By Seba
Enero 2017
Una vez más, mis viajes laborales
me permiten conocer lugares nuevos. En este caso, estuve casi una semana en
Bogotá, mayormente en oficinas y salas de reuniones, pero tuve la oportunidad
de aprovechar una mañana libre y me escapé al centro histórico de la ciudad.
El recorrido se inicia en la
Plaza Bolívar, la más representativa de la ciudad por los edificios que la
rodean. Parándose en el centro, cerca del monumento al Libertador, y mirando hacia
el este nos encontramos con la silueta de la Catedral Primada y la capilla del
Sagrario, ambos edificios declarados Monumento Histórico Nacional. La Catedral
es la más grande, y fue construida a principios del siglo XIX, mientras que el
Sagrario es más pequeño, aunque más antiguo, ya que data de finales del siglo
XVII. A pesar que tienen estilos arquitectónicos diferentes (uno es neoclásico
y el otro es barroco) a los ojos de un ignorante en la materia ambas fachadas resultan
similares a las de catedrales e iglesias coloniales de América Latina. En los
interiores de la Catedral hay varias capillas pequeñas y un gran órgano, en
tanto que el Sagrario se destaca por la ornamentación del techo y las pinturas
religiosas en las paredes.
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Plaza Bolivar + Catedral (con el Espíritu Santo) |
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Interior del Sagrario |
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La sede del poder judicial fue
inaugurada en el año 2004, y no es que antes no había lugar para la corte y los
magistrados… había un palacio, pero fue destruido por la guerrilla M-19 en el año
1985, en pleno apogeo del terrorismo narco. La historia se narra con claridad
en la serie Narcos, o en cualquier documental de Pablo Escobar; las
consecuencias del ataque fueron trágicas, ya que no sólo el edificio ardió en
llamas, sino que los miembros de máximo tribunal fueron asesinados.
Afortunadamente, hace varios años
que en Colombia se respira otro clima, de paz y prosperidad. Como cualquier
nación latinoamericana, tiene muchas deudas pendientes en cuanto a desarrollo e
infraestructura, pero en Bogotá se percibe a un país pujante y con gran
potencial.
Dejemos de hablar de política e
historia y hablemos de arte. A pocas cuadras de la plaza Bolívar hay una
manzana marcada por edificios coloniales blancos que dependen del Banco de la
República y albergan museos interesantes, que además son gratuitos!
El más conocido de todos es el
museo de Fernando Botero, el pintor y escultor colombiano contemporáneo cuya
obra se distingue por la gordura de sus protagonistas. En realidad, Botero dice
que no pinta o esculpe gordos, sino que es una particular visión del mundo
donde no sólo las personas sino también los objetos son rechonchos, de aspecto
algo grotesco. La obra de este artista es fácilmente identificable, y está
desparramada por todo el mundo (el parque Thais de Buenos Aires tiene un busto
característico, frente al museo de Bellas Artes de Santiago de Chile está la
escultura del caballo, en Cartagena de Indias está la Mujer reclinada…). En
este lugar se concentran obras que el artista donó al museo, entre las que
llama la atención su peculiar versión de la Mona Lisa, junto con obras de otros
autores como Miró, Picasso, Monet y demás.
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Museo de Fernando Botero I |
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Museo de Fernando Botero II |
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Museo de Fernando Botero III |
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Museo de Fernando Botero IV |
Más allá de la calidad de la expresión artística, toda la colección está en un hermoso edificio de dos plantas con un patio interno, que se conecta con otro museo contiguo, el de la antigua Casa de la Moneda.
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Casa de la Moneda |
En el mismo edificio se
encuentran diferentes galerías destinadas en su mayoría a artistas colombianos
contemporáneos, con obras de un estilo más moderno, en general muy colorido
pero tal vez algo complicadas de comprender.
Necesitaba terminar la caminata “modo
museo” y poner las piernas en verdadero movimiento, así que volví a las calles
del barrio, para deambular sin rumbo y sacar fotos en la parte más antigua de
la ciudad. Las calles –algunas todavía con un rústico empedrado- suben y bajan,
los colores de las casas contrastan con el oscuro verde de las montañas y con
los modernos edificios bogotanos. Los típicos balcones coloniales de madera
están muy presentes y le dan al entorno una atmósfera bohemia y relajada, muy placentera
para los turistas que disfrutan de los alojamientos y cafés que se mimetizan
con la arquitectura del lugar. Luego de dar unas cuantas vueltas por las calles
me encontré con la iglesia de la Candelaria, que da nombre al barrio. Lamentablemente
estaba cerrada y no pude ingresar, así que volví sobre mis pasos hacia la Plaza
Bolívar para sacar más fotos con el sol más alto.
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Callecitas 💕 |
El Museo del Oro, tal como su
nombre lo indica, contiene numerosas piezas de metales preciosos, pero más allá
de eso nos regala dos recorridos muy atractivos: por un lado, un repaso por las
técnicas con las que se trabajaban el oro, la plata y el bronce. Pero por otro
lado, una historia acerca de la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, y
como la misma marcaba las pautas de la organización de la sociedad, las
costumbres y los rituales. Como era de esperarse, el oro era un claro símbolo
de poder perdurable, y era muy utilizado como ornamentación de gobernantes y
chamanes. Los metales venían de la Tierra, se trabajaban y los utilizaban los
humanos, pero luego regresaban a su origen, ya sea en forma de ofrenda o en las
sepulturas de los poderosos. Esa era la forma de mantener el equilibrio con el
universo, balanceando lo terrenal con lo que está más allá, y devolviéndole a
la Tierra lo que nos ofrece.
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Pieza del Museo del Oro |
La mañana ya había dado paso al
mediodía, había que emprender el regreso. Quedaban cosas por hacer en Bogotá,
como subir al teleférico de Monserrate, visitar el Museo Nacional o el de Arte
Moderno, pero ya no tenía más tiempo… Excepto para ir hasta la carrera 10 y
calle 12, y en medio de la muchedumbre, los vendedores ambulantes y el
tránsito, observar el mural que homenajea al genio de Aracataca, el que nos
contó cómo era la soledad de los Buendía, como el amor triunfó en los tiempos
del cólera y como se ponía el coronel cuando nadie le escribía. Gracias Gabo.
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