domingo, 26 de agosto de 2018

Gualeguaychú, entre años... perdón Entre Ríos

By Sole

Viernes 29 de diciembre 2017

En un año bastante pobre en viajes (al menos para mí) decidimos que el 2018 tenía que comenzar viajando!

Con un par de meses de anticipación comenzamos a barajar destinos que pudieran encajar en un fin de semana largo. Luego de evaluar distancias, rutas y alojamientos nos definimos por Gualeguaychú. La cercanía (230 km), los dos carriles por mano de ruta, y el haber encontrado una casita con parrilla y pileta que nos gustó hicieron que fuera el elegido.

Concluido el día laboral emprendimos el viaje. Luego de poco menos de tres horas de auto estábamos llegando a una de las ciudades más conocidas de Entre Ríos, pero hasta ese momento nunca visitada ni por Seba ni por mí.

Una vez que salimos de la ruta, atravesamos la ciudad, cruzamos el puente Méndez Casariego sobre el río Gualeguaychú, y enfilamos hacia Pueblo Belgrano. Nuestra casa se encontraba en el extremo más alejado de ese pequeño municipio ubicado a unos 3 km de Gualeguaychú. Con la ayuda de Googlemaps, y Guillermo, el dueño de la casa, atento a los mensajes de Whataspp no tuvimos problemas para llegar.

Ni bien pusimos un pie en “Aguaclara” supimos que habíamos hecho una muy buena elección. El monoambiente era amplio, limpio, y bien equipado; un móvil de pequeños peces de madera pintados en vivos colores que colgaban del techo le agregaba un toque especial. Si bien la casa era muy acogedora, lo que definitivamente nos enamoró fue la galería con parrilla y la pileta y la cordialidad de los anfitriones.Un conjunto difícil de superar… creo que “subió la vara” de lo que esperamos de una cabaña.




Con el chip en “modo vacaciones”, sin perder un minuto nos fuimos a la pileta. Ya habría tiempo más tarde para hacer las compras en la despensa más cercana.


Sábado 30 de diciembre

Siguiendo con la costumbre de madrugar, a las 7 ya estábamos desayunando en el jardín, disfrutando de la tranquilidad del campo (para los que vivimos en la ciudad, eso era el campo) de esa soleada mañana de verano con una suave brisa fresca, el pasto aún mojado por el rocío y los pajaritos cantando.

A desayunar!!!

Aprovechando el soleado día que se avecinaba, subimos al auto y fuimos hacia el parque Unzué, un gran predio de unas 120 hectáreas a la vera del Río Gualeguaychú. En su afán consumista, un par de meses atrás, Seba había comprado un kayak inflable. Si! Leyeron bien! Nunca mejor aplicada la frase de “Tonto y retonto”: “cuando pensaba que no podías ser más estúpido, vienes y haces algo como esto .Y TE REIVINDICAS TOTALMENTE!!!”.

En fin, ahí estábamos poniendo a prueba la espectacular compra del año!!! Seba desenfundó el gran inflable, y con paciencia y la ayuda del pequeño inflador de pie cada parte fue tomando forma. Feliz como nene con juguete nuevo se colocó el chaleco salvavidas y se fue a remar en ese sector del río que tenía poca corriente.




Me quedé en tierra firme caminando por los senderos que surcaban ese gran espacio verde con ceibos florecidos y eucaliptos que comenzaban a emanar su característico olor. Había un par de hombres intentando suerte con sus cañas de pescar, varias personas corriendo y caminando, y otros que habían optado por unos mates a la sombra los árboles.



Cuando el señor se cansó de pelear con su canoa inflable que no había resultado tan maniobrable como los kayaks de verdad, salió del agua y vino el momento del desinflado y secado… Debut y despedida del juguetito.

¿Qué conclusión sacamos del paseo? El parque, super recomendable!!! Si van en época de calor tienen que hacerlo a la mañana temprano, o al atardecer cuando la temperatura comienza a descender. El kayak inflable, pueden pasar a buscarlo por casa cuando quieran.

Con la temperatura en franco ascenso subimos al auto y enfilamos hacia la costanera que estaba del otro lado del río. Fuimos hasta su extremo sur, una zona desértica con reminiscencia de puerto sembrada de fragmentos de barcos y grúas. La zona céntrica tenía un poco más de movimiento… al menos en el malecón por el que caminaban un par de personas caminando y en los balnearios donde había algunas familias; del otro lado de la calle, la mayoría de los bares y heladerías estaban cerrados.

Extremo sur de la costanera

El malecón

El balneario

El recorrido continuó por la ciudad que recién estaba comenzando a cobrar vida. Varios negocios de ropa y artículos deportivos multimarcas, casas de electrodomésticos, algunos cafés y la plaza San Martín con la catedral y el juzgado municipal en frente formaban el centro propiamente dicho.



Ya casi cerca del mediodía visitamos el Espacio Purito Diseño (25 de Mayo 301), una casona en la que varias mujeres emprendedoras de la zona exponen y venden sus artesanías. Había cosas muy lindas y a precios accesibles. Nos vinimos con un cactus en una “maseta intervenida”.
Con nuestra plantita y algunos alimentos comprados en el super volvimos a la cabaña a almorzar y descansar un rato en la pileta.



Como somos bastante inquietos incluimos en esos días de descanso una caminata con avistamiento de aves en “Senderos del Monte”. Esta es una reserva privada de 25 hectáreas, a 8 km del centro de Gualeguaychú, en la que se conservan y protegen ecosistemas como el humedal, monte ribereño, y el costero con pajonales. Casualmente, cuando reservamos la cabaña Guillermo nos ofreció incluir esta visita, sugerencia que aceptamos sin dudarlo porque era algo que ya teníamos en mente.

Preparamos el equipo de mate, agua fresca, la cámara, los binoculares y repelente, y pasadas las 5 de la tarde, nos fuimos con Guillermo hasta la reserva. Al ser visitas privadas que hay que arreglar con anticipación, éramos los únicos en el predio.

Ni bien bajamos del auto nos encontramos con un sendero que parecía que no había sido caminado en varias semanas. Sin apuro y prestando muchísima atención donde poníamos los pies avanzamos entre los pastos altos. Si bien éramos consientes que podíamos encontrar alguna alimaña, el corazón comenzó a latir fuerte y rápido cuando vimos que algo se movía un par de metros más adelante: era una culebra ocultándose  en una zona de vegetación más espesa al costado del camino. Nos sentimos como exploradores en medio de la selva… por suerte no cuesta nada soñar.

Los hombres al frente

La culebra

Unos cientos de metros más adelante llegamos a un área más abierta donde el sendero estaba claramente definido y había una torre de observación de madera. Trepamos por sus escaleras hasta la zona más alta y nos quedamos unos minutos en silencio escuchando solamente el canto de los pájaros, tal como nos había propuesto Guillermo mientras sacaba su guía de aves.

Nuestro conocimiento sobre aves era (y sigue siendo) sumamente limitado. Fue ahí que descubrimos la existencia de la tradicional guía de aves de Tito Narosky, un infaltable de las mochilas de los que salen a “pajarear”. Abrumador pensar en las 1000 especies de aves de Argentina y Uruguay ahí descriptas cuando apenas somos capaces de diferenciar una paloma de un cardenal. Fue nuestra primera experiencia observando aves, pero no la última.

En ese rato tuvimos la oportunidad de ver una tacuarita azúl, tordos músicos, pepiteros, un taguato común y unos pitiayumis que llevaban los colores del equipo de La Boca en su plumaje. Sacando la tacuarita, una pequeña y movediza “bolita” azul violácea, creo que no podría reconocer a ninguno. Con un poco de paciencia, suerte y rodeándose de gente con más experiencia y conocimientos se pueden identificar mucho más especies de las que uno imagina.

Un pepitero

La siguiente parada fue cerca de un arroyito donde fuimos a buscar ciervos, pero apenas encontramos unas huellas en el barro. Debían estar en el sector de la reserva al que no está permitido ingresar.


La huella

Luego pasamos por el vivero y la huerta orgánica que destacaban por su impecable prolijidad. La curiosidad nos llevó a mirar que había en los recipientes y almácigos, pero sin tocar nada… no nos faltaron ganas de arrancar alguna hojita de las aromáticas para olerlas o masticarlas.

Un rato antes del atardecer hicimos una parada para mates en un quincho frente a un estanque. Aunque ningún carpincho, lagarto overo o lobito de río hizo su aparición pasamos un lindo rato conversando con Guillermo sobre la vida.

Otro de los habitantes de la reserva es la mariposa Bandera Argentina, que recibe su nombre por el color albiceleste de sus alas. Los espinillos de la zona, la planta de la cual se alimenta la oruga, aseguran su presencia. Si bien aun estábamos en la época en la que se las suele ver, sólo nos cruzamos con una oruga blanca y roja a rayas como la que había visto unas semanas atrás en la isla Martín García.

Orugas de mariposa Bandera Argentina

El sol cayendo en el horizonte marcó el final del recorrido, habíamos pasado poco más de dos horas caminando, buscando animales, sacando fotos y disfrutando de los sonidos de la naturaleza.


Domingo 31 de diciembre

Fue un día de descanso, lectura dos de los clásicos de la serie egipcia de Wilbur Smith (Río Sagrado y Farón), planificación de actividades de Cairo y Luxor (dos de los destinos del próximo viaje), observación de pájaros, mates y comida, en el que la lluvia nos mantuvo todo el día bajo techo. Lo único que lamentamos fue no poder usar la pileta.



Lo más remarcable del día fue el almuerzo que nos preparó la dueña de casa: gulash con spaezels!!!

-No hacemos muchas comidas, pero las que hacemos las hacemos muy bien –había sentenciado Guillermo cuando nos mostró el listado de opciones.

Luego del viaje de sabor a Budapest y Praga de ese mediodía confirmamos que tenía fundamentos para haber dicho eso.


Para la noche ya no quedaban rastros de la lluvia. Bajo un cielo parcialmente nublado en el que llegaban a vislumbrarse algunas estrellas prendimos el último fuego del año.


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