Enero 2011
Nos levantamos
temprano, a las 7:30 bajamos a desayunar, dado que a las 8 partía la excursión.
En el desayunador, un salón ubicado en la planta baja, con ventanas que daban a
la calle y al estacionamiento del hotel, nos esperaba una barra con alimentos y bebidas: agua caliente, leche, café, yogurt, agua
fría, jugo de naranja, te, pan de molde blanco e integral (2 tostadoras para
tostar 6 panes a la vez en total), mermeladas caseras (frutillas, arándanos,
cereza), manteca, queso untable, dulce de leche, facturas, scones (con frutos
secos en su masa), figacitas y frutas varias.
Puntualmente a
la 8 llegó la combi de la excursión. Ya habían subido algunos pasajeros (3 o 4
colombianos, y un par de argentinos). Posteriormente subieron un par de
alemanas y por último esperamos un rato en el exterior de una cabaña donde finalmente dos pasajeros
suspendieron la excursión.
Emprendimos el
viaje hacia el parque, transitando inicialmente por un paisaje de estepa
patagónica con pastizales, nenos, coirones, apareciendo luego maitenes.
Cruzamos el río
Percey, y continuamos por una ruta zigzagueante por la que fuimos ascendiendo
el cerro. Llegamos a la portada centro del Parque Nacional Los Alerces donde
pagamos el ingreso que hasta ese día era de $10 para argentinos, $40 para
extranjeros (a partir del día siguiente por ser temporada alta, ya costaba $20
para argentinos y $50 para extranjeros, los habitantes de Esquel no pagaban).
Esta entrada tenía una validez de 48 hs.
Avanzamos en la
combi bordeando el Lago Futalaufquen, de aguas transparentes cuando uno lo
miraba de cerca, pero a lo lejos iba tomando distintas coloraciones dependiendo
la presencia o no de nubes en el cielo, sumado al reflejo de la vegetación
circundante. Ese día tenía un color verdoso azulado. A esta altura el camino
era de ripio, lo que confería a la camioneta bastante movimiento hacia todos
lados, generando una sensación nauseosa. A los lados del
camino se ubicaban distintos campings.
Finalmente
llegamos a la pasarela del río Arrayanes, donde quedó estacionada la camioneta.
En este lugar había una proveduría y baños, en bastante mal estado (sin luz,
las puertas no cerraban y la higiene era bastante deficiente).
A estas alturas,
los colombianos ya estaban hablando hasta en inglés con las alemanas; parece
que siempre saben todos los idiomas para no perder oportunidad para conversar.
Luego de hacer
uso de los sanitarios y algunos intoxicarse con tabaco, continuamos con la
excursión. De ahí en adelante continuamos a pie. Comenzamos cruzando el río
Arrayanes mediante una pasarela colgante, de madera y enrejado en los costados,
con aspecto bastante seguro. Desde ya que no se podía saltar y cuando aumentaba la
cantidad de gente que lo cruzaba simultáneamente también lo hacía el movimiento
de la misma.
Seguimos por un sendero que no ofrecía ninguna dificultad, sin
mayores desniveles; en la mitad del mismo vimos el primer alerce del recorrido,
de unos 300 años de edad. Esta senda se extendía por 1,5 km hasta Puerto
Chucao.
En este pequeño
puerto, desde donde partía la lancha para continuar con la excursión lacustre,
estuvimos parados cerca de una hora. Si bien teníamos tickets para las 11 hs y
habíamos llegado pasadas las 10:30, por algunas de esas cuestiones extrañas que
ocurren en Argentina, donde nunca se puede ser puntual y respetar un horario,
nos tuvieron parado ahí hasta las 11:30 , horario en que estaba prevista la
salida de la siguiente embarcación.
A las 11:30
llegaron caminando los pasajeros que habían partido navegando desde Puerto
Limonao (entre muelle y muelle hicieron una pequeña caminata). Ellos que habían
llegado últimos, pasaron primero. Una prueba más que todo tiene que hacerse al
revés de como debería hacerse. Fuimos los últimos en embarcar en esa lancha
(eramos aproximadamente 85 personas a bordo), quedando el resto de los
compañeros de excursión en la siguiente embarcación. Voy a aclarar que el
pasaje de la lancha costaba $190, para nada económico.
El viaje en
lancha era el momento para comer. Uno podía llevarse una vianda o comprar
sandwichs a bordo. La figaza de jamón y queso, que bastante pequeña costaba $10. Estaba prohibido bajar al Alerzal Milenario con alimentos con trigo y
derivados. Teóricamente, según el guía que iba a bordo, los chucaos de la zona
no toleran ese tipo de cereal; no se si habrá pájaros celíacos en esa región
del bosque, porque en el resto del parque nacional, no había ninguna
restricción para ingerir esos alimentos, y los chucaos también estaban
presentes.
Navegamos
durante cerca de 1:30 hora, por el lago Menéndez, siguiendo por el brazo
principal del mismo. Cuando pasamos frente al glaciar Torrecillas (pared sur
del glaciar colgante), detuvo la marcha para que pudiésemos tomar fotografías.
Había sol, pero en la cubierta de la lancha estaba bastante ventoso, por lo
viajamos casi todo el recorrido en el compartimento interior.
Luego de navegar
por el brazo norte del lago Menéndez desembarcamos en Puerto Sagrario, en el Alerzal Milenario. Nos separaron en dos grupos, uno con cada uno de los guías
que venían en la lancha. Fuimos recorriendo lentamente un sendero por la selva valdiviana
de 2 kilómetros, con vistas de la cascada y lago el Cisne con aguas
cristalinas, vírgenes de la contaminación, que podía beberse sin
inconvenientes. La guía fue describiendo con detalles la flora y fauna del
lugar. Vimos alerces, arrayanes, coihues, cañas colihues, cipréses y un chucao,
con su característico canto. A pocos metros del final del recorrido se
encontraba el alerce o lahuán (Fitzroya cupressoides) abuelo de aproximadamente
2600 años de edad, 57 metros de alto y 2,2 metros de perímetro. Estos árboles
crecen muy lentamente, en promedio 1 mm de diámetro por año. Unos metros más adelante culminaba el recorrido, en el mismo muelle donde había comenzado.
Sacamos un par
de fotos, y emprendimos el retorno en lancha. Gran parte de los pasajeros
volvieron durmiendo, entre los que me incluyo con unos 20 minutos de siestita.
Luego de llegar
nuevamente a Puerto Chucao, estuvimos unos 15 minutos en una playita con
piedras y ramitas de árboles en el suelo hasta que llegó la otra lancha con el
resto de la excursión.
Los colombianos de la excursión no dejaron de hablar ni un minuto! Para el horario de regreso ya eran íntimos amigos de las alemanas, a las que le dieron su dirección de mail para contactarlos en caso de visitar Colombia.
Volvimos a hacer
el mismo recorrido que en la ida, sendero, pasarela del río Arrayanes, baños
sucios, camioneta, llegando a Esquel alrededor de las 20 horas.
Cenamos en el
resto-bar La luna (Fontana 656), ubicado a unas pocas cuadras del hotel. Como
característica especial tenía todas las mesas y sillas de madera rústica, y
afiches de distintas cervezas del mundo y posavasos con publicidad de las
mismas. Comimos una pizza de muzarella grande, que no debía ser demasiado
grande porque la terminamos entre los dos, con una Stella Artois y agua
mineral.
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