lunes, 28 de octubre de 2013

Paris - Te impacta por lo monumental, te atrapa por los detalles.

By Seba

Julio 2010

Luego de un tranquilo vuelo desde Barcelona, en el cual pude apreciar los Pirineos a los pocos minutos del despegue y la silueta de la Torre Eiffel a poco de aterrizar, llegué al aeropuerto de Orly, en el sur parisino, bien entrada la tarde.
Tenía que llegar a la estación Gare du Nord, en el otro extremo de la ciudad, lo que hice tomando un trasbordo en un tren aéreo (Orlyval) que llegaba a la terminal, y luego empalmando con una línea de subte, lo cual no fue sencillo en pleno horario de regreso a casa.

Mi hostel estaba cerca de la zona de Montmartre. Aprovechando que quedaban unas pocas horas de luz, tomé una calle que ascendía hasta las escalinatas que conducen a la basílica de Sacre Coeur (tengan cuidado en estas zonas con los timadores!). Desde allí no sólo se obtiene una excelente vista de Paris, sino que se tiene la posibilidad de dar un paseo por uno de los barrios más bohemios de la ciudad disfrutando de las tiendas y restaurants (aunque esquivando hordas de turistas).


Sacre Coeur

No pude con mi ansiedad y me tomé el subte desde Anvers hasta la estación Charles de Gaulle –Etoile, para salir a la superficie a los pies del Arco de Triunfo, de cara a la avenida de Champs Elysees.  El fantástico monumento, cuya construcción fue encargada por Napoleón, tiene una clara inspiración en los arcos que construyeron los emperadores de la antigua Roma luego de grandes conquistas. Es posible subir a la parte superior para obtener una vista privilegiada de la avenida más reconocida de la ciudad, y de la famosa torre que visitaría al día siguiente.

Y fue así que el día que tenía pensado recorrer los íconos de Paris era el 14 de julio, el aniversario de la toma de la Bastilla, día nacional de Francia. Las calles y el transporte público estaban desiertos, así que no tuve dificultades en llegar a  la estación Varenne y conocer Les Invalides, el hermoso edificio militar donde descansan los restos del gran almirante corso (nada que ver conmigo –que soy Corzo con “z” – sino de Bonaparte, nacido en la isla de Córcega).  Al caminar unas cuadras, uno se topa con el amplísimo campo de Marte (Champs de Mars), desde donde se tiene una magnífica vista de la Tour Eiffel de cuerpo entero (la camiseta de Racing tuvo su foto de rigor en el lugar). Al acercarse al monumento más fotografiado de la ciudad se oscila entre la admiración y el desencanto, porque no se logra comprender como toneladas de hierros remachados puedan generar algo tan estético: sorprende por su altura, cautiva por su silueta.

Tour Eiffel

Puede subirse hasta distintas alturas de la estructura a través de ascensores o escaleras: está de más decir que la gente pobre como uno sube por escaleras. Me pareció que llegar al segundo nivel era más que suficiente, ya que el soleado feriado francés se había transformado en un día con serias amenazas de lluvia.
Una vez de regreso en suelo  firme, hice mi primer cruce sobre el Sena hacia los Jardines de Trocadero, y de ahí volví a tomar el Metropolitain (el subte) hacia la zona de Champs Elysees, donde se había montado un enorme desfile militar, que incluía desde tanques hasta aviones de combate. Comencé a deambular por el barrio de la iglesia de La Madeleine, el teatro de la Opera y el exclusivo Café de la Paix. Los carteles electrónicos de las calles hacían explícitas advertencias sobre inminentes tormentas eléctricas, así que volví a entrar al subte para llegar al Museo del Louvre. Había una larga fila de más de 100 metros a un costado de la controvertida pirámide de vidrio, pero cuando se desató  el vendaval quedó menos gente, y la mayoría nos refugiamos en las galerías del edificio. La lluvia no escampaba, así que decidí resetear el día, cambiarme la ropa, abrigarme y hacer un almuerzo.

La tarde la comencé con energías renovadas en la Ile de la Cité, una pequeña isla en medio del Sena donde nació la ciudad, y a partir de donde se expandió, tanto durante el Imperio Romano como en la Edad Media. Como buen centro político y religioso, guarda fantásticos tesoros como Notre-Dame, la basílica que data del siglo XII y que impacta por su fachada y por sus detalle arquitectónicos, como las gárgolas (los animalitos que se asoman…), los rosetones o sus pilares externos. A pocos metros está la bellísima Sainte Chapelle, pequeña pero destacada por sus impresionantes vitrales. Y sobre la misma calle, La Conciergerie, actual Palacio de Justicia, pero que supo ser residencia real entre los siglos X y XIV y lugar de reclusión y guillotina durante la Revolución Francesa.

La Conciergerie y el Sena

Saliendo de la Ile de la Cite se ingresa al Barrio Latino (Latin Quartier), el cual tiene callecitas muy lindas para caminar, como la Rue Mouffetard. Caminando un par de cuadras es posible encontrar el edificio del Pantéon, donde descansan los restos de destacadas figuras de la historia francesa.

Tenía intenciones de ver la Tour Eiffel  de noche, así que me tomé el subte al atardecer. La imagen de la torre cuando el metro cruza el Sena por un puente es increíble! Tuve la enorme suerte que por ser un día de fiesta nacional, hubo un magnífico espectáculo de fuegos artificiales, juegos de luces y música.
Estimo que había cientos de miles de personas en el Campo de Marte, sentados a los pies de la torre, con sus máquinas fotográficas en mano, dispuestos a disfrutarlo. La verdad que nos fuimos enormemente satisfechos, y aunque la desconcentración de la multitud no fue sencilla, la tomé con calma y pude disfrutar de Los Invalides iluminado, con increíbles tonos dorados en medio de la noche.

Al día siguiente tenía que cambiar de hostel: como me habían confirmado la fecha del viaje a último momento (en realidad me habían mandado a Londres a un curso) no había mucha disponibilidad en alojamientos económicos. El Aloha hostel estaba en un barrio al sur del Sena, a unas cuadras de la estación del metro Volontaires. De ahí me fui a la zona del Puente Alexandre, y recorrí Champs Elysees, con la infaltable visita a la tienda de Nike del PSG y a la de Adidas, en donde me compré la camiseta del Olympique de Lyon de Lisandro Lopez.

Tour Eiffel y Pont Alexandre

En mi segundo día completo en Paris tuve revancha en el Louvre, al que ingresé luego de hacer un rato de cola. Adentro había multitudes, sobre todo en las salas de la Gioconda (una obra de tamaño muy pequeño, es curiosa su excesiva fama) o la Venus de Milo. Así que hice visita de médico y salí a los Jardines de las Tullerias, que es un lugar realmente hermoso tanto para caminar, como para sentarse en las sillas “free”, disfrutando de las obras de arte moderno, de los juegos para niños, de las flores, de las fuentes, y –por qué no– de una creppe con nutella.

Ingreso al Museo del Louvre

Por la tarde hice una recorrida por el cementerio de Montparnasse, donde infructuosamente busqué la tumba de Julio Cortázar. El camino de vuelta me encontró paseando por los Jardines de Luxemburgo, y la zona del boulevard Saint Germain y la Sorbona.

Jardines de Luxemburgo

Las piernas ya no me daban más: después de 20 días caminando por las ciudades de Europa, en pleno verano, durmiendo poco en los hostels, comiendo porquerías y tomando cerveza tenía que pensarlo dos veces antes de caminar hacia algún lado! Así que decidí cerrar el día sacando unas fotos nocturnas del Arco de Triunfo y Champs Elysees, antes de volver a cenar al hostel.

Champs Elysees y Arco de Triunfo

La mañana siguiente arrancó a las 6 am, ya que tenía que tomar el tren en Gare du Nord para ir a Brujas. Arrastrando la valija hasta la estación del subte, me dí cuenta a la vuelta del hostel, donde unos adolescentes británicos casi no me habían dejado dormir, había vivido el artista catalán Joan Miró. Una pequeña placa y una escultura de su autoría así lo atestiguaban. Paris me despedía con una sorpresa, y con la sensación que por el poco tiempo que pude dedicarle a la ciudad me había perdido muchísimas perlas semiocultas.

domingo, 13 de octubre de 2013

Londres, la capital del mundo

By Seba

Mayo 2009

Luego de poco más de 5 horas de un apacible viaje en tren desde Glasgow, llegaba a la estación Euston de Londres a las 18hs del 13 de Mayo de 2009.
Una corta caminata me depositó en mi hostel ubicado a metros de Rusell Square, en el barrio de Bloomsbury, bien cerca del British Museum. El día había sido largo, había comenzado bien temprano en Inverness, en las highlands escocesas, así que no tenía previsto dar muchas vueltas: caminé por los negocios de Oxford St y me acosté bien temprano.

La mañana del Jueves 14 arrancó bien temprano, con un rápido desayuno en un café cercano. El día era típicamente londinense: brumoso, nublado, fresco. Empecé a caminar sin rumbo definido hasta que sin querer llegué a Trafalgar Square, donde está la columna de Nelson, en honor a quien venció a la armada napoleónica a principios del siglo XIX, muriendo en la batalla.
Estaba a pocas cuadras del Thames (Támesis), y muy cerca de Houses of Parliament y el Big Ben. Durante unos años uno observó  fotos de esos lugares en los libros de inglés, parecían siempre tan lejanos… Sentirme tan cerca aumentaba la ansiedad.
Hungerford Bridge es un lugar ideal para tener un panorama completo de este complejo de edificios, con el agregado del moderno London Eye en la margen opuesta. 

Houses of Parliament y Big Ben

Luego de las fotos de rigor volví a cruzar el río por Westminster Bridge, y dando la vuelta al Parlamento me encontré con la abadía homónima, que es realmente imponente. En ese lugar se coronaron todos los reyes británicos desde Guilliermo el Conquistador en el 1066, y los restos de la mayoría de ellos descansan allí. También es escenario habitual de las bodas reales, como la reciente de Kate y William, o la de Lady Di y Carlos. El ingreso cuesto cerca de 20 libras, y está estrictamente prohibido sacar fotos, lo cual es una lástima porque el interior está lleno de tesoros artísticos y secretos históricos.
Saliendo por el frente de la abadía, la caminata te lleva naturalmente a la simetría de St James Park, desembocando en Buckingham Palace, una de las residencias de la realeza británica.
Aproveché para sumarme a un walking free tour que salía desde Wellington Arch. Tenía la chance de ir con un guía que hablaba español, pero preferí quedarme con uno en inglés. El tour no fue tan divertido como el de Edinbugh, pero fue una buena manera de recorrer Green Park, ver el cambio de guardia en Buckingham, caminar por Pall Mall, Admiralty Arch y Downing Street (residencia del primer ministro).

Cambio de guardia en Buckingham Palace

La línea azul del Underground (Picadilly Line) –Mind the gap between the train and the platform-  te lleva hasta el barrio de South Kensington. Más allá de una placentera caminata por los Kensington Gardens, se puede disfrutar del Royal Albert Hall (lugar de conciertos y eventos), del Victoria & Albert Museum, del Museo de Ciencias Naturales (con muchísimos dinosaurios!), de las tiendas Harrods, y de las deliciosas calles, con construcciones tan armónicas y simétricas.

Kensington Gardens

A pesar de la inestabilidad del tiempo, hice mi primer paso por la zona de Picadilly Circus, Leicester Square y Covent Garden, que son áreas comerciales, con mucha oferta de espectáculos, y varios lugares para comer fish and chisps al paso. En esta zona se compran los tickets con descuentos, y si bien tenía ganas de ver fútbol no estaba tan dispuesto a pagar casi 200 libras para ver al Tottemham Hotspur que jugaba ese fin de semana en White Hart Lane.
Ya con una persistente garúa finita, me refugié en el Tate (el museo de arte moderno) que como todos los museos de Londres es gratuito. Tiene obras muy interesantes y otras un tanto discutibles, como todo museo de arte moderno, pero me pareció más divertido que el MOMA de Nueva York. A la salida del museo, se cruza el río por el Millenium Bridge para visitar St Paul: la catedral se destaca por su enorme cúpula que domina la margen derecha del Támesis. El día había sido agotador, y aún quedaban muchas cosas por conocer!

El viernes 15 tenía pensado arrancar el día el Tower Of London. El complejo tiene varios edificios dentro de las murallas lindantes al río, y entre sus atractivos se destacan los salones donde se guardan las joyas de la corona. La Torre de Londres fue castillo, residencia, prisión y hoy es atractivo turístico por excelencia. Vale la pena pagar la audioguía para ir conociendo en cada rincón detalles de la historia del lugar: los aposentos de Edward Longshanks (el malo de Braveheart), Traitors Gate, el lugar de reclusión de Ana Bolena, etc. El mes en el que fui había una exposición especial de trajes de guerra de Enrique VII (el de The Tudors), que estuvo más que interesante.

Modernos edificios desde Tower of London

Al salir de Tower of London es imposible no sacarle unas cuentas fotos al Tower Bridge, el famosísimo puente colgante (no confundir con London Bridge, el puente de la canción es otro!)

Tower Bridge

Aprovechando que estaba en el East End, la zona más vieja y oscura de Londres, recorrí la zona de Temple Church (fugazmente ilustrada en El Código Da Vinci), y luego me metí en otro walking tour que prometía seguir los pasos de Jack the ripper (Jack el destripador). Más allá de mostrarte algunas cosas donde cometió sus crímenes y de mostrarte sus modus operandi, resultó ser un poco aburrido y me fui antes de tiempo. Tomé el subte hasta Camden Town, que sería el distrito punk-vintage de Londres. Sacando algunos puestos callejeros que vendían remeras, no me pareció tan bohemio como prometía, aunque tengo que admitir que no le dediqué todo el tiempo que merecía.

La mañana del sábado 16 comenzó con una recorrida por Regent’s Park. Los parques londinenses son realmente muy lindos, con sus estanques, sus patos y sus innumerables caminos. Debe ser muy divertido salir a correr por Londres, todos los fines de semana un recorrido diferente. Pero mi verdadero motivo para arrancar por esta zona de Londres era ir a Baker Street, a la casa de Sherlock Holmes! El detective creado por Sir Arthur Conan Doyle vivía en el 221 B de esta calle. Si bien el número no existe, hoy se “creó” esa dirección para alojar un museo alusivo a las novelas y los cuentos, donde se replica la casa en la que el personaje vivía con su compañero, el doctor Watson.

Estación Baker Street

Cómo era sábado, me fui hasta Notting Hill, para recorrer el mercado callejero de Portobello Road. Es un lugar ideal para comprar productos frescos y antigüedades. La atmósfera es relajada, y las coloridas puertas de las casas hacen que el barrio sea delicioso. Vale la pena visitarlo, y no sólo para sacarle la foto a la librería de la película de Hugh Grant. Cerca de ahí está la zona de Holland Park, con toda la tranquilidad de sus amplias calles, flanqueadas por casonas y residencias de embajadores. Sería el equivalente a Barrio Parque de Buenos Aires.
La tarde se prestaba para pasear y seguir caminando por la zona de Covent Garden, y para terminar en el London Eye. Esta enorme rueda de bicicletas hace un giro completo en 30 minutos. Desde las cápsulas cerradas se tienen vistas espectaculares del río, del Parlamento, del Big Ben, de Westminster Abbey. Si el día está claro y la visibilidad es óptima las fotos salen lindísimas.

Desde London Eye

El domingo era el último día de mi viaje. Las piernas estaban cansadas de tanto caminar, y ya había visto la mayoría de las cosas. Me castigué con un doble desayuno, en Starbucks primero y luego en un café Nero. En el medio, hice una visita al British Museum, que guarda joyas de la historia de Grecia, Egipto, América Precolombina y Oriente Medio, denotando el espíritu colonialista y saqueador que supo tener el Imperio Británico. Con la sensación de que esas reliquias deberían estar en sus lugares de origen y no en Londres, y con ganas de pasar por arriba a las hordas de turistas ponjas que se aprovechan de la gratuidad del museo, salí para comprar las últimas chucherías, souvenirs y alguna oferta de ropa deportiva en SportsDirect. No me privé de ir hacia el norte para bajar en la estación Arsenal y ver el imponente Emirates Stadium, al menos desde afuera. Se acercaba la hora de retirar el equipaje del hostel y tomar nuevamente la línea azul hasta Heathrow y escuchar Mind the Gap por última vez.

Londres revalida a cada paso su título de capital del mundo, tan cosmopolita como NY pero con un estilo propio, mezcla de los sofisticado y lo relajado, de los estricto y lo creativo. Salir del underground en cualquier estación y caminar sin dirección es una excursión en si misma, lo que hace que uno tenga ganas de regresar a la ciudad una y otra vez, sabiendo que no se va a aburrir nunca.

domingo, 6 de octubre de 2013

Puerto Yeruá - Qué hacemos?

By Sole

El día siguiente amaneció soleado, prometía ser un gran día. Como teníamos planificado, nos fuimos a Concordia, ciudad que está a unos 33 km, a pasar parte del día y almorzar. Lo que restaba del sábado, domingo y la mañana del lunes lo pasamos en Yeruá.

Qué hicimos todo ese tiempo?
- Descansamos! Si hay algo para lo que se presta Yeruá, es para descansar. Si están estresados, cansados de la ciudad, los piquetes, y los ruidos molestos, este es el lugar indicado! Nos levantábamos con el canto de los pájaros, que era lo único que escuchábamos mientras desayunábamos en el porche de la casa. Apenas si pasaba un auto, menos aún alguien caminando. Nada de gritos, bocinazos, frenadas ni gente gritando. Ideal para sentarse a tomar mate, pensar, leer, etc.
En verano, fundamental tener una piletita para descansar y al mismo tiempo sobrevivir al calor extenuante de la zona.
  

Amanecer en Yeruá.

- Intentamos pescar desde la costa. No pescamos nada en 3 días!!! Existen zonas, públicas y privadas –camping-, desde donde se accede a la costa del río Uruguay, en cuyas aguas es posible pescar dorados, bogas y tarariras, entre otras especies. Nosotros fuimos un par de veces al sector que era público y no conseguimos sacar nada!

- Intentamos pescar embarcados. El último día contratamos una excursión de pesca en “Puerto Yeruá Pesca”. Sólo por el hecho de haber subido a la lancha, me incluyo en la excursión; únicamente me limité a sacar fotos y tomar sol en las 4 horas que estuvimos dando vueltas por el río.  Navegamos hacia distintos puntos del mismo donde la ecosonda de la lancha indicaba que había peces, permanecimos un rato en cada uno de estos lugares, y nada. También intentaron haciendo trolling, y tampoco resultó. Saco como positivo del día, que había sol y con las ropa que habíamos llevado no sentimos frío, y que no me maree ni tuve nauseas cada vez que la lancha desaceleraba y se balanceaba producto de las olas generadas por el movimiento previo de la embarcación. Además, durante el recorrido, tuvimos una linda vista tanto de la costa uruguaya como argentina.



- Caminamos por el pueblo. El domingo, después de desayunar nos fuimos a recorrer el pueblo. Hasta ese momento sólo lo habíamos visto desde el auto, así que esa mañana decidimos caminarlo, que es la manera en que mejor se conoce un lugar. Salimos hacia la zona “céntrica” tomando algunas referencias, como el cartel de la despensa más cercana, para no perdernos y poder regresar ante la ausencia de carteles indicativos del nombre de calle, al menos donde nosotros estábamos. Cuando llegamos a la zona más civilizada descubrimos que las calles céntricas, sí tenían nombres. Los primeros metros nos dió la sensación de estar en el campo. Nos cruzamos con terrenos con vacas, ovejas, gallinas y hasta una mula, que se acercó a la cerca cuando pasamos.



También nos saludaron algunos perros callejeros, incluido flacucho que estaba recostado junto a otro can en la puerta de una casa. Parecían ser perros de todos, pero a la vez de nadie. Seguramente reciban comida y algo de afecto de todos los vecinos, lo que no sé si alguien se ocupa de llevarlos a la veterinaria, vacunarlos, etc. Dicho sea de paso, pasamos por la puerta de varias despensas, y en una había un cartel que indicaba que ese día iba a estar “atendiendo la veterinaria”.



Dimos una vuelta por la plaza principal, que estaba muy bien arreglada, con el pasto cortado, e incluía juegos para niños y un pequeño anfiteatro. Como corresponde, frente a la plaza: la iglesia. Como era domingo por la mañana había misa en la pequeña Iglesia San Isidro Labrador; nos limitamos a mirarla desde afuera.



Seguimos caminando hacia el lado del río, donde está emplazado el Complejo Puerto Yeruá de Bungalows. Barranca abajo había una especie de camping municipal con parrillas y techitos, estacionamiento y bajada de lanchas. Realmente un lugar muy bonito.
En el regreso hacia nuestra casa, intentamos comprar pan, pero… el único local que tenía la inscripción “Panadería” - La Potota-  estaba cerrado!!! Me costó creer que algo que se llama panadería estuviese cerrado un domingo a las 11 de la mañana! Optamos por comprar pan en la despensa, donde teníamos que ir de todas maneras a comprar víveres para el almuerzo. Nos llamó la atención la variedad de productos que vendían en ese lugar: golosinas, lácteos, vegetales, frutas, productos de almacén, gaseosas, bebidas alcohólicas –incluido Cerveza Guiness-, figazas y productos de regalería. Super completo, y a precios que no nos parecieron una locura.
Emprendimos el regreso, por las pocas calles pavimentadas de la zona más céntrica, continuando con las de ripio con canto rodado, que eran las predominantes del lugar.

- Caminamos por pequeñas selvas en galería al costado del río. En las inmediaciones del río existen pequeños senderos, que no creo que tengan más de 500 metros de extensión, que transcurren en selvas en galería. Muy recomendable, sobretodo si uno va con niños para tomarlo como “un viaje a la selva”, aunque sin animales. A diferencia de las selvas en galería que habíamos visto en el Palmar, acá no había excrementos que indicasen la presencia de carpinchos.

- Comimos! Eso nadie lo puede negar! Hubo pizza, asado, picada, fideos, y hasta tarta y empanadas del “Comedor”. Cuando pasamos cerca del galpón que tenía ese cartel al principio pensamos que se trataba de un comedor comunitario, pero después averiguamos que era el restaurant, que vendía comida para llevar. Cuando fuimos sólo había tarta de jamón y queso, y empanadas de carne, a un precio super accesible y de buena calidad. Hay que ajustarse a lo que hay!
A falta de panadería para comprar facturas, de casualidad encontramos pastelitos. El domingo a la tarde mientras dábamos una vuelta con el auto descubrimos en una esquina a una señora que vendía pastelitos de membrillo, batata o dulce de leche, que estaban expuestos sobre un caballete en la vereda. Ricos.

Conclusión: Es un lugar ideal para los que quieran desconectarse de la rutina, descansar, pescar, y disfrutar un asadito o aunque sea unos mates con pastelitos en familia.