By Seba
Julio 2010
Julio 2010
Luego
de un tranquilo vuelo desde Barcelona, en el cual pude apreciar los Pirineos a
los pocos minutos del despegue y la silueta de la Torre Eiffel a poco de
aterrizar, llegué al aeropuerto de Orly, en el sur parisino, bien entrada la
tarde.
Tenía
que llegar a la estación Gare du Nord, en el otro extremo de la ciudad, lo que
hice tomando un trasbordo en un tren aéreo (Orlyval) que llegaba a la terminal,
y luego empalmando con una línea de subte, lo cual no fue sencillo en pleno
horario de regreso a casa.
Mi
hostel estaba cerca de la zona de Montmartre. Aprovechando que quedaban
unas pocas horas de luz, tomé una calle que ascendía hasta las escalinatas que
conducen a la basílica de Sacre Coeur (tengan cuidado en estas zonas con los
timadores!). Desde allí no sólo se obtiene una excelente vista de Paris, sino
que se tiene la posibilidad de dar un paseo por uno de los barrios más bohemios
de la ciudad disfrutando de las tiendas y restaurants (aunque esquivando hordas
de turistas).
Sacre Coeur |
No pude con mi ansiedad y me tomé el subte desde Anvers
hasta la estación Charles de Gaulle –Etoile, para salir a la superficie a los
pies del Arco de Triunfo, de cara a la avenida de Champs Elysees. El fantástico monumento, cuya construcción
fue encargada por Napoleón, tiene una clara inspiración en los arcos que
construyeron los emperadores de la antigua Roma luego de grandes conquistas. Es
posible subir a la parte superior para obtener una vista privilegiada de la
avenida más reconocida de la ciudad, y de la famosa torre que visitaría al día
siguiente.
Y fue así que el día que tenía pensado recorrer los íconos
de Paris era el 14 de julio, el aniversario de la toma de la Bastilla, día
nacional de Francia. Las calles y el transporte público estaban desiertos, así
que no tuve dificultades en llegar a la
estación Varenne y conocer Les Invalides, el hermoso edificio militar donde
descansan los restos del gran almirante corso (nada que ver conmigo –que soy
Corzo con “z” – sino de Bonaparte, nacido en la isla de Córcega). Al caminar unas cuadras, uno se topa con el
amplísimo campo de Marte (Champs de Mars), desde donde se tiene una magnífica
vista de la Tour Eiffel de cuerpo entero (la camiseta de Racing tuvo su foto de
rigor en el lugar). Al acercarse al monumento más fotografiado de la ciudad se
oscila entre la admiración y el desencanto, porque no se logra comprender como
toneladas de hierros remachados puedan generar algo tan estético: sorprende por
su altura, cautiva por su silueta.
Tour Eiffel |
Puede subirse hasta distintas alturas de la estructura a
través de ascensores o escaleras: está de más decir que la gente pobre como uno
sube por escaleras. Me pareció que llegar al segundo nivel era más que
suficiente, ya que el soleado feriado francés se había transformado en un día
con serias amenazas de lluvia.
Una vez de regreso en suelo
firme, hice mi primer cruce sobre el Sena hacia los Jardines de
Trocadero, y de ahí volví a tomar el Metropolitain (el subte) hacia la zona de
Champs Elysees, donde se había montado un enorme desfile militar, que incluía
desde tanques hasta aviones de combate. Comencé a deambular por el barrio de la
iglesia de La Madeleine, el teatro de la Opera y el exclusivo Café de la Paix.
Los carteles electrónicos de las calles hacían explícitas advertencias sobre
inminentes tormentas eléctricas, así que volví a entrar al subte para llegar al
Museo del Louvre. Había una larga fila de más de 100 metros a un costado de la
controvertida pirámide de vidrio, pero cuando se desató el vendaval quedó menos gente, y la mayoría nos
refugiamos en las galerías del edificio. La lluvia no escampaba, así que decidí
resetear el día, cambiarme la ropa, abrigarme y hacer un almuerzo.
La tarde la comencé con energías renovadas en la Ile de la
Cité, una pequeña isla en medio del Sena donde nació la ciudad, y a partir de
donde se expandió, tanto durante el Imperio Romano como en la Edad Media. Como
buen centro político y religioso, guarda fantásticos tesoros como Notre-Dame,
la basílica que data del siglo XII y que impacta por su fachada y por sus
detalle arquitectónicos, como las gárgolas (los animalitos que se asoman…), los
rosetones o sus pilares externos. A pocos metros está la bellísima Sainte
Chapelle, pequeña pero destacada por sus impresionantes vitrales. Y sobre la
misma calle, La Conciergerie, actual Palacio de Justicia, pero que supo ser
residencia real entre los siglos X y XIV y lugar de reclusión y guillotina
durante la Revolución Francesa.
La Conciergerie y el Sena |
Saliendo de la Ile de la Cite se ingresa al Barrio Latino
(Latin Quartier), el cual tiene callecitas muy lindas para caminar, como la Rue
Mouffetard. Caminando un par de cuadras es posible encontrar el edificio del
Pantéon, donde descansan los restos de destacadas figuras de la historia
francesa.
Tenía intenciones de ver la Tour Eiffel de noche, así que me tomé el subte al
atardecer. La imagen de la torre cuando el metro cruza el Sena por un puente es
increíble! Tuve la enorme suerte que por ser un día de fiesta nacional, hubo un
magnífico espectáculo de fuegos artificiales, juegos de luces y música.
Estimo
que había cientos de miles de personas en el Campo de Marte, sentados a los
pies de la torre, con sus máquinas fotográficas en mano, dispuestos a
disfrutarlo. La verdad que nos fuimos enormemente satisfechos, y aunque la
desconcentración de la multitud no fue sencilla, la tomé con calma y pude
disfrutar de Los Invalides iluminado, con increíbles tonos dorados en medio de
la noche.
Al día siguiente tenía que cambiar de hostel: como me habían
confirmado la fecha del viaje a último momento (en realidad me habían mandado a
Londres a un curso) no había mucha disponibilidad en alojamientos económicos.
El Aloha hostel estaba en un barrio al sur del Sena, a unas cuadras de la
estación del metro Volontaires. De ahí me fui a la zona del Puente Alexandre, y
recorrí Champs Elysees, con la infaltable visita a la tienda de Nike del PSG y
a la de Adidas, en donde me compré la camiseta del Olympique de Lyon de
Lisandro Lopez.
Tour Eiffel y Pont Alexandre |
En mi segundo día completo en Paris tuve revancha en el
Louvre, al que ingresé luego de hacer un rato de cola. Adentro había
multitudes, sobre todo en las salas de la Gioconda (una obra de tamaño muy
pequeño, es curiosa su excesiva fama) o la Venus de Milo. Así que hice visita
de médico y salí a los Jardines de las Tullerias, que es un lugar realmente
hermoso tanto para caminar, como para sentarse en las sillas “free”,
disfrutando de las obras de arte moderno, de los juegos para niños, de las
flores, de las fuentes, y –por qué no– de una creppe con nutella.
Ingreso al Museo del Louvre |
Por la tarde hice una recorrida por el cementerio de
Montparnasse, donde infructuosamente busqué la tumba de Julio Cortázar. El
camino de vuelta me encontró paseando por los Jardines de Luxemburgo, y la zona
del boulevard Saint Germain y la Sorbona.
Jardines de Luxemburgo |
Las piernas ya no me daban más: después de 20 días caminando
por las ciudades de Europa, en pleno verano, durmiendo poco en los hostels,
comiendo porquerías y tomando cerveza tenía que pensarlo dos veces antes de
caminar hacia algún lado! Así que decidí cerrar el día sacando unas fotos
nocturnas del Arco de Triunfo y Champs Elysees, antes de volver a cenar al
hostel.
Champs Elysees y Arco de Triunfo |
La
mañana siguiente arrancó a las 6 am, ya que tenía que tomar el tren en Gare du
Nord para ir a Brujas. Arrastrando la valija hasta la estación del subte, me dí
cuenta a la vuelta del hostel, donde unos adolescentes británicos casi no me
habían dejado dormir, había vivido el artista catalán Joan Miró. Una pequeña
placa y una escultura de su autoría así lo atestiguaban. Paris me despedía con
una sorpresa, y con la sensación que por el poco tiempo que pude dedicarle a la
ciudad me había perdido muchísimas perlas semiocultas.