Enero 2011
A las 9:30 nos
pasaron a buscar para realizar la excursión que habíamos contratado “Rafting en
el Corcovado”.
Fuimos los
primeros en subir a la camioneta. Subieron un par de personas en Esquel, y
seguimos para Trevelin donde buscamos a los últimos pasajeros. Luego tomamos un
camino de ripio que nos llevaría a Corcovado. Era un grupo mixto, mitad
hombres, mitad mujeres con edades que iban de 6 a unos 55 años.
Faltando 30 km
para llegar al destino, en una zona con piedras sueltas en el camino, que
parecían haber sido removidas recientemente, pinchamos la rueda. Seguramente
algún canto filoso fue el causante de todo.
En medio de la
ruta, bajamos todos de la camioneta para que el chofer, cambiase la rueda.
Algún hombre se quedó mirando de cerca la operación, mientras que otros la
miraron a larga distancia, no fuera a ser que pidieran ayuda!
Tras sudar un
rato bajo el sol, el flaco cambió la rueda. Todos arriba para seguir viaje!
Encendió el
motor, puso primera, pero no pasó nada; el vehículo no avanzaba. El chofer
volvió a bajar, y al ratito nos dio la orden de que descendiéramos. Sacó nuevamente la rueda, intento ponerla,
sacarla, volverla a poner, pero no había solución, la rueda de auxilio no
correspondía a la camioneta, era de otro tamaño por lo que no giraba y la camioneta no avanzaba!
Escenario de
situación: domingo, 12 del mediodía, en el medio de la nada, en una zona de la
ruta donde los teléfonos celulares no tenían señal para comunicarnos, chofer
sin camisa todo sudado por el calor y por su lucha infructífera con la rueda.
Estuvimos 1:30
hs bajo el sol, con la agradable compañía de los tábanos. Los autos pasaban,
levantaban polvo y saludaban!
Afortunadamente
una camioneta tuvo la delicadeza de parar. Como iba para Corcovado, se le
encomendó la tarea de buscar ayuda. El driver le pasó la dirección del lugar
donde íbamos para que avisara que estábamos varados en la ruta y vinieran a
buscarnos.
A las 13:00
mandaron una combi sucia y polvorienta, aparentemente la única que había en el
pueblo, que había sido uno de los vehículos que había pasado un rato antes
vacío y en vez de parar había acelerado levantando mucho polvo. Como apareció
$, apareció la “solidaridad”.
Parece que no
solo levantaba polvo, sino que también lo absorbía; iba rapidísimo, con las
ventanillas delanteras bajas, el aire era casi irrespirable. Cada vez que
inspirábamos nos entraba una buena porción de polvo a los pulmones.
A las 13:30
llegamos a destino. Por el retraso se invirtieron el orden de las actividades.
En lugar de iniciar con rafting, comenzamos con el almuerzo, había hambre! Almorzamos
sándwiches de jamón, queso, lomito ahumado, salame, lechuga y tomate. Estaban
las figazas y los ingredientes dispuestos en platos en las mesas, de modo que
cada uno se armaba el o los sándwiches a su antojo. Con el estómago lleno nos vestimos
con trajes de neoprene, cascos y chalecos salvavidas.
Vestidos con los
trajes y chalecos subimos a la traffic inicial, que ya tenía la rueda emparchada.
Recorrimos unos metros y bajamos al río, repartidos en 3 gomones, y 2 kayacs de
apoyo. Cada uno trasportaba 6 pasajeros y 1 guía. Nos tocó compartir gomón con
una familia de 4 personas, incluía 2 hijos adolescentes, la madre, trabajadora social que hablaba muchísimo, y el padre. Nos acompañaba un guía norteamericano, que vivía 6
meses en Argentina y 6 meses en USA.
Fue un rafting
tranquilo, con algunos rápidos, pero muy suaves. Esperaba algo más movido y
peligroso; de hecho me había tomado un reliverán y un agirax previamente para
evitar mareos y vómitos. Fue una linda experiencia, algo que volvería a hacer.
En las zonas
donde no había rápidos, podíamos tirarnos al río. Bajé en una oportunidad, pero
el agua me resultó demasiado fría a pesar de todo lo que tenia puesto. El resto
del tiempo estuve en el bote. Como una prueba más de mis problemas motrices,
cabe destacar mi relación con el remo y sus movimientos hacia adelante y atrás.
Requerí muchas explicaciones de cómo manejarlo y creo que nunca lo hice bien.
Era un rafting
de dificultad clase II-III, con un recorrido de 12 km, y una duración
aproximada de 2:30 hs.
Al final del
recorrido había unas piedras altas, de unos 2 metros de altura, desde donde la gente se
tiraba al río. No lo hicimos, el resto de la excursión sí, incluido el nene de
6 años.
Volvimos a la
casita donde habíamos almorzado. El “vestuario” de mujeres y el baño estaban llenos
de barro por todos lados. Como es habitual, tuvimos que hacer fila y esperar
para cambiarnos. Finalmente cuando nos vestimos de personas, fuimos a merendar.
Había facturas, tortas fritas, té, café, leche y cacao. Con las energías
recargadas emprendimos el regreso. No tuvimos ningún inconveniente en el viaje.
Una vez más
regresamos al hotel cerca de las 21 hs. Solo íbamos a dormir y desayunar. Al
ratito de llegar, salimos a cenar.
Nos tocó un
viejo conocido: Killarney, el Irish resto-bar. Pedimos pollo grillado con papas
asadas y puré de calabaza. Nos trajeron una pechuga a cada uno, que estaba
buena. Como la vez anterior, hacía mucho calor en el interior del local. Seba
se tomó 2 pintas de cerveza y terminó muy verborrágico. Yo tomé sólo agua mineral, así que terminé en mejores condiciones que él.
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