By Sole
17 de febrero de 2014
Desayunamos con Coca y a las 9:30 hs salimos
con Rajesh hacia el aeropuerto. A esta altura del viaje ya había ganado
confianza y estaba más hablador de lo habitual. Quiso saber hacia donde íbamos
y nos contó que una vez había conducido hasta Katmandú y estado unos días ahí.
Esta vez conocimos otro sector del moderno
aeropuerto. Tras despachar el equipaje tuvimos que pasar por un control de
seguridad bastante estricto. Por un lado pasábamos las mujeres y por otro los
hombres; el arco detector de metales era seguido del cacheo, que para el sexo
femenino era realizado por otra mujer en un cubículo con cortina como puerta.
Ya el hecho de ver con la violencia que la empleada abría y cerraba la cortina generaba estrés.
Aeropuerto Indira Gandhi (New Delhi) |
Ya en el sector de embarque aprovechamos parte
del tiempo para dar una vuelta por el freeshop. Además de bebidas alcohólicas y
una gran variedad de chocolates, vendían tés y otros souvenirs indios a precios
exorbitantes. Para que se den una idea la cajita de té de madera que habíamos
pagado 100 Rp estaba a 700 Rp.
También hubo tiempo para tomar un capuccino en
Starbucks. El payaso de Seba respondió que se llamaba “Raúl” cuando le
preguntaron el nombre. Terminamos tomando un café sorprendentemente bueno
(considerando lo poco que me gustaron los cafés con leche de la India ) a nombre de “Rahul”.
Mr Rahul |
La espera se prolongó más de lo esperado; de
hecho salimos con 40 minutos de retraso. En la sala de embarque ya se presentía
el destino del vuelo. Por un lado, las facciones de los pasajeros eran bastante
diferentes a las de los indios, la tez era un poco más clara y los ojos más
achinados. Y por el otro lado, había varios hombres con los ojos un poco más
achinados aún vistiendo túnicas color bordó: monjes! Estos últimos me
sorprendieron bastante; yo tenía la idea de que un monje era una persona que se
dedicaba a la religión y como parte de sus hábitos estaba el abandono de todos bienes
materiales innecesarios, los lujos y los vicios. Error!!! Además de las túnicas
tenían camperas y zapatillas North Face (de muy buen aspecto), iPad, iPhones y
libros cuyos nombres incluían “passion” y “love” y no creo que hicieran
referencia a la pasión o amor de Buda. O yo tenía una
idea errada o se han ido adaptando a los tiempos actuales aceptando la
influencia de los avances tecnológicos y el mundo capitalista.
![]() |
Monjes pro |
Entre empujones de nepalíes apurados embarcamos en el avión de Air India. No era casualidad que nuestros asientos estuvieran del lado izquierdo del avión donde iban a aparecer los Himalayas. A Seba no se le escapan esos detalles…
apuesto a que antes de viajar había visto videos de vuelos entre India y Nepal.
El viaje fue bastante corto -apenas duró 1:10 hs- tiempo que fue suficiente
para sacar una docena de fotos del cordón montañoso a través de la ventanilla (algunos
picos son tan altos que se llevan a divisar a lo lejos a los miles de metros a
los que vuela el avión), planificar las actividades del resto del día y
almorzar. Por lo breve del viaje y la compañía que habíamos elegido a lo sumo
esperábamos un pequeño tentempié, pero nos equivocamos! Seba escogió una comida
non-veg y yo una veg… Fui agraciada con un puré de garbanzos,
arroz especiado pero no picante (sólo reconocí las semillas de comino), palak
paneer (espinaca con queso cottage) y una tarta de banana de postre. Seba
recibió un plato con arroz con trocitos de pollo en una salsa también
especiada, pero bastante picante. El almuerzo indio de despedida de la India fue muy bueno!!!
Himalayas... cuándo te volveremos a ver??? |
Cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos
aterrizando. A la llegada teníamos que sacar la visa, un trámite que por lo
que habíamos leído era muy rápido… salvo que al mismo tiempo aterrizara un gran
Boeing con más de 300 coreanos!!! Adivinen quien dijo “soy un
desgraciado!!!”??? jajaja. Qué mala suerte!!!
Llenamos el formulario e hicimos una fila de
más de media hora para abonar los U$S 25 que costaba la autorización para
ingresar y permanecer en el país. Luego otra fila para que nos pegaran el comprobante en el
pasaporte. En medio de este trámite recibí varios mochilazos de grupos de
mujeres alborotadas.
Tras una hora y algo estábamos en la salida
buscando nuestro nombre en algún cartel. El taxi que habíamos contratado a
través del hotel nos llevó hacia la ciudad. Era un pequeño Suzuki Maruti
blanco, que había tenido mejores épocas, donde apenas cabíamos con las valijas.
Pronto descubrimos que todos los taxis de Katmandú eran iguales; en lo único
que se diferenciaban era en la cantidad de polvo que tenían en el interior y
los ruidos que iban haciendo.
Una vez más nos encontrábamos con un tránsito
bastante caótico: autos, bicicletas, motos y algunos rickshwas, muy pocas
veredas, gente caminando por la calle y casi ningún semáforo; en las esquinas
principales por lo menos tenían agentes de tránsito que intentaban poner algo
de orden. Estábamos en un valle por el que circulaban una gran cantidad de
vehículos decrépitos que iban tirando sus humos tóxicos, la polución ambiental
era inevitable. Mocos e irritación de garganta asegurada!!! Gran parte de los
transeúntes, los motociclistas y los hombres que dirigían el tránsito usaban
barbijos de tela!!!
Cruzamos el río Basmati, que estaba bastante
bajo, y vislumbramos a lo lejos
Pashupatinath. Varias casas humildes, algunos monos y caminantes
completaban el paísaje.
Tras varios atascos y largas esperas para
cruzar las intersecciones importantes (en varias estuvimos parados entre 3 y 5
minutos con reloj), llegamos a la turística zona de Thamel. Tampoco había
vereda, la pavimentación de la calle era dudosa, y la cantidad de gente
caminando era importante. Había negocios por todos lados que junto con algunos
hoteles escondidos peleaban para ver cual tenía el cartel más grande.
Thamel |
Nuestro hotel estaba al final de un callejón de piso de tierra- barro (con un gran charco de
agua que pese a la ausencia de lluvia no se secó durante toda la estadía) a unos 100 metros de distancia de una de las calles principales. Había varios callejones de similares
características en los que se ubicaban algunos hoteles que por estar más escondidos eran bastante tranquilos y silenciosos.
Ni bien pusimos un pié en el “Friend’s Home
Hotel” apareció el manager que nos recibió con gran calidez. Mientras hacíamos
el check in nos ofreció té y café (las infusiones se servían de cortesía
durante todo el día). Era evidente que el lugar no era viejo, de hecho tenía
sólo 2 años, todo estaba bien cuidado y tenía aspecto de nuevo.
Nos dieron una habitación en el 2º piso por
escalera; todos los hoteles que habíamos averiguado en Katmandú eran de 4 o 5
pisos por escalera. El cuarto era grande, tenía 2 camas con una ventana con vista a la calle,
y un más que necesario equipo de aire acondicionado frío/ calor. Lo más
importante era su función de “calor”; cuando llegamos, pasadas 17 hs, hacía
12ºC y la temperatura iba a seguir descendiendo hacia la noche.
Todos los planes que habíamos hecho
previamente para ese día quedaron truncados. Entre el retraso del avión y la
hora perdida en el aeropuerto, faltaba poco para que anocheciera. Así que
aprovechamos los pocos minutos de sol que nos quedaban y salimos a dar una
vuelta por el barrio. Abundaban los negocios que vendían ropa outdoor trucha
(la mayoría de bastante mala calidad), artesanías (incluyendo banderas y ruedas
de oración, estatuitas de Buda y Ganesh, elefantes, etc), ropa típica,
pashminas, mantas de Yak, libros, mapas, tés y jabones. También había un par de
supermercados donde se aprovisionan los mochileros que se hospedan en hostels y
los que paran en Katmandú para seguir viaje hacia los Himalayas; las
frutas secas, enlatados, chocolates, snacks, galletas, arroz y pastas
predominaban en el que entramos.
Volvimos al hotel con maní, castañas, papas
fritas y galletitas! Para completar la picada nos encontramos con un “vino
tinto” de cortesía por parte del hotel. Lo que nos dieron como vino era una
bebida alcohólica, tal vez a base de uva y bastante dulzona, algo que podríamos
llamar wine-like.
Esa noche fuimos a comer a Gaia, por
recomendación de otros amigos que habían estado ahí las semanas previas. El lugar era muy
ameno, con luz tenue proveniente de velas y algunos faroles, pero tenía un
pequeño problemita: la mayoría de las mesas –por no decir todas- eran
exteriores y la temperatura continuaba en descenso. Nos sentamos en un rincón,
sin sacarnos ni una prenda, y pedimos un salteado de pollo (obviamente con
especias) que venía con ensalada y 2 chapatis, y espinaca con paneer, hongos y
papa asada.
Brrr, qué frío que tenía!!!! Dimos una pequeña
vuelta, lo suficientemente corta para no congelarnos en el camino. Muchos de
los negocios continuaban abiertos, a lo que se sumaban un par de puterios
subterráneos. La noche era aún joven para algunos… pero no para nosotros.
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