By Sole
Luego
de la visita al Taj Mahal, el guía tenía planeado una gran actividad: visitar
la marmolería! Una vez más la lectura de blogs nos había quitado la sorpresa de
lo que vendría…
Con la
excusa de conocer la técnica de incrustar las piedras preciosas de la misma
manera que hicieron los artesanos del Taj Mahal, nos llevaron con el auto hasta
el emporio del mármol: un edificio 100% preparado para vender productos a
turistas. Sin embargo, lo que ellos no sabían era que se estaban equivocando de
clientes! Primero, se necesita mucho dinero para comprar mármol, y segundo, no
pertenecemos al grupo típico de turistas que van con un cartel en la cabeza
indicando su origen y que se dejan vender cualquier cosa.
Al
ingresar a la marmolería nos encontramos con una primera sala donde había tres
hombrecitos sentados en el piso trabajando con piedras. Ahí mismo nos
recibió un hombre que hablaba un par de palabras de castellano. Se presentó,
nos preguntó de dónde éramos, y nos invitó a sentarnos y ver como se hacía el
famoso “trabajo de incrustación”. Luego de la correspondiente demostración
pasamos a la siguiente sala. Detalle: la puerta tenía los cartelitos de dos
famosas tarjetas de crédito…
Este salón era más grande y estaba repleto de grandes tapas
de mesas de mármol con incrustaciones. Luego de ofrecernos alguna infusión para
tomar, nos invitó nuevamente a sentarnos aunque esta vez frente a una mesita de
iguales características a las que nos rodeaban. Ahí comenzó la venta
propiamente dicha, con el clásico “apagado de luces” para mostrar como se veían
los distintos colores de las piedras incrustadas al iluminarse con linterna.
Acto seguido, nos mostró hasta cómo embalaban las mesas para
mandarlas a otros países. Entre todas las excusas que le dimos para no comprar
(algunas reales y otras fantasiosas) le explicamos que no podíamos recibir su
encomienda en nuestro país ya que iba a quedar retenida en la aduana por las
restricciones a las importaciones impuestas por el gobierno. Como buen vendedor
tenía respuesta para todo y juró haber realizado un envío a Argentina la semana
previa. Era evidente que no íbamos a comprar una mesa, así que nos llevó a otra
sala más pequeña…
Si fracasa la venta de objetos grandes, siempre está la
opción de objetos pequeños. Esta habitación tenía varios mostradores y vitrinas
con diferentes objetos entre los que recuerdo elefantes y réplicas del Taj
Mahal en miniatura. Acá llegamos un poco más lejos y preguntamos el precio del
mini Taj: 2000 Rp. Justificó el precio del adorno apagando nuevamente la luz y
metiendo una lamparita en el interior hueco de la réplica de real marble. No
tuvimos ningún problema en decirle en la cara que era muy caro, bajando su
oferta al módico precio de 1000 Rp por ser los primeros clientes del día.
Sabiendo que en los negocios de chucherías lo podíamos conseguir a 200 Rp, le
agradecimos, y enfilamos a la salida dejando al hombre que a esta altura tenía
cara de pocos amigos.
Nuestra visita debe haber sido más rápida de lo habitual, ya
que aún el guía estaba tomando un café en la primera sala. Tras dejar en claro
que no queríamos comprar piedras preciosas ni pashminas ni ninguna otra cosa,
emprendimos el viaje a la ciudad abandonada de Fatehpur Sikri.
En el trayecto de salida atravesamos una vez más las alocadas calles de Agra, pasando en un par de oportunidades junto a grupos de personas
que estaban comprando y degustando sus desayunos. Tenían en sus manos pequeños
platitos hondos de cartón en los que había una especie de guiso marrón claro.
No sé lo que era, sólo recuerdo que Boby dijo que era picante y añadió una de
sus gloriosas frases “comer un ají a la noche, bueno para caca a la mañana”. En
India nada de Activia, un buen ají picante soluciona todos los problemas de
estreñimiento!!!
Recorrimos los 35 km que nos separaban de Agra. La ciudadela
de Fatehpur Sikri fue construida por el famoso Akbar (si! “tercero mugal
emperor”) en el año 1571, pero sólo fue habitada durante 14 años, teniendo que
ser abandonada por la falta de agua.
Actualmente se puede visitar el fuerte que alberga al palacio
y la mezquita, pero… no es posible llegar hasta ahí con el auto. Tuvimos que
dejar nuestro vehículo en el estacionamiento y tomar un mini-ómnibus
destartalado que nos llevó hasta la vieja muralla.
Las 260 Rp que costaba el ticket nos habilitaban a recorrer
todo el complejo. Iniciamos la visita por el palacio, pasando por los patios,
salas de audiencia, dependencias de invierno y de verano, y los aposentos
privados del emperador, sus tres esposas –la musulmana, la cristiana y la
hindú– y varias de sus 300 concubinas. Son grandes construcciones en arenisca
roja con detalles grabados en sus paredes.
Seguimos la recorrida por el edificio gratuito del lugar: la mezquita. Para ingresar tuvimos que quitarnos los zapatos que quedaron “al cuidado” de un hombre en la puerta. Al entrar al gran patio amurallado me sentí algo incómoda, con la sensación de que en cualquier momento alguna de las personas, sobretodos los niños, me iba a robar. De este lugar sólo recuerdo que había algunas lápidas en el suelo, una fuente de mármol blanco en la que un hombre se lavaba los pies, y junto a esta una especie de mausoleo del mismo material. Seba sacaba fotos, mientras yo miraba para todos lados e ignoraba a los hombres que se nos acercaban a hablar (sin producto en mano) que no sé qué servicio querrían ofrecernos a cambio de dinero. Cuando estábamos por salir nos abordaron justamente unos niños preguntando de dónde éramos, les contesté “Bolivia” y se desconcertaron con la respuesta, sin saber cómo continuar la charla.
Ciudadela de Fatehpur Sikri |
Seguimos la recorrida por el edificio gratuito del lugar: la mezquita. Para ingresar tuvimos que quitarnos los zapatos que quedaron “al cuidado” de un hombre en la puerta. Al entrar al gran patio amurallado me sentí algo incómoda, con la sensación de que en cualquier momento alguna de las personas, sobretodos los niños, me iba a robar. De este lugar sólo recuerdo que había algunas lápidas en el suelo, una fuente de mármol blanco en la que un hombre se lavaba los pies, y junto a esta una especie de mausoleo del mismo material. Seba sacaba fotos, mientras yo miraba para todos lados e ignoraba a los hombres que se nos acercaban a hablar (sin producto en mano) que no sé qué servicio querrían ofrecernos a cambio de dinero. Cuando estábamos por salir nos abordaron justamente unos niños preguntando de dónde éramos, les contesté “Bolivia” y se desconcertaron con la respuesta, sin saber cómo continuar la charla.
Mediodía en la mezquita |
Ya nos queríamos ir! Había que tomar de nuevo el micro para
volver al estacionamiento donde estaba Ravi. Para llegar al lugar donde paraba
tuvimos que librarnos de múltiples de vendedores adultos y niños que ofrecían
cualquier tipo de chucherías. El guía nos recomendó no prestarles atención y
cuidarnos de los pickpockets, mejor conocidos como carteristas para los que no
hablan inglés.
En la corta caminata hasta el micro nos cruzamos con grupos
de niños de una excursión escolar. Seba atrajo la atención de algunos que al
verlo se comenzaron a señalar la cabeza y a reírse. Parece que la falta
de cabello ajeno resulta muy graciosa en India…
Finalmente llegó otro ejemplar de vehículo destartalado y
sucio, y encontramos con una sorpresa: había que pagar! Una vez que uno está
ahí, no queda otra que pagar al regreso, o caminar por la calle que bordea el
asentamiento de casillas humildes que conforman el pueblo propiamente dicho.
Desde ya que no me estoy quejando del precio, que sólo fue de 5 Rp por persona,
sino de la acción en sí.
De a poco se fueron ocupando los asientos con más turistas,
incluyendo una inocente víctima de dos vendedores de collares que fue literalmente
perseguida a rápida velocidad por los mismos hasta la puerta del micro,
continuando el asedio por la ventanilla. Apuesto a que cometió el terrible
error de posar la vista sobre algún producto… Hay que tener en cuenta que los
vendedores indios tienen una capacidad sobrenatural para darse cuenta cuando
uno mira algo, no importa a la distancia que estén! Y cuando encuentran una
mirada curiosa, el acoso verbal está asegurado!
Antes de emprender el viaje en auto hasta Jaipur, Seba tuvo la feliz idea de ir al baño (en realidad una precaria construcción de material, que brindaba una mínima privacidad en medio de muy feos olores). Viendo el aspecto del lugar, y que había una mesita con un hombre en la puerta del de mujeres, decidí quedarme esperando a Seba a varios metros del lugar sin hacer uso del sanitario. Cuando él salió, rápidamente fue encarado por el “cuidador”, quién reclamaba su tip. Propina por qué???? El baño estaba muy sucio y no tenía papel… Hubo una discusión sobre si el baño estaba "very dirty" o "very clean". Finalmente, ante el amague del guía de pagar la propina Seba sacó 10 Rp, entregándoselas hechas un bollito y teniendo la última palabra: “the bathroom is dirty and you don’t deserve it!”.
Ya estábamos saturados de este sitio. Pensándolo fríamente,
este lugar no nos pareció tan esplendoroso y no recomendaríamos su visita a
alguien que tiene incluido en tu recorrido Agra y Jaipur, ya que los monumentos
de estas dos ciudades lo superan ampliamente. Además resulta abusiva la manera
en que intentan sacarles dinero a los turistas. Si tengo lugares que califico
con un “must”, este sería un “try to avoid”.
En el estacionamiento concluyeron los servicios del guía
Boby. Sus
servicios como guía no nos aportaron mucho, más allá del hecho de que aún
recuerde que Akbar fue el “tercero mughal emperor”, pero sí rescato su labor
como fotógrafo, y ahuyentador de vendedores (y apuesto que también timadores)
en la puerta de los monumentos.
Ya solos con Ravi, emprendimos el viaje hacia Jaipur. En la excursión teníamos incluida la visita al Chand Baori, un gran aljibe escalonado del año 800 DC. Para llegar a este lugar había que desviarse unos 15 kilómetros de la ruta; como chispeaba y ya estábamos mal predispuestos luego de visitar Fatehpur Sikri, decidimos ir directo hacia Jaipur y tener más tiempo de descanso luego de haber madrugado para visitar el Taj.
Ravi se encargó que las más de cuatro horas que teníamos por delante para recorrer los 200 kilómetros no se sintieran tanto. Conversamos y escuchamos música india, con el ya clásico hit de viajes que decía “you are very beautiful, you are very beautiful…”. Los temas de conversación fueron de los más diversos, incluyendo variedades de personalidad femenina y técnicas para conquistar cada tipo de mujer, matrimonios por amor o arreglo (más del 75% en el caso de los indios), el costo de vida en distintos países, etc. Cada tanto había preguntas mechadas sobre dinero que formaban parte de un fino trabajo para conseguir una buena propina al final del viaje.
Les dejamos para escuchen la canción preferida de nuestro chofer (imperdible a partir del estribillo -alrededor de los 50 segundos).
En alguna parte del camino volvimos a cambiar de estado.
Dejamos atrás Uttar Pradesh e ingresamos a Rajasthan, cuya capital es Jaipur.
Cuando ingresamos a la ciudad percibimos el mismo caos habitual, pero un poco más organizado. Cada tanto había semáforos, u oficiales de tránsito que trataban de poner orden. En las avenidas había veredas y negocios de aspecto más occidental, pero las calles menos transitadas tenían un aspecto intermedio entre eso y lo que habíamos visto los días previos. Ese día sólo circulamos por fuera de los muros de la ciudad, donde estaba nuestro hotel. Creo que quedaba en un barrio semi cerrado, las calles de ingreso tenían rejas que en ese momento estaban abiertas pero que eventualmente se podían cerrar. Además de hoteles había varios edificios, algunas peluquerías y despensas que vendían productos importados. Tuvimos la sensación de estar en un barrio para extranjeros.
Nuestro hotel, Shahpura House, se vanagloriaba de ser el antiguo palacio de un rajput (miembro de una casta noble y guerrera de la India); algo incomprobable. La decoración era muy pretensiosa y algo cargada para mi gusto: muchas alfombras, pinturas, muebles de estilo y grandes lámparas colgando de los techos. Los empleados también estaban disfrazados acorde al lugar.
En el check-in del hotel-palacio nos hicieron esperar en una
salita con sillones y nos ofrecieron sopa de tomate, que cordialmente
rechazamos. En un extremo de la sala había un hombre arrodillado sobre una mesa
con un fino pincel dibujando pequeñas imágenes en la pared; estaba haciendo un
trabajo impresionante sólo con un pincelito y pintura marrón. La habitación estaba más que bien, aunque la decoración era de estilo no resultaba tan pesada como la del resto del edificio.
Esa noche comimos en el hotel, el cual tenía 2 restaurantes:
uno en el rooftop con show y otro en la planta baja sin show. Está de más decir
que enfilamos para abajo ya que somos fóbicos a las cenas con show. El lugar
era muy ameno, con varias mesas prolijamente preparadas con manteles y vajilla
con el nombre del hotel. En esa primera cena nuestro mozo fue Rishi, un
muchacho muy flaco y de casi 2 metros de alto, que vestía un uniforme que
contribuía con su desgarbo. Corría sonriente de un lado a otro del salón
tomando y llevando pedidos, agachando la cabeza en las puertas para no
golpearse; era muy gracioso. Pedimos Pulao Veg (rice cooked with vegetables),
Murg Ka Mokul (boneless pieces of chicken in yogurt and tomato sauce) y un
plain naan.
Ya que estamos, hablemos un poco de la comida local, a la que ya casi estábamos acostumbrados! En general lo que los indios llaman little spicy o poco picante puede matar a cualquiera que no esté acostumbrado. Se adormece la boca, y comienzan a aparecer sensaciones extrañas en la lengua y paladar. Cordero, pollo, arroz, lentejas, y vegetales se acompañan de salsas picantes y especiadas (incluyen una amplísima variedad de especias), que sólo pueden aplacarse con un plain rice (arroz blanco) y un roti o chapati (el pan chatito hecho sólo con harina y agua). Es muy curioso, pero siempre que pedíamos un curry o un masala terminábamos comiendo algo muy parecido y spicy, imposible de distinguir uno de otro. Tal vez tengan una gran olla de salsa con todas las especias que encuentran, y cuando uno pide curry le agregan un colorante amarronado y si uno pide un masala le ponen uno rojo, quién sabe…
En algunos restaurantes al retirar los platos traían a la
mesa un pote con semillas de anís y otro con pequeños cubitos de azúcar; había
que tomar un puñado del contenido de cada pote y masticarlo para limpiar los
dientes y mejorar el aliento.
Habíamos
quedado en encontrarnos con Ravi la mañana siguiente a las 8:00 hs (no le gustaba mucho madrugar y
siempre había que negociar el horario de salida). El día había sido largo y
cansador, con la mezcla justa de lo mágico, lo melancólico y lo tragicómico que
suele ofrecer la India. La mañana siguiente prometía un encuentro cercano con
un paquidermo…
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