By Sole
Habíamos caminado por el sendero que bordea Blue Lake, visto carreras de canotaje e identificado especies en el Tikitapu Nature Walk... era hora de seguir viaje hacia los Redwoods!
El calor del mediodía se hacía sentir; el sol del otro lado del planeta parecía quemar más! Al ratito de estar expuestos teníamos la sensación de que nos estábamos friendo. No en vano, esa mañana el empleado del i-site nos había preguntado si llevábamos protector solar…
Iniciamos la caminata del lado izquierdo de la ruta donde parecía haber un esbozo de senda que cada tanto se desdibujaba obligándonos a ir por la banquina. Comprobando la cantidad de tránsito, incluidas camioneta con lanchas en sus trailers que iban a toda velocidad, agradecí no estar ahí con la bicicleta; hubiese entrado en pánico. Tranquilos, pero sin pausa fuimos caminando esos 5 kilómetros, esquivando latas de gaseosas vacías y restos de conejitos en diferente estado de descomposición que parecían haber muerto aplastados por los vehículos.
En plena caminata |
En un momento, no podría especificar en qué kilómetro estábamos, una señora que iba en auto en dirección a Blue Lake se detuvo y se ofreció a llevarnos hacia los Redwoods luego de preguntarnos hacia dónde íbamos. “It’s a long way. Are you sure?” fue su respuesta tras denegar su oferta. Tal vez si hubiese estado yendo en dirección a Rotorua, y no para el lado contrario, hubiésemos aceptado tan amable ofrecimiento. Otra muestra más de la amabilidad de los neozelandeses.
Durante esa hora, el paisaje fue bastante monótono con campos del lado derecho de la ruta, y bosques del izquierdo. Lo único que nos llamó la atención fue una vaca muy curiosa que nos fue siguiendo con la vista mientras pasábamos; por suerte estábamos del otro lado de la ruta y ella estaba detrás de una cerca, su mirada no me gustó ni un poquito.
Qué felicidad cuando encontramos un desvío hacia el bosque!!! Si bien no estaba identificada por un cartel, había una entrada peatonal que asumimos que era una de las tantas que tenían los Redwoods. Sin tener la certeza que era el camino correcto, pero sin existir carteles que indicaran que se trataba de una propiedad privada o que prohibiesen el ingreso, entramos; lo peor que podía pasar era que tuviésemos que retroceder sobre nuestros pasos.
Luego de caminar algunos metros, un cartel nos confirmó que estábamos en “The Redwoods”, un parque de 5600 hectáreas con senderos peatonales, para bicicletas y para caballos, con diferente nivel de dificultad y duración. Al haber entrado por uno de los accesos menos populares, pudimos disfrutar durante un rato del silencio en esos lares solitarios de la foresta. Qué placer!!! Altos árboles de alguna especie que no logramos identificar predominaban en el lugar; eso sí, ninguno de color rojo. “Por qué le habían puesto de nombre “redwoods”? dónde estaba la madera roja?”
Redwoods I: estábamos bien orientados! |
Redwoods II: soledad y silencio. |
La situación cambió completamente cuando nos acercamos a la entrada principal de “The Redwoods Whakarewarewa Forest” donde estaba el parking, un precario café, los baños públicos, el visitor center y la gran atracción turística “Redwoods Treewalk”. Esta última actividad que tenía un costo de $25 por persona, y consistía en caminar por puentes suspendidos de los árboles –a una altura que iba de 6 a 12 metros según el sector- y que se extendían por poco más de 500 metros. No estando dispuestos a pagar ese precio, continuamos con nuestro plan original para lo que agarramos un mapa del bosque y planificamos por dónde íbamos a seguir caminando.
Volviendo al parque, iniciamos la segunda parte del recorrido tomando Quary Road, un sendero ancho con árboles altos que en un principio eran parecidos a los que habíamos visto más temprano y a medida que avanzamos fueron mezclándose con pinos hasta terminar predominando estos últimos. Justamente estos pinos llamaban la atención por su gruesa corteza roja… ahí estaba la respuesta a la pregunta del porqué del nombre de la foresta.
Giramos a la derecha continuando con el “Redwood Memorial Grove Walk”, sin dudas el sector más impresionante de los que recorrimos!!! La altura y dimensión de los troncos de estos árboles rojizos era tal que no cabían en las fotos que intentamos tomar, nos sentíamos miniaturas al lado de ellos. No tengo recuerdo de haber visto algo parecido… Este sendero es un must de cualquier visita a Rotorua!!! No es de extrañar que fuera el lugar donde más gente cruzamos.
Cuando llegamos al final del camino, en lugar de salir a la calle o completar el loop, nos desviamos por el Quary track tentados por la presencia de un mirador a mitad del camino según el mapa que teníamos. Comenzamos con un trayecto ascendente en el que el paisaje cambió completamente; atrás quedaron los pinos apareciendo árboles más pequeños y helechos. Metros más adelante comenzamos a oler algo que nos parecía muy familiar… al elevar la vista comprobamos que había eucaliptus! Así que siguiendo la célebre frase de Borges de alguna manera nos transportamos miles de kilómetros hasta Adrogué “En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptus estoy en Adrogué”.
Rotorua V: Quarry Track |
Con cada paso que dábamos el cansancio se sentía cada vez más, y ni hablar cuando el terreno tenía pendiente ascendente… cuando ya pensábamos que habíamos pasado el mirador de largo sin identificarlo, apareció el cartel que anunciaba su presencia. Le habíamos puesto tantas expectativas que terminó decepcionándonos… la vista no era gran cosa. Apenas sacamos una foto y seguimos caminando hasta desembocar nuevamente en Quarry Road, optando por caminar nuevamente el espectacular sendero de pinos de tronco rojizo que tanto nos había gustado; al final del camino esta vez continuamos hacia la salida.
Desde ahí teníamos que encontrar una calle que nos condujera a Rotorua, tarea que nos resultó mucho más difícil de lo que habíamos pensado. En el momento que conseguimos que el GPS del celular nos marcara la ubicación (por momentos funcionaba y por momento parecía estar más perdido que nosotros) en la que estábamos vimos que continuando hacia la izquierda estaba la calle que buscábamos. Siguiendo la sugerencia del Samsung comenzamos caminando por un pequeño track que discurría entre un circuito de mountain bike y un enrejado (que evitamos tocar por riesgo de que estuviese electrificado) de algo que parecía una fábrica. Caminamos y caminamos varios metros con la gran incertidumbre de si iba a haber una salida al final o si íbamos a tener que girar 180 grados y buscar una vía alternativa. Cuando ya estábamos desesperanzados, el predio que asumimos como fabril terminó y apareció un parque y varias casas. Si hay un barrio con casas tiene que haber una salida nos dijimos… Efectivamente, luego de caminar unos cientos de metros más terminamos en una avenida que nos llevó a Fenton Road… Finalmente una calle con nombre conocido!!! Estábamos yendo en la dirección correcta!!! La alegría se transformó abruptamente en desesperanza cuando vimos el cartel que indicaba que estábamos a 2 km del centro… Para ese entonces nuestro ánimo estaba tan gris como el cielo que anunciaba posibles chaparrones.
No sé de dónde sacamos energías para caminar esas 20 cuadras por una aburrida avenida en la que apenas nos cruzamos con otros seres vivientes. Al menos por 1,5 km solo vimos hoteles y moteles de diferentes categorías que se sucedían uno al lado del otro.
Con el último aliento llegamos al hostel a dejar las mochilas. Luego de tanta caminata era el momento ideal para comprobar el efecto de las famosas aguas termales.
Raudamente agarramos los trajes de baño y ojotas, y caminamos las pocas cuadras que nos separaban del Polynesian Spa. Ingresamos a un gran hall donde había un par de orientales observando las distintas opciones de piletas y servicios ofrecidos. Como sólo íbamos a utilizar lo que estaba cubierto en el free pass para el “Lake Spa” (incluía el uso de las piletas de aguas termales que estaban junto al lago, lockers y toallas) nos limitamos a presentar los vouchers sin evaluar otras posibilidades.
A pocos pasos de la recepción encontramos los vestuarios que realmente eran de 1° nivel con sector de baño, cambiadores individuales, duchas con shower soap/ shampoo y acondicionador, lockers, secadores de cabello, toallas y hasta crema hidratante. Quedé maravillada... igual aclaro que mi parámetro de comparación son vestidores y duchas de los clubs o gimnasios y nunca antes había entrado a un spa. Guardé la mochila en uno de los lockers, agarré una toalla y salí por la puerta que daba directamente a las piletas donde me reencontré con Seba.
Si bien continuaba nublado no había llovido ni llovía en ese momento, pero sí la temperatura había descendido y estaba un poco fresco para pasearse en bikini por la intemperie. Comenzamos con la pileta de menor temperatura, unos 36°C; la elección estuvo basada en que era la que estaba más vacía. Fue raro entrar en agua tan caliente estando acostumbrada a la pileta que como mucho está en 30°C. Nos sentamos con todo el cuerpo salvo la cabeza cubierto por el agua. Al principio se sintió muy bien y nos pareció relajante, pero después de algunos minutos nos aburrimos y decidimos que era tiempo de seguir probando el resto. La que seguía estaba muy llena, más precisamente llena de orientales (no era de extrañar porque era la más cercana a la puerta de los vestuarios), así que seguimos directamente a la pileta estrella del lugar “The Priest” con aguas provenientes de un manantial con dicho nombre…
"Qué tienen que ver los sacerdotes con esas aguas?" fue la pregunta que se me vino enseguida a la cabeza… En 1878 un sacerdote (priest en inglés) católico de Tauranga que sufría una artritis tan severa que le impedía caminar se bañó en estas agua que decían tener propiedades curativas… creencia o no, se cuenta que el cura salió del baño caminando. Las aguas de “The Priest” justamente se recomiendan para el tratamiento de la artritis, reumatismo y trastornos nerviosos (vaya uno a saber que englobará ese “nerviosos”…). El Polynesian Spa se jacta de tener exclusividad en el uso de ese manantial.
En esta pileta la experiencia fue diferente, digamos que se complicó un poquito con los 39- 41°C del agua. Tras poner el primer pie adentro tuve la misma sensación que cuando entro en la ducha con el agua demasiado caliente. Así que el primer instinto fue sacar el pie; el contraste con la temperatura exterior que no llegaba a los 20° C era muy evidente. Tomé valor y seguí avanzando, poco a poco me fui agachando hasta quedar sólo con la cabeza fuera de agua. Lentamente el cuerpo se adaptó al calor, y la sensación de que la sangre se me iba a coagular transformándome en una gran morcilla desapareció.
Desde este baño se podía ver el agua del lago –el sector que tenía actividad termal- y un nido de gaviotas que no paraban de graznar y sobrevolaban los alrededores sin pasar el alambrado del Spa; supongo que el calor o el vapor que salía actuaban de barrera.
Luego de estar algunos minutos, el bienestar que sentí tras de adaptarme a la temperatura desapareció y me comencé a marear. Hora de salir!!! Cuando me paré el mareo fue aún mayor, apuesto a que tenía la presión muy baja por el calor… Consejito: no se queden mucho tiempo, levántense lentamente y de a poco, sentándose un ratito con el torso fuera del agua antes de salir definitivamente de la pileta, y si son de presión baja o toman alguna medicación para el corazón piénsenlo dos veces antes de entrar… Me llamo la atención que no hubiese carteles que indicaran todo esto.
Luego pasamos por otras 2 piletas con una temperatura menor, que rondaba los 36°C; teníamos que recuperarnos de las calientes agua del curita… De a poco me fui sintiendo mejor, terminando al 100%. Aprovechamos este último rato para estudiar las curiosidades de nuestro alrededor, mereciendo una especial mención:
- el encargado de controlar la temperatura de las piscinas que se paseaba con su termómetro en la mano (había imaginado que era algo automatizado y no un trabajo que hacían manualmente)
- los bañistas orientales. Ellas vestían trajes de baños que eran comparables a los que uno ve en las fotos de los años 50 y algunas llevaban encima remeras, además de las infaltables capelinas; con todo ese atuendo al agua! Ellos con sus torsos blancos y lampiños, y una flacura extrema (que hacían ver a Seba como gordo) se paseaban de una pileta a otra.
Cuando nos aburrimos dimos por terminada la experiencia Spa!
Ducha de por medio abandonamos el lugar bastante relajados y con sueño, y con anillos nuevos! Un detalle que no tuvimos en cuenta fue el de sacarnos los anillos a pesar de que en la entrada nos dijeron que nos quitemos las alhajas. El pequeño olvido hizo que al salir las anillas plateadas terminaran de color gris oscuro y muy brillosos… al menos el olvido fue compartido y salimos los dos con los anillos iguales. Con el paso de los días y las semanas recuperaron su color original.
Aunque aún no había anochecido, de camino al hostel compramos comida thai. Ibamos a cenar tempranito porque ya teníamos hambre y al día siguiente nuestro bus partía tempranito hacia National Park.
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