A la India hay
que viajar liviano. No sólo me refiero a llevar poco equipaje, sino a que hay
que viajar despojado de prejuicios.
Los seres
humanos tendemos a evaluar las cosas desde una perspectiva construida por años
de educación formal y hábitos formados a partir de vivir en una sociedad con
una cultura determinada. En India, ese cristal a través del cual miramos el
mundo simplemente no sirve, no encaja, porque en India la lógica no tiene
lógica. Nada es cómo debería ser, o como esperamos que sea. Al final, nos
terminamos dando cuenta que no necesariamente es malo, y es eso en buena medida
lo enriquecedor de la experiencia.
Así que vivan las diferencias! Vivan las vacas en las
calles, los bocinazos, los eructos y el regateo! Viva el olor a sudor con curry! Y viva hacer
pis en la calle!
Y sepan
disculpar a todos los indios: si alguna de esas cosas nos parece en algo
incorrectas, les cuento que a ellos no les avisaron. Y como no les avisaron, lo
que no está prohibido está permitido…
Afortunadamente,
con Sole encaramos el viaje livianos, cómo esponjas dispuestos a absorber todo lo diferente y con los sentidos bien
despiertos para disfrutar de experiencias sensoriales únicas. No voy a ser
hipócrita negando nuestros miedos y dudas de la previa, pero el espíritu
“aventurero” tenía que ser el condimento principal del viaje. Un viaje de
muchos condimentos (todos picantes, obvio…)
Vamos a cometer
el pecado de hablar del segundo país más poblado del mundo como una unidad,
cuando en realidad es una mezcla de infinitas realidades. Vamos a hablar de la
India como si hubiésemos recorrido todos sus rincones de norte a sur y de este
a oeste, cuando sólo conocimos una
ínfima parte del territorio, y nos movimos dentro del circuito turístico del “triángulo
dorado” que conforman Delhi, Agra y Jaipur. Les pido que nos perdonen por ese error; reconocemos que el hecho que el Taj
Mahal esté en India no significa que pueda simbolizar a toda la India.
En el país de la
espiritualidad, en la cuna del yoga y de la filosofía de la resistencia
pacífica, parece que la gente está dispuesta a cualquier cosa para conseguir
unas rupias, que paradójicamente llevan la imagen de Gandhi en su reverso. Eso
parece exacerbarse cuando se trata del turismo, que se explota como si fuera un
recurso infinito.
En el país donde
las vacas son animales sagrados y no se pueden comer, los chicos piden limosna
en los semáforos. En nuestro país, uno de los países con mayor consumo de carne
vacuna del mundo, los chicos también piden plata en los semáforos… así que no
podríamos decir que la miseria es el rasgo más destacado de la India sin antes
no mirarnos al espejo.
Tampoco
podríamos criticar el denigrante rol de la mujer en las zonas rurales, o el
humillante sistema de castas, sin reconocer los problemas que se sufren en Argentina
(y en casi todos los países del mundo) en relación a la violencia de género o
la desigualdad social.
La India es el
país que se prepara para ser el más poblado de la Tierra en algunos años. El
que construye edificios, autopistas y bombas nucleares. El que tiene espacio
para la poesía y la música. El que venera a más de 30 millones de dioses (muchos
de ellos parecen salidos de un canal de TV infantil, como Ganesh, mitad niño
rechoncho y mitad elefante). Es el país que deja que el polvo y el humo
envuelva a los miles de conductores de tuk tuk que se aventuran en los caminos
llevando gente y esquivando cerdos, camellos y baches. El de los palacios y
fortalezas suntuosas. El de las especias, el arroz basmati y las variedades de
lentejas. El de los niños que ven con naturalidad que los hombres caminen de la
mano, pero que se ríen cuando ven un hombre pelado (como yo). El de un pueblo
que se divierte con Boliwood, mientras los chicos juegan cricket en lugar de
fútbol. Que soporta su karma y cumple
su dharma a la espera de prosperidad
en la próxima vida, pero donde los shopping malls crecen como hongos. El de las
excusas que de tan ridículas terminan siendo divertidas.
Parecen
demasiadas contradicciones, ¿lo son verdaderamente?
¿Podemos juzgar
a un país porque sus conductores no respetan la fila en el peaje y manejan con
una mano en el volante y la otra en la bocina? No seamos tan occidentalmente
exigentes…
Hemos preferido
relajarnos y disfrutar de esas cosas que hacen de la India un país único e
increíble, que invita a descubrirlo y redescubrirlo. Un país que pone en juego
todo el tiempo la capacidad de sorpresa y obliga a tener la cámara de fotos
siempre lista. Donde lo imposible parece posible, donde lo surrealista se puede
ver, tocar, oler a cada momento. Porque
las cosas en India no tienen lógica… o simplemente tienen lógica india.
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