By Sole
Luego de una apacible mañana en Lodi Garden y Humayun´s Tomb, sólo nos quedaba cruzar la avenida para llegar a nuestro próximo y enigmático destino, casi ausente de las guías de turismo: Nizamuddin. Este antiguo barrio musulmán alberga el mausoleo de un sufí santo llamado Nizamuddin Auliya que vivió entre los años 1238 y 1325. Siguiendo las instrucciones de nuestra amiga Coca, bajamos en la puerta de la comisaría, giramos a la izquierda, caminamos unos metros y nos encontramos con la callejuela de ingreso. Paso a describirla para que se den una idea…
Luego de una apacible mañana en Lodi Garden y Humayun´s Tomb, sólo nos quedaba cruzar la avenida para llegar a nuestro próximo y enigmático destino, casi ausente de las guías de turismo: Nizamuddin. Este antiguo barrio musulmán alberga el mausoleo de un sufí santo llamado Nizamuddin Auliya que vivió entre los años 1238 y 1325. Siguiendo las instrucciones de nuestra amiga Coca, bajamos en la puerta de la comisaría, giramos a la izquierda, caminamos unos metros y nos encontramos con la callejuela de ingreso. Paso a describirla para que se den una idea…
De un lado había una seguidilla de mendigos
con niños, mezclados con puestos de venta de chucherías dignas de la zona de
las estaciones de Once o Retiro, o sea nada que no hubiésemos visto en Buenos
Aires (tal vez acá estaba un poquito más concentrado). Del otro lado, la calle
de piso de tierra con mucha mugre y basura por la que circulaban peatones,
ciclistas, motos, carros y algún que otro animal. Unos metros más adelante nos
encontramos con jaulas con gallinas o pollos que apaciblemente esperaban la
muerte, un hombre que alimentaba a sus cabras, algunos vendedores con sus sacos
de vegetales, junto a un gran recipiente de basura que coronaba la calle.
El hombre alimentando su cabra, el peluquero cortando el pelo... |
Caminamos unos metros más y fueron apareciendo pequeños puestos que vendían
telas, pashminas, mantas, adornos; la luz natural fue desapareciendo, muchos
toldos y telas hacían las veces de techo. Ahí fue cuando Seba me miró y me
preguntó “Qué hacemos? Seguimos o damos la vuelta?”. Estos fueron segundos
decisivos de reflexión, y la respuesta marcó un punto de inflexión en el viaje
por India: el “sigamos” nos abrió la puerta a los lugares que uno no puede
dejar de ver y experiencias que no puede dejar de vivir en ese país.
Seguimos caminando por la calle “techada”,
bordeada por locales con hombres que estaban sentados con las piernas cruzadas
a lo indio –aunque suene redundante– que nos iban gritando algo parecido a
“shoes, shoes” y nos señalaban los pies, con la intención de que nos quitáramos
los zapatos y los dejáramos a su cuidado. Recuerden que estábamos por visitar
un mausoleo musulmán por donde hay que ir descalzo y con la cabeza tapada. Al
estar avisados de eso, ya teníamos preparado un par de medias para caminar en
la mugre y yo tenía además una pashmina
para cubrirme. Así que hicimos oídos sordos de los gritos hasta que llegamos al
punto en el que el piso de tierra se convertía en mármol; ahí nos descalzamos,
nos tapamos, e ingresamos a la zona sagrada.
Entrar ahí fue un flash! Súbitamente
desaparecieron todos los toldos y se hizo la luz, al tiempo que un intenso olor
a incienso invadió nuestras narices. Fue dar un paso y entrar en otra
dimensión. De repente todo era de mármol blanco! Grandes cantidades de
sahumerios encendidos y collares de flores eran ofrendados. Había gente parada
o arrodillada rezando, nenes con sus mejores atuendos con ojos delineados,
hombres sentados escribiendo, un trío tocando música y varios que se lavaban
los pies en el “lava-pies público”. Era un ambiente extraño!
Por el hecho de ser hombre, Seba podía
ingresar al mausoleo de mármol blanco y coloridas pinturas alrededor del cual
se desarrollaba toda esta actividad, pero prefirió quedarse conmigo en el
exterior. Tímidamente sacamos la cámara y tomamos un par de fotos al ver que
algunas personas vestidas con ropa del lugar lo hacían pese al cartel que
informaba que las fotos debían ser tomadas con autorización.
Ya un poco más cancheros y cómodos con el
lugar, hicimos el camino inverso y buscamos
un restaurante llamado “Karim’s”, también recomendación de Coca. Lo encontramos
en una angosta callecita lateral, pero… era lunes y estaba cerrado! Tendríamos
que buscar otro lugar para hacer nuestra primera comida en un lugar público en
Delhi!
Llamamos a Rajesh para que nos pase a buscar
y fuimos rumbo al mercado de Pahar Ganj. Queríamos ir a Main Bazar, la calle
principal, pero por un problema de entendimiento de nuestro chofer con los
mapas y algunas direcciones terminamos bajando del auto a un par de cuadras.
Confiando en el sentido de orientación de Seba
comenzamos caminar por una calle que no se si era de tierra o de pavimento
cubierto de tierra, donde no se distinguía la acera de la calzada, rodeada de
un lado por pequeños negocios. Mientras íbamos caminando un hombre conduciendo
un ciclo-rickshaw (un carrito tirado por una bicicleta) comenzó a seguirnos
ofreciéndose a llevarnos a Connaught Place y otros lugares. Le dijimos de mil
maneras distintas que queríamos caminar, que no queríamos subir a su rickshaw,
que no queríamos ir a donde nos estaba ofreciendo llevarnos, hasta que
finalmente, luego de unos 200 metros de venta infructuosa, se cansó y siguió su
rumbo. Giramos en algo que parecía una avenida, y seguimos caminando de la mano
de los negocios, muchos de los cuales eran puestos callejeros de distinta
alimentos fritos que aún hoy no sé que eran, hasta divisar Main Bazar, donde
giramos. Las guías turísticas venden el lugar como “la calle de los
mochileros”, pero no vimos ni uno! De hecho, no sólo que no los vimos, sino que
nos topamos con muy pocos turistas.
Esta calle se extendía por varias cuadras,
desembocando en la estación de metro Ramakrishna Ashram Marg (sencillo el
nombre..). En Main Bazar convivían autos, motos, bicicletas, tuk tuks, carros
tirados por vacas, peatones, perros callejeros y alguna que otra vaca, en un
contexto de ruidos, bocinazos y polvo, todo con cierto encanto. A los costados
se encontraban cientos de negocios que vendían pashminas, ropa, zapatos,
bolsos, colchas, fundas de almohadones, estatuillas religiosas, artesanías en
general, té, especias; lógicamente no faltaban los carritos de comida callejera
y vendedores sentados en el piso junto a sus balanzas y vegetales. A medida que
pasábamos por la puerta de los negocios, los vendedores nos saludaban en
diferentes idiomas (hasta recibimos un “Shalom shalom”) y nos ofrecían sus
productos, otros intentaban sacarnos conversación para llevarnos a sus agencias
de turismo. Habíamos leído un montón sobre estos últimos, así que estábamos
advertidos de sus trucos. En general seguíamos caminando sin prestarles
demasiada atención, o le contestábamos en castellano para desconcertarlos y
frenar la conversación por la barrera idiomática. Igual tienen el oído super
entrenado y algunos enseguida respondían “España?” y resultaba que justo tenía
un hermano que estaba estudiando español, al que no pensábamos ir a visitar
para practicar el idioma. Nos pareció hasta gracioso escucharlo porque habíamos
leído varias historias de timos con ese comienzo en otros blogs.
El auténtico Pahar Ganj |
El lugar era realmente un caos, pero a pesar
de eso caminamos con mucha tranquilidad y seguridad, no teníamos nada de miedo.
El mayor riesgo que teníamos era que nos atropellara un tuk tuk o una vaca, y
no que viniera alguien a robarnos, a pesar de la pobreza reinante en el lugar.
Serán pobres, algunos timadores, pero no carteristas; tienen códigos a
diferencia de los ladrones a los que estamos acostumbrados en Argentina.
Como ya era el mediodía buscamos un lugar
para comer, no teníamos ninguna referencia así que entramos en el que menos
desconfianza nos generó. La palabra restaurante le quedaba grande al pequeño
local de comidas llamado “Appetite”, que ni siquiera tenía terminada la
instalación eléctrica... Casi todas las
mesas que había estaban ocupadas por turistas de diferentes nacionalidades, la
mayoría tomando té y unos pocos comiendo. Al lado nuestro teníamos sentados dos
orientales, uno escribiendo y otro durmiendo, cosa que no le gustó mucho al
mozo del lugar viendo que con nosotros el local estaba lleno. Luego de despertarlo
mediante un “You sleepy man” le dio dos opciones: que subiera a dormir al
primer piso o que consumiera algo más: al ratito se fueron hacia la calle.
Luego de analizar el menú hicimos nuestro
pedido y sacamos los elementos de la operación “limpieza”: alcohol en gel para
las manos, toallitas antibacterianas para limpiar cubiertos y platos, y
sorbetes para las bebidas. Yo recurrí a los siempre salvadores noodles
salteados, mientras que Seba pidió un curry de pollo. Cuando llegaron los
platos aparecieron los pensamientos paranóicos: que tan cocidos estaban el
repollo, zanahoria y unos trocitos de tomates que formaban parte del salteado…
“mmm, los como o los voy separando en un costado del plato?”. Era difícil
separar todo, así que comí un poco y otro poco lo dejé de lado. A Seba no
le fue mucho mejor, el curry teóricamente “mild spicy” era imposible de comer
sin que se le adormeciera la lengua y le brotara una catarata de agua de la
cabeza. Ya he mencionado este pequeño detalle en otras entradas, cuando Seba
come cítricos y picantes tiene una reacción extraña que hace que le transpire
la cabeza. Comió un poco de su plato, algo del mío y se llenó con la Coca light
que habíamos pedido. Pagamos las 290 Rp y salimos del lugar esquivando un perro
callejero y un mendigo que tenía las piernas trenzadas de una forma muy extraña
que me recordó a un pretzel.
Sin la intención de comprar algo en especial,
sino más bien mirar y ver si había algo que nos interesara, empezamos a buscar un
par de locales sugeridos, que fueron difíciles de reconocer por la falta
de nombre y número en el frente. El
único que encontramos fue el de las pashminas, donde pusimos en práctica por
primera vez en nuestras vidas el viejo arte del regateo. Cuando se visitan este tipo de mercados, es fundamental, sino
uno termina pagando las cosas mucho más de lo que realmente valen. Básicamente
consiste en elegir un producto, preguntar el precio, contestar que es muy caro,
y continuar con un tire y afloje con el vendedor hasta llegar a convenir un precio
que muchas veces varía de la cantidad de unidades a comprar, del tiempo que uno
disponga y si es el comienzo o el final del día; es difícil que dejen ir al
primer comprador con las manos vacías aunque eso represente ceder mucho en el
precio, ya que augura un buen día de ventas.
Terminamos comprando tres pashminas, pagando
casi la mitad del precio inicial; un buen comienzo para un par de inexpertos!
También compramos unas malas, rosarios hindúes que nos habían encargado, para
luego fracasar en la compra de fundas de almohadones (una vendedora
inflexible)!.
Luego de varios llamados con el destartalado
pero efectivo celular indio que nos acompañó todo el viaje, nos reencontramos con Rajesh y fuimos hacia
otro mercado: Dilli Haat. Pagamos la entrada (unas pocas rupias) e ingresamos. Tras
haber caminado por Pahar Ganj, este lugar carecía de encanto: los precios eran
más altos y estaba todo prolijamente preparado para turistas de un tour. Si
bien había que regatear, le faltaba todo el caos que me resulta inseparable del
concepto de India. Estaban prácticamente todos los productos que habíamos visto
previamente, pero más ordenados. A pesar de eso compramos un par de chucherías
y seguimos viaje; fue una visita bastante expedita.
El turístico Dilli Hat |
Para terminar el tour de compras del día
visitamos el shopping “Ambience”. Se podría decir que fuimos haciendo una
rápida escalada de niveles, desde lo popular a lo exclusivo. No tenía nada que
envidiarle a un shopping del primer mundo en cuanto a lujos, locales –desde
Zara hasta Lacoste– y precios. La única diferencia la hacían los negocios que
vendían kurtas (las clásicas camisolas indias, amplias que llegan hasta los
muslos) y saris. Compramos unas especias que venían envasadas y una novela que
transcurría en Delhi.
Cansados de hacer compras, no porque hayamos
comprado mucho, sino todo el tiempo y esfuerzo que nos había llevado el
constante regateo, regresamos al departamento, donde cenamos pizza y helado con
Coca y Fer. Una tarde agotadora!!! Nos habíamos metido de cabeza en la verdadera
India…
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