By Sole
1 de Noviembre 2015
Una vez más se imponía la idea de que había que aprovechar hasta
el último día de vacaciones al máximo!!! A las 6:15 horas ya estábamos
levantados. Sabiendo que el desayuno en ese pretencioso hotel nos iba a costar
lo mismo que la cena de la noche anterior, nos aprovisionamos de
alimentos y desayunamos en la habitación: café instantáneo, un riquísimo yogurt bebible larga vida sabor
coco (uno de esos espectaculares hallazgos que hacemos en la góndola de lácteos
durante los viajes), y un par de bollerías de Holiland (una casa de repostería que parecía especializarse
en tortas de bodas a juzgar por su vidriera). Entre bocado y bocado Seba lamentaba no poder ver el arranque del partido de Racing al no estar habilitada la aplicación de youtube –limitaciones propias de China que no íbamos
a extrañar-.
A esa hora la sensación térmica oscilaba entre los -1º y
-3ºC. La temperatura no nos iba a detener; a las 7:45 hs ya estábamos
emponchados con todas las camperas que teníamos –una encima de otra-, gorros y
guantes, rumbo al “Temple of Heaven”. Qué frío que hacía!!! Nos dio mucha
lástima ver de camino al metro un homeless durmiendo que parecía haberse
convertido en un cubito de hielo de lo quieto que estaba. No importa si se
trata de un país rico o podre, desarrollado o en vías de desarrollo, comunista
o capitalista, los vagabundos son una constante en todos. Rápidamente nos metimos en el subte tomando la línea 5
hasta Tiantandongmen.
Fue fácil encontrar la entrada al parque; a pesar de ser un domingo tan frío a las 8:00 hs había bastante gente entrando al lugar. Sacamos la entrada general al parque (10 Yn/ cada uno) y ingresamos
junto a varios orientales de la tercera edad que parecían tener un pase
especial para entrar. A medida que fuimos avanzando en el parque descubrimos
que casi todos los visitantes pasaban el medio siglo de vida. Fue realmente admirable
ver la vitalidad que tenían todas esas personas que se habían congregado ahí
para realizar distintas actividades como practicar tai chi, bailar, jugar al
bádminton, tocar instrumentos musicales, tejer, disputar algunas partidas de
juegos de cartas, domino o damas. Me encantó ver lo compenetrados que estaban
en lo que estaban haciendo, y sus caras de felicidad que denotaban que lo estaban
disfrutando. Fue una de las situaciones más autenticas que vimos en ese
país; una excelente experiencia que hizo que valieran la pena tanto el madrugón
como el frío.
En el centro del parque, rodeado por un paredón –para evitar
el “robo” de una buena foto- estaba el famoso “Templo del Cielo” que está
presente en muchas de las publicidades gráficas turísticas de Beijing. Ese era
el lugar donde anualmente acudía el emperador a orar y pedirle a los cielos por
una fructífera cosecha. No teníamos intención de visitar el templo, pero no nos
quedó otro que sacar la entrada (20 Yn) para poder acceder al
interior del muro para sacar fotos. Así que si van a visitar el templo o al
menos quieren sacarle una linda foto como nosotros, les conviene sacar
directamente la entrada combinada en el exterior.
Tickets en mano traspasamos la muralla encontrándonos con
una de las obras arquitectónicas más bonitas que vimos en el viaje.
Fiel a las costumbres chinas se encontraba completamente restaurado y pintado;
todos los detalles habían sido tenidos en cuenta a la hora de darle la
última mano de pintura. Lo fuimos rodeando, sacándole fotos desde todos los
ángulos. Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en el punto de partida pero
con una imagen totalmente distinta. El lugar donde nos habíamos sacado unas
selfies casi sin gente (a esta altura habíamos aceptado que era imposible sacar
una foto en China sin un chino de fondo) ya estaba atestado de chinitos; los
primeros tours ya estaban ahí! Qué importante es llegar a este tipo de
atracciones justo en el momento en que abre sus puertas para poder disfrutar de
algo de tranquilidad y sacar fotos!!!
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La foto artística de Seba |
En el predio del parque había otros edificios o pabellones
de menor importancia de los que solo se podía ver el exterior, sin posibilidad
de ingresar. Pasamos por el pavilion donde se sacrificaban los animales que se
ofrecían a los cielos a cambio de buenas cosechas. Una placa describía con lujo de detalles cómo era la matanza que comenzaba con un martillazo en la cabeza; menos
mal que no había ilustraciones…
Las actividades lúdicas y artísticas seguían in crescendo, al
igual que el ingreso de tours y familias que venían a pasar el día al parque
cargando sus bolsas repleta de alimentos. Para esa hora la temperatura había subido bastante y apenas estábamos con una campera finitas. Era un día ideal para hacer un pic nic al aire libre... Hora de seguir viaje!!!
Esta vez tomamos el metro hacia Tian’ anmen east station, un
sector que no habíamos recorrido aún. Estando tan cerca de Forbiden City
esperábamos encontrar una réplica en miniatura para traer de regalo; del lado
oeste no habíamos encontrado nada, íbamos a probar suerte del este. Los
negocios de chucherías brillaban por su ausencia; evidentemente el turismo
interno en lugar de llevar recuerdos como llaveros, magnets y adornos, compra pequeñas confituras como galletitas y otros productos con
aspecto de alfajores que curiosamente costaban bastante caros (haciendo la conversión algunos de
estos “alfajores” estaban $60 la unidad!!!).
En lugar de chucherías encontramos decenas de micros
estacionados que debían estar esperando a las hordas de turistas que visitaban la Ciudad Prohibida. Cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos en
la calle de los shoppings, aprovechando para hacer una última visita al “H&M”
y a la calle de los souvenirs.
Con los minutos contados –tal cual lo habíamos calculado-
volvimos al hotel a terminar de guardar las últimas adquisiciones en las
valijas y hacer el check out; no voy a entrar en detalles pero una vez más el
front desk del "Inner Mongolia Grand Hotel Wangfujing Beijing" hizo una gran
demostración de su ineficiencia y preferencia por los turistas locales que
fueron atendidos antes que los occidentales.
A las 12:00 hs salimos arrastrando nuestras valijitas hacia
el Holiland, donde nos sentamos en unos silloncitos al sol a tomar un café latte con un sándwich de atún y una bollería de queso. Ese iba a ser nuestro almuerzo!
Antes de partir al aeropuerto hicimos la buena obra del día.
Cuando habíamos armado el equipaje con "técnica tetris", el maní no había
encontrado un lugar; definitivamente iba a quedar en China. Como estamos en
contra de tirar la comida a la basura habiendo gente que pasa hambre fui a
buscar al homeless que habíamos visto a la mañana durmiendo a la intemperie. Aun
estaba en el mismo lugar, pero sentado y bien despierto. Sin saber cómo iba a
reaccionar me acerqué y le entregué la bolsa con maní. En ese momento
desaparecieron todas las barreras comunicacionales… esa cara de felicidad y el
gesto con el pulgar hacia arriba lo dijeron todo. Le habíamos dado una pequeña
alegría a ese hombre que seguramente ya no esperaba nada de toda la gente que
pasaba a su lado ignorándolo.
Contentos bajamos por última vez al subte; esta vez tomamos
la formación que iba hacia Dongzimen donde hicimos la combinación con el
Airport Express. En 20 minutos ya estábamos en el aeropuerto. Como suele sucedernos llegamos tan temprano que en las ventanillas del check in estaban cerradas. Justo cuando faltaban
exactamente 180 minutos para que partiera el vuelo los empleados comenzaron a
atender. Despachamos las valijas, y tras un exhaustivo scanneo del equipaje de mano y cacheo como si estuviésemos
ingresando a la cancha, llegamos al área de embarque. A diferencia de la gran variedad de cafés que había en el
hall principal donde hicimos el check in, en ese sector apenas había
un Costa Café. La última merienda en China fue a lo grande!!! Capuccino, un
smothie de mango y maracuyá, y dos porciones de “tiramisú” –fuese lo que fuera
estaba bien, aunque la realidad es que los chinos desconocer el concepto de
tiramisú-.
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Pandas "juegos para niños" en el aeropuerto |
Bien pipones fuimos con los 52 Yn que nos quedaban al free
shop. Dimos varias vueltas viendo que podíamos comprar con ese dinero,
concluyendo en una estratégica compra de exactamente 52 Yn, ni uno más ni uno
menos. Nos llevamos un paquete de almendras, un llavero y chicles.
Entre una cosa y otra se nos pasó el tiempo, y a las 16:35
hs ya estamos abordando. Lo que si se hizo larga fue la espera dentro del avión
que salió con 30 minutos de retraso. Como Seba había
pronosticado despegamos de noche.
El vuelo fue tranquilo a pesar de los chinos que seguían
haciendo de las suyas. Ni habíamos despegado y una de las pasajeras ya había
sacado una bolsa de nylon que contenía pollo y estaba comiendo. Ni hablar de “mantener abrochados los cinturones de seguridad”, antes de que el avión llegara a altura crucero y ya había gente caminando por los pasillos hacia los
baños. Una de las situaciones más bizarras fue cuando la aeromoza pasó con el
carrito de la comida y uno manoteó una bandejita!!! Una situación nunca
vista!!! Habiendo recuperado la bandeja robada, comenzó el reparto con el
clásico “chicken or meat”.
La noche transcurrió entre pelis, actualización del cuaderno de viajes, y un
ratito de “noni”. Antes de aterrizar llegó el desayuno o
tal vez almuerzo que consistió en una bollería parecido a una medialuna con
jamón y queso –caliente- y unas frutas; descartamos la otra opción que era
“chicken with rice”. Basta de pollo con arroz!!!
A pesar del retraso, en el horario esperado -16:20-
aterrizamos en el aeropuerto de Dallas. Habíamos viajado en el tiempo!!!
Salimos a las 17:50 hs del 1º de noviembre, y llagamos a las 16:20
hs del mismo día!!! Estábamos recuperando el tiempo que habíamos perdido a la
ida. Esas extrañas situaciones que ocurren cuando uno atraviesa varios husos
horarios…
Ya en suelo americano tuvimos que volver a pasar por
migraciones; parecía que estábamos viviendo un “deja vu”. Otra vez las
mismas filas eternas, el mismo control de seguridad con scanneo de calzado y cuerpo con
su máquina bastante indiscreta, complementado con el cacheo manual. Y
finalmente la misma sala de espera en la que habíamos estado varias horas a la
ida.
Esta vez teníamos por delante unas 5 horas de espera; el
siguiente vuelo estaba anunciado para las 9 y algo de la noche. La espera se
hizo eterna a pesar de que nos mantuvimos activos. Tomamos el último café de
las vacaciones en el Starbucks –qué melancolía-, recorrimos todos los locales
incluida una librería donde apenas compré el clásico “Alice in the wonderland”, caminamos, visitamos todos los
baños, leímos, navegamos con algo de dificultad en Internet y visitamos en
reiteradas oportunidades el mostrador de American Airlines. Como queríamos
acomodar el horario de sueño apenas habíamos dormido en el vuelo anterior, y
pensábamos hacerlo en el siguiente. Estábamos desfallecientes, sólo anhelábamos
subir al avión y reencontrarnos varias horas con Morfeo.
Nuestro deseo se iba a hacer esperar… cuando se estaba
aproximando la hora de abordar nos cambiaron la puerta de embarque, y junto con
eso el avión y el horario de salida. Como amé a American Airlines en ese
momento; nos habían retrasado el vuelo a la ida, y para no perder la costumbre
lo volvían a hacer en la vuelta.
Con una hora de retraso finalmente partimos de Dallas. La cena fue olvidable… otra vez arroz con pollo del
que apenas piqué algunos de los vegetales de la guarnición, una ensaladita de
verdes y un bodoque de pan que tranquilamente
podría haber sido utilizado como un arma mortal de habérsela arrojado en la
cabeza a alguien.
A pesar del cansancio, el sueño fue entrecortado como nos
suele pasar en los aviones. Haciendo honor a la excelencia del servicio, a las
11 hs de Argentina nos sirvieron uno de los más paupérrimos desayunos de avión
que he visto en mi vida (creo que compite cabeza a cabeza con LATAM). Este es el problema cuando uno viajó en las mejores
aerolíneas del mundo, y por cuestión de costos o duración de viaje opta por una
de otro nivel…
Uno rato después aterrizamos en Buenos Aires sin problemas. Las vacaciones habían terminado... sniff, sniff.