martes, 17 de diciembre de 2013

Barcelona, mágica desde Gaudí hasta Messi

By Seba

Un vuelo de Vueling de menos de una hora de duración me llevó del moderno aeropuerto de Bilbao hasta el Prat, en las costas del Mediterráneo, en las afueras de Barcelona. Era el jueves 8 de Julio del 2010, el sol del mediodía golpeaba con fuerza.
Pagando 5 euros se puede tomar un micro del aeropuerto hasta Plaza de Catalunya. Allí nace el Passeig de Gràcia, un amplio boulevard arbolado en el que estaba mi atestado hostel.

Aprovechando que estaba a dos cuadras del edifico La Pedrera, comencé mi visita por allí, desafiando el calor. También conocida como Casa Milà, esta obra concebida por el genio de Antoní Gaudí es un ícono de la ciudad, y sorprende no sólo por su fachada sino por su fantástica terraza, que tiene un estilo muy particular, que si hoy es controvertido no quiero imaginar lo que debe haber sido en la primera década del siglo XX, cuando fue construida.


Chimeneas en la terraza de La Pedrera

La ruta de Gaudí en Barcelona sigue en Park Guell, pero no se agota allí! El parque está más alejado del centro, en una zona elevada, aunque es posible acercarse gracias al metro (estación Vallcarca) y unas escaleras mecánicas en medio de la calle. La pasión de Gaudí por las geometrías de la naturaleza se pone de manifiesto en este lugar, que es difícil de describir: Galerías irregulares, columnas inclinadas, asientos interminables, escaleras, pabellones, y el famoso dragón del ingreso que tienen el sello único del arquitecto catalán. Para mí fue un lugar ideal para tomar unos mates viendo la silueta de las torres de la Sagrada Familia.

Park Guell
El viernes 9 comenzó en Montjuic, una zona elevada al sur de la ciudad, que fue epicentro de los Juegos Olímpicos de 1992. Más allá de tener hermosas vistas de la ciudad y del mar, Montjuic aloja el museo de la Fundación Joan Miró. Aún sin entender la profundidad de su obra, la mezcla de colores y formas de Miró siempre me fascinó, y quedé más involucrado con su arte al entender que cada elemento, simbólico o concreto, tiene su razón de ser en cada cuadro, y que cada cuadro está perfectamente equilibrado, no tiene nada de más ni de menos, y cada cosa está en su lugar.

Salí de Montjuic con unos cuantos souvenirs del museo, pasando por el imponente edificio del Museo Nacional de Arte de Catalunya, y llegando a la Placa d´Espanya. A pocas cuadras de allí se encuentra el parque Joan Miró, con la clásica escultura "La mujer y el pájaro".

Mujer y el pájaro de Miró

Mi próximo destino era el Camp Nou, la casa del FC Barcelona, el equipo que bajo la dirección del Pep Guardiola revolucionó el fútbol entre 2008 y 2012. El ingreso al museo y el tour del estadio costaban 15 euros, e incluían una recorrida por todos los títulos y copas del equipo. Hay perlas fantásticas como camisetas originales de Maradona o botines de Messi, en general acompañados por material audiovisual. Cuando se sale del museo se entra en una megatienda en la que uno tiene ganas de comprar de todo, porque hay desde camisetas hasta los souvenirs más insólitos. Luego se sale a la tribuna techada, para tener un panorama general de uno de los estadios más grandes de Europa. Y finalmente se ingresa a los vestuarios, y se recorre el camino hasta el campo de juego y los bancos de suplentes. Es escalofriante imaginar lo que debe ser salir a jugar un partido allí, con casi 100.000 personas gritando…

Camp Nou

La tarde incluyó un paseo por la zona comercial que nace en la Plaza de Catalunya hacia el lado del mar y se extiende hasta el inicio de la ciudad medieval. El Corte Inglés, Zara, Benetton y demás tiendas están presentes a lo largo de un par de cuadras. Ya en la parte más vieja, se destacan el edificio de la Catedral y el Palau de la Generalitat. Las intrincadas calles pueden llevarte al Palau de la Música Catalana (las ventanillas de expendio de entradas son un detalle más de la impronta de Gaudí) o a la Rambla, una calle peatonal amplia que es el corazón de la ciudad, y se la puede recorrer hacia un lado y el otro varias veces. El monumento a Colón está en un extremo, y el mercado de la Boquería es una de las principales atracciones: una gran feria de frutas, verduras, mariscos, pescados y fiambres que supone una parada obligatoria, para comer, comprar o simplemente pasear.

Jamón Serrano en mercado de la Boqueria

El sábado se inició en la Sagrada Familia. La majestuosa obra inconclusa de Gaudí es un imán que atrae a miles de turistas por día (3 millones de visitantes al año!). Hay que ir bien temprano para no tener que soportar largas colas…
La obra se inició en 1882, y faltan unos cuantos años para que se termine. Las dos fachadas principales, que son las entradas laterales, son las del Nacimiento y la de la Pasión: una tiene un espíritu positivo y optimista, y abundan los elementos de la naturaleza;  la otra es cruda y fría, con líneas rectas y verticales. El interior es fantástico, las dimensiones asombran. Los juegos de luces con los vitrales y la forma de las columnas remiten a un paseo por un bosque de altos árboles. Y las torres (que en el proyecto original son dieciocho y representan a Jesús, la Virgen, los evangelistas y los apóstoles) guardan delicadezas únicas. La leyenda dice que Gaudí en persona tallaba en las alturas detalles que eran imperceptibles desde el suelo, y le llevaba mucho tiempo. Era cuestionado porque el proyecto iba a quedar inconcluso con su muerte, pero él se empecinaba con las cosas pequeñas, porque aunque no puedan ser vistas por el ojo del hombre, “Dios las iba a ver”. La naturaleza es fuente de inspiración, y en muchos lugares pueden verse elementos con formas de flores, de semillas, animales, etc. Cuando se concluirá? Cuanto va a diferir de lo que soñó Gaudí? Imposible saberlo; lo que es cierto es que los andamios y el ruido de los obreros trabajando no empañan en absoluto la belleza de la obra.

Desde las torres de la Sagrada Familia

La tarde fue más relajada y no tuvo mucho de arte: me fui hasta la playa de la Barceloneta a meter las patas en el Mediterráneo. Antes de la caída del sol, el Passeig de Grácia se llenó de gente con la “senyera”, la bandera de independentista Catalunya. Eran cuadras y cuadras de familias enteras marchando en paz, reclamando por su derecho de autodeterminación. La vista desde la terraza del hostel, con un vermouth en mano para mitigar el calor, era impresionante: una marea humana reclamando por lo que considera justo.

El domingo fue día de visita a Girona, que está a poco más de una hora de tren, en dirección a la frontera con Francia. Partí de la estación Sants y llegué a Girona cerca del mediodía. Sin muchos planes por delante, me dediqué a recorrer sus calles y escalinatas y a disfrutar de su tranquilidad. El casco histórico de la ciudad es uno de los mejor conservados de España, y cuenta con atracciones como la Catedral, el barrio judío y el paseo de la muralla. Vale la pena cruzar alguno de los puentes sobre el río Oñar para apreciar desde allí las coloridas casas que están a sus orillas.

Postal de Girona

Traté de volver temprano a Barcelona, porque se jugaba la final del Mundial de Fútbol. Me sorprendió el poco entusiasmo con el que se vivió el triunfo de España, unos pocos miles de personas se juntaron a festejar. Algo similar había observado durante la semifinal, que se jugó cuando estaba en Bilbao. Evidentemente el sentimiento independentista de vascos y catalanes es tan fuerte al punto tal de no sentirse españoles, la marcha del día anterior y la apatía frente al triunfo español me lo habían confirmado.

El lunes volví a tomar el tren en Sants, pero en dirección al Sur, a Sitges. A unos 30 kilómetros de Barcelona, es uno de los balnearios de mayor renombre. Si bien las playas eran más lindas que las del centro de Barcelona, no me parecieron una maravilla, así que volví a la ciudad condal poco después del mediodía. Aproveché la tarde para recorrer la zona del “Arco de Triunfo” (descansando en la sombra de los parques aledaños) y el Parlamento de Catalunya. También di vueltas por los alrededores de la Rambla para hacer compras, y cerré el día “de tapas”, comiendo unos langostinos y otras cositas ricas.
A menos de 50 metros de mi hostel, sobre Passeig de Gràcia, se encuentra otro de los edificios emblemáticos de Gaudí: casa Battló. Aquí también la naturaleza, en especial la flora y fauna marina, sirven de inspiración para lograr una combinación perfecta de funcionalidad y estética. Las formas onduladas de la fachada, el juego de colores del patio interno, el desván que simula ser el costillar de un gran animal y las chimeneas de la terraza resultan fascinantes, incluso para los que somos totalmente ignorantes en materia arquitectónica.

El martes era mi último día; tenía que esperar al mediodía para ir hacia el aeropuerto. Así que hice una última recorrida por la ciudad, caminando por la zona del mercado de Santa Caterina, que no tiene la fama (ni las multitudes) del de la Boquería, pero tiene un techo muy llamativo por su combinación de colores.

Tomando el micro en Plaza Catalunya, llegué al aeropuerto en poco más de media hora. Atrás quedaba una Barcelona mágica, antigua y moderna, con una identidad propia y particular, que continuamente la acercan y la alejan  de España.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

De paseo por el norte de España - Cantabria y País Vasco

By Seba

Huí del hostel del barrio de Chueca bien temprano, antes que mis ocasionales compañeros de habitación dejasen de roncar. Nuevamente rumbo a la estación Charmartín, esta vez para tomar el tren que me alejaría de Madrid y me depositaría en Santander.

Esta ciudad portuaria del norte de España se extiende a lo largo de la costa de la bahía de Santander y es el emblema de Cantabria por su importancia económica. A pesar de no ser un foco turístico por excelencia, siempre tuve ansias de visitarla motivado por las historias que repetía mi abuela materna, que era oriunda de la ciudad.
Pasado el mediodía llegué a destino y caminé unas cuadras hasta la pensión donde me iba a alojar. Estaba cerca de la estación de trenes y de la salida de los autobuses, aunque en una zona  oscura y con poco movimiento nocturno.

Una vez organizados los próximos días, crucé el túnel peatonal hacia el centro de la ciudad y empecé a caminar por la calle Calvo Sotelo, que se convierte en el Paseo Pereda, un boulevard costanero que ofrece inmejorables vistas de la bahía. El día era diáfano y caluroso, así que tomé un micro y llegué rápidamente a la zona de playas, ahorrando tiempo y energías. La playa del Sardinero se extiende por poco más de un kilómetro y tiene una amplia franja de arenas blancas, con un mar de un azul profundo, aunque con aguas muy frías.

A unos 200 metros del mar se encuentra el estadio del Real Racing, que para no ser menos también se llama “El Sardinero”. A diferencia de los estadios del Barcelona o del Real Madrid, aquí no hay museo, ni tour guiado. Simplemente me asomé a una oficina, dije que era hincha del Racing de Argentina y que quería conocer el estadio, y me hicieron pasar sin hacer preguntas, sin cobrarme, sin siquiera revisarme. Así que entré por la sala de prensa, luego a las cabinas de transmisión y por último ingresé a la zona de plateas. El estadio es pequeño, pero cómodo y coqueto y tiene una capacidad de unos 25000 espectadores. Me llamo la atención que es una de las tribunas había una bandera que festejaba la unión de los dos Racing, el de Avellaneda y el de Santander.


Racing de Avellaneda en Santander

El paseo vespertino siguió por la Península de la Magdalena, una hermosa zona recreativa arbolada, que supo albergar una residencia veraniega de la realeza (hoy reconvertido en hotel y centro de convenciones). El recorrido por la península permite disfrutar de la vista de la costa y las playas, e incluye un pequeño zoo y una réplica a escala de las carabelas de Colón.  La tarde se prestaba para volver caminando al centro, disfrutando de un helado.

Playa el Sardinero con Peninsula de la Magdalena de fondo

El día siguiente amaneció con nubarrones amenazantes, pero eso no impidió que tomara un micro que al cabo de 30 minutos me iba a dejar en Santillana del Mar. Este pequeño pueblo  –cercano a las Cuevas de Altamira y sus pinturas rupestres–  es un lugar increíblemente pintoresco, con sus casas de piedra, sus calles onduladas y sus balcones floridos.

Balcón de Santillana

Antes de las 10 de la mañana, cuando llegan los turistas, es apacible y tranquilo. El edificio más destacado es el colegio y convento de la Colegiata, con su hermoso claustro y sus columnas decoradas con motivos celtas. Luego de unas cuantas fotos y algunos kilómetros caminados por los alrededores del pueblo, era momento del almuerzo: callos (mondongo) y bacalao, acompañado por un vino blanco de la zona y de postre, natillas.

Claustro de la Colegiata en Santillana del Mar

De regreso en Santander me fui hasta un centro comercial en las afueras de la ciudad, y luego de recorrer bastante finalmente pude encontrar camisetas del Real Racing para llevar de recuerdo. Volví por las calles del centro, buscando provisiones para armar una picada y disfrutar Holanda vs Uruguay, por las semifinales del Mundial.

La mañana siguiente era el momento de marcharse, el próximo destino era Bilbao. Un par de horas en  micro bastaron para llegar al epicentro del País Vasco.
Había decidido tirar la casa por la ventana y reservar una habitación en un hotel 4 estrellas, en el casco viejo de la ciudad.  La estación de buses queda muy cerca de San Mamés, el estadio viejo del Athletic de Bilbao. Desde allí parte el moderno tranvía que circunvala la zona más nueva, y cruza la ría Nervión para llegar a las callejuelas más antiguas.

La identidad propia de los vascos se hace presente en cada rincón de la ciudad, comenzando por los carteles de las calles y los comercios. En Bilbao conviven la modernidad, el diseño y la amplitud (física y conceptual) de la zona céntrica, con la estrechez y lo antiguo de la zona de las 7 calles, que se conservan desde el medioevo.

El Museo Guggenheim y el puente Zubizuri del arquitecto Calatrava son probablemente los máximos exponentes de lo nuevo. La fachada del museo y sus formas son imponentes, y brillan reflejando la luz solar. La araña gigante que lo custodia es un ícono inevitable, al igual que el “perrito” de flores de unos cuantos metros de altura que descansa al lado del ingreso. El puente es un primo cercano del puente de la Mujer que el mismo arquitecto diseñó para Puerto Madero, en Buenos Aires.

Fachada del Museo Guggenheim

Puente de Calatrava en Bilbao

La tarde tuvo la visita “obligada” al estadio y al museo del Athletic. Una guía al frente de un grupo reducido de turistas y fanáticos nos llevó por las entrañas del estadio, sus tribunas y el campo de juego. En aquél 2010, el nuevo San Mamés (que se inauguraría en 2013) era sólo un proyecto, y la vieja “Catedral” seguía siendo escenario de épicas batallas del bravo equipo local, que mantiene la tradición de presentar solamente jugadores vascos en sus filas.

Con el comienzo de la noche, comenzó mi búsqueda de un buen bar para ver la semifinal entre España y Alemania. Las ansias de autodeterminación del pueblo vasco impulsan cierta antipatía hacia lo español, que se tradujo en un tímido apoyo hacia el equipo teutón. El triunfo de La Roja, que tuve que verlo en la habitación del hotel dado que ningún bar transmitía el partido, fue recibido sin festejos.

Disfrutando de mi habitación privada, mi ducha personal y la cama de dos plazas, tuve una plácida noche de descanso antes de conocer la dinámica Barcelona. En pocos días, España me seguía mostrando que cada rincón tiene su propia impronta, y que ese país que desde lejos se ve homogéneo es un espacio con mosaicos de innumerables colores.

martes, 3 de diciembre de 2013

Madrid - Corzo vuelve donde Corzo salió

By Seba

Julio 2010

Amanece en Londres, South Kensington luce esplendoroso con los primeros rayos de sol. Mientras espero el bus que me lleva a la estación de trenes Victoria disfruto de la tranquilidad de la mañana y del verde de Kensington Gardens. La parada de micros tiene un cartel electrónico que indica cuantos minutos faltan para la llegada de cada uno, pero no le creo, estoy demasiado acostumbrado a la Argentina. De repente, cuando el reloj de los minutos pasa de 1 a 0, aparece a unos 100 metros el micro que tenía que abordar. Deliciosamente puntuales.

De Victoria al aeropuerto de Gatwick tomé el tren rápido, en poco más de 30 minutos estuve allí. Obviamente era temprano, tuve tiempo de comprar la camiseta titular de Argentina con la 10 de Messi: era el 1 de julio de 2010, estábamos a escasos días de los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica.

El aterrizaje en Barajas fue cerca del mediodía, el proceso de migraciones no fue para nada traumático (algo lógico ya que el avión no procedía de Sudamérica), y tardé poco tiempo en recoger mi valija y caminar hasta el subte. Un par de combinaciones después ya estaba en el centro de Madrid: un Corzo volvía a pisar Madrid, después que lo hiciera mi padre en 2001, y mi abuelo durante su infancia, su juventud y sus viajes post-exilio.

Salí a la superficie en la estación Opera, en la plaza Isabel II. Estaba a pocos metros de las calle del Arenal, donde se encontraba mi hostel. Por esa calle, muy cercana al Palacio Real de Oriente, se sale a la Puerta del Sol, así que estaba bien en el centro de Madrid.

Una vez alojado, me propuse aprovechar la tarde al máximo: me tomé el subte hasta al Santiago Bernabeu, y visité el estadio y el museo del Real Madrid. El estadio es sobrecogedor, imaginarlo lleno de gente eriza la piel…el tour incluye la visita a las salas de las copas, los vestuarios, las tribunas, el banco de suplentes.

Estadio Santiago Bernabeu

Desde allí empecé a caminar por el Paseo de la Castellana. El verano en Madrid es muy duro, y para combatir el calor aproveché el aire acondicionado de una tienda del Corte Inglés. Casi sin querer, estaba cerca de Cuatro Caminos, el barrio donde habían vivido mi abuelo Eusebio en su infancia y me tía abuela Juanita en su ancianidad. Ayudándome con el mapa encontré  la calle de Cicerón, y llegué al número 6, donde me resultó imposible no remontarme a los años 20 e imaginar a unos chicos jugando, y avanzar hasta los años 30 y ver a una familia perseguida por la guerra y la dictadura franquista.

Ya de regreso en el centro, paseé por la zona de la Plaza Mayor y el palacio de Oriente, y cerré el día en un barsucho, atendido por un mozo más gordo que Torrente, comiendo unos bocadillos (sándwich) de jamón crudo, acompañado por queso manchego, tortilla de patatas y una caña de cerveza. La tortilla de papas es una exquisitez, que bien le salía a mi abuela.

Plaza Mayor

El día siguiente (2 de julio) tenía previsto recorrer los alrededores de Madrid. Casi sin averiguar, me fui en subte hasta la estación Chamartín (cerca del Bernabeu), pensando que todos los trenes de cercanías salían de ahí. Pero desde allí podía ir a Segovia, pero no a Toledo, que era mi prioridad (tendría que haber ido a Atocha). Así que tomé el tren supersónico que en poco más de media hora me dejó en la ciudad del famoso acueducto romano. La estación estaba a unos 10 minutos del mismo, así que había un servicio regular de ómnibus que hacía el trayecto ida y vuelta coincidiendo con los horarios del AVE (tren de alta velocidad). 
El acueducto es algo imponente, es increíble cómo pudo hacerse semejante  obra de ingeniería hace 2000 años, y que encima permanezca de pie. La ciudad vieja de Segovia es una joya para recorrer a pie, perdiéndose en sus calles y disfrutando de la arquitectura de sus iglesias.

Acueducto romano de Segovia

En el extremo de la ciudad se encuentra el Alcazar, un palacio muy utilizado por los reyes de Castilla en la Edad Media, cuyas torres y cúpulas sirvieron de inspiración a Disney. Tuve la mala suerte que justo ese día estaba cerrado, y sólo lo pude disfrutar desde afuera.


Alcazar de Segovia

Al regreso a Madrid me enteré del triunfo de Holanda sobre Brasil, y en cierto modo lo festejé con una recorrida por la zona de Plaza Santa Ana, cenando unos mariscos en la calle de Barcelona.

El día siguiente era sábado, y me tocaba cambiarme de hostel porque en el primero ya no había lugar. Había reservado cerca de la plaza de Chueca, sin saber que ese fin de semana había un festival gay en la zona.
Esa mañana tenía previsto visitar el Museo Reina Sofia, así que tomé el metro hasta la Estación de Atocha, y caminé unos metros. Si bien tiene obras de muchos artistas como Dalí o Kandinsky, lo más impactante del lugar son las obras de Picasso, entre las que se destaca el Guernica. A pesar de ser una obra muy vista, impacta por sus dimensiones (casi 8 metros de largo) y por su crudeza: las escenas del bombardeo a la ciudad vasca son escalofriantes, uno puede sentir el dolor de la gente expresado como solo el estilo cubista lo puede permitir. La exposición muestra la cronología de la obra, y hay salas de videos en donde se explica el contexto en la cual se realizó, ilustrando la crueldad de la guerra.

Guernica de Picasso en el Museo Reina Sofia

Esa tarde jugaban Argentina vs Alemania por el mundial de Sudáfrica, y muchos argentinos residentes en Madrid se juntaban en el café Comercial, en la glorieta de Bilbao. Me sumé a ellos, y realmente había un clima de cancha: todos con camisetas albicelestes, todos ansiosos al principio…y todos desencantados al final por el abultado resultado negativo. La tristeza que generaba la eliminación se balanceaba con la tranquilidad de saber que no me iba a perder los festejos en caso que Argentina ganase el torneo, porque eso ya no iba a suceder. Así que hubo una caminata en el barrio La Latina, al sur de la Plaza Mayor, recorriendo la calle de la Cava Baja y Plaza San Andrés, y picando algo por el camino. La noche terminó cerca de Puerta del Sol, donde los locales festejaban el triunfo frente a Paraguay, que los depositaba en semifinales.

Mi último día completo en Madrid era el domingo 4 de julio, y como cada domingo, se armaba el mercado del Rastro. Un poco por la fama que le hizo la canción de Sabina, y otro poco por lo que mi abuela me había contado del lugar, me fui hasta ahí bien temprano. Recorrí sus puestos de ropa, antigüedades, chucherías y comidas durante un buen rato, comprando  unos pañuelos tipo pashminas a unos hindúes y unos imanes vintage, y disfrutando la atmósfera de la feria. Ya llegando al mediodía fue el turno de tomarse un vermouth con papas fritas, para ir con energías a recorrer el Museo del Prado.
Ya en la entrada del Museo, aproveché un 2x1 que tenía una señora mayor que estaba delante mío en la fila y pude entrar sin pagar. Las galerías más atractivas son las que muestran la obra de Velázquez (que tiene su estatua en la puerta del museo) y las de Francisco de Goya. 

Luego de disfrutar de verdaderas joyas como las Meninas, o la Maja Desnuda, seguí la recorrida por el pulmón de Madrid: el parque del Retiro.  El calor era abrasador y se necesitaba un poco de sombra, la cual abunda entre los jardines, senderos, estatuas y estanques del parque, que supo ser parte de los jardines de la realeza. El estanque principal, sobre el cual está el monumento al rey Alfonso XII, es la principal postal del lugar.

Parque del Retiro

Una vez que se sale del parque por su esquina noroeste (la que da al centro de la ciudad), es imposible no centrar la vista en la imponente Puerta de Alcalá. Siguiendo algunas cuadras por la misma avenida, se hace presente la estatua de Las Cibeles (centro de los festejos del Real Madrid ante cada copa ganada).


Puerta de Alcalá

La caminata de regreso tuvo algunas paradas para descansar y refrescarme, pero el mejor lugar para evitar el calor era un Zara o un Corte Inglés, así que aproveché para hacer compras y dar más vueltas por la Puerta del Sol, antes de tener mi cena de despedida de Madrid.


Caminar por la capital de España, disfrutar de sus comidas y sus paseos y entrar en contacto con su ambiente no sólo es un placer para los sentidos de cualquier viajero, sino que para mí también fue una forma de entender y conocer mis raíces.