Tomamos un camino zigzagueante que transcurría dentro de un parque elevado, el Gianicolo, en el lado oeste del Tiber. Creo que los pocos niños que vimos en Roma, fueron justamente en este lugar, ya que el camino pasaba frente al Ospedale Bambin’ Gesù. Al estar elevado, ofrecía una maravillosa vista de la ciudad que se levantaba del otro lado del río.
En el parque encontramos el Faro Manfredi, que según la
inscripción en el mismo, había sido un regalo de los inmigrantes italianos que
emigraron a Argentina.
Me pareció un parque muy lindo, un oasis verde entre
tantas plazas de piedra, un lugar muy apacible para sentarse a comer algo, a
leer, o simplemente a descansar.
El caminito nos condujo a Trastevere. Esta vez
pudimos recorrer sus calles sin lluvia. No dejamos pasar la oportunidad de
sentarnos en un café a tomar un capuccino con una porción de torta, que
fue seguida de un gelato de cioccolato e fragola; simplemente
excelente.
Después de esto dimos las mil y una vueltas por
Trastevere y sus alrededores, cruzando el río Tiber a través del Ponte
Sisto. Unas cuadras más nos llevó a Corso Vittorio Emanuele. Habiendo
pasado las 17 hs, nos preguntamos, “y ahora qué hacemos?”. Decidimos ir a
ver el atardecer al mirador del Campidoglio, a contemplar esa
espectacular vista que tuvimos el primer día, pero con una iluminación
diferente. Fue una buena decisión, que no nos decepcionó ni un poquito.
Recomendable.
Como al día siguiente teníamos que madrugar para tomar el tren, fuimos a comer un rato después de las 19 hs. Volvimos a la Piazza della Madonna dei Monti, el lugar donde habíamos comido el primer gelato italiano. Frente a la fuente de la piazza había un restaurante con varias mesas exteriores. Dado que la temperatura aún era agradable, cometimos el error de sentarnos afuera. Al los pocos minutos de sentamos, en una única mesa que quedaba libre, constatamos que los comensales de las mesas vecinas eran fumadores empedernidos, adictos que no podían evitar sacar uno tras otro los cigarrillos de sus cajitas de cartón, con grandes carteles que informaban los efectos adversos de ese tóxico. Era un mix de gente que salía a cenar y otra que estaba en una especie de after office tomando alcohol y picando alguna bruschetta. En la nube de humo comimos una ensalada de lechuga, tomate, atún y 3 aceitunas, risso ai funghi y focaccia. La comida estuvo buena, pero no el ambiente. Una vez que terminamos, volvimos al hotel a acomodar las valijas que apenas habíamos tocado.
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