By Seba
Nepal era una
ilusión, una utopía, un lugar que pertenecía al universo de la imaginación
infantil, con las altas cumbres del Himalaya custodiando al Yeti y a los
tesoros de un reino desconocido. Hasta que en Febrero de 2014 el sueño se hizo
real y tangible al aterrizar en el aeropuerto Tribhuvan de Kathmandú y respirar
su enrarecida atmósfera.
Catorce meses
después de nuestra visita a ese maravilloso y singular país, nos despertamos en
una templada mañana de otoño con la fría noticia del terremoto en Nepal. El movimiento sísmico, que tuvo su epicentro a
80 kilómetros de Kathmandu y alcanzó casi 8 puntos en la escala de Richter,
dejó miles de muertos a lo largo del valle y destruyó edificios y templos
maravillosos.
Durbar Square de Kathmandu |
En nuestra visita habíamos notado con claridad la pobre infraestructura del país, y sabemos que no son los terremotos los que matan gente, sino los edificios deficientemente construidos. Y esas endebles construcciones de ladrillos sepultaron las esperanzas e ilusiones de miles de almas.
Mirando portales de noticias internacionales lográbamos reconocer calles por las que habíamos caminado, templos que habíamos visitado y monumentos que habíamos fotografiado. Muchos de ellos hoy no son más que escombros. Nos causa gran tristeza saber que la gran stupa de Bodnath está en ruinas, que las plazas Durbar de Kathmandu y Patan sufrieron numerosos destrozos, que y las calles rojizas de Bhaktapur parecen haber sido bombardeadas… podrían haber colapsado mientras nosotros caminábamos por ahí (lo que nos da escalofríos de sólo pensarlo…).
Estupa de Bodnath tal como vive en nuestros recuerdos. |
Las encantadoras calles de Bhaktapur que parecían salidas de un cuento. |
Se actualizan las noticias en los portales: la cifra de muertos a 48 horas del terremoto trepa 3700. Tal vez el saldo sea aún más negativo con el correr de las horas, a medida que se sigan removiendo escombros en la búsqueda de cuerpos.
Es muy triste
ver las ciudades en ruinas y leer cantidades de muertos. Pero detrás de esos
números hay caras. Y entonces resulta mucho más angustiante no saber qué fue de
aquel vendedor de mantas de lana de yak con el que regateamos, que sucedió con
el vendedor de frutas de la esquina de Asan tole, con los jóvenes que juntaban
la paja en la plaza de los alfareros de Bhaktapur, con las mujeres que lavaban
la ropa en la calle, los chicos que jugaban en el recreo, el taxista que tuvo que
empujar su auto para hacerlo arrancar y llevarnos al templo de los monos, con
el conductor de rickshaw que nos insistía para llevarnos pedaleando hasta
Patan, con la chica que vendía té y frituras en las frías calles de Thamel, con
los nenitos que “pescaban” monedas junto a las piras crematorias de
Pashupatinath, con los tibetanos que giraban las ruedas de oración en las
stupas, con el empleado del hotel que nos ofrecía un té de masala caliente cada
vez que llegábamos con las caras y manos frías, o con todas esas otras personas
amables y desinteresadas con las que nos tocó interactuar. Sabemos cuáles son
los edificios que colapsaron, pero nunca sabremos que sucedió con toda la gente
que nos llegó al corazón durante nuestro viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario