By Sole
Lunes, 12 de Diciembre 2016
Había amanecido más frío que el día anterior; las cimas de los Remarkables estaban bajo un conglomerado de nubes bajas que al disiparse dejaron en evidencia nieve fresca… más “azúcar impalpable” se sumaba a eterna “cobertura de chocolate blanco” (pensando en comida desde temprano).
Empacamos todo y y tras despedirnos de nuestro host, bajamos lentamente con las valijas al centro de la ciudad. El viento soplaba con ganas haciendo que el frío se sintiera, sobre todo en las zonas que teníamos descubiertas; el termómetro apenas llegaba a los 10°C. Aún faltaba un rato para tomar el micro hacia el aeropuerto, por lo que nos refugiamos en un café. El elegido de esa mañana fue “The extreme”. Cuando llegamos casi todas las mesas estaban ocupadas con gente que engullía bollerías, huevos, y en algunos casos hasta sopas –no pudimos evitar recordar la búsqueda de algo para desayunar que no fuera sopa durante el viaje a China al ver a la familia de orientales sentados frente a esos platos humeantes-. Pedimos dos flat White –los cafés tradicionales de Nueva Zelanda y Australia-, un scon de queso (con más sabor a romero que a queso) y un muffin de banana & raspberry. Fue una experiencia más placentera que la del día previo, disfrutando de un rico “second breakfast” con tranquilidad.
Unos minutos antes de las 12 nos fuimos al O’ Connells Mall en Camp Street a tomar el bus hacia el aeropuerto. Quince minutos después ya estábamos ahí, superando como de costumbre las 3 horas requeridas para los vuelos internacionales. Despachamos la valija, de la cual Seba se despidió como si no la fuésemos a volver a ver; estaba seguro que en algún vuelo la íbamos a perder. Siempre con esas ideas catastróficas...
Tras pasar migraciones, por ser sospechosamente negro y pelado Seba pasó por un doble control de seguridad que incluyó el rastreador de metales manual y el hisopado de la parte exterior de la mochila buscando drogas. Superó la prueba sin problemas y accedimos a la sala de embarque.
Australia allá vamos!!! |
Con unos minutos de demora tomamos el avión de Quantas que nos sorprendió con su servicio de a bordo que incluía una gran variedad de gaseosas e incluso bebidas alcohólicas, 3 menús de comida (pollo + cuscús en ensalada, guiso de carne con papas, y pescado con vegetales), té o café y para terminar palito helado de crema con corazón y cobertura de chocolate. Por si todo eso no hubiese sido suficiente también repartieron chocolatitos.
En dos horas y media llegamos al aeropuerto de Sidney. El trámite migratorio fue rápido, y tal como nos habían indicado en la embajada no hizo falta mostrar ninguna constancia de visa, todo estaba en el sistema. La llegada de las valijas al carousel fue un poco más lenta de lo habitual, pero finalmente nos reencontramos con nuestra pequeña que había llegado sana y salva lejos de todas las predicciones de Seba. Mientras esperábamos cambiamos algo de dinero para sacar los pasajes de tren; entre la comisión y el tipo de cambio sentimos que nos habían robado!
Siguiendo los carteles, en pocos minutos llegamos a la estación del tren que conectaba con la ciudad. Como país desarrollado, los tickets se sacaban directamente en máquinas expendedoras que aceptaban cash y tarjeta de crédito. Ahí mismo sacamos el pasaje hasta Katoomba, una ciudad a unos 100 Km de Sidney junto a las Blue Mountains. La mayor parte de la gente visita la zona en day trip, pero como nosotros queríamos hacer un poco de hiking decidimos dedicarle un poco más de tiempo y pernoctar ahí para comenzar a caminar temprano.
Un cuarto de hora más tarde estábamos en Sydney Central. Siguiendo la información de las carteleras dimos con un tren de apenas dos vagones que parecía iba a Katoomba, y que justo salía a las 17:52 hs… en 10 minutos! Dejamos las valijas en el espacio del tren destinado a tal fin y nos acomodamos en un par de los tantos asientos vacíos que había; teníamos unas 2 horas de viaje por delante.
Cuando el reloj de la estación marcó las 17:52 horas, arrancamos lentamente; la puntualidad se sumaba al indudable aspecto inglés del lugar… al menos habían heredado una parte buena de la madre tierra. En las inmediaciones, las casas más antiguas y un par de estaciones por las que pasamos también parecían haberse inspirado en la arquitectura inglesa. Si bien la velocidad de la formación era bastante lenta, al no parar en muchas de las estaciones mantenía un ritmo uniforme.
Tras pasar la estación Blacktown quedamos sorprendidos al ver 5 canguros sentados en unos pastizales al costado de las vías cual perros callejeros. “Canguros callejeros?” nos preguntamos. Ese avistamiento nos motivó a que prestásemos más atención a lo que sucedía a los alrededores y hagamos un “game drive” desde la ventanilla del tren. Sumamos a los marsupiales, unas cacatúas blancas de gran tamaño con un penacho amarillo (Cacatuas galerita), unos llamativos pájaros rojos y azules (Rosella roja), y unos con aspecto de cuervos con plumaje blanco y negro (Australian magpie). Más allá de los ejemplares de la naturaleza, nos llamaron la atención la gran cantidad de canchas de deportes como rugby, baseball y softball, áreas de arquería y piletas de natación.
Unos minutos antes de las 20:00 horas estábamos en Katoomba… Tras salir de la estación, cruzamos la calle, giramos a la derecha, caminamos un par de cuadras y llegamos al hostel. Habíamos llegado con tiempo de sobra para hacer el check in! Justamente nuestro apuro era para llegar antes de 21 horas, horario en que cerraba la administración del Blue Mountains Backpackers. De no haber tenido la dirección creo que lo hubiésemos pasado de largo porque nada en el exterior sugería que se trataba de un alojamiento. En el espacio común se veían varias mesas con sillas, una mesa de pool, una biblioteca y sillones frente a la tele… ya habría tiempo para inspeccionar. Rápidamente subimos a nuestra habitación que estaba en el primer piso por escalera… atravesar la puerta fue viajar 100 años atrás en el tiempo! Era una habitación simple en su estado original; no era un gran problema porque apenas pensábamos pasar literalmente dos noches ahí. Dejamos el equipaje y salimos a comprar provisiones y algo para cenar.
Aprovechamos que uno de los supermercados aún estaba abierto y compramos varias cosas para el día siguiente. En un rápido “scanneado ocular", ese super de pueblo le pasó el trapo a todos los que habíamos visitado en Nueva Zelanda. Quedé enamorada de sus góndolas llenas de productos de variedades inimaginables. Tranquilamente podría mudarme mañana mismo a ese país; a decir verdad no sé porque regresamos a Buenos Aires…
Con la bolsa con provisiones para el desayuno, el hiking y la cena del día siguiente, y algunos irresistibles chocolates, pasamos por una pizzería en Park Street a comprar una pizza. Luego de cenar, pusimos el despertador a las 6:30 horas y nos fuimos a dormir. Queríamos aprovechar el día siguiente desde temprano!