By Sole
27 de febrero 2016
Cómo resolver el conflicto entre los limitados días de
vacaciones en el trabajo y las ganas de viajar? Si bien aún no tengo la
respuesta, una solución inmediata fue aprovechar los fines de semana para
visitar las atracciones turísticas de Buenos Aires y alrededores.
El destino elegido en esta oportunidad fue San Isidro.
Aprovechando el día despejado de verano fuimos a
tomar el tren a la estación “Belgrano R” del Mitre. Hacía tanto que no tomaba un tren que había olvidado
la experiencia del constante desfile de vendedores ambulantes, artistas y mendigos.
Lo que me sacó un poco de contexto fue el aire acondicionado y la presencia de
extranjeros que hablaban inglés, una situación totalmente nueva y que no
esperaba.
Nuñez, Rivadavia, Vicente López, Olivos, La Lucila,
Martínez, Acassuso y finalmente San Isidro. Al salir de la estación fuimos
hacia la derecha por la avenida Belgrano encontrándonos con un área comercial.
Al ser el sábado del último fin de semana previo al inicio de clases había
bastante gente con chicos comprando útiles escolares y calzados; muchas parejas, sobretodo entradas en años ajenas a las responsabilidades escolares, tomaban café y leían el diario en
las mesas exteriores de los bares.
Siguiendo por Belgrano terminamos en el casco histórico de
San Isidro donde aún sobreviven varias casas coloniales centenarias. La primera que
llamó nuestra atención fue la quinta La porteña. Su jardín
con plantitas y un aljibe de mármol nos cautivó; fue inevitable el comentario
“qué lindo sentarse acá un atardecer de verano”. Cuando leímos la placa de la entrada descubrimos que ahí había vivido Luis Vernet,
quien fuera gobernador de las islas Malvinas en 1829.
Encantador patio de La Porteña |
Efectivamente habíamos llegado al paseo de los Tres Ombúes, el sector del casco histórico donde está La Porteña, la quinta Los Naranjos y la famosa Quinta Los Ombúes donde vivió Mariquita Sánchez de Thompson.
Al final de la calle se encuentra uno de los miradores de la
barranca desde donde se logra ver el río a lo lejos. Pese a ser un lugar
público donde debe pasar bastante gente estaba impecable en total sinfonía con
los alrededores. En ese momento un hombre paseaba a sus perros, y una pareja de
extranjeros en un bike tour escuchaba atentamente las explicaciones de su guía.
Cuando giramos en la calle Béccar Varela, dándole la espalda
al río, divisamos a unos cientos metros la torre de la catedral. En ese corto
recorrido pasamos junto a la Quinta Los Ombúes donde actualmente está el museo
“Dr. Horacio Béccar Varela”. Apenas pudimos pispear los jardines que se veían a
través de las rejas perimetrales ya que en ese momento se encontraba cerrado;
nos quedamos con las ganas de visitarlo… viéndolo desde una perspectiva
positiva nos quedó algo pendiente para regresar a
San Isidro.
Los Ombúes |
Esquivamos un vecino de treinta y algo de años de la zona que con gran orgullo mostraba a sus allegados su nueva "nave espacial" –aunque lamentaba que no fuese roja porque era uno de los colores que faltaban en su gran historial de colores de autos-. Al levantar la vista, ahí estaba la imponente la catedral de estilo neogótico con su torre principal de más de 65 metros. A pesar de haber sido inaugurada en 1898, al menos el exterior estaba tan bien conservada como si hubiese sido construida la semana pasada. Si bien no entramos, las fotos que vimos del interior no desentonan con la belleza exterior.
La catedral |
Frente a la iglesia identificamos a la plaza Mitre, mejor
conocida como la plaza de San Isidro. Al ser sábado tuvimos la oportunidad de
recorrer la feria de artesanos que se instala ahí cada fin de semana. Seba
estaba en la gloria!!! En lo que se refiere a feria él es el que insiste en ir, y yo la que le digo “terminaste
de mirar? Vamos? Vas a seguir comprando?” ;-)
Plaza Mitre |
Siguiendo las recomendaciones de algunas páginas de Internet fuimos hasta “el centro comercial” de la estación del tren de la Costa. No sabemos si era por el día o el horario, pero nos pareció que el lugar estaba bastante muerto y descuidado. Tal vez el hecho que el gran café que da a la calle estuviese de vacaciones con sus ventanales tapados con papel madera ayudaba a crear esa imagen. Un tanto decepcionados seguimos hasta Primera Junta tomando esta calle en dirección al río. Cruzamos las vías y luego de andar varias cuadras, donde había un par de locales que vendían kayaks, divisamos una dársena del río con varios veleros amarrados. Luego de observar los alrededores decidimos dar media vuelta y regresar; el lugar no se veía muy seguro.
Ya era el mediodía y el hambre se hacía notar… sin haber
sido tentados por ninguno de los restaurantes que cruzamos en el camino
regresamos a la zona más céntrica donde terminamos haciendo una breve parada de
almuerzo en el bar “La bicicleta”. Optamos por dos de los tres platos del día,
aunque un poco pequeña la porción estuvieron aceptables considerando que se
trataba de un bar.
Nos había quedado para el final lo que habíamos ido a ver a
San Isidro: Villa Ocampo. Caminamos un par de cuadras hasta encontrar la Av del
Libertador y por ahí fuimos caminando hasta la calle Uriburu. Lejos de lo que
uno esperaría de Libertador, la imagen era más parecida a una descripción de
Gabriel García Márquez de una tarde en Macondo que al de una de las
principales avenidas de la zona. Calle desierta, con calor, sin una mísera
ráfaga de viento donde solo encontramos un mínimo de alivio en la
escasa sombra de los árboles de las veredas.
Cuando giramos en Uriburu, bordeamos parte de la manzana hasta encontrar el ingreso a la villa sobre la calle Elortondo. A pocos metros de la entrada había una chica
sentada frente a una mesita que informaba sobre las actividades del lugar y
vendía los bonos contribución de $45. "La siguiente visita guiada era en 45 minutos, pueden aprovechar ese teníamos ese tiempo para recorrer la planta baja de la casa y los jardines, o tomar algo en la confitería" nos dijo.
Guiados por un folleto que nos entregó fuimos identificando en el jardín el sector romántico con
sus ombúes y una estatua de mármol, el lawn donde antiguamente estaba la cancha
de tenis -ahora hay un par de ginkgos-, y la “pelouse afrancesada” con su
fuente de hierro fundido, los gansos que caminaban por el pasto y un
templete.
Villa Ocampo |
A las 15 horas nos juntamos en la entrada principal de la casa
con Román, el guía, y el grupo que se había ido formando.
Victoria Ocampo fue la primogénita de las seis hijas que tuvieron Ramona Aguirre y Manuel Ocampo, el ingeniero que estuvo a cargo de la construcción de la casa que estábamos visitando. La propiedad que inicialmente perteneció a Francisca Ocampo, la tía abuela y madrina de Victoria, fue un lugar donde la familia solía pasar los veranos.
En 1912, a los 22 años, Victoria se casó en un intento de
librarse de la rigidez del padre. Tras una larga luna de miel por Europa de
casi dos años, volvió desencantada de su marido quien resultó ser tan
estructurado y convencional como su familia. La pareja se separó pero para
guardar las apariencias convivieron en el mismo edificio, aunque en distinto piso.
Victoria era una transgresora para la época siendo pionera en varios aspectos: fue la primera
mujer en obtener una licencia de conducir, utilizaba pantalones cuando lo
habitual era que usaran polleras, fumaba en público y hasta bailaba tango. Totalmente desubicada en una sociedad machista y conservadora!
Cuando falleció la tía Pancha, Victoria heredó en
1930 la hectárea del terrero que albergaba la casa; el resto de la propiedad
que era básicamente parque quedó en manos de otros familiares que con el
tiempo fueron vendiéndola. Sin dudas la mejor parte se la llevó la ahijada de la
difunta. Inicialmente su uso continuó siendo el de casa de fin de semana.
En las décadas del 20 y 30, con ayuda de los más
renombrados arquitectos de la época (con los que la señora se codeaba) diseñó y
construyó las dos primeras casas modernas de la Argentina, una en Palermo y
otras en Mar del Plata.
Al principio de la década del 40, se mudó a Villa
Ocampo. Una vez más sus acciones fueron controvertidas cuando decidió remodelar
la casa: sacó varias de las arañas que colgaban de los techos (en la
actualidad solo quedan dos), despojó las paredes de los tapizados
victorianos y pintó el interior del edificio de blanco. Dentro del
mobiliario, conservó parte de los muebles originales, que combinó con otros de
su elección que tenía en sus viviendas previas.
Además de su labor como escritora, dejó un legado
fundamental a la cultura argentina con la creación de la revista Sur, la cual
impulsó la difusión de obras de prominentes escritores de la época y promoción
de actividades culturales. Justamente Villa Ocampo fue un lugar frecuente de
reunión de personalidades de las distintas ramas de las artes. Si esas paredes
hablaran…
A medida que nos iba contando la historia de la casa y de su visitantes más famosa recorrimos los distintos ambientes, incluyendo el
comedor donde tenían lugar los “tés” que reunían a personajes ilustres tanto
nacionales como extranjeros, la sala de música donde resalta el piano de cola,
el escritorio y dormitorio en suite de Victoria, y la biblioteca. Sin dudas
esta última fue la que más llamó mi atención por la gran cantidad de libros
tanto en castellano, francés como inglés, idiomas que Victoria dominaba a la
perfección. Si nos remontamos a más de medio centenar de años atrás es fácil imaginar
que si uno quería leer determinados autores u obras debía hacerlo en el idioma
original; no era tan frecuente encontrar ediciones en español.
Balcón terraza en el primer piso. DIVINO!!! |
Varios años antes de morir decidió donar Villa Ocampo y
Villa Victoria, la casa de verano de Mar del Plata, a la UNESCO con la condición
de que fuesen usadas para promover actividades culturales.
Recluida en Villa Ocampo luego de una larga agonía producto
de un cáncer en la boca que la había aquejado durante los últimos años,
Victoria termina muriendo el 27 de enero de 1979.
En 2003 la acción conjunta de la UNESCO, el estado
argentino, la municipalidad de San Isidro, la Asociación de Amigos de Villa
Ocampo, patrocinadores y donantes permitió la restauración de la casa y el
inicio de las actividades del lugar entre las que se incluyen las visitas
guiadas que estábamos realizando. Realmente una experiencia muy interesante y enriquecedora, totalmente recomendable.
Tras casi una hora de recorrido por el interior de la casa,
emprendimos el camino de regreso. Con todas las cuadras que habíamos caminado para llegar a
este lugar, nos encontrábamos más cerca de la estación de Beccar, hacia la que
fuimos a tomar el tren para volver a Buenos Aires.
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