By Sole
6 Julio 2016
Haciendo malabares con el horario de trabajo, me presenté a las 11 horas en el primer piso del Palacio del Agua, ese edificio ubicado en Av. Córdoba y Riobamba que seguramente alguna vez se preguntaron qué era. Desde la primera vez que lo ví, muchísimo años atrás, me llamó la atención por su imponencia, sus escudos y más que nada por el comentario que me habían hecho “lo trajeron en piezas desde Europa y lo armaron acá”. Amante de los “Mis ladrillos” y más aún de los rompecabezas había quedado fascinada imaginando como lo habrían transportado y armado de una manera tan perfecta.
Un par de turistas colombianas y tres paulistas completan el grupo; enseguida se nos unió el director del museo, el arquitecto Jorge Tartatini, quien iba a estar a cargo de la visita. Comenzamos observando una maqueta de Buenos Aires en la que estaban marcados los arroyos –hoy entubados- y las ondulaciones del terreno un tanto exageradas con el objeto de poner en evidencia que estábamos parados en unos de los puntos más altos de la ciudad, a 35 metros sobre el nivel del río. El edificio fue estratégicamente ubicado en ese lugar con la intención de facilitar la distribución de agua por gravedad a las viviendas de los alrededores que conformaban la city de ese entonces.
Para entender bien la historia tenemos que ir unos años para atrás… más precisamente alrededor del año 1870 momento en que las epidemias de cólera y fiebre amarilla –viejas conocidas para los habitantes- una vez más azotaban la ciudad. Domingo Faustino Sarmiento, presidente de ese entonces, decidió que era hora de tomar medidas en el asunto para frenar el problema; el saneamiento de las aguas era un punto fundamental. En 1871 contrató al ingeniero John Bateman para que se hiciera cargo del proyecto de provisión de agua, desagües y cloacas de la ciudad.
El plan incluía una planta purificadora y el gran depósito distribuidor. Este último estaba planificado que fuese un edificio ejemplar que pusiera en evidencia la importancia que Argentina le daba a un tema tan relevante como el manejo de las aguas. Para estar a la altura de las circunstancias se encargo a Bélgica la construcción de los tanques y caños –la gran estructura metálica, esqueleto del edificio que estaba visitando-, y a Inglaterra las piezas de terracota que iban a conformar una fachada digna de un palacio.
Tiempo después fueron llegando los barcos con el preciado cargamento. Como si fuese un “Mecano” comenzaron ensamblando las piezas provenientes de Bélgica, formando la gran estructura metálica con 12 tanques distribuidos en 3 niveles. Posteriormente, llegaron las piezas de terracota cocida que fueron colocadas siguiendo las indicaciones del plano que las acompañaba. Mientras el arquitecto nos contaba eso, pudimos ver de cerca alguno de esos bloques y uno de los planos ingleses de la fachada lleno de números y letras; ese código alfanumérico venía grabado en cada pieza para facilitar su ubicación. Se podría decir que era un gran “Lego” con instrucciones de armado. A pesar de haber sido edificado de esa manera, no se trata de un edificio “desarmable”.
Los planos |
Las piezas |
En 1894 finalmente fue habilitado el gran depósito, entrando en funcionamiento el sistema. El agua proveniente del río entraba en la planta purificadora ubicada donde actualmente está el Museo de Bellas Artes. Tras pasar unos días ahí, mediante la energía de máquinas a vapor, era transportada hacia los tanques del Palacio del agua que tenían capacidad para albergar 72.000.000 de litros de agua. Desde ahí gracias a la fuerza de gravedad era distribuida a las canillas de los usuarios. Los aljibes, pozos y aguateros fueron reemplazados progresivamente por ese sistema de agua corriente, al menos en las zonas más céntricas de la ciudad.
En forma horaria los empleados del edificio controlaban el nivel de agua en cada tanque dejando registro en grandes libros que aún se conservan en el Museo. Cada tanque tenía un área diferente de distribución; si notaban que en alguno el nivel había bajado demasiado abrían compuertas redistribuyendo el agua evitando el desabastecimiento. Siendo 7 de Julio, el arquitecto abrió uno de los grandes libros mostrándonos que había sucedido ese mismo día de 1930… fue muy interesante ver como los niveles disminuían luego de las 17 horas, horario de regreso a casa, volviendo a ascender luego de las 22 horas cuando la gente comenzaba a irse a dormir.
Bajo la supervisión de nuestro guía accedimos al sector “metálico” del edificio con sus columnas, tanques y grandes caños corriendo longitudinal y transversalmente. Debió ser una gran obra de ingeniería en su época.
Además de proveer agua segura, otras de las funciones de obra sanitarias era la aprobación de la instalación sanitaria en las viviendas así como también dar el visto bueno a los caños, artefactos de baño y grifería que se comercializaba en el país. Cada trámite tenía sus requisitos… Para lo primero, los interesados debían presentar un plano que posteriormente quedaba archivado en el lugar. Con los años imaginarán que se habrán ido acumulando muchos…
Lo que resulta más curioso es el tema de los artefactos de baño. Cuando alguien quería comercializar un inodoro en el país –al principio eran encargados a Europa luego de elegirlos de catálogos- tenían que presentar 3 ejemplares del mismo. Más allá de su aspecto exterior era importante ver el funcionamiento del sifón para lo que una de las piezas era partida al medio con una sierra especial; de aprobarse la segunda quedaba de muestra en Obras Sanitarias y la tercera era devuelta con el sello de aprobación.
Aun se conservan en el museo una interesante colección de inodoros, algunos con particularidades que llaman la atención. Están los ornamentados –uno con motivos florales y otro con una trompa de elefante-, los carcelarios que traían incorporados un lavatorio, jabonera, toallero y portarrollos, infantiles, modelos económicos para casas más humildes, letrinas y hasta uno que traía la taza dividida en dos cumpliendo la función dual de inodoro y bidet; este último no habría sido aprobado por ser considerado antihigiénico.
Más inodoros que en la casa de sanitarios!!! |
Floral & elefante |
Inodoro + lavatorio + accesorios: todo en 1 |
Bidet portatil |
Completando la vasta muestra de inodoros, también había mingitorios, un bidet portátil, vaciaderos –slop sink-, canillas –enteras y partidas al medio permitiendo ver el mecanismo-, caños de terracota importados de Inglaterra y planos.
En la época de gloria del edificio existían sectores destinados a la confección de artículos de papelería incluidos los libros de registro que vimos, y talleres de carpintería encargados de confeccionar el mobiliario –por ejemplo, escritorios, sillas, armarios, ficheros, percheros- tanto para uso propio así como también de las delegaciones del interior del país. Los muebles en exposición eran dignos de cualquier biblioteca o edificio de categoría, demasiado sofisticados para lo que uno esperaría encontrar en un edificio público.
Mobiliario original |
Con la llegada de la electricidad y la construcción de edificios con varios pisos, este gran tanque fue quedando obsoleto siendo progresivamente reemplazado por la planta potabilizadora Gral San Martín de Palermo –inaugurada en 1913-, hasta dejar de funcionar en forma definitiva en 1978. Unos años después, el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional, y en la actualidad podemos encontrar en su interior las oficinas de Aysa –Aguas y Saneamientos Argentinos S.A-, el Museo del Agua e Historia Sanitaria, una biblioteca y el Archivo de Planos domiciliarios ubicado en los mismísimos tanques haciendo una optima utilización del espacio.
Fue una visita guiada que me sorprendió gratamente y resultó mucho más de interesante de lo que había imaginado. Les dejo el link del Palacio del Agua para que confirmen días y horario y organicen su propia visita. Los sumo a los must de exploración urbana de Buenos Aires!
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