Enero 2011
Fue el último
desayuno en Sur Sur. Luego de constatar que todas las cuentas estuviesen
saldadas, tomamos un taxi hasta la estación. Eran pocas cuadras, pero como estábamos con las valijas decidimos no caminar.
A las 9:30
partió el micro con destino El Bolsón. Si bien habíamos comprado el pasaje en "Vía Bariloche", el omnibus era “Don Otto”. El Bolsón era una parada más en el
camino, el destino final del mismo era Jujuy.
Luego de unas 3
horas de viaje, 180 km recorridos y tras pasar por Epuyén y El hoyo (donde el
micro hizo parada) llegamos a El Bolsón. El paisaje fue bastante aburrido con
mucha estepa, muy monótono, hasta pasar el El hoyo. A medida que nos fuimos
acercando a El Bolsón, fue aumentando la vegetación, fueron apareciendo
árboles, etc, íbamos hacia el noroeste.
El Bolsón está
ubicado en un valle, entre el cerro Piltriquitrón y la loma del medio de mucha
menor altura. Acostumbrados a la tranquilidad de Esquel de los últimos días,
esto era un infierno. Había mucha gente por todos lados que brotaba de debajo
de las baldosas. Encima coincidió que ese día había feria de artesanos en la
plaza principal (la armaban los días martes, jueves, sábados y domingos). Así que
estaba la gente que paraba en el pueblo así como la de alrededores.
Valija en mano
fuimos esquivando seres humanos y autos en las calles, que no tenían semáforo.
En las avenidas, sobretodo en la intersección de 2 o más de estas, era bastante
complicado cruzar. Con mucho esfuerzo caminamos las 7 u 8 cuadras que nos
separaban de la hostería. Esta estaba situada en la esquina de Azcuénaga y 25
de mayo. Pequeña, de 2 plantas, con 10 habitaciones distribuidas en el primer
piso (por escalera), estacionamiento y una sala de estar cerca de la recepción
con sillones, y revistas y libros para leer.
Teníamos
reservada una habitación doble; a pesar de ser las 12 horas pudimos hacer el
check in porque el cuarto ya estaba listo. Era una habitación un poco más
amplia que la de Esquel, con baño privado que incluía un secador de cabello, y
una bañera con media mampara y un duchador loco. Cada vez que uno se bañaba era
imposible que no se mojara todo el baño, incluido techo, piso, puerta, etc. En el resto de la
habitación estaba la cama, el tv con cable y un placard con caja de seguridad. Había
un ventanal con bowindow que daba al estacionamiento.
Como positivo el
lugar tenía muchos enchufes, cosa que escaseaban en Sur Sur y como negativo,
como modo de pago solo aceptan efectivo (no tarjetas ni transferencia), lo que
me pareció muy poco friendly al turista. Si bien la atención era personalizada,
había unos 4 empleados que se repartían a lo largo del día, no era tan cálida
como en Esquel.
Luego de dejar
el equipaje, ya salimos a caminar.
Pasamos por la oficina
de turismo donde tuvimos que hacer fila para que nos atendieran. Había mucha
gente que buscaba alojamiento o actividades para realizar.
Nos dieron un
mapa de la ciudad y un par de explicaciones sobre lugares que podíamos visitar caminando
o tomando algún colectivo ya que estábamos sin auto. Fue muy amable la empleada del
lugar.
De ahí nos
fuimos a comer a la Cervecería El Bolsón. Estaba pasando la plaza de los
artesanos, tenía un sector cubierto y un gran patio-jardín con mesas de
diferente tipo distribuidas en el mismo. Hacía calor y estaba soleado por lo
que nos ubicamos en la intemperie. Pedimos media pizza napolitana (venia en
media tabla de madera, muy original), agua y cerveza negra, con un costo total de $44.
Tuvimos que esperar bastante para que nos atendieran y para que nos trajeran
las bebidas y comida.
Luego pasamos por
La Anónima a comprar algunos víveres, y por el Club Andino Piltriquitrón (CAP),
donde nos informaron sobre el ascenso hasta Refugio Hielo Azul, información que
resultó un poco deficiente como pudimos constatar posteriormente.
Siguiendo las
indicaciones de la oficina de turismo emprendimos el camino hacia la Cabeza del
Indio.
Avanzamos por la
calle Anchorena hasta su finalización, cruzamos el puente que esta sobre el Río
Quemquemtreu, llegando a un camino de ripio, el mismo que utilizan los vehículos
para ascender; como no llovía hacia algunos días había muuuucho polvo por todos
lados. La subida inicial era bastante empinada. Ascendimos hasta un cartel con
un duende donde el camino se bifurcaba, seguimos hacia la derecha del mismo,
algunos metros más hasta una nueva bifurcación. Uno de los caminos iba hacia el
río Azul, y el que seguía a la derecha, hacia el “Mirador del río Azul” y “Cabeza
del Indio”. Tomamos este último, seguimos caminando varios kilómetros bajo el
sol, metiéndonos en senderitos hechos por curiosos, que iban hacia el lado del
río, desde donde había una muy buena vista hacia el valle del mismo. En un
extremo se podía observar el Lago Puelo con un color impresionante, y parte del
recorrido zigzagueante del río, de poca profundidad, al menos en esa parte,
donde se podían ver las piedras del fondo.
Llegamos al mirador, a unos 5 km de
la ciudad, donde la vista no era tan buena como las que habíamos tenido
previamente. Caminamos 1 km y algo más, hasta llegar a la Cabeza del Indio. Era
un lugar en medio de la nada, había un kiosko donde además de galletitas y
gaseosas vendían entradas de $3 para ingresar al sendero que llevaba a la
cabeza. En este sector había improvisado un estacionamiento para autos con un
cartel que informaba que “no se hacían cargo por el robo de objetos
personales”.
Fuimos por un camino
un poco empinado, bastante corto con un tiempo estimado de 10
minutos, que hicimos en mucho menos. Llegamos a un mirador de madera,
desde donde se podía ver la cabeza de indio, que no era más que la imagen que
se formaba en una roca, que según la imaginación resultaba en el perfil de un
rostro.
Seguimos por el
otro sendero, que tenía unos cuantos metros de cornisa, con un sector muy
estrecho y peligroso, que como mucho debía tener medio metro, y como única
medida de seguridad había un alambre para agarrarse y no caerse colocado en la
pared de roca. Así que quedaba la formación rocosa con el alambre, la persona
que iba caminando y un precipicio como en los que caía el coyote perseguido por
el correcaminos.
Cuando
regresamos al kiosko de donde habíamos partido había un hombre quejándose que
le habían robado una notebook del auto. En el momento en que pasamos por ahí
estaba tratando de negociar la devolución del objeto “podrían ver si aparece la
computadora si les doy $500??? Tenía fotos y otras cosas importantes…”. No sé
en que habrá quedado esto. Una vergüenza que en un lugar en el medio de la nada
donde aparentemente hay 2 personas roben. Igual los del lugar con su cartel ya
le habían avisado que cuidara sus cosas porque se las iban a robar.
Bajamos por el
mismo camino por el que habíamos subido, porque nadie nos pudo informar ahí
arriba como llegar a la Cascada Escondida. El descenso fue un poco más rápido,
pero igual o aun más polvoriento que el ascenso. En algunas partes había autos
que pasaban a mayor velocidad de la permitida y la que la razón manda,
levantando grandes nubes de polvo, sin importarles nada de la gente que iba
caminando o de cualquiera que podía venir conduciendo en sentido contrario. No
era una autopista, era un camino de ripio estrecho que bajando la velocidad y
con cuidado podían pasar 2 vehículos a la vez.
Una vez en la
ciudad, debíamos reponer energía. Compramos helado en Jauja: gianduia
(chocolate con avellanas), y frambuesa (Sole), gianduia, frutos de bosque y
canela (Seba). Fuimos hasta la Plaza Pagano, donde estaban los puestos de
artesanos, en la que aun había mucha gente, mochileros, hippies, artesanos,
etc. Nos sentamos a comer el helado viendo la extraña fauna que nos rodeaba. En
el centro de la plaza había una especie de fuente- estanque donde se alquilan
botes a pedal. En un momento se acerco al borde de la fuente un niño de unos 3
años, que se bajó los pantalones y comenzó a hacer pis como si fuese un inodoro
gigante. Ningún adulto se hizo cargo ni dijo nada. Recién cuando el chico
volvió a subirse los pantalones y estos se mojaron un poco con orina se acercó una mujer, que sería la madre, de uno de los
puestos. Unos minutos antes de toda esta escena, a uno de los turistas se le
había caído una gorra y se había metido al agua a sacarla (vaya a saber cuántos
habían orinado antes). Parece que en algunos lugares, todo vale, menos la
educación.
Esa noche fuimos
a cenar a “Tierra Nuestra” (San Martín 3207), la parrilla- restaurant de hotel
Amancay. Como parte del servicio de mesa nos trajeron un mini pan casero de campo muy rico, cordero con ensalada, trucha al limón
con puré (que aún tenía la cabecita y ojitos que miraban), agua sin gas y una cerveza Araucana rubia ($115).
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