sábado, 11 de abril de 2015

Una emotiva visita a Robben Island

By Sole

7 de octubre 2014

Cuando salimos no había rastros de sol y la temperatura había bajado bastante. Más aún sentimos el frío cuando nos acercamos al Waterfront, más precisamente al Nelson Mandela Gateway desde donde partía el barco hacia Robben Island.

Si bien teníamos tickets para viajar en la embarcación “Susan Kruger”, terminamos viajando en un catamarán. Como habían sobrevendido entradas tuvieron que dividirnos en dos grupos. Primero partió el “Susan Kruger”, y unos 20 minutos después abordamos el catamarán con reminiscencia de arca de Noé por la diversidad de razas y nacionalidades de los pasajeros. El primer recuerdo que me viene a la mente es el frío; las “paredes” de lona apenas aislaban la baja temperatura exterior. A pesar de tener un abrigo, prácticamente estuve tiritando los 60 minutos que tardamos en recorrer los 12 km.

Desde el mar se pueden sacar muy lindas fotos panorámicas de Cape! No les parece? 


Cape a lo lejos en una mañana nublada.

En el regreso se veía mejor aún!

Lentamente fuimos aproximándonos a la isla de Robben, la cual debe su nombre a la presencia de focas que se traducen al afrikáans como “robben” (no confundir con el futbolista holandés que le copió el peinado a Seba). Cuando entramos al puerto pudimos ver un par de ejemplares sobre unas rocas.

Desembarcamos en la isla y fuimos conducidos hacia un bus para continuar con el paseo. Este micro con guía recorría los principales puntos de interés histórico de la isla. Pasamos junto a la cárcel sin detenernos, el plato fuerte que quedaba para el final.


La época del leprosario

La isla ha tenido diferentes usos a través de la historia. Antes la creciente cantidad de casos de lepra en la zona de Sudáfrica en 1845 se trasladó una colonia de leprosos de tierra firme a la isla.  Al principio los pacientes gozaban de cierta libertad de movimiento y podían abandonar la isla voluntariamente. Sin embargo, años después en vista de que la epidemia estaba fuera de control, se construyeron 11 pabellones para albergar a los enfermos y fue promulgado el “Leprosy Repression Act” mediante el cual el ingreso al leprosario dejaba de ser voluntario y los internos no podían abandonar la isla.

Durante nuestro recorrido vimos el “cementerio de leprosos” donde se enterraban a las personas que fallecían en la isla producto de la enfermedad; salvo por la iglesia el resto de las edificaciones de esa época no se encuentran en pie. La guía nos contó además que durante esoa años nacieron varios niños producto de la unión de internos, que para evitar que se contagiaran eran separados de sus padres y enviados a tierra firme.

Cementerio de leprosos

Cambio de rubro: de asilo de enfermos a cárcel

Los habitantes de la isla que más recordamos no son estos pobres leprosos de la era pre-antibiótica, sino a los presos que vivieron en la cárcel. Inicialmente esta albergaba a presos comunes, convirtiéndose con los años en un albergue exclusivo para presos políticos en su mayoría no-blancos que luchaban contra el Apartheid. Sin dudas el más renombrado de todos fue Nelson Mandela.


La cárcel
La cárcel tenía varios pabellones en los que se dividían a los opositores según el nivel que ocupasen en distintas organizaciones – por ejemplo el pabellón B era exclusivo para líderes políticos-, su color o país de origen –el pabellón D era para los nacidos en Namibia (territorio que en ese entonces formaba parte de Sudáfrica).

Volviendo a nuestro recorrido en bus… este pasó por la cantera de piedra caliza donde cada día durante más de 13 años los convictos picaban piedras. Toda esta tarea era fútil porque rara vez el material extraído era utilizado, y encima la falta de provisión de un equipo de trabajo adecuado les trajo afecciones cutáneas y oculares por la constante exposición al sol acentuada por el reflejo del mismo en la piedra, y pulmonares por el polvillo que se desprendía.

La cantera con pila de piedritas colocadas por los ex-convictos en suscesivas visitas luego de su liberación.

Inicialmente la tarea era más dura aún porque tenían prohibido hablar durante la faena, pero con el correr de los años algunas reglas se fueron flexibilizando y entre golpe y golpe de pico aprovechaban las horas para conversar, discutir sobre distintos temas –políticos o no- y hasta impartían clases informales. 

Pasamos también junto a varias casas en la actualidad viven unas 200 personas que desarrollan tareas vinculadas a estos tours. Si bien hay una escuela primaria no se encuentra en funcionamiento y los niños deben viajar diariamente hasta Cape Town para educarse.

Minutos después nos detuvimos frente a la playa, más justamente en el punto perfecto para tener la imagen panorámica ideal de Cape Town. Entre nubes distinguimos Table Mountain y delante de esta Signal Hill con Lion’s Head y a sus pies parte de la ciudad. Una imagen bellísima que me transporta a las palabras de Nelson Mandela cuando en su libro describe precisamente este lugar. Pude imaginar ahí a los reclusos recogiendo algas del mar –las mismas que flotaban en ese momento en el agua- y mariscos mientras soñaban con su libertad en el sentido más amplio de la palabra.


Vista privilegiada de Cape.

En este punto el micro permaneció parado unos diez minutos, tiempo para dedicamos a sacar fotos y contemplar el paisaje, mientras que otros tomaban un café calentito para combatir el frío marítimo en la cafetería ubicada junto a la parada.

Concluimos el recorrido en la puerta de la cárcel, donde nos unimos a un ex-recluso que auspiciaba de guía. Ingresamos a una gran habitación de un pabellón donde antaño había varias camas marineras, de las que quedaban un par a modo de muestra. Nos sentamos en los bancos que rodeaban todo el perímetro del salón mientras oíamos atentamente el relato de este ex-preso político que pasó ocho años de su vida en Robben Island bajo la acusación de sabotaje. Hizo una descripción de sus días ahí, lo estructurado de los horarios, las actividades lúdicas y deportivas permitidas, la posibilidad de estudiar por correspondencia (varios internos que eran analfabetos a su ingreso salieron con títulos y en algunos de los casos hasta universitarios), etc. Realmente fue un aporte interesante al recorrido.


Gran habitación

Cuando uno compara las condiciones habitacionales y actividades de los primeros años con los previos a la liberación observa una considerable mejoría en gran medida producto de la contante lucha de los hombres que vivían dentro de esas paredes. Habiendo sentido el frío de octubre, duele imaginar a esta gente durmiendo sobre un delgado “colchón” apoyado directamente en el piso de cemento tapados por una manta o bañándose con el agua fría proveniente del mar durante los crudos meses de invierno.

Otro de los temas críticos durante el Apartheid era el de la “información”. Una de las más duras restricciones a las que estaban sometidos los internos era el acceso a la misma. Para la autoridades era fundamental mantenerlos aislados de lo que estaba sucediendo tanto en el exterior como en otros pabellones. Hecha la ley, hecha la trampa… esta gente encontraba la forma de “traficar” noticias y estar al tanto de los acontecimientos. Las fuentes de información eran varias: los presos nuevos, los sacerdotes a cargo de los servicios religiosos dominicales, los guardias que a cambio de buena conducta introducían algún periódico y eventualmente los familiares que tenían permitida una visita de 30 minutos cada 6 meses tratándose en la misma sólo asuntos familiares -en inglés o afrikáans-  y era supervisada por guardias de seguridad.

Posteriormente visitamos la sección B donde estaba la celda de Mandela. En esta se conservan un par de mantas, el “balde sanitario” que vaciaba y limpiaba cada mañana, y una banquito. Genera claustrofobia imaginar a un hombre durmiendo, comiendo, haciendo actividad física, estudiando o simplemente pasando el tiempo en un lugar tan diminuto en el que apenas entraba acostado. Contemplar ese lugar es sencillamente emocionante y conmovedor.


La pequeña celda de Mandela

Al salir del pabellón encontramos el patio que en los últimos años de su estancia fue el gran lugar de esparcimiento, con la “cancha de tenis” y el jardín al que supo darle vida. En ese mismísimo jardín en algún momento estuvieron enterrados fragmentos de su autobiografía “Long Walk to Freedom”, libro que vale la pena leer antes de realizar la visita para entender mejor la realidad del país.


El famoso patio

Con esto concluía el recorrido. Tras despedirnos del guía caminamos nuevamente hacia el barco haciendo en el trayecto una visita al gift shop donde abundaban los objetos alegóricos a la isla y su preso más célebre.

De a poco el tiempo había ido mejorando, aunque estaba más despejado el viento se hacía sentir a tal punto que el capitán del barco izó las velas y apagó los motores durante todo el trayecto de regreso.

Regresando...

Fue una experiencia muy interesante que me permitió ver en vivo y en directo el escenario en el tuvo lugar una parte importante de la historia de Sudáfrica y que previamente había imaginado a través del relato de Nelson Mandela en su largo camino hacia la libertad.

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