By Sole
18 de febrero de 2014
18 de febrero de 2014
A las 7 horas ya estábamos arriba! Hicimos un
desayuno sin excesos - té, tostadas, muffins y frutas- y salimos. Brrr, qué
frío que hacía!!! Ya estaba extrañando los 40ºC que habíamos dejado en Buenos
Aires…
Guía Lonely Planet en mano, fuimos siguiendo
el recorrido “Del sur de Thamel a la plaza Durbar”. En la zona de Thamel la
mayoría de los locales aún estaban cerrados y casi no se veían turistas. Los
únicos que daban vida al lugar eran los niños que iban abrigados al colegio y
los habitantes del lugar que comenzaban con sus quehaceres cotidianos. Nos
metimos en un callejón estrecho de suelo de tierra y desembocamos en la stupa de Kathesimbhu. Este término puede
resultar raro para los que no estén familiarizados con la arquitectura o la
religión; justamente las estupas son monumentos budistas que
tradicionalmente guardan una reliquia y fueron construidos siguiendo una
compleja simbología.
Aunque sea una perfecta ignorante del budismo,
no pude dejar de admirar esa construcción con los ojos de Buda que miraban
desde lo alto y las coloridas banderas de oración que flameaban con el viento
elevando las plegarias a los dioses. Todas las stupas que vimos tenían una
especie de magnetismo especial que impide que uno pase a su lado sin prestarles
atención.
Una de las stupas más pequeña y sencilla que vimos |
Nos cruzamos con una hilera de consultorios de
dentistas, que si bien parecían abiertos estaban completamente vacíos.
Los que
sí estaban concurridos eran los santuarios donde algunos repetían mantras con
sus “rosarios” en la mano, o hacían ofrendas de flores o aplicaban tinturas
sobre las imágenes de sus deidades.
Te arreglo la carie??? |
A medida que nos fuimos acercando a la zona de
mercados fue aumentando la cantidad de gente. Un laberinto de calles nos
condujo hacia Asan Tole donde estaba instalado un mercado callejero de frutas,
verduras, legumbres, flores y especias que tenía el encanto de lo auténtico y
tradicional. Éramos simplemente espectadores de una escena cotidiana en la que
hombres y mujeres se desenvolvían ajenos a nuestra mirada curiosa.
Creo que me quedo corta con las palabras a la
hora de describir este lugar.
Mercado callejero |
Continuamos por Asan Tole, la calle comercial,
donde aun los negocios estaban cerrados y en los frentes de los mismos había
instalados vendedores de todos tipos de productos; los que más me llamaron la
atención fueron los de pescados deshidratados y las “carnicerías”. Estas
últimas eran puertas abiertas en las que había una mesa con un trozo de carne y
colgando de la pared la cabeza de una cabra. Mi interpretación, que creo que no
está muy errada, es que los trozos de animal que estaban sobre la mesada pertenecían
al pobre animal decapitado. Ideal para el que está en la duda de hacerse
vegetariano o seguir comiendo carne…
veg or non-veg? |
Durbar Square de Katmandú |
Junto a este lugar estaban los baños y el
“patio” donde jugaban niños que uniforme que parecían están en el recreo del
colegio.
No voy a describir un por uno los templos porque esto se haría aburridísimo y está muy bien explicado en cualquier guía turística. Sólo voy a mencionar lo que nos llamó la atención de este lugar que estaba atestado de gente, motos, rickshaws y taxis –fue la plaza peor conservada y caótica de las que visitamos.
Uno de los tantos edificios a los que entramos fue la casa de la Kumari. Ustedes se preguntarán quién es la Kumari? Es una niña escogida para ser la diosa viviente de la ciudad; cuando llega a la
pubertad pasa a ser una simple mortal más. Los no hindúes sólo podemos visitar
el patio interior del edificio y sacarle fotos, siempre y cuando la pequeña no
esté presente.
Exterior de la casa de la Kurami. |
Desde el patio de la casa de la Kumari. |
Junto al Hanuman Dhoka, la estatua del dios
mono que lleva un vestido rojo y una sombrilla está la entrada al museo. Dejamos
en los lockers la mochila con la cámara (estaba prohibido su ingreso al lugar) e
ingresamos. Sinceramente nos pareció bastante aburrido: muchas fotos y algunos
objetos personales pertenecientes a diferentes reyes. Tal vez lo único
interesante del museo era el acceso a una torre de 9 pisos a la que se podía
ascender si uno tenía ganas de realizar algo de esfuerzo.
Varios de los templos vecinos tenían
escalinatas en la que había bastante gente sentada - la mayoría lugareños- y en
sus tirantes de madera del techo tenían tallas eróticas de lo más creativas. Quieren ver?
Suficiente Durbar Square para esa mañana.
Negociamos el precio de un taxi para ir hasta Patán. El precio del taxista
partió en 500 RpN, “too expensive”; se interpuso en el regateo el chofer de un
ciclo-rickshaw que ofreció llevarnos por 250 RpN… Rechazamos la oferta de ambos
y seguimos caminando; el rickshaw nos siguió varios metros a pesar de que le
dejamos bien claro que queríamos un taxi y no su vehículo. Creo que de haber
aceptado ir con ese hombre, aún no hubiésemos llegado a Patán.
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