sábado, 22 de abril de 2017

Street food, regateo y pato pequinés en la última noche en China!!!

By Sole

Concluida la merienda, continuamos con otro de los grandes atractivos de la zona de Wangfujing: los puestos de street food apta sólo para valientes. La mayoría de los documentales de viajes de Beijing incluye un par de tomas del conductor atreviéndose a probar, en general con cara de asco y/o desconfianza, alguna de las "exquisiteces" que estábamos a punto de ver en vivo y en directo!!!

La oferta incluía los pinchos más exóticos y asquerosos del mundo: gusanitos, orugas gordas, escorpiones –que aún se movían-, caballitos y estrellas de mar, cangrejos, víboras, pajaritos, ranas, escarabajos, y los ya clásicos calamares con sus tentáculos. Ustedes se preguntarán: "y eso cómo se come?". Bastó una breve observación para conocer la respuesta: el “bicho” elegido rápidamente viajaba a la sartén con aceite caliente, y en pocos minutos estaba listo para comer…

Street food I

Street food II

Street food III

No todo era insectos, reptiles y pequeñas aves, también había un par de opciones más clásicas como cerdo, rolls de pollo, tofu, choclo, castañas asadas, noodles, mondongo y frutas acarameladas. Nos limitamos a mirar y sacar unas cuantas fotos al igual que la mayoría de la gente que caminaba por ahí, mientras unos pocos osados se animaban a “degustar” algunos de esos animales de consistencias que ni quiero imaginar.




Como curiosidad resulta interesante y creo que lo pondría entre las atracciones recomendables para visitar a pesar del olor nauseabundo que salía de alguno de los puestos, que sin exagerar, me dejó por un buen rato inapetente y con ganas de vomitar.

Metiéndonos en una calle perpendicular a las de los bichos empalados, descubrimos el lugar ideal para el comprador de “souvenirs”. Sin quererlo habíamos encontrado una seguidilla de puestos que concentraban todas las chucherías que habíamos esperado encontrar para traer de recuerdo: imanes, palitos chinos, y varias cositas más.

Cuando preguntamos el primer precio y nos alejamos comprobamos que el regateo era indispensable. Siempre el primer precio que nos daban era astronómico, pero con un poquito de paciencia bajaba a niveles inimaginables. Para que tengan una idea por una par de juegos de “chop sticks” en una cajita muy coqueta partimos de 120 Yn, y terminamos en 20 Yn, o un juego de ajedrez lo bajamos de 160 a 50 Yn.

Cuando nos cansamos de regatear, enfilamos hacia el hotel. Como apenas estábamos a una estación de metro de distancia fuimos caminando; en menos de 15 minutos ya estábamos ahí.

En nuestra última noche en China queríamos cenar el famoso pato pequinés. No podíamos irnos sin probarlo, aunque sabíamos que no era un platillo económico; teníamos un presupuesto extraordinario de 200 Yn para esa noche. Lo que no teníamos muy claro era donde comerlo. Luego de haber visto un cartel en la habitación que promocionaba al famoso pato “sin salir del hotel”, lo consideramos como una opción. Como no estaba especificado en cuál de todos los restaurantes que tenía el establecimiento lo servían llamamos a la recepción; sin mucha certeza nos mandaron al 2º y 3º piso. Si nos cerraba el precio íbamos a comer ahí. Bajamos hasta el 2º piso, donde nos encontramos con un restaurante que en lugar de tener un gran salón, tenía las mesas distribuidas en habitaciones de distinto tamaño generando diferentes grados de privacidad. Antes de sentarnos pedimos el menú; lo miramos de punta a punta sin encontrar “pato”. La empleada no entendía mucho inglés, y nos mandó al 4º piso donde tampoco encontramos al ave. Solo nos faltaba el 3º... Otra vez miramos la carta sin encontrar pato. Esto se estaba transformando en la búsqueda del tesoro… Como la gente hablando se entiende, reiteramos la pregunta que veníamos haciendo hacía media hora a la chinita que estaba a cargo del lugar; nos miró como si le hubiésemos preguntado algo rarísimo! Si bien tuvo la buena predisposición de consultar por teléfono, lo único que entendimos de su explicación en un inglés muy rudimentario fue que el pato estaba en un restaurante fuera del hotel... Al menos estaba confirmado que si no era en el 2º, 3º ni 4º piso, el cartelito que anunciaba “just staying indoor of the hotel and enjoy the authentic Beijing Flavor- Beijing Roast Duck” esta errado (debimos haber sospechado al ver la pobre gramática).

El curioso cartel en la habitación

Considerando que íbamos a tener que salir nos abrigamos y fuimos hasta el front desk para que nos indicaran donde quedaba el famoso restaurante. En el primer intento la empleada no entendió que le preguntamos por el “duck”; así que tuvimos que recurrir a un infantil “cuac, cuac”. Al menos la onomatopeya era universal… Reconfirmó que era afuera, pero el problema vino cuando nos quiso explicar cómo ir y no fue capaz de ubicar el hotel en el mapa. Luego de que Seba le mostró dónde estábamos, al menos entendimos en qué sentido teníamos que caminar, y cuando nombró la palabra “hutongs”, enseguida se nos vino a la cabeza un local por el que habíamos pasado unas horas atrás.
Cuando salimos a la calle comprobamos que la temperatura seguía en descenso, pero al caminar un par de cuadras a buen ritmo enseguida entramos en calor.

Ya en Wangfujing, identificando una de las calles secundarias que tenían varios locales de comida entre los que optamos por el que al menos tenía el pato rostizado incluido en el nombre (“Pekin Quanjude Roast Duck”) y una figura en la puerta. Tras ingresar a un gran hall, cuando preguntamos por el menú nos mandaron al 4º piso. Mmm, subimos??? Dudamos unos segundos, pero ya estábamos en el juego; si no subíamos tal vez perdíamos nuestra última oportunidad de probar el platillo. Lo peor que podía pasar era que el precio superase el presupuesto y tuviésemos que volver a la calle a buscar otro comedero. Y dale, subamos!!!

Encontramos al pato!!!

Ni bien bajamos del ascensor, nos recibió otra jóven que enseguida nos trajo un menú; efectivamente había pato, y como el precio estaba dentro de lo esperado, nos quedamos. Fuimos pasando por una sucesión de salas, incluida una con muchas sillas que parecía una gran sala de espera, hasta terminar en un inmenso salón muy iluminado, con un franco predominio del dorado en su decoración, repleto de mesas de todos los tamaños. En ese momento, eran las 20:00 hs (el lugar cerraba a las 20:30 hs), y el lugar parecía estar en plena actividad. Prácticamente todas las mesas redondas, en las que cabían unas 8 personas, estaban ocupadas. Un detalle interesante de estas era la plataforma giratoria central repleta de platitos con comidas que permitía que todos los comensales pudieran acceder a lo que querían tan sólo girándolo sin necesidad de molestar a nadie.



Nos ubicaron en una de las mesas para dos personas, junto a una pared, justo al lado de una réplica del mural “Nine Dragons” que estaba en Forbiden City. Estudiamos una vez más la carta y optamos por medio pato, arroz blanco, un agua y una cerveza. Vimos que junto al pato había una lista en chino con precios; un rato después descubriríamos el misterio.



Mientras esperábamos el pedido nos sorprendió ver un “chef” empujando una mesita con ruedas con un pato rostizado hasta una mesa. Se detuvo, sacó el cuchillo, rebanó al ave de punta a punta separando la carne (que fue trasladada a un plato) de los huesitos que quedaron en la mesa transportadora. El ritual se repitió en otras mesas, hasta que finalmente llegó nuestro turno. La moza nos acercó primero un platito con tres trozos de carne para que le diéramos la aprobación como quien descorcha un vino y entrega la primera copa al mandamás de la mesa esperando se asentimiento. Asquerositos miramos los trocitos de animal que venían recubiertos por una gruesa capa de grasa. Sin siquiera probarlo, movimos la cabeza afirmativamente y esperamos que llegara el resto de la porción; la mitad del ave se redujo a un plato mediano con brillosas rodajitas grasientas. Un par de minutos después llegó el arroz blanco y algunas cosas que no habíamos pedido: una canastita vaporera con varias hojas de papel de arroz, un potecito con una salsa anaranjada y otro con lonjas de cebolla. Pronto descubrimos que eran acompañamientos “casi obligatorios” del pato, y seguramente eran algunos de los ingredientes que figuraban en esa lista que estaba en chino. Y ahora qué hacemos con esto???



Viendo nuestro desconcierto, el mozo de apiadó de nosotros y se acercó a mostrarnos como teníamos que comer el pato con los extras que él había elegido por nosotros. Con una envidiable habilidad agarró el papel de arroz con los palitos y lo apoyó sobre el plato. Tomó unos trocitos de pato y los puso en el medio de la mitad superior del papel junto con un puñadito de cebolla que previamente había mojado en la salsa. Con los palitos y la ayuda de una cuchara de porcelana lo plegó formando un paquetito; una obra de arte! 

El gran problema vino cuando llegó nuestro turno; resumo la experiencia diciendo que ni siquiera pude pescar un papel con los palitos… Considerando que estábamos en China rodeados de perfectos desconocidos que seguramente nunca volviéramos a ver en nuestras vidas, pasamos sin ningún tipo de tapujo al “finger eating”. Así fuimos armando uno a uno los paquetitos a mano, quitándole la gruesa capa de piel a cada trocito de pato –estimo que los chinos pensaron que estábamos locos al sacarle lo más sabroso-. Sin ser lo más rico que hemos probado, aunque sí la mejor cena de los últimos días, estuvo bien.

Mientras comíamos nuestras “manualidades” las mesas se fueron vaciando; era tan obscena la cantidad de comida que quedaban en algunos platos que ningún comensal dudaba en pedir su paquete con las sobras. Cuando estábamos terminando de comer se desocupó una mesa vecina; antes de irse, la familia de chinos decidió sacarse algunas fotos con el mural de “Nine Dragons” que teníamos al lado. Uno de los hombres, vestido con una camisa con un estampado digno de un empapelado barroco, que emanaba una gran felicidad (apostaría a que había bebido alguna copita de más) dijo “sorry”, apoyó su celular sobre nuestra mesa y entre risas posó con el mural mientras hacía la V de la Victoria. En una situación más que extraña terminó sentado con nosotros y sacándose una foto con Seba que también posó haciendo la V con su dedos!!! Dudamos si el hombre sólo estaba borracho o si se estaba riendo de nosotros luego de habernos visto comer y haber dejado un plato transformando en un “gran cementerio” de piel de pato.

Antes de que nos echaran del lugar, y habiendo cumplido nuestro objetivo de comer pato sin pasar los 200 Yn, pagamos los 194 Yn, y volvimos a enfrentar las frías calles.


Volvimos al hotel donde el olor a tabaco seguía invadiendo todo; si habíamos tenido ganas de un postre pronto desaparecieron. Estábamos cansados e íbamos a estar sólo una noche, ni siquiera valía la pena pedir un cambio de habitación. Usamos unos minutos la lentísima conexión a Internet, y nos fuimos a dormir. Teníamos que descansar porque nos esperaba un día extra-largo por delante.

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