas unos minutos en el pueblo para que bajaran un par de pasajeros; no era la gran atracción para los turistas.

La siguiente parada importante fue en Akrotiri, un yacimiento arqueológico del antiguo asentamiento de la civilización minoica que fue arrasada por la erupción volcánica del siglo XVII AC que dio origen a lo que hoy es Santorini y las islitas vecinas. Ahí bajó la mayor parte del pasaje, incluyendo los chinos.

Luego de parar en Embori, y haber recorrido prácticamente media isla, llegamos a Perissa. Al descender del micro encontramos una calle tan desierta como el balneario que estaba enfrente. En este solo quedaba el fantasma de un parador playero con los esqueletos de las carpas y decenas de reposeras de madera apiladas que esperaban resucitar en la siguiente temporada estival. Caminamos por la arena negra hasta la orilla del mar constatando la frialdad de su agua cristalina. Al mirar hacia arriba vimos que las nubes oscuras se habían apoderado del cielo.




Entre tanta soledad y negocios cerrados nos sorprendió encontrar 2 restaurantes abiertos como si estuviesen a la espera de un contingente de turistas. Caminamos un par de cuadras deteniéndonos frente a la iglesia de la Santa Cruz (The Church of the Holy Cross), una gran estructura blanca con múltiples de cúpulas entre las que resaltaban cinco pintadas de azul. Era uno de los pocos lugares que parecía tener vida con varias prendas colgadas en el jardín y el sacerdote bajando del auto las bolsas del supermercado.


Y la gente dónde está?

Iglesia de la Santa Cruz
Sin mucho más para ver, dejamos atrás la zona céntrica de Perissa y enfilamos hacia el inicio del sendero a Ancient Thira, el sitio arqueológico ubicado en lo alto de la colina Messa Vouno que estaba hacia el norte. En el siglo VIII AC un grupo de espartanos liderados por un tal Thera se instalaron en la sudeste de la isla, un punto estratégico frente el Egeo. El asentamiento se transformó en una ciudad, la cual estuvo habitada en forma permanente desde ese entonces hasta el siglo VI DC, y luego de manera transitoria por los árabes en el VIII DC cuando el lugar ya estaba casi en ruinas. A partir de ahí permaneció deshabitado y oculto hasta las excavaciones que comenzaron en 1896.




Cuando estábamos yendo hacía ahí y analizando si íbamos a desviarnos hacia la pequeña y blanca capilla Katefchiani, que se veía en medio de la ladera, comenzó a garuar poniendo en dudas todo el plan. Nos refugiamos bajo un techo (nuestro “cipres de las malas decisiones” de El Bolsón) durante unos minutos hasta que amainó. Decidimos ir directamente hacia las ruinas, encontrando unos metros más adelante la senda junto a un cartel con un mapa topográfico de la colina Messa Vouno y la vecina Profeta Elias.






Detalles del cartel

El camino se presentó con una pendiente ascendente constante pero poco pronunciada que no exigía demasiado esfuerzo físico, pero si unas buenas zapatillas por lo pedregoso del terreno. Las pequeñas matas de vegetación rastrera verde con flores amarillas, y arbustos espinosos y achaparrados sugerían que estábamos en una zona seca, situación contrastante con el agua que había caído minutos atrás. Al mirar el cielo y ver una gran nube negra sobre el monasterio de Profitis Ilias en lo alto de la colina homónima y varios cuervos negros sobrevolando toda la zona nos sentimos dentro de una película de Hitchcock; nos preguntamos si estarían presagiando alguna fatalidad.


Sendero con Perissa de fondo

Al subir, la vista panorámica de Perissa se fue ampliando, permitiéndonos ver que el caserío se extendía más allá de lo que habíamos imaginado. Algunos metros antes de completar los 1,3 kilómetros de ascenso aparecieron los primeros indicios de Ancient Thira: el cementerio de la antigua ciudad. No esperábamos encontrarnos con esas placas de mármol con inscripciones en griego en el suelo.


Antiguo cementerio

Luego de varias paradas para sacar fotos y quitarnos las camperas, en treinta minutos llegamos a la cima de la colina donde encontramos un parking con apenas un auto; no se veía gente en los alrededores. “Estarán abiertas las ruinas?” –nos preguntamos.

Al acercarnos a las rejas que delimitaban el sitio comprobamos que estaba abierto y que había una mujer en la taquilla esperando que llegase algún alma perdida. Luego de ingresar, avanzamos algunos metros por un terreno llano hasta que aparecieron los primeros de una gran cantidad de escalones que conducían a los vestigios de la antigua ciudad. 



Gracias a la presencia de varios carteles con dibujos y una dosis de imaginación las piedras, columnas y pequeños muros fueron tomando las siguientes formas:


  • Iglesia de Agios Stefano (siglo VIII o IX DC): la modesta y rústica construcción actual fue erigida sobre las ruinas de una basílica del siglo VI DC cuando los habitantes de Thera y las islas vecinas sufrieron la invasión de los árabes.
Iglesia de Agios Stefano

  • Témenos de Artemidoros (siglo III AC): era un santuario al aire libre inspirado en un sueño que tuvo el sacerdote y autor de la obra Artemidoros de Apollonios. En élse pueden identificar tallados en la piedraa los dioses personificados como animales: un águila (Zeus), un león (Apolo) y un delfín (Poseidón).
A ver quién encuentra el águila, el león y el delfín...

  • Exedrae (siglo I-II DC):eran tres edificios del tiempo de los romanos que albergaban estatuas de los ciudadanos más importantes, como si fuese el hall de la fama de la ciudad. Apenas quedan unos escalones y pequeños fragmentos de la parte inferior de la pared.

  • Agora: los pequeños muros de piedra remanentes no eran suficientes para que la imaginación recreara este lugar de encuentro de los ciudadanos, centro de la vida social y política, que formaba parte de la sección central de la ciudad.

  • Basilike Stoa (siglo III AC- modificado en el II DC): era el centro administrativo de la ciudad. Se identifica por las 8 columnas dóricas que aún permanecen en pie.

  • Edificio público- baños romanos: este recinto incluía una habitación con una letrina pública que era básicamente un banco de piedras con orificios circulares construido sobre una alcantarilla; un desagüe de agua aseguraba su limpieza. Incluía también las tradicionales piletas (como los hammam de Estambul o Budapest), un lugar de encuentro mientras se disfrutaba de un baño caliente.


  • Teatro: lo único fácil de imaginar es el escenario con el mar como fondo. Con los años fue adquiriendo ornamentaciones, salas y edificios anexos hasta tener capacidad para 1500 personas.

  • Santuario de Apollo Pythios: era un centro de culto durante la época helenística dedicado al dios Apolo… hoy solo está la base de la construcción de piedra y algunas columnas truncadas.

  • Las residencias: lo que se ve actualmente pertenece a la época helenística y romana; las previas no sobrevivieron. Esas casas, ubicadas en la zona más alta de la colina pertenecían a los nobles y adinerados; tal como sucede ahora, los más pobres vivían en las afueras. Estas viviendas tenían 2 niveles, varias habitaciones, letrinas y una cisterna subterránea en la que se acumulaba agua de lluvia. Si bien su aspecto exterior era simple, en el interior no ahorraban en gastos y solían tener bajo relieves de yeso en las paredes, mosaicos en los pisos y estatuas de mármol reflejo de su poder económico.


Cuando llegamos ala zona más alta y cercana al mar confirmamos que efectivamente la antigua ciudad estaba en un punto estratégico e inexpugnable, ideal para la defensa de posibles ataques. Desde ahí se podía ver el monasterio de Profitis Ilias en lo alto de colina homónima hacia el oeste, Perissa hacia el sur, Kamari y el aeropuerto hacia el norte, y el mar hacia el este y mojando la costa de los dos puntos anteriores. El fuerte y frío viento proveniente del Egeo que nos golpeaba la cara y volaba el cabello (sólo en mi caso) limitó nuestra permanencia en el lugar.

Dejando atrás los vestigios de paredes de estas casas, pasamos por la zona donde estaba el gimnasio del que no hay fotos por dos razones: no había nada para ver y comenzó a llover!

Con las primeras gotas dimos por terminada la visita que casualmente estaba por llegar a su fin. Bajamos con cuidado por las resbaladizas piedras mojadas buscando sin éxito un lugar donde guarecernos; ni siquiera en la boletería había un techo!

En estas circunstancias quedaba 100% descartado el hiking a Profitis Ilia y Pyrgos, y el objetivo pasaba a ser: Kamari, la villa más cercana que estaba al norte de la colina.

Podíamos bajar a Kamari por un sendero de trekking pedregoso con tramos empinados, o por el camino vehicular; considerando mis habilidades motrices nos decidimos por ese último. Bajo el paraguas que nos protegía parcialmente de la copiosa lluvia comenzamos a caminar, caminar y caminar… para que la ruta no fuese tan empinada tenía un particular diseño zigzagueante de varios trechos que culminaban en giros de casi 180º que se extendían por toda la ladera.


Los 1,3 Km que habíamos caminado para subir se transformaron en una bajada de 2,5 Km! Debió ser un gran espectáculo vernos bajar con el paraguas calculando cada paso que dábamos para no caer en los en sectores con suelo de adoquines lisos y resbaladizo.





Cuando llegamos a Kamari la lluvia estaba amainando. Caminamos un par de cuadras sin ver señales de vida: los negocios y tabernas estaban cerrados y no había gente en los alrededores. De casualidad terminamos en la parada de bus donde nos quedamos a esperar el siguiente servicio.




Tal como estaba estipulado a las 13:45 llegó el micro. Estimo que el chofer no esperaba encontrarnos ahí porque casi sigue de largo, tuvimos que agitar varias veces los brazos para que se detuviera. En las sucesivas paradas subieron y bajaron chicos que salían del colegio como si se tratara de un bus escolar. De esta manera dejamos atrás al pequeño pueblo de arena negra que no llegamos a conocer.

El trayecto fue más rápido que a la ida pasando por las inmediaciones de Pyrgos, sin subir a lo alto de la colina. Distraídos mirando por la ventanilla y tarareando “Despacito” que sonaba en la radio, repente nos encontramos en Fira. 

Habiendo pasado las 14 horas decidimos pasar de largo el almuerzo, y tomar unos mates en el balcón que acompañamos con baklava y grisines con semillas (bread sticks) que compramos de camino.

Como seguía sin llover y hasta había algún rayo de sol, agarramos la cámara y celulares y nos fuimos hacia Imerovigli a jugar a los fotógrafos. Las callecitas peatonales de la isla son tan lindas que todo parece (y es) digno de ser fotografiado. Cada vez que caminábamos en uno u otro sentido descubríamos cosas que no habíamos visto anteriormente. Y ni hablemos de las vistas costeras! Si con la luz de la mañana ya nos habían parecido muy lindas, con la de la tarde eran espectaculares!





Cuando estaba por comenzar a atardecer volvimos a nuestro balcón para disfrutar el último atardecer de Santorini tomando una copita de vino rosado con unos manicitos.



Información útil:

Ancient Thera Archological Site: abierto de 8:30 a 14:30 horas (lunes cerrado). Pagamos 2 euros por persona para ingresar. En ese momento un cartel anunciaba que el baño estaba fuera de servicio.

Cómo ir y volver?
Desde Fira parten buses hacia Perissa y Kamari, la dos ciudades más cercanas.
La parada de bus en Kamari está en la esquina de Makedonias y una calle sin nombre, frente al restaurante Mamma Mia y la agencia de turismo Ancient Thira Tours.
El pasaje de Fira a Perissa nos costó 2,4 euros, y el de Kamari a Fira 1,6 euros (Horarios y precios actualizados en https://www.ktel-santorini.gr/index.php/en/)

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sábado, 17 de noviembre de 2018

Santorini: Oia en invierno

By Sole

Luego de una entretenida mañana caminando entre villas y rocas volcánicas llegamos a Oia, una de las zonas más concurridas de Santorini, ubicada en el extremo norte de la isla. No hay guía o página web orientada al turismo que no recomiende recorrer sus callejuelas o sentarse a ver el atardecer desde ahí.

A medida que nos acercamos, y con el hambre esperable de la 1 del mediodía, comenzamos a pensar qué íbamos a comer. Se nos hacía agua la boca al imaginar una ensalada griega con tomatitos bien rojos bañada en aceite de oliva o una buena porción de pescado grillado. ¡Ojalá encontrásemos lugar libre!

Como había pasado en las otras villas, a medida que nos acercamos a su centro fue aumentando la cantidad de casas, aunque no tanto la cantidad de turistas que se contaban con los dedos de las manos. Los que sí abundaban eran albañiles y pintores en plena faena. Parecíamos un par de invitados que habían llegado antes de hora a la fiesta encontrando a los anfitriones en medio de los preparativos.

El camino nos llevó hacia una calle peatonal de relucientes lajas rectangulares de diferentes tamaños, símil mármol con vetas grises, que formaban un gran puzzle. Se trataba de la calle principal, bordeada de un lado por negocios –en ese momento todos cerrados-, y una muralla de material que no llegaba al medio metro de altura, interrumpida por las entradas de las casas y locales que miraban al mar. Salvo por alguna fachada aislada de piedra, todo el resto era blanco.



Esa tranquilidad de la que gozan los lugares poco concurridos en este caso tenía un inconveniente: al no haber turistas no había necesidad de tener restaurantes abiertos. Tras recorrer el área céntrica y ver que casi todos estaban cerrados, la imagen de la ensalada y la pesca de día comenzó a desdibujarse… hasta que divisamos uno abierto!

Mientras nos acercábamos vimos que tenía un cartel con caracteres chinos y que en el interior había sólo dos personas. En broma le dije a Seba “deben ser los dueños jugando a las cartas”. Dicho y hecho, cuando llegamos a la puerta había una pareja de orientales con naipes en las manos. Viendo la falta de comensales y la limitada oferta de platos -expresados en inglés y chino en la carta, pero no en griego- dimos media vuelta, encontrándonos un par de cuadras después con su antítesis: un resto con una carta más tentadora pero colmado de chinos donde no cabía ni una mosca. Todos los turistas de Santorini estaban ahí adentro!

En vista de la situación, las delicias griegas fueron postergadas para la cena, y compramos unos grisines cubiertos de semillas en la única panadería que cruzamos abierta. Dueños y amos de la calle principal, nos sentamos en un escalón a degustar el discreto, pero sabroso y crocante almuerzo mirando al Egeo.



Con los rugidos del estómago silenciados, y la idea clara de que íbamos a volver en bus, nos pusimos en marcha. El plan era caminar disfrutando de lo más lindo de Oia: sus callecitas y sus casas blancas. 

Durante un buen rato deambulamos sin rumbo por las callejuelas empedradas casi desiertas. Las había planas y también con pendientes que en algunos casos incluían escalones. Algunas se metían como raíces en el interior de la villa, mientras que otras se expandían como ramas que buscan la luz hacia la costa regalándonos imágenes de postales: casas excavadas y/o construidas de forma escalonada en el acantilado con patios aterrazados, intercaladas por capillas con cúpulas redondeadas y molinos como los de Don Quijote. Si bien predominaba el blanco, al mirar en detalle se identificaban paredes transgresoras pintadas de amarillo, rosa o salmón, o bien recubiertas en piedra. Muchas medianeras y techos eran curvilíneos recordando las formas de las cuevas. El lugar es tan fotogénico que hasta el más inexperto con un simple celular puede dar vida a verdaderas obras de arte.






Esquivamos una procesión de burros de carga, algunos perros callejeros echados en el suelo que ni siquiera nos miraron y muchos gatos que parecían ser las mascotas de todos y de nadie a la vez: durante la temporada baja donde no hay turistas que los alimenten, los propios lugareños y algunas fundaciones se ocupan de mantener varios recipientes en las calles llenos de alimento balanceado.



Pasamos junto al colegio que tenía sus puertas de madera azules cerradas y el gran patio de desierto recordándonos que ese día era el feriado de carnaval, Apokries. John, nuestro host de Airbnb, nos había contado que en esa festividad era frecuente encontrar niños remontando barriletes y familias haciendo pic nics. Aunque no vimos cometas en el cielo, ni vimos espacios verdes con mantelitos cuadrille y canastas de mimbre repletas de sandwiches y frutas, sí pasamos junto al patio de una casa donde había una familia reunida comiendo. Apenas separado de la senda por una pared de menos de un metro estaba la mesa con las ollas, bandejas y asaderas llenas de comida y la gente con plato en mano sirviéndose su almuerzo tardío –ya eran más las 3 de la tarde-. Por respeto a su privacidad, aunque estaban comiendo prácticamente en el espacio público, no sacamos fotos.

Viendo que faltaba poco para el siguiente micro que iba hacia Fira nos acercamos al estacionamiento de la villa donde estaba la parada. La poca gente que habíamos cruzado en los alrededores (y mucha que no) estaba ahí esperando el bus que llegó con una admirable puntualidad. Minutos después estábamos transitando a gran velocidad la zigzagueante carretera que discurría por el interior de la isla. Antes de lo esperando y casi con sorpresa escuchamos al chofer anunciar a viva voz “FIRA!!!”: habíamos llegado. Evidentemente había tomado un camino diferente al que esperábamos.

Parada en Oia

Sin planearlo terminamos en el centro de Fira. Lo primero que vimos fue la catedral, un edificio inmaculadamente blanco con una torre circular rodeada de galerías con arcadas. En la vereda de enfrente encontramos varios locales de souvenirs donde compramos un magnet para la heladera.

Souvenirs para todos los gustos

Enfilamos luego hacia el inicio del sendero Fira-Oia para hacer el tramo Fira-Firostefani que nos iba a llevar al estudio. En ese sector del trayecto, no puedo asegurar que estuviésemos en “la senda” o en una calle paralela, encontramos una pequeña muestra de la verdadera Santorini que contrastaba con la escenografías montadas para el turismo que habíamos recorrido hasta entonces. Las callejuelas empedradas pasaban junto a casas sencillas con pequeños jardines con flores y árboles de cítricos llenos de frutos, ropa tendida y gatos bien alimentados. Unas cuadras después tomamos el desvío hacia el departamento donde nos esperaban unos merecidos mates en el balcón viendo el mar.

Esa noche íbamos a tener la revancha en Simos, la taberna que el día anterior estaba cerrada por ser domingo. Ni bien entramos al salón tuvimos la sensación que estábamos en el patio de una casa: junto a una de las paredes laterales había un ficus con ramas que se extendían paralelas al techo como los hacen las parras, de las que colgaban lamparitas. Completaban la escena varias mesas cuadradas de madera con manteles a cuadros. Sólo faltaba que entrase la abuela con una gran fuente de comida. Con ganas de comer algo típico y caliente pedimos musaka –una especie de lasaña de berenjena y carne picada- y atún grillado. Confirmamos en esa cena lo que habíamos imaginado en los preparativos del viaje: en Grecia se come muy bien!



Tips:
  • Si piensan tomar bus para moverse entre las villas de la isla visiten la web de la empresa de buses (https://www.ktel-santorini.gr/index.php/en/), consulten los precios y bajen el pdf con la timeable actualizada. De Oia a Fira (Febrero 2018) pagamos 1,8 euros por persona; pagamos directamente arriba del micro. Ojo que las tablas de horarios que están en las paradas pueden estar desactualizadas! Los horarios de los buses que tomamos coincidieron con el pdf que habíamos bajado de Internet y no con los que estaban pegados en las paredes.


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domingo, 11 de noviembre de 2018

Santorini: sendero Fira-Oia

By Sole

19 de febrero de 2018

Con pronóstico de lluvia para los próximos días, esa mañana nublada y fresca prometía ser la mejor para recorrer el sendero más popular de la isla: Fira- Oia. Este camino va desde la capital hasta el extremo norte, pasando en esos 9 km por Firostefani e Imerovigli.

Aclaro que esto no es una descripción técnica del camino porque no es mi objetivo, simplemente voy a limitarme a escribir lo que recuerdo y considero digno de contar.

A pesar que la senda pasaba justo a la vuelta del departamento, tuvimos que bajar y subir tantos escalones para encontrarla que ya habíamos entrado en calor cuando vimos el cartel que la identificaba. Al nivel de Firostefani, que fue donde la tomamos, esta era una angosta calle peatonal rodeada de casas de una planta con porches, rejas y mosaicos en las paredes, y pequeñas capillas con sus cúpulas redondeadas celestes. A cada paso encontrábamos algo que llamaba la atención, si nos hubiésemos detenido a sacar todas las fotos que queríamos aún estaríamos caminando por ahí…

Iniciando la caminata

Siendo las 9 de mañana, éramos los únicos caminantes en esa villa turística fantasma: no solo no había gente, sino que las diminutas casas, varias devenidas en hospedajes turísticos, cafés y restaurantes a juzgar por los carteles, estaban cerradas.

Terminado el pueblo, el camino se transformaba en un largo pasillo bordeado por paredes bajas de piedra, que al no tener mayor atractivo atravesamos rápidamente.

A los pocos minutos reaparecieron las casas anunciando que estábamos entrando en Imerovigli. Más allá de las pintorescas construcciones, el mayor atractivo de esa villa es Skaros, una gran formación rocosa que se adentra en el mar y se eleva haciéndose visible a la distancia Esta península, gracias a su posición estratégica, albergó en el pasado todo un pueblo.

Aunque había una bifurcación hacia Skaros, llegar a ella no fue tarea fácil… de repente nos encontramos con una brecha de 2 metros en el camino que no pudimos franquear. Siendo temporada baja, se estaban haciendo obras de mantenimiento tanto en el sendero como en las casas. Sin exagerar, esa mañana cruzamos más obreros de la construcción que turistas.

Buscando una vía alternativa nos topamos con una puerta abierta junto a un cartel que advertía: “PRIVATE PROPERTY, The Owners decline liability in case of any accident”. Como del otro lado del muro se veía una iglesia, que a diferencia del resto era completamente blanca salvo por las tres campanas oscuras que colgaban de su torre campanario, entramos. Si bien no encontramos lo que buscábamos, descubrimos que el patio de Agios Georgios era un excelente lugar para sacar fotos panorámicas del caserío de Iveromigli y de Skaros.



Entre foto y foto vimos que había un par de personas caminando en el promontorio rocoso… tenía que haber una forma de llegar. Desde ahí mismo analizamos metro a metro la ladera hasta encontrar un posible camino: una escalera que bajaba desde el otro extremo de la villa. Volviendo varios metros sobre nuestros pasos, retomamos el camino principal hasta encontrar ese desvío.

En la bajada fuimos pasando junto a diminutas terrazas vacías, casas completamente cerradas y un par de habitaciones de una hostería, con tan poca privacidad que a través de sus ventanas abiertas se veía hasta el baño; esto último nos hizo dudar si estábamos en un camino público o no. No obstante, seguimos adelante por la extensa escalinata descendente que luego de varios minutos nos condujo a la senda rústica que se adentraba en la gran roca.

Bajando hacia Skaros

Cuenta la historia que en la parte superior de Skaros estaba el Castillo Alto o Epano Kastro, una ciudadela fortificada construida en el siglo XIII, que se conectaba con el resto de la isla por un puente de madera móvil que al elevarlo impedía el ingreso de invasores.
Posteriormente, en el siglo XVII, se construyó otro casillo, el bajo o Kato Kastro, a lo que siguió la urbanización de sus alrededores reutilizando las piedras del antiguo castillo. Cuando los pobladores vieron que las condiciones de vida no eran las mejores en un lugar tan pequeño y que el ataque piratas ya no era un riesgo, de a poco se mudaron hacia Fira, la nueva capital de la isla, quedando Skaros deshabitado a fines del siglo XVIII.

El tiempo, los terremotos y el olvido hicieron que hoy apenas sobrevivan unas pequeñas cercas de piedras y bloques de paredes esparcidos de manera errática; el único registro de estas edificaciones es un dibujo en lápiz de Thomas Hope que está en el museo Benaki de Atenas. 

Skaros según Thomas Hope

Desde las ruinas partía una senda que bajaba por el acantilado hacia una capilla, y varios surcos en el terreno ascendentes que conducían al casquete donde estaba el antiguo castillo. Mientras girábamos en 360° viendo qué camino tomar comprendimos que los mejor que tenía Skaros no era la vista panorámica de todo el sendero que estábamos recorriendo. Parados de espalda al mar teníamos  de frente a Imerovigli, hacia la derecha Firostefani, y más allá Fira, y hacia la izquierda la caldera y Oia. Era muy fácil identificar las villas como los acúmulos de construcciones, en su mayoría blancas, emplazadas en la parte alta de la costa como parches de nieves eternas en la cordillera.

Capillita frente al mar

Imerovigli

Firostefani- Fira

Caldera- Oia

Como aún teníamos varios kilómetros por delante reanudamos la marcha subiendo cada uno de los cientos de escalones que habíamos bajado para llegar hasta ahí. Con la respiración acelerada y acalorados retomamos al camino principal que a ese nivel no estaba bien demarcado, siendo muy fácil desviarse por otras callejuelas peatonales. Mientras tuviésemos claro hacia dónde estaba el norte no había razón para seguirlo al pie de la letra, lo peor que podía pasar era terminar en una bifurcación sin salida y tener que regresar unos metros hacia atrás.

Una calle nos llevó a otra y de a poco, la cantidad de casas fue disminuyendo hasta que prácticamente desaparecieron. Habíamos abandonado Imeroviglia ingresando en la rústica caldera, la pared escarpada que se hunde en el mar formada en la erupción volcánica que dio a la isla su geografía actual. 

No habiendo analizado en detalle todo el trayecto, pensaba que era un sendero prácticamente urbano que conectaba varias villas. Cuando el suelo de lajas y/o alisado de cemento fue reemplazado por piedras volcánicas de distinto tamaño y grado de asentamiento, me di cuenta que estaba equivocada, y que nuestro outfit de trekking era el más adecuado. Durante varios minutos caminamos con cuidado, viendo dónde pisábamos para no resbalarnos y caer al mar azul profundo que teníamos a la izquierda.*



* Posteriormente, vimos en Google Maps, que varios metros más arriba había otra senda en mejores condiciones que salía junto a la iglesia Profitis Ilias. Es uno de las pocas bifurcaciones a la que se le debería prestar atención si alguien va con chicos, o quiere resignar las vistas costeras por un camino más regular y seguro.

Nos habíamos detenido tantas veces que era el mediodía y aún teníamos un par de kilómetros por delante. El plan original de volver caminando, viendo todo el paisaje con otra luz y desde una perspectiva diferente, comenzaba a tambalear. Al llegar a Oia tomaríamos la decisión final.

En un momento el camino desapareció y la única opción fue avanzar unos cientos de metros por la banquina de la ruta que a ese nivel se torcía hacia el oeste. La vía peatonal reapareció en la parte superior y plana de la caldera con una superficie más regular desapareciendo la sensación de que con cualquier tropiezo íbamos a rodar hacia el abismo. Más relajados, enfocamos la atención en las pequeñas piedras negras, coloradas, violetas y blancas de los alrededores, y en la vista panorámica del resto de la isla. Como si se tratase de una imagen satelital nos entretuvimos viendo el centro llano de la isla con algunas casas aisladas, y un gran mosaico formando por parcelas de tierra de diferentes tonalidades de verde y marrón. Un poco más allá, hacia el sudeste, se distinguía la pista del aeropuerto y esbozos de las villas costeras.


Retomando el sendero

Analizando las piedritas

Panorámica del centro de la isla

Como si se tratase de una vía de peregrinación religiosa, a lo largo del camino pasamos junto a muchas iglesias. Si bien en líneas generales eran pequeñas, con paredes blancas sin ornamentaciones, campanarios, y cúpulas azuladas, cada una tenía alguna peculiaridad que la diferenciaba. Por ejemplo, en este punto del camino, tras un leve ascenso llegamos a un promontorio coronado por una capilla con fachada color salmón y puerta roja, colores que la hacían única. Desde su atrio divisamos a lo lejos la villa donde terminaba el camino.


Oia desde la iglesia

Con el entusiasmo que genera tener la meta a la vista, descendimos por un terreno cubierto de hierbas rastreras que crecían entre las piedras oscuras volcánicas. Sobre estas se asoleaban varias lagartijas, aprovechando los tímidos rayos de sol que filtraban entre las nubes que nos habían acompañado todo el camino.



Cuando el reloj marcó la una del mediodía nos adentramos en las callecitas peatonales de Oia. Habíamos recorrido poco más de 8 kilómetros de la costa oeste de la medialuna de Santorini, pasando por sus villas más importantes y zonas menos exploradas, y disfrutando del silencio, vistas panorámicas de la isla y del mar azul profundo del Egeo.

Llegamos!


Comentarios:
  • Según los carteles el recorrido Fira-Oia (sin ir a Skaros) se puede hacer en 3 horas. Nosotros saliendo desde Firostefani, pero haciendo varias paradas para fotos y desviándonos a Skaros -previa búsqueda del desvío- tardamos 4 horas.


Tips:
  • Llevar agua, protector solar y gorro porque en general el camino es bastante abierto. 
  • Llevar zapatillas de trekking o deportivas con una buena puntera porque los sectores que están entre las villas suelen ser pedregosos.


sábado, 20 de octubre de 2018

Atardecer en Santorini

By Sole

Luego de infinitas horas de viaje estábamos en el primer destino: Santorini!

Cuando nuestro host abrió la puerta del balcón terraza del estudio todo el esfuerzo de subir la larga escalinata fue recompensado con una vista panorámica: al frente las islas Nea Kameni y Palea Kameni asomando de un calmo mar gris, y hacia abajo y los costados las fotogénicas edificaciones blancas curvilíneas de Firostefani.

Firostefani desde el balcón

Parados frente a la baranda, con el sol brillando sobre el mar, John nos explicó que Santorini adquirió la forma actual de medialuna luego de una gran erupción volcánica hace más de 3000 años. La isla quedó parcialmente enterrada, incluyendo los pobladores, subsistiendo solo el territorio oriental. Nosotros estábamos en la caldera vacía del volcán y las islitas de enfrente eran producto de ese evento.

Dadas todas las explicaciones y sugerencias, John nos dejó su número de Whatsapp y se despidió. Acomodamos un poco las cosas y fuimos a buscar provisiones al mini super. Ese domingo y el día siguiente muchos de los lugares iba a estar cerrados por la finalización de “apokries”, el carnaval griego.

Esta festividad originada en la antigua Grecia, relacionada con el culto a Dionisio, comienza diez semanas antes de la Pascua y, luego de tres semanas, finaliza con el inicio de la cuaresma. Justo habíamos llegado el domingo de la tercera semana y el día siguiente era el Lunes de Purificación; ambos días son feriados y según nos dijo nuestro anfitrión las familias suelen salir a hacer pic nics y remontar barriletes. Como en otras culturas se ve el sincretismo en el que conviven los dioses del Olimpo con la religión católica ortodoxa.

Con el sol, parcialmente oculto por las nubes, en plena retirada y una suave y fría brisa de mar como escenario, nos sentamos con el mate en el balcón a esperar el gran espectáculo. Dentro del top five de actividad para hacer en Santorini está: “Ver el atardecer en Oia”, lo que sería el extremo norte de la isla. Como nos gusta ir en contra de las masas, la adaptamos a: “Ver el atardecer desde el balcón”. El disco solar fue descendiendo tiñendo el cielo de de una amplia gama de naranjas que asomaban entre el gris de las nubes. Con su desaparición la temperatura bajó bruscamente como si se hubiese apagado la llamarada de un brasero.

Merienda en el balcón

Atardecer desde el balcón

Con esa ansiedad que caracteriza al recién llegado que tiene todo por descubrir, nos abrigamos y fuimos hacia Fira. Con una fracción de luna como fuente de luz, tomamos el camino costero que iba por el medio de la caldera. Desolación, es la palabra que mejor lo describe. En el kilómetro que caminamos no nos cruzamos con otro ser vivo, y gran parte de las edificaciones junto a las que pasamos parecían deshabitadas. Si Santorini “es la isla del Egeo donde hay actividad todo el año” no me quiero imaginar lo será el resto.

Al llegar a Fira, la imagen tampoco era la que esperábamos de la capital de la isla. Apenas había un local de souvenirs y dos puestos de comida al paso abiertos con algunos comensales. Con todo cerrado y a media luz, sin mucho para ver tomamos 25 Martiou, la calle vehicular que iba hacia Firostefani. Esta tampoco tenía más vida que el camino costero: cero peatones, sólo algunos autos que nos obligaron a replegarnos y caminar en fila india por las diminutas veredas y banquinas.

Cuando llegamos a la taberna en la que pensábamos cenar la encontramos cerrada. El plan A quedaba truncado, había que ir por el plan B: regresar unos 100 metros hasta un restaurante por el que acabábamos de pasar. El plan C hubiese sido ir a comer una ensalada al departamento…

En pocos minutos estábamos analizando la carta de Kokkalo Fagopotelian, ocupando la última mesa que estaba disponible pese a que ni siquiera eran las 8 de la noche. Su ecléctica decoración combinaba objetos modernos como luminarias hechas con caños de plástico coronados con lámparas multifilamento de las que no alumbran nada, con otros más tradicionales como aparadores de madera, una larga mesa llena de alimentos y baldosas calcáreas típicas de casas viejas en el piso, que generaban la sensación de que en cualquier momento iba a aparecer la abuela griega trayendo un delicioso plato casero.

Como estábamos con frío fuimos directo a los platos calentitos. Mientras me quejaba de la gente fumando en el interior del local (una clara transgresión a la prohibición vigente), nos trajeron un par de tomatitos cherry, aceitunas negras y 2 shots de raki, un licor a base de anís de alto contenido alcohólico que tanto los griegos como los turcos se lo atribuyen como propio; era tan fuerte que ni Seba lo pudo terminar! Luego de una larga espera llegó el risotto vegetariano griego, un arroz con salsa de tomate y queso feta que le quedaba grande el nombre de “risotto”, y la suprema con salsa de queso gruyere con arroz a la manteca. Pura aspiración como la ambientación…



Sin darle chance a los postres volvimos al studio a comer el Mantecol que habíamos llevado desde Buenos Aires. Considerando que está basado en una receta griega, fue lo más griego de la noche!

Habiendo tachado la primera actividad de la lista, "Ver el atardecer", nos fuimos a dormir. Llevábamos un par de días sin una buena noche de sueño.