sábado, 17 de noviembre de 2018

Santorini: Oia en invierno

By Sole

Luego de una entretenida mañana caminando entre villas y rocas volcánicas llegamos a Oia, una de las zonas más concurridas de Santorini, ubicada en el extremo norte de la isla. No hay guía o página web orientada al turismo que no recomiende recorrer sus callejuelas o sentarse a ver el atardecer desde ahí.

A medida que nos acercamos, y con el hambre esperable de la 1 del mediodía, comenzamos a pensar qué íbamos a comer. Se nos hacía agua la boca al imaginar una ensalada griega con tomatitos bien rojos bañada en aceite de oliva o una buena porción de pescado grillado. ¡Ojalá encontrásemos lugar libre!

Como había pasado en las otras villas, a medida que nos acercamos a su centro fue aumentando la cantidad de casas, aunque no tanto la cantidad de turistas que se contaban con los dedos de las manos. Los que sí abundaban eran albañiles y pintores en plena faena. Parecíamos un par de invitados que habían llegado antes de hora a la fiesta encontrando a los anfitriones en medio de los preparativos.

El camino nos llevó hacia una calle peatonal de relucientes lajas rectangulares de diferentes tamaños, símil mármol con vetas grises, que formaban un gran puzzle. Se trataba de la calle principal, bordeada de un lado por negocios –en ese momento todos cerrados-, y una muralla de material que no llegaba al medio metro de altura, interrumpida por las entradas de las casas y locales que miraban al mar. Salvo por alguna fachada aislada de piedra, todo el resto era blanco.



Esa tranquilidad de la que gozan los lugares poco concurridos en este caso tenía un inconveniente: al no haber turistas no había necesidad de tener restaurantes abiertos. Tras recorrer el área céntrica y ver que casi todos estaban cerrados, la imagen de la ensalada y la pesca de día comenzó a desdibujarse… hasta que divisamos uno abierto!

Mientras nos acercábamos vimos que tenía un cartel con caracteres chinos y que en el interior había sólo dos personas. En broma le dije a Seba “deben ser los dueños jugando a las cartas”. Dicho y hecho, cuando llegamos a la puerta había una pareja de orientales con naipes en las manos. Viendo la falta de comensales y la limitada oferta de platos -expresados en inglés y chino en la carta, pero no en griego- dimos media vuelta, encontrándonos un par de cuadras después con su antítesis: un resto con una carta más tentadora pero colmado de chinos donde no cabía ni una mosca. Todos los turistas de Santorini estaban ahí adentro!

En vista de la situación, las delicias griegas fueron postergadas para la cena, y compramos unos grisines cubiertos de semillas en la única panadería que cruzamos abierta. Dueños y amos de la calle principal, nos sentamos en un escalón a degustar el discreto, pero sabroso y crocante almuerzo mirando al Egeo.



Con los rugidos del estómago silenciados, y la idea clara de que íbamos a volver en bus, nos pusimos en marcha. El plan era caminar disfrutando de lo más lindo de Oia: sus callecitas y sus casas blancas. 

Durante un buen rato deambulamos sin rumbo por las callejuelas empedradas casi desiertas. Las había planas y también con pendientes que en algunos casos incluían escalones. Algunas se metían como raíces en el interior de la villa, mientras que otras se expandían como ramas que buscan la luz hacia la costa regalándonos imágenes de postales: casas excavadas y/o construidas de forma escalonada en el acantilado con patios aterrazados, intercaladas por capillas con cúpulas redondeadas y molinos como los de Don Quijote. Si bien predominaba el blanco, al mirar en detalle se identificaban paredes transgresoras pintadas de amarillo, rosa o salmón, o bien recubiertas en piedra. Muchas medianeras y techos eran curvilíneos recordando las formas de las cuevas. El lugar es tan fotogénico que hasta el más inexperto con un simple celular puede dar vida a verdaderas obras de arte.






Esquivamos una procesión de burros de carga, algunos perros callejeros echados en el suelo que ni siquiera nos miraron y muchos gatos que parecían ser las mascotas de todos y de nadie a la vez: durante la temporada baja donde no hay turistas que los alimenten, los propios lugareños y algunas fundaciones se ocupan de mantener varios recipientes en las calles llenos de alimento balanceado.



Pasamos junto al colegio que tenía sus puertas de madera azules cerradas y el gran patio de desierto recordándonos que ese día era el feriado de carnaval, Apokries. John, nuestro host de Airbnb, nos había contado que en esa festividad era frecuente encontrar niños remontando barriletes y familias haciendo pic nics. Aunque no vimos cometas en el cielo, ni vimos espacios verdes con mantelitos cuadrille y canastas de mimbre repletas de sandwiches y frutas, sí pasamos junto al patio de una casa donde había una familia reunida comiendo. Apenas separado de la senda por una pared de menos de un metro estaba la mesa con las ollas, bandejas y asaderas llenas de comida y la gente con plato en mano sirviéndose su almuerzo tardío –ya eran más las 3 de la tarde-. Por respeto a su privacidad, aunque estaban comiendo prácticamente en el espacio público, no sacamos fotos.

Viendo que faltaba poco para el siguiente micro que iba hacia Fira nos acercamos al estacionamiento de la villa donde estaba la parada. La poca gente que habíamos cruzado en los alrededores (y mucha que no) estaba ahí esperando el bus que llegó con una admirable puntualidad. Minutos después estábamos transitando a gran velocidad la zigzagueante carretera que discurría por el interior de la isla. Antes de lo esperando y casi con sorpresa escuchamos al chofer anunciar a viva voz “FIRA!!!”: habíamos llegado. Evidentemente había tomado un camino diferente al que esperábamos.

Parada en Oia

Sin planearlo terminamos en el centro de Fira. Lo primero que vimos fue la catedral, un edificio inmaculadamente blanco con una torre circular rodeada de galerías con arcadas. En la vereda de enfrente encontramos varios locales de souvenirs donde compramos un magnet para la heladera.

Souvenirs para todos los gustos

Enfilamos luego hacia el inicio del sendero Fira-Oia para hacer el tramo Fira-Firostefani que nos iba a llevar al estudio. En ese sector del trayecto, no puedo asegurar que estuviésemos en “la senda” o en una calle paralela, encontramos una pequeña muestra de la verdadera Santorini que contrastaba con la escenografías montadas para el turismo que habíamos recorrido hasta entonces. Las callejuelas empedradas pasaban junto a casas sencillas con pequeños jardines con flores y árboles de cítricos llenos de frutos, ropa tendida y gatos bien alimentados. Unas cuadras después tomamos el desvío hacia el departamento donde nos esperaban unos merecidos mates en el balcón viendo el mar.

Esa noche íbamos a tener la revancha en Simos, la taberna que el día anterior estaba cerrada por ser domingo. Ni bien entramos al salón tuvimos la sensación que estábamos en el patio de una casa: junto a una de las paredes laterales había un ficus con ramas que se extendían paralelas al techo como los hacen las parras, de las que colgaban lamparitas. Completaban la escena varias mesas cuadradas de madera con manteles a cuadros. Sólo faltaba que entrase la abuela con una gran fuente de comida. Con ganas de comer algo típico y caliente pedimos musaka –una especie de lasaña de berenjena y carne picada- y atún grillado. Confirmamos en esa cena lo que habíamos imaginado en los preparativos del viaje: en Grecia se come muy bien!



Tips:
  • Si piensan tomar bus para moverse entre las villas de la isla visiten la web de la empresa de buses (https://www.ktel-santorini.gr/index.php/en/), consulten los precios y bajen el pdf con la timeable actualizada. De Oia a Fira (Febrero 2018) pagamos 1,8 euros por persona; pagamos directamente arriba del micro. Ojo que las tablas de horarios que están en las paradas pueden estar desactualizadas! Los horarios de los buses que tomamos coincidieron con el pdf que habíamos bajado de Internet y no con los que estaban pegados en las paredes.


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