domingo, 20 de enero de 2013

Nuestro primer viaje: Colonia del Sacramento (parte 1)

By Sole


Agosto de 2010. Nuestro primer viaje...

Viajamos un fin de semana a Colonia del Sacramento, Uruguay.

Partimos el domingo por la mañana desde Buenos Aires, en el Eladia Isabel de Buquebus. Es un buque bastante grande, que tiene capacidad para 1200 pasajeros y 130 automóviles, free shop, sala de juegos, confitería y posibilidad de pasear por la cubierta apreciando la vista del Río de la Plata y sintiendo el viento que se genera por el avance del mismo.
En las tres horas que duro el viaje, caminamos tanto por el interior como por la cubierta del barco, visitamos el duty free, leímos el diario, hicimos claringrillas y hasta comimos golosinas. Entre que el río estaba tranquilo y el tamaño de la embarcación casi no se sintieron los movimientos (por las dudas había tomado Dramamine para evitar problemas), lo que permitió realizar todas esas actividades sin inconvenientes.

A las 12:30 del mediodía llegamos a Colonia. Como equipaje llevábamos una mochila cada uno, así que ni bien salimos del puerto comenzamos a recorrer la ciudad.
Primera impresión: un lugar super tranquilo. Las primeras calles por las que caminamos estaban fuera de lo que se llama “casco histórico”, que sería la parte colonial propiamente dicha. Barrio residencial, con casitas bajas, sin rejas, gente comiendo en el interior de sus hogares con las ventanas y hasta algunas puertas abiertas, bancos y sillas en los porches demostrando las costumbres que ellos aún conservan de sentarse ahí a la tarde. Hábitos que hemos perdido, al menos en Buenos Aires, por los problemas de inseguridad.
Luego de recorrer un par de cuadras nos adentramos en el casco histórico. Sin dudas es el sector más pintoresco de la ciudad, con sus construcciones coloniales y calles de adoquines.
Hicimos una rápida pasada por la oficina de turismo donde nos atendieron muy bien, nos respondieron un par de consultas y hasta nos dieron un mapa donde estaban marcadas las principales atracciones: el faro, la Plaza Mayor, la calle de los Suspiros (una de las más lindas), el portón con la antigua muralla, y su costanera.


Calle de los suspiros

Como debíamos esperar a la tardecita para hacer el check in en la posada, aprovechamos para sentarnos en un restaurante y comer algo. El lugar elegido fue “La Pulpería de los Faroles”. Ubicado enfrente de la Plaza Mayor, nos atrajo por su estilo colonial y las mesas en la vereda que daba la posibilidad de comer viendo el paisaje, y el ir y venir de la gente y vehículos de todo tipo incluyendo varios autos antiguos, bicicletas, y muchas motos. La gran cantidad de gente comiendo en este lugar sugería que la comida debía ser buena, o al menos que tenían productos frescos por la gran salida; efectivamente los platos eran ricos, la atención muy buena, y los precios acordes a la zona turística que nos encontrábamos. Haciendo la conversión a pesos, los precios eran similares a los que se puede encontrar en la zona de Recoleta de Buenos Aires.

Callecitas del casco histórico

A pesar del pronóstico meteorológico adverso con el que habíamos viajado, que anunciaba lluvias y tormentas para ese día y el siguiente, nada de eso ocurrió. Así que estábamos más que conformes con un cielo nublado, y algún rayo de sol que cada tanto se asomaba entre las nubes.

Pasadas las 14 horas caminamos un par de cuadras hasta la posada, "El Capullo", donde teníamos reservada una habitación. Era una casa antigua remodelada, lo que acá se llama “casa chorizo”, con varias habitaciones que dan a un patio que en este caso estaba techado como su fuese un jardín de invierno. Al fondo tenía un jardín con un deck de madera y pileta, que esta no estaba habilitada por la época del año. Contaba además con un hall con computadoras con conexión a Internet, juegos de mesa y algunos juguetes para los más pequeños.




Nuestra habitación estaba ubicada justo frente al primer patio. Sin bien era cómoda y tenía todo lo necesario para pasar la noche ahí, nos generó una sensación de falta de privacidad; apenas la vieja puerta de madera con vidrios compartidos tapados con una  cortinas nos separaba de ese patio, que era camino obligado de todos los que entraban en la posada y hacía durante las mañanas de desayunador. Como podíamos oír sin esfuerzo todo lo que sucedía afuera, rogamos que no hubiese mucha circulación a la noche que nos desvelara.

Dejamos las mochilas, y emprendimos el paseo vespertino. Caminamos un par de cuadras por el centro histórico, hasta desembocar en el viejo muelle de madera, donde nos sentamos un rato en uno de sus bancos.
Continuamos caminando hasta una feria de artesanos (las preferidas de Seba), siguiendo posteriormente por la Rambla costanera, una calle que va bordeando el río. Es más que nada una calle para circular con vehículos, el espacio destinado a los peatones es escaso, algunos tramos con pasto, otros con tierra y en algunas zonas pequeñas piedras sueltas. De la mano que daba al río había zonas con arboledas hasta finalmente aparecer pequeñas playas de acceso dificultoso.

Cuando estaba comenzando a caer el sol emprendimos el regreso, disfrutando de un hermoso atardecer con el mar de fondo. Terminamos la tarde merendando en un bar frente a Plaza Mayor, la caminata nos había cansado y abierto el apetito.

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