By Sole
9 de febrero 2014
9 de febrero 2014
Habiendo salido el 7 de febrero y perdido el
8, aterrizamos el 9 de febrero en Delhi. En tierra firme nos encontramos con un
aeropuerto que no tiene nada que envidiar al de un país desarrollado.
Hicimos los trámites de migraciones sin problemas,
llenamos un formulario, presentamos pasaporte con visa y la constancia de
vacunación de Fiebre amarilla, y ya estábamos adentro! Retiramos el equipaje y
salimos al hall principal en busca de nuestros amigos Coca y Fer, y su chofer.
Ellos son argentinos expatriados que
actualmente están viviendo en Gurgaon, muy cerquita de Delhi, y fueron los que
pusieron la primera semilla de este viaje. Finalmente el “te vamos a ir a
visitar” se estaba haciendo realidad.
El chofer de nuestros amigos que nos tenía
que pasar a buscar era Rajesh. Luego de la renuncia el último driver, Rajesh había
comenzado a trabajar para ellos apenas un par de días antes de nuestra llegada.
Estábamos estrenando chofer, experiencia nueva tanto para él como para
nosotros! Tenía las clásicas facciones indias, que habíamos visto en los
empleados de migraciones (tez morena y ojos oscuros, con frondosas cabelleras
haciendo juego) pero era más pequeño, no llegaba a 1,60 metros de estatura ni a
los 60 kg de peso. Muy correctamente acomodó las valijas en el auto y nos abrió
la puerta, acción a la que no me acostumbre durante todo el viaje! Muchas veces
el pobre se bajaba del auto para abrirme la puerta y yo ya estaba poniendo un
pié en la calle. Una vez que estábamos todos en el auto, se acomodó en su
asiento de conductor, el de la derecha, costumbre que fue heredada de los
ingleses.
Qué emoción!!! No podíamos creer que habíamos
llegado a la India!!! Era temprano, y aún había rastros de la neblina matutina
que caracteriza al invierno de Delhi y alrededores. Cuando estuvimos listos,
salimos del estacionamiento del aeropuerto y tomamos una autopista. El concepto
de autopista y sus reglas en India es un tanto diferente al del resto del
mundo; poco a poco fuimos descubriéndolo.
Del aeropuerto fuimos hacia Gurgaon, una
localidad moderna, con grandes shoppings, edificios de oficina y habitacionales
para indios con mucho dinero y extranjeros, ubicada a unos 30 km de Delhi. Lo
que yo esperaba como “ciudad moderna” no fue lo que encontramos… Por un lado
están todas las edificaciones lujosas y vidriadas que conviven con obras en construcción,
terrenos baldíos (en varios de los cuales hay chozas confeccionadas con troncos
y lonas), una ausencia casi total de lugares aptos para la circulación
peatonal, y chanchos que caminan libremente.
Las calles son un tema aparte! Son una
especie de jungla donde todo está permitido y escasean los semáforos –ya
hablaremos más adelante sobre este tema–. Fue nuestra primera aproximación al
contraste riqueza-pobreza y el armonioso caos que se manifiesta en forma
extrema y permanente.
En menos de 10 minutos llegamos al complejo
donde viven Coca y Fer. El departamento, un sueño!!! Ubicado en el piso 25 de
una torre, tenía una vista panorámica del golf y alrededores.
A los pocos minutos conocimos al miembro de
la familia que faltaba: Roti, la gran bola de pelos que oculta un perrito en su
interior, y que con mucha alegría nos dio la bienvenida.
Mientras nos acomodábamos,
hicimos el reparto de regalos, nos pusimos al día con las novedades, y pronto
se hizo el medio día. Almorzamos un guiso de cordero con ensalada, planificando
las actividades de la tarde.
Si bien no nos podía acompañar dado el reposo
al que la obligaba su embarazo, Coca nos había preparado un recorrido con los
lugares que no teníamos que dejar de ver. Así que con mapa y guía en mano,
partimos con Rajesh a recorrer Delhi! Llegar a la ciudad nos llevó un buen
rato, pero no nos importó, ya que el hecho de recorrer las calles en auto valía
la pena! Por las mismas no sólo circulaban autos, motos y bicicletas, sino que
también lo hacían los rickshaws o tuk tuks –pequeños vehículos tricíclicos
motorizados–, vendedores, peatones y animales. Los bocinazos eran constantes,
casi obligatorios si uno quería avanzar. Parecía que la prioridad de avance se
regía por la velocidad para tocar la bocina: pasaba el que tocaba primero! La
mayoría de los autos que nos rodeaban tenía varios bollos y rayones en la chapa…
Al llegar a la congestionada entrada del Qutb
Minar, descendimos del auto. Cuando hablo de congestionada, me refiero a que
esquivamos tuk-tuks, choferes de tuk-tuks ofreciendo sus servicios, vendedores
y masas de personas. Cuando nos acercamos
a la puerta descubrimos que los tickets los vendían al otro lado de la calle.
Chan! Teníamos que cruzar la calle! Y yo que me quejé de las calles de Roma sin
semáforo… Aprovechamos que había otras personas con nuestra misma intención, y
nos unimos a ellos. Cuando llegamos al otro lado divisamos una gran fila para
comprar entradas, pero cuando nos acercamos un poco vimos que había dos
taquillas distintas, una para locales y otra para extranjeros. La fila que
habíamos visto era de los locales, la de extranjeros estaba desierta. Pagamos
las 250 Rp que costaba cada entrada (la de los locales tenía un precio
irrisorio) y valientemente volvimos a cruzar la calle.
Pasamos por el control de seguridad e
ingresamos. Es muy común ver estos “pseudo-controles” (con detectores de
metales, mesita para revisar mochila y biombo para cacheo femenino) en la
entrada a atracciones turísticas, shoppings y hasta los hospitales. Hablo de
pseudo-controles porque si uno iba sin mochila, pasaba el detector sin ser
detenido, sonara o no; y la revisión de mochilas consistía en abrir el compartimento
principal, pispear lo que estaba arriba de todo ayudados por la luz de una
linterna y listo.
El complejo que estábamos visitando incluía
un gran parque y varias edificaciones centenarias, siendo la más destacable la
torre de 72 metros de alto, distribuidos en 5 pisos, cada uno con su balcón,
edificado por los musulmanes en 1199. Hasta fines de de los setenta estaba
permitido entrar y subir por la angosta escalera caracol que tiene en su
interior, pero como consecuencia de la avalancha que se produjera en el año
1979 dejando varias víctimas fatales, el ascenso fue cerrado al público. Así
que nos limitamos a ver el exterior y a recorrer la mezquita Quwwat-ut-Islam
(la más antigua que queda en la India) y las ruinas aledañas a la torre.
Era un soleado domingo por la tarde y el
lugar estaba repleto de familias indias que habían salido de paseo vestidas con
sus mejores y coloridas ropas. Me llamó mucho la atención que los nenes
pequeños tenían pintados los ojos con delineador y vestían polleras a pesar de
ser varones. Tampoco faltaban los grupos de hombres jóvenes que caminaban de la
mano, y se sacaban fotos entre ellos en distintas poses, como si estuvieran
preparando un “book de fotos” para presentar en una agencia de modelos.
El
hecho de que fueran de la mano e incluso abrazados era un signo de amistad, y
nada tenía que ver con su orientación sexual. En cambio, lo que resultaba
chocante y hasta escandaloso era que un hombre y una mujer hicieran lo mismo, aún
siendo pareja.
Confieso que con el tema fotos nosotros
tampoco nos quedamos atrás: sacamos, sacamos, y sacamos. Ese día descubrimos
que los guardias de seguridad de los monumentos tienen un problema con los
trípodes! Habíamos ido con un trípode común, nada sofisticado, y ni bien lo
sacamos se acercó uno a decirnos que no lo podíamos usar: “not allowed”. Raro…
la única explicación posible es que asocien el trípode a alguna actividad
profesional o filmación, estando esta última prohibida en muchos lugares.
Cuando estábamos por salir nos cruzamos con
tres travestis vestidos de indias, quienes con voz gruesa saludaron; supongo
que los saludos era dirigidos a Seba. “Mmm, creo que no eran mujeres…” le
comenté.
Ya en la calle telefoneamos a Rajesh,
mientras rechazábamos la oferta de los múltiples choferes de tuk-tuks. “No,
thank you, no thank you”, un solo “no” no era suficiente para tanta
insistencia. Rápidamente apareció nuestro auto y seguimos viaje a Temple.
Los indios, en su mayoría hindúes (o sea
seguidores del hinduismo) son muy religiosos, por lo que no es de extrañar que
existan complejos de templos como este. El lugar era grandísimo, de hecho es el
segundo más grande de India luego de Akshardham; nosotros no limitamos ver a un
par de los más de veinte templos que había dispersos en los parques.
Estéticamente era muy bonito, pero al ser construcciones relativamente nuevas (de
principio de los setenta), no tenían tanto encanto como otros lugares que
íbamos a visitar posteriormente. Como la entrada es gratuita, es una opción de
salida de fin de semana para los locales,
ya que pueden convivir con la naturaleza
y sus dioses al mismo tiempo.
Lo que más nos llamó la atención de Chhattarpur
fue la gran figura roja de Hanuman, el dios mono, que se levantaba en forma
imponente en el complejo y era fácilmente visible desde el exterior. No me voy
a meter mucho en el tema de los dioses, porque realmente es algo bastante
complejo y difícil de entender para alguien que
no profesa la religión y que apenas ha leído algo al respecto como yo.
Caminamos un poco por el lugar, sacamos otra
tanda de fotos, y fuimos al estacionamiento a buscar a nuestro chofer, que
estaba con el asiento reclinado durmiendo una siestita. No podíamos culparlo
por tener sueño al estar quieto al solcito: cuando íbamos de Chhatarpur Temple
a Hauz Khas, nuestro próximo destino, casi nos quedamos dormidos y fuimos
cabeceando todo el rato que duró el viaje, atasco de tránsito de por medio.
Para concluir con el recorrido dominical de
parques del sur de Delhi nos fuimos a Hauz Khas, lo que más me gustó del día!
Para llegar al parque tuvimos que caminar por una callecita bordeada por
edificios de unos 3 pisos, con locales de diseño y antigüedades en la planta
baja, y bares y restaurantes en el piso superior. Un lugar con onda bohemia,
que se prestaba para tomar un aperitivo. Al final del camino, encontramos el
parque con sus ruinas del siglo XIII y XIV, y un lago artificial de aguas
verdes. Acá también había bastante gente, tal vez un poco menos de familias y
más grupos de jóvenes; los clásicos chicos con las cámaras de fotos, algunas
parejitas furtivas de la mano y hasta algunos sentados en círculo tocando la
guitarra.
Cuando comenzó a oscurecer, no más de las 6
de la tarde, regresamos a Gurgaon. Estábamos agotados, no tanto por lo que
habíamos recorrido, sino por el viaje que habíamos tenido previamente, así que
cenamos y nos fuimos a dormir rapidamente. La aventura del viaje a India recién
comenzaba y nos esperaban muchas más sorpresas de Delhi para descubrir al día
siguiente.
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