By Seba
Julio 2010
Julio 2010
Amanece en Londres, South Kensington luce esplendoroso con
los primeros rayos de sol. Mientras espero el bus que me lleva a la estación de
trenes Victoria disfruto de la tranquilidad de la mañana y del verde de
Kensington Gardens. La parada de micros tiene un cartel electrónico que indica
cuantos minutos faltan para la llegada de cada uno, pero no le creo, estoy
demasiado acostumbrado a la Argentina. De repente, cuando el reloj de los
minutos pasa de 1 a 0, aparece a unos 100 metros el micro que tenía que abordar.
Deliciosamente puntuales.
De Victoria al aeropuerto de Gatwick tomé el tren rápido, en
poco más de 30 minutos estuve allí. Obviamente era temprano, tuve tiempo de
comprar la camiseta titular de Argentina con la 10 de Messi: era el 1 de julio
de 2010, estábamos a escasos días de los cuartos de final del Mundial de
Sudáfrica.
El aterrizaje en Barajas fue cerca del mediodía, el proceso
de migraciones no fue para nada traumático (algo lógico ya que el avión no
procedía de Sudamérica), y tardé poco tiempo en recoger mi valija y caminar hasta
el subte. Un par de combinaciones después ya estaba en el centro de Madrid: un
Corzo volvía a pisar Madrid, después que lo hiciera mi padre en 2001, y mi
abuelo durante su infancia, su juventud y sus viajes post-exilio.
Salí a la superficie en la estación Opera, en la plaza
Isabel II. Estaba a pocos metros de las calle del Arenal, donde se encontraba
mi hostel. Por esa calle, muy cercana al Palacio Real de Oriente, se sale a la
Puerta del Sol, así que estaba bien en el centro de Madrid.
Una vez alojado, me propuse aprovechar la tarde al máximo:
me tomé el subte hasta al Santiago Bernabeu, y visité el estadio y el museo del
Real Madrid. El estadio es sobrecogedor, imaginarlo lleno de gente eriza la
piel…el tour incluye la visita a las salas de las copas, los vestuarios, las
tribunas, el banco de suplentes.
Desde allí empecé a caminar por el Paseo de la Castellana.
El verano en Madrid es muy duro, y para combatir el calor aproveché el aire
acondicionado de una tienda del Corte Inglés. Casi sin querer, estaba cerca de
Cuatro Caminos, el barrio donde habían vivido mi abuelo Eusebio en su infancia
y me tía abuela Juanita en su ancianidad. Ayudándome con el mapa encontré la calle de Cicerón, y llegué al número 6,
donde me resultó imposible no remontarme a los años 20 e imaginar a unos chicos
jugando, y avanzar hasta los años 30 y ver a una familia perseguida por la
guerra y la dictadura franquista.
Ya de regreso en el centro, paseé por la zona de la Plaza
Mayor y el palacio de Oriente, y cerré el día en un barsucho, atendido por un
mozo más gordo que Torrente, comiendo unos bocadillos (sándwich) de jamón
crudo, acompañado por queso manchego, tortilla de patatas y una caña de
cerveza. La tortilla de papas es una exquisitez, que bien le salía a mi abuela.
El día siguiente (2 de julio) tenía previsto recorrer los
alrededores de Madrid. Casi sin averiguar, me fui en subte hasta la estación
Chamartín (cerca del Bernabeu), pensando que todos los trenes de cercanías
salían de ahí. Pero desde allí podía ir a Segovia, pero no a Toledo, que era mi
prioridad (tendría que haber ido a Atocha). Así que tomé el tren supersónico
que en poco más de media hora me dejó en la ciudad del famoso acueducto romano.
La estación estaba a unos 10 minutos del mismo, así que había un servicio
regular de ómnibus que hacía el trayecto ida y vuelta coincidiendo con los
horarios del AVE (tren de alta velocidad).
El acueducto es algo imponente, es increíble cómo pudo
hacerse semejante obra de ingeniería
hace 2000 años, y que encima permanezca de pie. La ciudad vieja de Segovia es
una joya para recorrer a pie, perdiéndose en sus calles y disfrutando de la
arquitectura de sus iglesias.
Acueducto romano de Segovia |
En el extremo de la ciudad se encuentra el
Alcazar, un palacio muy utilizado por los reyes de Castilla en la Edad Media,
cuyas torres y cúpulas sirvieron de inspiración a Disney. Tuve la mala suerte
que justo ese día estaba cerrado, y sólo lo pude disfrutar desde afuera.
Al regreso a Madrid me enteré del triunfo de Holanda sobre
Brasil, y en cierto modo lo festejé con una recorrida por la zona de Plaza
Santa Ana, cenando unos mariscos en la calle de Barcelona.
El día siguiente era sábado, y me tocaba cambiarme de hostel
porque en el primero ya no había lugar. Había reservado cerca de la plaza de
Chueca, sin saber que ese fin de semana había un festival gay en la zona.
Esa mañana tenía previsto visitar el Museo Reina Sofia, así
que tomé el metro hasta la Estación de Atocha, y caminé unos metros. Si bien
tiene obras de muchos artistas como Dalí o Kandinsky, lo más impactante del
lugar son las obras de Picasso, entre las que se destaca el Guernica. A pesar
de ser una obra muy vista, impacta por sus dimensiones (casi 8 metros de largo)
y por su crudeza: las escenas del bombardeo a la ciudad vasca son
escalofriantes, uno puede sentir el dolor de la gente expresado como solo el
estilo cubista lo puede permitir. La exposición muestra la cronología de la
obra, y hay salas de videos en donde se explica el contexto en la cual se
realizó, ilustrando la crueldad de la guerra.
Guernica de Picasso en el Museo Reina Sofia |
Esa tarde jugaban Argentina vs Alemania por el mundial de
Sudáfrica, y muchos argentinos residentes en Madrid se juntaban en el café
Comercial, en la glorieta de Bilbao. Me sumé a ellos, y realmente había un
clima de cancha: todos con camisetas albicelestes, todos ansiosos al
principio…y todos desencantados al final por el abultado resultado negativo. La
tristeza que generaba la eliminación se balanceaba con la tranquilidad de saber
que no me iba a perder los festejos en caso que Argentina ganase el torneo, porque
eso ya no iba a suceder. Así que hubo una caminata en el barrio La Latina, al
sur de la Plaza Mayor, recorriendo la calle de la Cava Baja y Plaza San Andrés,
y picando algo por el camino. La noche terminó cerca de Puerta del Sol, donde
los locales festejaban el triunfo frente a Paraguay, que los depositaba en
semifinales.
Mi último día completo en Madrid era el domingo 4 de julio,
y como cada domingo, se armaba el mercado del Rastro. Un poco por la fama que
le hizo la canción de Sabina, y otro poco por lo que mi abuela me había contado
del lugar, me fui hasta ahí bien temprano. Recorrí sus puestos de ropa,
antigüedades, chucherías y comidas durante un buen rato, comprando unos pañuelos tipo pashminas a unos hindúes y
unos imanes vintage, y disfrutando la atmósfera de la feria. Ya llegando al
mediodía fue el turno de tomarse un vermouth con papas fritas, para ir con
energías a recorrer el Museo del Prado.
Ya en la entrada del Museo, aproveché un 2x1 que tenía una
señora mayor que estaba delante mío en la fila y pude entrar sin pagar. Las
galerías más atractivas son las que muestran la obra de Velázquez (que tiene su
estatua en la puerta del museo) y las de Francisco de Goya.
Luego de disfrutar
de verdaderas joyas como las Meninas, o la Maja Desnuda, seguí la recorrida por
el pulmón de Madrid: el parque del Retiro.
El calor era abrasador y se necesitaba un poco de sombra, la cual abunda
entre los jardines, senderos, estatuas y estanques del parque, que supo ser
parte de los jardines de la realeza. El estanque principal, sobre el cual está
el monumento al rey Alfonso XII, es la principal postal del lugar.
Parque del Retiro |
Una vez que se sale del parque por su esquina noroeste (la
que da al centro de la ciudad), es imposible no centrar la vista en la
imponente Puerta de Alcalá. Siguiendo algunas cuadras por la misma avenida, se
hace presente la estatua de Las Cibeles (centro de los festejos del Real Madrid
ante cada copa ganada).
Puerta de Alcalá |
La caminata de regreso tuvo algunas paradas para descansar y refrescarme, pero el mejor lugar para evitar el calor era un Zara o un Corte Inglés, así que aproveché para hacer compras y dar más vueltas por la Puerta del Sol, antes de tener mi cena de despedida de Madrid.
Caminar
por la capital de España, disfrutar de sus comidas y sus paseos y entrar en contacto
con su ambiente no sólo es un placer para los sentidos de cualquier viajero,
sino que para mí también fue una forma de entender y conocer mis raíces.
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