By Sole
7 de
octubre 2014
Cuando
salimos no había rastros de sol y la temperatura había bajado bastante. Más aún
sentimos el frío cuando nos acercamos al Waterfront, más precisamente al Nelson
Mandela Gateway desde donde partía el barco hacia Robben Island.
Si bien
teníamos tickets para viajar en la embarcación “Susan Kruger”, terminamos
viajando en un catamarán. Como habían sobrevendido entradas tuvieron que
dividirnos en dos grupos. Primero partió el “Susan Kruger”, y unos 20 minutos
después abordamos el catamarán con reminiscencia de arca de Noé por la
diversidad de razas y nacionalidades de los pasajeros. El primer recuerdo que
me viene a la mente es el frío; las “paredes” de lona apenas aislaban la baja
temperatura exterior. A pesar de tener un abrigo, prácticamente estuve
tiritando los 60 minutos que tardamos en recorrer los 12 km.
Desde
el mar se pueden sacar muy lindas fotos panorámicas de Cape! No les parece?
Lentamente fuimos aproximándonos a la isla de Robben, la cual debe su nombre a la presencia de focas que se traducen al afrikáans como “robben” (no confundir con el futbolista holandés que le copió el peinado a Seba). Cuando entramos al puerto pudimos ver un par de ejemplares sobre unas rocas.
Cape a lo lejos en una mañana nublada. |
En el regreso se veía mejor aún! |
Lentamente fuimos aproximándonos a la isla de Robben, la cual debe su nombre a la presencia de focas que se traducen al afrikáans como “robben” (no confundir con el futbolista holandés que le copió el peinado a Seba). Cuando entramos al puerto pudimos ver un par de ejemplares sobre unas rocas.
Desembarcamos
en la isla y fuimos conducidos hacia un bus para continuar con el paseo. Este
micro con guía recorría los principales puntos de interés histórico de la isla.
Pasamos junto a la cárcel sin detenernos, el plato fuerte que quedaba para el
final.
La
época del leprosario
La isla
ha tenido diferentes usos a través de la historia. Antes la creciente cantidad
de casos de lepra en la zona de Sudáfrica en 1845 se trasladó una colonia de
leprosos de tierra firme a la isla. Al
principio los pacientes gozaban de cierta libertad de movimiento y podían
abandonar la isla voluntariamente. Sin embargo, años después en vista de que la
epidemia estaba fuera de control, se construyeron 11 pabellones para albergar a
los enfermos y fue promulgado el “Leprosy Repression Act” mediante el cual el ingreso
al leprosario dejaba de ser voluntario y los internos no podían abandonar la
isla.
Durante
nuestro recorrido vimos el “cementerio de leprosos” donde se enterraban a las
personas que fallecían en la isla producto de la enfermedad; salvo por la
iglesia el resto de las edificaciones de esa época no se encuentran en pie. La
guía nos contó además que durante esoa años nacieron varios niños
producto de la unión de internos, que para evitar que se contagiaran eran
separados de sus padres y enviados a tierra firme.
Cambio
de rubro: de asilo de enfermos a cárcel
Los
habitantes de la isla que más recordamos no son estos pobres leprosos de la era
pre-antibiótica, sino a los presos que vivieron en la cárcel. Inicialmente esta
albergaba a presos comunes, convirtiéndose con los años en un albergue
exclusivo para presos políticos en su mayoría no-blancos que luchaban contra
el Apartheid. Sin dudas el más renombrado de todos fue Nelson Mandela.
La cárcel |
Volviendo
a nuestro recorrido en bus… este pasó por la cantera de piedra caliza donde
cada día durante más de 13 años los convictos picaban piedras. Toda esta tarea era
fútil porque rara vez el material extraído era utilizado, y encima la falta de
provisión de un equipo de trabajo adecuado les trajo afecciones cutáneas y
oculares por la constante exposición al sol acentuada por el reflejo del mismo
en la piedra, y pulmonares por el polvillo que se desprendía.
La cantera con pila de piedritas colocadas por los ex-convictos en suscesivas visitas luego de su liberación. |
Inicialmente la tarea era más dura aún porque tenían prohibido hablar durante la faena, pero con el correr de los años algunas reglas se fueron flexibilizando y entre golpe y golpe de pico aprovechaban las horas para conversar, discutir sobre distintos temas –políticos o no- y hasta impartían clases informales.
Pasamos
también junto a varias casas en la actualidad viven unas 200 personas que
desarrollan tareas vinculadas a estos tours. Si bien hay una escuela primaria no se encuentra en funcionamiento y los niños deben viajar diariamente hasta Cape Town
para educarse.
Minutos
después nos detuvimos frente a la playa, más justamente en el punto perfecto
para tener la imagen panorámica ideal de Cape Town. Entre nubes distinguimos
Table Mountain y delante de esta Signal Hill con Lion’s Head y a sus pies parte
de la ciudad. Una imagen bellísima que me transporta a las palabras de Nelson
Mandela cuando en su libro describe precisamente este lugar. Pude imaginar ahí
a los reclusos recogiendo algas del mar –las mismas que flotaban en ese momento
en el agua- y mariscos mientras soñaban con su libertad en el sentido más amplio de
la palabra.
En este punto el micro permaneció parado unos diez minutos, tiempo para dedicamos a sacar fotos y contemplar el paisaje, mientras que otros tomaban un café calentito para combatir el frío marítimo en la cafetería ubicada junto a la parada.
Vista privilegiada de Cape. |
En este punto el micro permaneció parado unos diez minutos, tiempo para dedicamos a sacar fotos y contemplar el paisaje, mientras que otros tomaban un café calentito para combatir el frío marítimo en la cafetería ubicada junto a la parada.
Concluimos
el recorrido en la puerta de la cárcel, donde nos unimos a un ex-recluso que
auspiciaba de guía. Ingresamos a una gran habitación de un pabellón donde
antaño había varias camas marineras, de las que quedaban un par a modo de
muestra. Nos sentamos en los bancos que rodeaban todo el perímetro del salón
mientras oíamos atentamente el relato de este ex-preso político que pasó ocho
años de su vida en Robben Island bajo la acusación de sabotaje. Hizo una
descripción de sus días ahí, lo estructurado de los horarios, las actividades
lúdicas y deportivas permitidas, la posibilidad de estudiar por correspondencia
(varios internos que eran analfabetos a su ingreso salieron con títulos y en
algunos de los casos hasta universitarios), etc. Realmente fue un aporte
interesante al recorrido.
Cuando
uno compara las condiciones habitacionales y actividades de los primeros años
con los previos a la liberación observa una considerable mejoría en gran medida
producto de la contante lucha de los hombres que vivían dentro de esas paredes.
Habiendo sentido el frío de octubre, duele imaginar a esta gente durmiendo
sobre un delgado “colchón” apoyado directamente en el piso de cemento tapados
por una manta o bañándose con el agua fría proveniente del mar durante los
crudos meses de invierno.
Otro de
los temas críticos durante el Apartheid era el de la “información”. Una de las más duras
restricciones a las que estaban sometidos los internos era el acceso a la misma.
Para la autoridades era fundamental mantenerlos aislados de lo que estaba
sucediendo tanto en el exterior como en otros pabellones. Hecha la ley, hecha
la trampa… esta gente encontraba la forma de “traficar” noticias y estar al
tanto de los acontecimientos. Las fuentes de información eran varias: los
presos nuevos, los sacerdotes a cargo de los servicios religiosos dominicales,
los guardias que a cambio de buena conducta introducían algún periódico y
eventualmente los familiares que tenían permitida una visita de 30 minutos cada
6 meses tratándose en la misma sólo asuntos familiares -en inglés o
afrikáans- y era supervisada por
guardias de seguridad.
Posteriormente
visitamos la sección B donde estaba la celda de Mandela. En esta se conservan un
par de mantas, el “balde sanitario” que vaciaba y limpiaba cada mañana, y una
banquito. Genera claustrofobia imaginar a un hombre durmiendo, comiendo,
haciendo actividad física, estudiando o simplemente pasando el tiempo en un
lugar tan diminuto en el que apenas entraba acostado. Contemplar ese lugar es
sencillamente emocionante y conmovedor.
Al salir del pabellón encontramos el patio que en los últimos años de su estancia fue el gran lugar de esparcimiento, con la “cancha de tenis” y el jardín al que supo darle vida. En ese mismísimo jardín en algún momento estuvieron enterrados fragmentos de su autobiografía “Long Walk to Freedom”, libro que vale la pena leer antes de realizar la visita para entender mejor la realidad del país.
La pequeña celda de Mandela |
Al salir del pabellón encontramos el patio que en los últimos años de su estancia fue el gran lugar de esparcimiento, con la “cancha de tenis” y el jardín al que supo darle vida. En ese mismísimo jardín en algún momento estuvieron enterrados fragmentos de su autobiografía “Long Walk to Freedom”, libro que vale la pena leer antes de realizar la visita para entender mejor la realidad del país.
Con
esto concluía el recorrido. Tras despedirnos del guía caminamos nuevamente
hacia el barco haciendo en el trayecto una visita al gift shop donde abundaban
los objetos alegóricos a la isla y su preso más célebre.
De a
poco el tiempo había ido mejorando, aunque estaba más despejado el viento se
hacía sentir a tal punto que el capitán del barco izó las velas y apagó los
motores durante todo el trayecto de regreso.
Fue una
experiencia muy interesante que me permitió ver en vivo y en directo el
escenario en el tuvo lugar una parte importante de la historia de Sudáfrica y
que previamente había imaginado a través del relato de Nelson Mandela en su
largo camino hacia la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario