domingo, 10 de junio de 2018

Una mañana por La Candelaria, el barrio antiguo de Bogotá

By Seba

Enero 2017

Una vez más, mis viajes laborales me permiten conocer lugares nuevos. En este caso, estuve casi una semana en Bogotá, mayormente en oficinas y salas de reuniones, pero tuve la oportunidad de aprovechar una mañana libre y me escapé al centro histórico de la ciudad.

El recorrido se inicia en la Plaza Bolívar, la más representativa de la ciudad por los edificios que la rodean. Parándose en el centro, cerca del monumento al Libertador, y mirando hacia el este nos encontramos con la silueta de la Catedral Primada y la capilla del Sagrario, ambos edificios declarados Monumento Histórico Nacional. La Catedral es la más grande, y fue construida a principios del siglo XIX, mientras que el Sagrario es más pequeño, aunque más antiguo, ya que data de finales del siglo XVII. A pesar que tienen estilos arquitectónicos diferentes (uno es neoclásico y el otro es barroco) a los ojos de un ignorante en la materia ambas fachadas resultan similares a las de catedrales e iglesias coloniales de América Latina. En los interiores de la Catedral hay varias capillas pequeñas y un gran órgano, en tanto que el Sagrario se destaca por la ornamentación del techo y las pinturas religiosas en las paredes.

Plaza Bolivar + Catedral (con el Espíritu Santo)


Interior del Sagrario


El edificio que domina el lado sur de la plaza es el Capitolio Nacional, la sede del poder legislativo. Lo más llamativo son sus columnas neoclásicas y la bandera flameante, que le dan un marco imponente. Si bien no ingresé por falta de tiempo, al haberse tardado 79 años en su construcción, tiene diversos estilos arquitectónicos en sus patios y salas. Mirando al frente desde sus escalinatas observamos en el extremo norte de la plaza un edificio muy lindo pero que tal vez desentona un poco con el entorno: el Palacio de Justicia.

Capitolio Nacional

La sede del poder judicial fue inaugurada en el año 2004, y no es que antes no había lugar para la corte y los magistrados… había un palacio, pero fue destruido por la guerrilla M-19 en el año 1985, en pleno apogeo del terrorismo narco. La historia se narra con claridad en la serie Narcos, o en cualquier documental de Pablo Escobar; las consecuencias del ataque fueron trágicas, ya que no sólo el edificio ardió en llamas, sino que los miembros de máximo tribunal fueron asesinados.

Afortunadamente, hace varios años que en Colombia se respira otro clima, de paz y prosperidad. Como cualquier nación latinoamericana, tiene muchas deudas pendientes en cuanto a desarrollo e infraestructura, pero en Bogotá se percibe a un país pujante y con gran potencial.

Dejemos de hablar de política e historia y hablemos de arte. A pocas cuadras de la plaza Bolívar hay una manzana marcada por edificios coloniales blancos que dependen del Banco de la República y albergan museos interesantes, que además son gratuitos!

El más conocido de todos es el museo de Fernando Botero, el pintor y escultor colombiano contemporáneo cuya obra se distingue por la gordura de sus protagonistas. En realidad, Botero dice que no pinta o esculpe gordos, sino que es una particular visión del mundo donde no sólo las personas sino también los objetos son rechonchos, de aspecto algo grotesco. La obra de este artista es fácilmente identificable, y está desparramada por todo el mundo (el parque Thais de Buenos Aires tiene un busto característico, frente al museo de Bellas Artes de Santiago de Chile está la escultura del caballo, en Cartagena de Indias está la Mujer reclinada…). En este lugar se concentran obras que el artista donó al museo, entre las que llama la atención su peculiar versión de la Mona Lisa, junto con obras de otros autores como Miró, Picasso, Monet y demás.

Museo de Fernando Botero I

Museo de Fernando Botero II

Museo de Fernando Botero III

Museo de Fernando Botero IV

Más allá de la calidad de la expresión artística, toda la colección está en un hermoso edificio de dos plantas con un patio interno, que se conecta con otro museo contiguo, el de la antigua Casa de la Moneda.

Casa de la Moneda
En la Casa de la Moneda no sólo hay una gran colección de monedas y billetes desde el virreinato hasta la actualidad, sino que también se pueden ver explicaciones muy didácticas acerca de cómo se acuñaban las monedas, el funcionamiento de las distintas maquinarias, y cómo la evolución de la moneda estaba marcada por la inestabilidad política del país. En la segunda planta hay una sala muy interesante que explica el rediseño de los billetes en los últimos años, incluyendo a las diferentes regiones del país con sus animales y plantas, y a personalidades relevantes y destacadas. A partir de este cambio en los billetes, el papel de 50 mil pesos lleva la imagen del genial escritor Gabriel Garcia Márquez, junto con un fragmento del discurso que dio al recibir el premio Nobel de Literatura en 1982.

En el mismo edificio se encuentran diferentes galerías destinadas en su mayoría a artistas colombianos contemporáneos, con obras de un estilo más moderno, en general muy colorido pero tal vez algo complicadas de comprender.

Necesitaba terminar la caminata “modo museo” y poner las piernas en verdadero movimiento, así que volví a las calles del barrio, para deambular sin rumbo y sacar fotos en la parte más antigua de la ciudad. Las calles –algunas todavía con un rústico empedrado- suben y bajan, los colores de las casas contrastan con el oscuro verde de las montañas y con los modernos edificios bogotanos. Los típicos balcones coloniales de madera están muy presentes y le dan al entorno una atmósfera bohemia y relajada, muy placentera para los turistas que disfrutan de los alojamientos y cafés que se mimetizan con la arquitectura del lugar. Luego de dar unas cuantas vueltas por las calles me encontré con la iglesia de la Candelaria, que da nombre al barrio. Lamentablemente estaba cerrada y no pude ingresar, así que volví sobre mis pasos hacia la Plaza Bolívar para sacar más fotos con el sol más alto.

Callecitas 💕
El próximo destino de la mañana era el Museo del Oro, ubicado a unas pocas cuadras de allí. Así que tomé la carrera 7, que a esa altura es una calle peatonal, y caminé hacia el norte unos 500 metros, hasta identificar de mano izquierda a la Iglesia de San Ignacio, y de mano derecha la sede del Banco de la República. Eso significaba que ya estaba en la plaza Santander, casi en las puertas del museo.

El Museo del Oro, tal como su nombre lo indica, contiene numerosas piezas de metales preciosos, pero más allá de eso nos regala dos recorridos muy atractivos: por un lado, un repaso por las técnicas con las que se trabajaban el oro, la plata y el bronce. Pero por otro lado, una historia acerca de la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, y como la misma marcaba las pautas de la organización de la sociedad, las costumbres y los rituales. Como era de esperarse, el oro era un claro símbolo de poder perdurable, y era muy utilizado como ornamentación de gobernantes y chamanes. Los metales venían de la Tierra, se trabajaban y los utilizaban los humanos, pero luego regresaban a su origen, ya sea en forma de ofrenda o en las sepulturas de los poderosos. Esa era la forma de mantener el equilibrio con el universo, balanceando lo terrenal con lo que está más allá, y devolviéndole a la Tierra lo que nos ofrece.

Pieza del Museo del Oro
De manera didáctica pero entretenida,  la muestra va narrando la forma de ver el mundo y de vivir la vida de estas comunidades, ilustrándolas con brazaletes, aros, pecheras y otros tipos de instrumentos del brillante metal. En conclusión, por la módica suma de 4000 pesos (menos de dos dólares) no sólo se puede observar una riquísima colección arqueológica precolombina de piezas doradas, sino que se puede aprender mucho de la concepción del mundo de quienes habitaron América antes de la llegada de unos codiciosos que se dedicaron a saquear y fundir el oro para subirlo a los barcos.

La mañana ya había dado paso al mediodía, había que emprender el regreso. Quedaban cosas por hacer en Bogotá, como subir al teleférico de Monserrate, visitar el Museo Nacional o el de Arte Moderno, pero ya no tenía más tiempo… Excepto para ir hasta la carrera 10 y calle 12, y en medio de la muchedumbre, los vendedores ambulantes y el tránsito, observar el mural que homenajea al genio de Aracataca, el que nos contó cómo era la soledad de los Buendía, como el amor triunfó en los tiempos del cólera y como se ponía el coronel cuando nadie le escribía. Gracias Gabo.



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