By Seba
Noviembre 2016
Noviembre 2016
Aprovechando
el fin de semana que tenía libre en Ciudad de México, me propuse hacer un
daytrip prácticamente imprescindible, que es la visita a las pirámides de
Teotihuacán.
Bajo
un cielo nuevamente nublado, salí bien temprano del hotel para llegar en metro
a la estación Autobuses del Norte. Siendo un domingo por la mañana, para mi
sorpresa el metro tenía mucha gente.
Sin
muchos problemas y tras algunas combinaciones, llegué a la terminal de micros.
Allí, cerca de la sala 8 (a la izquierda de la puerta de ingreso) hay un
pequeño stand que vende los pasajes ida y vuelta. A mí me costaron 92 pesos,
aunque un local me dijo que es lo que le cobran a los turistas, que a los
locales les sale un poco menos…
Esperé
unos 15 minutos hasta abordar el micro. Había varias filas que iban subiendo a
los micros sin mucho criterio. En desgracia me tocó uno sucio y destartalado,
con asientos rotos o mojados, que luego de un par de paradas intermedias se
llenó de gente, un 90% locales. Aparentemente esta gente no tenía sus
facultades térmicas a tope, porque estaban abrigados con camperas y cerraron
las ventanillas, a pesar que el micro era un horno, y salía cada vez más calor
del motor a medida que aceleraba…
El
viaje fue tortuoso pero no muy largo; en poco más de una hora ya estábamos en
la puerta 1 del complejo. Luego me di cuenta que otra línea de buses más
confortables llega a la puerta 2, tras un breve paso por el pueblo de San Juan
Teotihuacán… parece ser que si uno pide el ticket a las pirámides, te mandan en
el bus caro y destartalado, pero si pedís al pueblo, vas en el más cómodo.
A
unos pocos metros de donde estaciona el micro estaban las boleterías. El ticket
salió 65 pesos mexicanos; es más barato para estudiantes o jóvenes, de hecho
unos adolescentes mexicanos los dejaron pasar sin pagar. No te dan ningún
folleto sobre el lugar, o contratas un guía, o le sacas una foto al mapita del
lugar y te vas guiando sólo, con el celular y tu libro de viajes.
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Mapita orientativo |
Teotihuacán
es el nombre que los mexicas o aztecas le dieron a esta ciudad; en su lengua
(náhuatl) significa algo así como “ciudad de los dioses”. Cuando los aztecas
vieron estas fantásticas pirámides, la ciudad que se emplazaba alrededor de
ellas ya estaba prácticamente abandonada, ya que el período de apogeo había
sido varios siglos antes, alrededor del año 700 DC. A pesar de ellos, dedujeron
por la imponencia de sus edificios que había sido un lugar sagrado, por eso lo
bautizaron de esa forma. Así que se desconoce el nombre original de la ciudad,
aunque se saben muchas cosas de ella, como que llegó a albergar a más de
100.000 personas, siendo para su época la ciudad más poblada de América y una
de las más grandes del mundo.
El
eje norte-sur es la principal “avenida” de la ciudad, y se la conoce como
calzada de los Muertos. Está cercada por edificaciones menores, y desemboca en
la segunda mayor pirámide del complejo, la pirámide de la Luna. Luego de
avanzar cientos de metros, nos empezamos a acercar a la gigantesca pirámide del
Sol, que está emplazada unos metros al este del eje de la calzada.
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Pirámide del sol |
Sus
dimensiones son impresionantes: cada lado tiene más de 200 metros en la base, y
se eleva 65 metros. Comparada con la pirámide de Giza en Egipto, la base es muy
similar, aunque alcanza menor altura ya que la pendiente no es tan pronunciada.
La reconstrucción efectuada de apuro a principios del siglo XX (para celebrar
el Centenario de la Independencia) parece haber cometido algunos errores
importantes, ya que no sigue las técnicas de construcción originales, y según
algunos arqueólogos no respeta la cantidad de niveles (se cree que eran cuatro,
y ahora hay cinco).
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Gente subiendo a Pirámide del sol |
Hay
escaleras para subir hasta la cima, y al ser domingo el lugar estaba atestado
de gente. Por un lado está bueno subir, a pesar que es bastante cansador,
porque las vistas son excelentes. Por otro lado, la marea humana le quita un
poco de encanto, lo deja sucio y lejano de lo que debió ser su aspecto
original.
Luego
de recorrer los cuatro lados de la cuarta plataforma (un placer los lados
norte, este y sur, casi sin gente), bajé las escalinatas del lado oeste en
medio de la muchedumbre y seguí camino a la pirámide de la Luna. Al estar al
final de la calzada -rodeada de edificios que en su momento fueron templos,
plazas, y residencias de los sacerdotes- , es mucho más fotogénica que la del
Sol, no obstante ser algo más baja. A esto se suma el hecho que sólo se puede
subir hasta el primer nivel, lo que contamina menos las imágenes.
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Pirámide de la luna desde la calzada de los muertos |
Desde
lo alto se aprecia el complejo en toda su extensión, siempre con la pirámide
del Sol omnipresente. Luego de un descanso y una colación para reponer
energías, fui volviendo sobre mis pasos tomando muchas fotos, porque la
resolana ya se había transformado en sol pleno y la luz hacía ver las ruinas de
otra forma. Hablando de ruinas, es curioso ver como la parte remodelada (mejor
dicho reconstruida) es la que mira hacia la calzada de los Muertos: la
“espalda” de los edificios está sin reconstruir, y no es más que un montículo
de piedras amorfo. Pero para ver eso hay que alejarse unos metros del camino
principal, lo que poca gente hace.
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Pirámide del sol y otros edificios desde el primer nivel de la Pirámide de la luna |
Ya
era cerca del mediodía, había visto todo lo que quería y había tomado muchas
fotos. La gente seguía ingresando al lugar, en su mayoría familias con niños y
algunos pequeños grupos de extranjeros. Para mi sorpresa, no me crucé con
ningún tour chino! Pero no importó, los locales los reemplazaban con sus
gritos, risotadas y fotos en las poses más tontas. Había más edificios para
ver, pero todos muy similares. También había un museo algo alejado, pero con mi
visita previa al Museo Antropológico de CDMX creo que ya estaba más que
satisfecho.
Algo
que me quedó grabado del lugar fue la increíble cantidad de vendedores de
cachivaches. Por suerte no eran pesados, y vendía algunas cosas curiosas: unos
silbatitos o flautitas con motivos étnicos cuyo sonido hipnotizante inundaba el
lugar; unas cabezas de jaguar de las que salía un gruñido o rugido al soplar; y
muchas imágenes y réplicas de esculturas, incluida la piedra del sol o calendario
azteca, algo que tiene muy poco que ver con Teotihuacán porque es propio de una
civilización que floreció varios siglos después de la caída en desgracia de
esta ciudad.
Justo
al oeste de la pirámide del Sol está la puerta 2, que vendría a ser la principal.
Hay varios puestos de artesanías y souvenirs, y ya afuera del complejo
puestitos de comida y bebida. Luego de preguntar identifiqué el lugar donde
paraba al bus, y a los pocos minutos llegó: cómodo, con aire acondicionado, y
al mismo precio que el de la ida. Así que recuerden, es el bus Teotihuacán (muy
ocurrente el nombre) y son todos blancos con un dibujito de la serpiente
emplumada en el costado, y van a la puerta 2 previo paso por el pueblo de San
Juan.
En
menos de una hora ya estaba en Indios Verdes, una de las estaciones cabecera
del metro. Así que si salen temprano por la mañana, Teotihuacán es un paseo que
lleva no más de cinco horas (a menos que sean fanáticos de la arqueología y la
historia prehispánica), lo que les permite volver a almorzar algo rico en el DF
para luego seguir disfrutando de la tarde.
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