Probablemente
Nepal haya sido el destino más exótico de nuestro viaje. Así como me sucedía
con Irlanda, Nepal era uno de esos países que siempre había querido visitar,
incluso sin saber bien porqué.
Tal vez fue por
esos documentales de Discovery Channel que mostraban las hazañas de los
escaladores desafiantes de las mortales alturas del Everest, del Lothse o del
Annapurna. Tal vez fue por haber leído tantas veces “El abominable hombre de las nieves”, el libro
8 de Elige tu Propia Aventura, que describía los tejados de Kathmandú, las
selvas del Terai y las montañas del Himalaya en la búsqueda del Yeti. Así como
cada situación de la vida tiene un capítulo de los Simpsons al que referirse,
casi todos mis viajes tienen condimentos de algún libro de esta colección que mi
inspiró durante la infancia.
Por la época del
año en la que decidimos viajar (invierno del hemisferio norte) y por la
cantidad de días que demandan,
descartamos la posibilidad de realizar algunos de los numerosos circuitos de
trekking que se ofrecen en distintos puntos del país. Nos enfocamos en el valle
de Kathmandú y las antiguas ciudades-estado que florecieron en el período
newarí, hace unos cuatro siglos. Así que haciendo base en la capital íbamos a
recorrer sus alrededores, más Patan y Bhaktapur. Tal vez sea en uno, cinco,
diez o viente años, pero sé que en algún momento voy a volver a aterrizar en el
pequeño aeropuerto Rey Tribuhvan de Kathmandú con una mochila en la espalda,
para luego tomar una avioneta a Lukla (el aeropuerto más peligroso del mundo) y
encarar la región del Khumbu rumbo al Everest…
Plaza Durbar de Patán con Himalayas de fondo. |
Nepal es un país especial, y es difícil no serlo cuando se está geográficamente apretujado entre los dos países más populosos del mundo, China e India. Es natural que la influencia cultural y económica de los dos milenarios gigantes se sienta con fuerza, aunque es necesario decir que los gobiernos monárquicos de Nepal se las ingeniaron para mantener relaciones internacionales casi nulas, de manera tal que el país estuvo virtualmente “cerrado” hasta inicios de la década de 1950.
Este aislamiento
tuvo dos principales consecuencias: la solidificación de una identidad nacional
por un lado, y el atraso tecnológico y económico por el otro.
Pero de a poco
los misterios de Nepal fueron saliendo a la luz; y empezaron a llegar los
escaladores que se aventuraban en las montañas del Himalaya y los exploradores
que se internaban en las junglas y los valles. La apertura también trajo
consigo el turismo, los autos desvencijados que contaminan el aire, y la
profanación de lugares sagrados.
El atraso en los
métodos de producción de una economía eminentemente agraria y la inestabilidad
política han sido barreras muy altas para el desarrollo humano de los
nepaleses. Gran parte de la población vive en la pobreza, conviviendo con la
espiritualidad hindú-budista, acostumbrados a problemas de infraestructura
(cortes de energía eléctrica, falta de agua potable, penoso estado de los
caminos) que son parte de su cotidianeidad.
A pesar de sus
dificultades, el pueblo nepalí sonríe. Comparte maravillas arquitectónicas y
naturales por doquier. Invita a descubrir los detalles de una cultura especial,
como los ritos religiosos, el arte y la cocina. Despierta en el visitante la
avidez por investigar cada rincón, porque guarda secretos en cada uno de ellos.
Caminar por las
calles es casi como entrar en otra dimensión, como hacer un viaje al pasado
donde cada tanto aparece algún elemento del presente. Me detengo a unos metros de
la Durbar Square de Kathmandú, tal vez en Asan Tole, en el nudo de calles
frente al templo de Annapurna. Allí,
entre el humo del incienso, las velas de manteca, los vendedores de
verduras y especias, rodeado de personas abrigadas con ropas de lana, con la
piel curtida y sus rasgos particulares, pienso que soy un híbrido entre Marco
Polo y Marty McFly, entre un explorador del medioevo y un viajero del tiempo, hasta
que un auto toca su bocina y nos saca del letargo: mirando un cartel de Coca
Cola escrito en tipografía nepalí nos damos cuenta que estamos en el siglo XXI,
en nuestras vacaciones.
Hoy Nepal mira al futuro con optimismo, aunque desde una posición
incómoda desde lo económico, lo social y lo político. La agrupación política de
corte maoísta que luego de años de lucha tomó el poder de manera democrática
está en proceso de darle al pueblo una constitución que rija su estado de
derecho. Todavía están frescas las imágenes de una monarquía que manejó el país
por siglos y se desvaneció en pocos años, dándole la espalda a los problemas
del pueblo y demasiado ocupada en asuntos palaciegos (que incluyeron la matanza
de varios miembros de la familia real a manos del príncipe heredero, en una
noche de despecho y alcohol en el año 2001).
La presión
económica, demográfica y cultural que
ejercen las dos futuras superpotencias vecinas seguramente se intensificará y
ayudará a determinar la suerte de Nepal, sea cual sea la cara de la moneda que
caiga mirando hacia arriba.
¿Logrará Nepal
salir de su limbo, de su hechizo de tiempo? ¿Podrá su gente salir del círculo
vicioso del subdesarrollo? Y si el desarrollo y la modernidad llegan ¿romperán
el encanto mágico de una cultura milenaria? Lo sabremos en nuestra próxima
visita…