By Seba
La llegada a
Tailandia se emparenta con la llegada a cualquier país desarrollado de Europa:
un aeropuerto enorme y moderno, un eficiente y veloz sistema de trenes que se
conecta con el centro de la ciudad, enormes marquesinas y carteles
publicitarios de marcas globales, altísimas torres y edificios de oficinas de
las empresas líderes, gigantes malls con tiendas de las marcas más exclusivas…
Pero cuando uno
desciende del tren y se adentra unos pocos metros en las calles aledañas a las
grandes avenidas se da cuenta inmediatamente que está en un país más del
sudeste asiático: la gente con ropas sencillas, las casas sin decoración
sofisticada, los puestos callejeros de comidas extrañas, los olores no siempre
agradables…
Si Asia es el
continente de los contrastes, Tailandia es un fiel exponente de estos. Se
desarrolla constantemente mirando a Occidente (sobre todo en los hábitos de
consumo urbanos), al tiempo que mantiene con firmeza ciertos rasgos de su
identidad (cómo el lenguaje escrito en los carteles, billetes, etc).
El antiguo reino
de Siam hoy es una nación fervientemente budista que declara una enorme estima
por su monarquía. Se siente orgullosa de no haber sido colonizada nunca por una
potencia europea como si lo fueron sus naciones vecinas, mientras sus
adolescentes lucen remeras con la imagen de la bandera británica caminando con sus vasos de Starbucks en la mano.
La adoración por
la cultura inglesa merece un párrafo aparte; la frase “Mind the gap” que se
repite en el Metro de Bangkok remite invariablemente al Underground londinense,
mientras que la sección deportiva de los diarios rebosa de artículos sobre los
equipos de fútbol de la Premier League, como el Chelsea, el Liverpool o el
Manchester. Incluso marcas muy identificadas con el consumidor local, como las
cervezas Chang y Singha, son main sponsors de equipos ingleses, como lo
muestran las gigantografías que inundan la ciudad.
Muy temprano a
la mañana la gente se vuelca a los transportes públicos de Bangkok para ir a
sus lugares de trabajo; los hombres vestidos de manera muy similar a la que yo
me visto para ir a la oficina, el 99% de ellos con la mirada absorta en sus
smartphones. Mientras que dentro del silencioso tren el aire acondicionado nos hace
tiritar, en las calurosas calles miles de manifestantes acampan, bloqueando las
grandes avenidas, expresando su disconformidad con el gobierno.
Si bien
Tailandia es el país más desarrollado de la región, ha sufrido innumerables
golpes de estado en las últimas décadas, y ha experimentado enfrentamientos
sangrientos, incluso en las semanas previas a nuestra corta estadía. La
opulencia de un centro financiero global como Bangkok (con sus más de ocho
millones de habitantes a cuesta) contrasta con la realidad de un país
eminentemente rural, cuya segunda ciudad en importancia apenas supera los
150.000 habitantes… es como si en Argentina la ciudad más grande del país luego
de Buenos Aires fuera Tandil… Los desequilibrios generados por estas asimetrías
demográficas son notorios, y se reflejan en el panorama político (todo iba a
desembocar en un golpe de estado algunas semanas después).
Khao San Road |
Incluso Bangkok
es un mundo en sí mismo, con barrios muy diferentes, alojando a varias
colectividades. Desde el colorido Chinatown y sus mercados, hasta Khao San Road
inundado de jóvenes anglosajones, pasando por las zonas rojas como Patpong o
Soi Cowboy, cada sector de la ciudad tiene algo diferente para experimentar
(aclaración importante, no experimentamos nada de la zona roja, sólo una pinta
de Guinness).
Grand Palace |
Más allá de las
diferencias políticas y económicas, de su cultura milenaria, de los templos
extravagantemente bellos de su cosmopolita capital, Tailandia exhibe una
diversidad geográfica envidiable. El sur del país tiene vastas costas sobre el
océano Índico, con playas increíbles: La selva cae desde abruptos acantilados a
las cálidas aguas de diferentes tonos de turquesa; la arena blanca y las
palmeras completan la imagen de tarjeta postal. Phuket, Krabi, Phi Phi y Samui
son imanes para turista de todo el mundo, tanto los que buscan diversión, como
para quienes quieren descanso o aventura. Hay tantos rincones inexplorados como espacios sobreexplotados, pero la tendencia va hacia la saturación,
dejando cada vez menos zonas vírgenes.
Nosotros decidimos
pasar unos días en Ko Samui, que nos ofrecía un buen balance entre
infraestructura de transportes, hoteles y restaurantes, y la tranquilidad de
las playas en un hermoso entorno natural.
Nos quedamos con
las ganas de conocer más lugares, de probar más comidas, de hacer más trekking,
más playa, más kayak, más templos, más masajes, más snorkel. Tailandia es muy
grande como para recorrerla en una semana! Si dentro de un par de años
decidimos volver es probable que encontremos un país más occidentalizado en sus
centros turísticos, pero tal vez más auténtico en las selváticas colinas del
norte. Lo que es seguro es que es un destino va a seguir ofreciendo muchas
sonrisas y muchas opciones para todo tipo de visitante.
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