domingo, 23 de octubre de 2016

Ping'an: pueblo de timos y arrozales

By Sole

Habiendo pagado lo acordado al taxista, estábamos en la entrada del pueblo con nuestras valijitas... ahora a buscar el hotel!

Cabe aclarar que mientras bajábamos las valijas del baúl del coche nos asediaron unas mujeres de escasa estatura, vestidas con pantalones y camisolas negras con guardas de colores en las mangas y botamangas, que llevaban unas grandes canastas a modo de mochila. Habíamos llegado a una aldea ubicada en la ladera de la montaña donde el ingreso y la circulación en el interior era a pie. Estas mujeres, de la etnia zhuang, eran las porteadoras que cobraban por subir el equipaje. Cuando le preguntamos cuanto cobraban por el acarreo nos dijeron en chino “sì” a la vez que hacían el gesto con la mano de “cuatro”. Así que acordamos que nos llevaran el equipaje por 8 Yn. Cada una se colocó una valija en la canasta; rechazamos el ofrecimiento de meter también las mochilas. Fuimos caminando en procesión por el pueblo, subiendo escalinatas y pendientes, hasta llegar a nuestro pequeño hotel ubicado justo frente a la escuela primaria de Ping'an –de hecho esa era la dirección que nos habían mandado con la reserva de Booking.com-.

Porteadoras

Camino al hotel

Cuando llegamos al Countryside Hotel nos encontramos con una casa de unos 4 pisos con sus puertas abiertas de par en par. El salón, con un par de mesas, un gran televisor de pantalla plana y un mostrador se encontraba a oscuras; no había signos de vida en el lugar. Llamamos, y apareció un hombre chino de unos 50 años que pronto descubrimos que no hablaba inglés.

Les entregamos a las mujeres el dinero que habíamos acordado en el parking, pero algo no estaba bien…  no solo que no se fueron, sino que en un muy rudimentario inglés nos dijeron “eighty” y apareció otro hombre de la comunidad uniéndose en el reclamo. Siguieron varios minutos de comunicación o mejor dicho de incomunicación en el que se mencionaron muchos números en inglés y varios, “yes”, “no”, “heavy”, “light”, que concluyeron con el pago de 40 Yn. Sabíamos que había chances que en algún momento del viaje nos timaran… de hecho uno de los puntos de nuestro decálogo de viaje era que un “momento timo” no tenía que arruinarnos el viaje. Dejamos atrás esta situación, pero cuando algunos de estos pequeños individuos de la región se nos acercaban nuestro nivel de alerta y desconfianza alcanzaban niveles elevados.

Cuando los zhuang se fueron, el dueño del hotel nos acompañó hasta nuestra habitación ubicada en el 4 piso de la casa. Esta vez decidimos llevar nosotros mismos las valijas escalera arriba. Sin mucho para decir, nos dejó ahí y se marchó. La gran habitación de techo, paredes y piso de madera, que crujía con cada paso, tenía varias ventanas con una idílica vista de los arrozales! Por lo que habíamos pagado no podíamos pedir más!

Vista desde la habitación

Escuela primaria desde la habitación

Como aún quedaban algunos rayos de sol, dejamos las valijas y salimos a recorrer el lugar antes de que anochezca. Cuando bajamos nos encontramos con un muchacho oriental –suponemos que era el hijo del hombre que nos había recibido- que afortunadamente hablaba inglés y nos orientó en cómo llegar a uno de los miradores del pueblo.

Salimos y giramos a la izquierda siguiendo sus instrucciones. No habíamos caminado 50 metros que nos encontramos frente a frente con un burro cargado con ladrillos que venía andando en sentido contrario. Seba no pudo contener la risa y hasta me sacó una foto con mi cara de horror cuando el animal me pasó a escasos centímetros… 

Chicken little...

El pueblo nos resultó sumamente pintoresco con sus constantes desniveles, angostos senderos, casas de madera, precarios puentecitos de igual material sobre el pequeño arroyo, gallinas sueltas, y ajíes, granos de arroz y mazorcas secándose al sol. Tras atravesarlo, en pocos minutos llegamos a los arrozales. En una forma de aprovechar mejor el terreno, el arroz está sembrado en terrazas en las laderas de la montaña. La imagen es tan estupenda que no parece real!

Fuimos siguiendo el sendero hacia el mirador “Nine dragons and five tigers”; alguien con mucha imaginación le puso ese nombre porque teóricamente la imagen que se tiene desde ahí representa a nueve dragones agachados bebiendo agua del río Jinsha, y cinco tigres que protegen el área. Tal vez el nombre surgió en la época en que era muy popular el opio…



Justo habíamos llegado en época de cosecha, pasando por áreas que ya habían sido cosechadas, otras donde había pequeñas personas cortando manualmente con una hoz las espigas de arroz, y otros sectores con plantas que esperaban su turno. Una vez que cortaban las espigas, las apilaban y las dejaban ahí esperando que se sequen para posteriormente extraer los granos de arroz golpeándolas contra un canasto.

Arrozales

La cosecha

En esta caminata nos cruzamos con bastantes turistas que poco a poco fueron desapareciendo. Muchos habían venido a pasar el día en la villa en una de las tantas excursiones de día de las que salen diariamente desde Guillin o Yangshuo; una buena opción si uno quiere visitar el área sin complicarse con toda la logística que se requiere para llegar hasta ahí.

Cuando llegamos a la parte superior, pudimos comprobar con nuestros propios ojos la sobresaliente vista que se tiene desde ese mirador de tres niveles. Bellísimo! Nos sentamos en el piso junto a las barandas ante la ausencia de bancos, y observamos el atardecer comiendo maní. Ese maní con cáscara que habíamos comprado en Xi'an merece una especial mención por la decepción que nos causó. Habitualmente cuando compramos maní con su cáscara externa (cocido, listo para comer) esperamos encontrar un producto natural, crocante, delicioso, sin conservantes ni adictivos. Pero… estábamos en China donde las cosas no pueden ser naturales. De alguna manera le habían metido sal en el interior a través de su aparentemente infranqueable cáscara externa. Aun me pregunto como hicieron para meter la sal ahí a pesar de que la cáscara parecía intacta. Desde ese momento comenzamos a leer la información nutricional de los envases aunque estuviese en chino guiándonos por las unidades que figuraban al lado de los números… el último valor en miligramos no podría representar otra cosas que el sodio.

Atardecer

Cuando el sol ya se había puesto emprendimos el regreso por el sendero; en algunos sectores aun había gente trabajando en la cosecha. Al acercarnos al pueblo tomamos negligentemente un camino diferente al de la ida terminando en un lugar que no identificábamos…"mmm creo que por acá no pasamos antes"… Rápidamente solucionamos el problema acercándonos a un albergue y sacando del bolsillo la tarjetita del hotel con inscripciones tanto en inglés como en chino. Fundamental guardarse un par de tarjetas con datos del alojamiento; cualquier persona que pueda leer el idioma local y que esté relativamente orientado puede indicar con un dedo la dirección en la que hay que ir.

Cuando llegamos a nuestro hotel el front desk era la desolación; otra vez no había signos de vida.  “Tal vez aparece alguien para la hora de la cena” nos dijimos y nos fuimos a la habitación a tomar un merecido –o mejor dicho necesario- baño. Ya que estamos en el tema ducha voy a hacer un comentario sobre el diseño poco práctico e higiénico de este lugar. Si bien el baño tenía un tamaño en el que podría haber cabido un receptáculo para ducha parece que nadie había pensado en colocar uno… Habían optado por poner un inodoro, un lavatorio, una ducha entre ellos y un “cubre piso” calado de goma en todo el ambiente. Así que cada vez que nos bañábamos teníamos que ponernos las ojotas para no pisar esa cubierta de goma –no queríamos traernos un hongo chino de souvenir en los pies-, y después hacer malabares para no mojar toda la habitación cuando salíamos del baño con las ojotas mojadas.



Cerca de una hora después, cuando volvimos a bajar, nada había cambiado. Habíamos pensado en cenar en el hotel que teóricamente tenía “restaurante”, pero ante la falta de gente y olor que indicase la presencia de comida nos fuimos a comer “Meiyou Café”, un resto que estaba a pocos metros. Siendo la primera comida decente del día elegimos varios platos para compartir. En primer lugar fuimos por lo que habíamos leído que era la especialidad del pueblo: Bamboo rice. No se trataba de arroz con bamboo como había pensado en un primer momento, sino que era arroz con vegetales cocido en el interior de una caña de bamboo en una parrillita. Acompañando al bamboo vinieron los infaltables salteados: noodles con vegetales, y una verdura de hoja –parecida a la espinaca- con hongos. Estaba todo tan rico que los platos quedaron casi limpios.

Bamboo rice, noodles & verdura salteada

Cansados volvimos al hotel y subimos a nuestra habitación sin cruzarnos con nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario