domingo, 4 de septiembre de 2016

Una larga noche en tren de Beijing a Xi an

By Sole

Ya estábamos parados frente a la puerta de la estación dispuestos a tomar el tren hacia Xi’an!

Para poder ingresar a la estación tuvimos que presentar los pasaportes y los pasajes de tren. Aliviados comprobamos que los tickets que habíamos comprado por Internet eran verdaderos y el número de tren coincidía con uno de los que se anunciaba en el gran cartel electrónico. A decir verdad, lo que logramos entender era “Z19”, nuestro tren, y un número que estaba al lado que correspondía a la sala de espera.

La gran cartelera

Traspasamos el hall del cartel y nos encontramos con un pasillo largo y bastante ancho con locales de comida a los costados, incluyendo minimercados, verdulería, panadería, además de los clásicos Mc Donald´s, KFC entre otros, y las entradas a las salas de espera. Fuimos hacia la 7, desde donde partía el Z19. El lugar era inmenso y estaba lleno de gente sentada tanto en sillas como en el suelo con todo su equipaje; casi todo el perímetro del lugar estaba cubierto de kioskos que vendían todo tipo de alimentos, cigarrillos, bebidas –incluidas alcohólicas-, revistas y chucherías varias. Cerca de la entrada estaban los sanitarios, con la pestilencia característica de los baños públicos chinos, y varias canillas de agua hirviendo… Este descubrimiento que hicimos acá se fue repitiendo en otras estaciones, aeropuertos e incluso en el interior de los trenes. La presencia de agua caliente en todos estos lugares está destinada a satisfacer la necesidad de los chinos de preparar té e hidratar las sopas instantáneas que consumen durante todo el día en todo lugar. El agua fría brilla por su ausencia… casi pierdo un par de dedos al lavar una manzana cuando inocentemente abrí la canilla y al meter la mano comprobé la temperatura del agua que salía del grifo.

Sala de espera

Evitando el gentío volvimos al pasillo que estaba más despejado que la sala de espera. Nos ubicamos en un rinconcito donde “cenamos” unas galletas, banana y maní –ahora que leo lo que escribí tengo la sensación de que tuvimos una cena de monos-. Faltando cerca de media hora de la salida del tren, sin haber lugares libres para sentarse en la sala, nos ubicamos directamente en las filas que se habían formado frente a la puerta donde estaba anunciado el control de tickets. Cuando nos fuimos acercando al horario de la partida, las filas se convirtieron en un tumulto desorganizado de gente, que a estas alturas ya no nos sorprendió. Cuando abrieron los accesos para avanzar hacia los andenes hubo empujones y golpes por todos lados para ver quien pasaba primero. Cuando pudimos pasar por la puerta nos encontramos con un corredor desde el que había que bajar una escalera mecánica para llegar a los andenes. Con el espíritu competitivo de Seba avanzamos raudamente, estando entre los primeros en llegar al tren.



El “pequeño tren” tenía 20 vagones en los que nos fuimos distribuyendo de acuerdo a la información de los tickets. Nosotros estábamos en el coche 11, en un camarote con 4 literas. Tras un exhaustivo análisis de las opciones, pro- contras y costos habíamos optado por eso, descartando los asientos comunes, los camarotes de 6 pasajeros y los topísimos camarotes para 2 con baño privado (costaban casi el doble de lo que pagamos nuestros pasajes). Lo único que nos generaba algo de incertidumbre eran nuestros posibles compañeros, con los que íbamos a tener que compartir las siguientes 12 horas… El camarote tenía 2 literas por lado, una arriba y otra abajo, separadas por un espacio menor a un metro en el estaba la ventana; debajo de esta había una pequeña mesa y un tacho de basura. Las “camitas” incluían un colchón ultra delgado, acolchado, almohada y un par de pantuflas descartables. Cuando compramos los pasajes no tuvimos la posibilidad de elegir si queríamos las de arriba o abajo, comprando por default las de abajo que eran levemente más caras. Unos minutos después apareció una chinita de unos veinte y algo de años –tal vez más o tal vez menos, es tan difícil poder estimarles la edad- que se ubicó en la litera de arriba de Seba; una chica silenciosa que no soltó el celular durante todo el viaje. Un rato después llegó el pasajero que faltaba, un chino joven con bastante exceso de peso que apenas saludó y se ubicó en su lugar… Hubo altas chances que Seba quedara viudo durante el viaje si la cama no soportaba el peso y caía arriba mío...



Como en casa!

Con una puntualidad inglesa, partimos a las 20:41 hs. Dimos un par de vueltas por el vagón donde la mayoría de los pasajeros eran anglosajones. En el extremo había una canilla con agua hirviendo, un baño unisex –obviamente con mucho olor a orina-, y en forma separada un espacio con una bacha larga y 3 canillas con un cartel que aclaraba que el agua no era apta para consumo. Luego de leer, caminar un poco y lavarnos los dientes –con la duda si podíamos o no usar ese agua para enjuagarnos la boca o necesitábamos agua mineral-, nos fuimos a dormir. A las 22 horas ya estábamos recostados con la luz apagada.

Al menos para mí fue una noche larga y de muchas vueltas, en la que me costó conciliar el sueño y el rato que dormí fue en forma entrecortada. Por un lado estaba la incomodidad de la cama: la combinación del delgado colchón y la falta de una adecuada capa de grasa en algunas zonas de mi cuerpo impedían que encontrara una posición cómoda. Y por otro lado, cada vez que el chino se movía su litera crujía sumando otro perturbador sonido a los contantes y ruidosos ronquidos que emitía –tengo la certeza que él durmió plácidamente como un bebe-. Parte del problema lo pude solucionar añadiendo el acolchado al colchón y durmiendo arriba de este con la campera puesta. Los ronquidos fueron imposibles de apaciguar… de hecho a las 6 de la mañana estaba desvelada y me puse a escuchar música con los auriculares, pero los ronquidos me tapaban lo música. Eran tremendos!

A las 7 el tren recobró vida con gente yendo y viniendo del toilette y lavándose los dientes. Nuestro compañerito hizo uso de la canilla de agua caliente e hidrató un mega tacho de sopa de carne picante (según mi interpretación del envase que tenía una escala representada por varios chilis en la que casi todos estaban pintados) que llenó de olor el compartimento. Se sentó en un el extremo de mi cama y se comió su desayuno.

A las 8:20 hs llegamos a Xi’an. La estación era bastante antigua y desorganizada con gente caminando en todas direcciones acarreando todo tipo de valijas y bultos. Una vez más el que más golpeaba o fuerza ejercía era el que pasaba primero. Hay que ser un luchador para sobrevivir en China!

A la salida nos encontrarnos con un hombre con un cartel con mi nombre! Se habían acordado de irnos a buscar! El hostel tenía incluido este servicio gratuito. Esperamos a otros dos pasajeros de algún país nórdico de Europa, y fuimos caminando todos juntos hacia la camioneta que estaba aparcada a un par de cuadras. Gente y autos por todos lados! Estos últimos no eran muy amigables con los peatones haciendo que el cruce de las calles fuese un tanto dificultoso, aunque no imposible. No estábamos lejos del hostel, tal vez unas 15 o 20 cuadras, pero el caos de tránsito hizo que nos demandara casi media hora. La camioneta avanzaba entre bicis, motos, tuk tuks, autos y micros que circulaban en todas direcciones. Sinceramente si a esta escena le agregábamos dos vacas y un cerdo, podría haber sido cualquier ciudad de la India.

El Ancient City Youth hostel estaba en el interior de la muralla de la ciudad, que aún se conserva en forma intacta, a pocos metros del cruce de dos avenidas. A pesar de ser temprano cuando hicimos el check in nuestra habitación ya estaba lista, lo que nos permitió dejar las valijas y arreglarnos un poco antes de ir en la búsqueda de un café para desayunar. Aunque desde la estación de tren hasta el hostel no habíamos visto ningún local con aspecto de café, teníamos la esperanza de encontrar aunque sea un Starbucks. 

El hostel
Caminamos un par de cuadras por la avenida que teníamos más cerca sin encontrar nada, así que nos metimos en una de las calles internas… cómo última opción íbamos a terminar en uno de los shoppings que estaban en esa dirección. La calle en que giramos nos condujo hacia el barrio musulmán, uno de los lugares que teníamos pensado visitar. Nos resultó un lugar muy pintoresco con puestos callejeros de verduras, carnes y algunos de comida callejera en los que había gente comiendo sopa, que eran atendidos por chinos que llevaban en la cabeza los característicos gorritos musulmanes. Me parece que este sector era el más auténtico y no tan turístico como el que íbamos a visitar más adelante.

Sopita???

Tras caminar algunas cuadras más, salimos a otra avenida con edificios y luces de neón. Cómo les gusta a los chinos estas luces! En esta calle tuvimos la fortuna de encontrar un “Pastries Taiwan Style”; ya estábamos famélicos! El local tenía varias estanterías con galletitas y gran variedad de bollerías para que cada uno se sirviera, y un mostrador donde se cobraban estos productos y se pedía el café, té, jugo o lo que uno quisiera tomar. Nos sentamos en unos cómodos silloncitos junto a la ventana a disfrutar del tan ansiado y revitalizante desayuno! Quedamos muy conformes con el lugar, con lo que consumismo y con el precio –mucho más económico que un Starbucks o Pacific Coffee-.

Bollerías!!!

Cafecito con una bomba

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